Hasta hace unas semanas se discutía sobre la utilidad de las
PASO y la conveniencia de suprimirlas ya que, en la gran mayoría de las fuerzas
políticas los candidatos eran auto-elegidos o elegidos por los más influyentes
de los partidos y nunca en las elecciones democráticas internas inexistentes que
las PASO pretendieron ordenar. Sin embargo, con los resultados de este último
domingo, nos encontramos con que las PASO tienen una nueva y sorprendente
utilidad.
No, no se trata de las
PASO sean la igualmente útil “encuesta general confiable” sobre las
preferencias de los votantes, sino de algo mucho más interesante: su condición
de ensayo general y de presentar el no menos teatral “qué pasaría si...”. En
este caso, qué pasaría si el kirchnerismo y sus partidos asociados (entre ellos
parte del peronismo, en especial el provincial) ganasen las elecciones.
La respuesta a este “qué pasaría si...” no se hizo esperar:
si con el macrismo la economía se deterioró y, lejos de progresar, fue cada vez
más para atrás, con el aparentemente ya irreversible triunfo de Alberto
Fernández y Cristina Kirchner, la economía se hundió. Alza inusitada del dólar,
caída de la bolsa, etc. en oposición a las apuestas optimistas del mercado en
el viernes anterior a las PASO, cuando se creía que Macri iba a hacer una
relativamente buena elección, quizá perdiendo, pero por poco.
O sea, las PASO sirvieron y seguirán sirviendo hasta octubre
como la demostración práctica ante la opinión pública un tanto dubitativa y
confusa de los últimos tiempos, de qué pasa si Macri y sus partidos asociados (entre
los que se encuentra otra parte sustancial del peronismo, no sólo el de Córdoba
sino el de otras provincias) pierden y los otros ganan.
Una consecuencia no menor de este drástico drama es que el
Presidente Macri por fin ha dejado de referirse a la oposición que tiene
enfrente como “peronismo” para llamarla lisa y llanamente como lo que es:
kirchnerismo, con Alberto Fernández, el ex jefe de gabinete de Néstor Kirchner,
como posible presidente electo, y Cristina Kirchner, sí, la misma que fue
presidente y que dejó la economía hecha pedazos hace menos de cuatro años,
ahora como vicepresidente. No hay un kirchnerismo bueno de Néstor y uno malo de
Cristina, como mujer me niego a que se la considere por debajo de su marido:
fueron los dos igual de malos en su concepción de la política económica y de
los criterios estatistas y anti-mercado, sólo que uno tuvo más suerte con el
precio de la soja y a la otra, esa suerte le duró menos. El kirchnerismo será
siendo lo que es y lo que siempre fue: estatista, generador de inflación,
creador de pan para hoy y hambre para mañana, y su política exterior será, por
la fuerza, equivocada, siempre aliada de los países enemigos de la libertad
económica y de la globalización.
En el drama de las PASO, entonces, ganó el kirchnerismo y
perdió la política de libertad y apertura, encarnada sobre todo en el macrismo
(política exterior exitosa, con la macroeconomía aún sin resolución) y en el
peronismo liberal agregado a última hora a través de la figura de Miguel Angel
Pichetto reivindicando sin decirlo aún muy fuerte (deben decirlo, ¡DEBEN!) la
exitosa experiencia peronista liberal de los años 90 con Menem y Cavallo, una
leccioncita que el Presidente Macri está comenzando a comprender y, esperemos,
aprovechar, para bien de la Argentina, de los argentinos y del teatro nacional,
que nunca se agota en un ensayo general.
Todavía nos queda la première de octubre, donde el SUSTO
pasará a ser un relativo miedo—cuando muchos de los espectadores del ensayo
general abierto piensen mejor en el desenlace de la obra como equivalente a su propio
futuro y cuando se agreguen muchos de aquellos que prefieren ver las malas
obras en la mejor versión del estreno y se negaron a asistir al ensayo general.
Y, finalmente, tendremos el espectáculo afinado en
noviembre, en el cual el desenlace será el único que el país se puede permitir:
el de un final feliz, que augure un progreso sostenido y muchas más y mejores temporadas.
Un final que no es otro que el del actual gobierno terminando bien lo que
empezó bien y continuó mal, por torpeza y ceguera, dos males por suerte
remediables, aunque este primer paso del drama electoral parezca gritar
desaforadamente (¡para que todos escuchen!), lo contrario.