Un fenómeno que no se aprecia bien: desde que post-últimas elecciones y derrota, el kirchnerismo decidió acoplarse como fuese al peronismo, aún declamando más versiones propias que doctrinarias, la política argentina se simplificó, enriqueciéndose a la vez.
Ya no se trata de la fatal elección de la grieta, que opone a macristas y kirchneristas, sino que hay un camino posible para entender la realidad nacional de otro modo: el peronismo interpelado tiene su propia interpretación de sí mismo, bastante diferente de la del kirchnerismo.
Una interpretación muy oportuna para recordar en estos momentos en que una Cristina Kirchner desesperada en su ahogo judicial, está dispuesta a subirse, y al país con ella, en el primer barco que pase, ruso o chino, da igual, con tal de que tenga más combustible que las canoas cubanas, venezolanas o nicaragüenses.
El ahogo judicial es, por otra parte, lamentable: la mayor culpa del tejido y entretejido de negociados con el Estado es de Néstor Kirchner, no de su viuda ni de sus hijos, culpables solo de la debilidad de seguir usufructuando de la corrupción instalada por el marido y padre. De ello, podrían arrepentirse, y post-devolución de lo mal obtenido, al pueblo no le importaría dar vuelta la página.
Cualquier salida es mejor que, por terror y desesperación, embarcar a la Nación en un viaje sin retorno. No solo el kirchnerismo debería pensar en esto, sino también la oposición no peronista, muchas veces fogoneadora de los caminos sin retorno.
La posición geopolítica peronista es clara: es, desde siempre, continentalista y universalista. Que el continente contenga a los Estados Unidos y a Canadá, es considerado desde hace mucho como una suerte y una bendición para las Américas—mucho antes de la oportunidad lamentablemente perdida del ALCA, oh, por culpa de quién sino de Néstor Kirchner, el verdadero villano de esta historia junto a su compadre Duhalde que lo habilitó, presa del resentimiento contra Menem.
Ser compañeros y socios de la primera potencia tecnológica del mundo le parece una buena idea a un peronismo que piensa en el desarrollo de la Argentina y de los demás países atrasados de la región. Ese continentalismo debería ser revitalizado, para bien de todos, y muy especialmente de los pueblos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, hoy atrapados en lo que quedó de la antigua guerra fría y sin opción de pertenecer a un nuevo conjunto solidario que las desbloquee.
Que el mundo contenga a potencias aspirantes a la hegemonía como Rusia y China, no preocupa al peronismo ni lo lanzaría tampoco a alianzas extrañas. Con su continentalismo de base, sólo puede concentrarse en la próxima idea, tan prevista por el General Perón como el continentalismo, que es dedicarse a construir las bases posibles de una gobernanza universal en la cual los diversos continentalismos tengan su lugar y las revueltas queden limitadas a conflictos menores.
Es imposible pensar en términos bélicos de oposición de potencias, cuando es factible y más productivo pensar en términos de resolución de antiguos conflictos—como las relaciones de Rusia con Europa, que deberían abrirse más que cerrarse, o las de Estados Unidos con China, que tras la desastrosa conducción de Trump, deberían volver a mejorar. El mundo ya tiene una bandera global, hecha de las comunicaciones e intereses entrelazados. La oscuridad de estos días es que esa bandera no es aún visible para todos.
El peronismo piensa, desde los inicios de la globalización, en la paz y en cómo coordinar intereses de modo que la armonía global predomine.
Por lo tanto, el peronismo, aún inexplicablemente tímido frente al kirchnerismo--vaya a saber presa de qué complejo porque una mujer es hoy su líder—debe tener una respuesta contundente ante las alarmantes novedades en la política exterior.
Algo que quizá ayude a los dirigentes peronistas no kirchneristas a tomar las riendas de su propio partido y condición, es pensar en el poco talento para gobernar del presidente y su vicepresidenta. No se puede temer a personas sin talento que ni siquiera tienen ya demasiados votantes. Votantes que registran también la falta de soluciones, una consecuencia inevitable de la falta de talento para gobernar. Se sabe hacer el trabajo o no se sabe. Ni Alberto Fernández sabe ni Cristina Kirchner supo o sabe.
Talentoso fue Néstor Kirchner para amasar su fortuna. Cristina Kirchner no fue talentosa como oscura diputada ni para gobernar como presidente—todo lo que hizo de bueno, como propiciar algunas leyes valiosas para las minorías, fue por idea de otros—y tampoco lo es hoy como vicepresidente, preocupada por su propio destino y el de sus hijos y no por el del país. Le falta el talento incluso para darse cuenta de cómo la beneficiaría interesarse de verdad por el país y suplir con aprendizaje su carencia.
El peronismo parece ponerse de pie, otra vez, para pelear su batalla, esa que hasta hoy se negó a dar.
De pie, es un comienzo. Pero hace falta que ocupe el centro de la escena para cambiar, de una vez por todas, la discusión.
Y la realidad de un país en agonía.