jueves, septiembre 18, 2008

EL PAIS DE LOS GRANDES CHICOS

Hace ya muchos años, María Elena Walsh hizo historia acuñando la expresión “país jardín de infantes” en un famoso editorial del diario Clarín. En estos días, la metáfora vuelve a imponerse, ante la infantil conducta de los gobernantes, que lejos de enfrentar la realidad como adultos, prefieren suprimirla desde un pensamiento ideologista, variante del pensamiento mágico infantil, e ignorar las consecuencias de dicha negación.

Que la crisis financiera norteamericana sea interpretada como el colapso del sistema capitalista y no como una crisis de crecimiento de ese sistema aún no ajustado en sus nuevas variantes y que la desorganización absoluta de la economía argentina sea presentada por el equipo gobernante como un modelo de solidez, propone a los argentinos una preocupación adicional a las cotidianas: la de pensar que estamos en manos de criaturas irresponsables y no de adultos a cargo del siempre difícil manejo de una nación.

Pretender que los Kirchner se miren en un espejo fiel y que acepten la imagen que este les devuelva de sus personalidades reales y ya no agrandadas por cargos para los cuales no compitieron lo suficiente con mejores candidatos, es ya, a esta altura, tiempo perdido. Exigir en cambio a la comunidad que revea su propia adultez y reflexiones sobre las oportunidades perdidas por error de interpretación, es acercarse al futuro.

¿Cuándo se perdió la Argentina? En los últimos días de diciembre de 2001, cuando faltó en la presidencia el liderazgo y en economía no se asumió con claridad la conducción de un país en guerra con su solvencia, su autoestima y su confianza en su destino. ¿Qué era el corralito? Una medida de emergencia que mantenía el valor y la moneda de los depósitos y permitía manejar esos depósitos con total libertad dentro del sistema bancario, con el sólo límite de la extracción de efectivo. ¿Por qué se debió tomar esa medida? Porque los argentinos no creyeron que los bancos, que habían prestado demasiado dinero a las provincias sin orden fiscal, podrían honrar sus depósitos y entonces comenzaron a retirarlos. ¿Por qué Cavallo estaba y continúa estando tan seguro de que los bancos iban a poder hacer frente a la situación con sólo la medida del corralito, preventiva de una sangría mayor? Porque es un técnico sólido, el mejor que haya tenido el país en décadas, que sabía que la renegociación de la deuda prevista para dos meses después iba a remediar el problema. Sin embargo, en estos días, en los que Cavallo ha reaparecido para advertir acerca del peligro en el cual se encuentra la Argentina si los Kirchner continuando negando la realidad, una gran parte de la comunidad continua desorientada, confundiendo las medidas adultas y responsables del Cavallo de Diciembre de 2001 con las medidas infantiles e irresponsables de Duhalde en los días que siguieron. El corralón de Duhalde es el que está en la base de la actual desdicha argentina: su pesificación y devaluación son las que transformaron a la Argentina en un país sin crédito y las que congelaron las tarifas de las empresas privatizadas, creando un atraso tecnológico casi irreparable e inmensas pérdidas al Estado a través de los subsidios para compensarlas. Adultos y criaturas: la Argentina de los 90, consciente de su atraso y con voluntad de recorrer el siempre esforzado camino a la adultez opuesta a la Argentina facilista que, en vez de pelear por su solvencia financiera prefirió, como los chicos jugando al Estanciero, falsear la moneda y recomenzar la partida.

En un mundo de países adultos, definición más acertada que la de primer mundo, segundo o tercero, la Argentina posterior al 2002 prefirió volver a la infancia. Y allí sigue, aunque la población sea ya algo más que adolescente, con sus hormonas y órganos genitales bien desarrollados y con la pretensión de una vida adulta y fecunda. La infancia ya no le sirve, la Argentina está en su plena era productiva, aunque a los Kirchner les cueste dejar el juego del payasito torpe con los zapatos grandes al frente de un partido y de la muñeca de cachetes inflados sentada en el sillón de terciopelo rojo con su vistoso vestidito. La comunidad argentina quiere que la dejen ser lo que ya es, una comunidad adulta, y no la prisionera de un juego infantil. Pide reflexión inteligente y racionalidad en los actos: la adultez se consolida en el cerebro.

La fuerza productiva del campo, de las provincias sujetas con la cadena del centralismo y la energía personal de cada uno de los argentinos que sólo esperan certezas para lanzarse a invertir y crear, están hoy frenadas por grandes a los que aún les cuesta dejar de ser chicos y que no aceptan crecer para dejar crecer. Gracias al esfuerzo de mejores argentinos, la comunidad argentina es hoy mucho más que un ocasional par de personas que no alcanzaron la madurez necesaria para gobernar. La Argentina como nación es casi adulta. Ya estaba en camino, asentándose, hasta que un rebrote de infantilismo la volvió a atrasar. Se trataba, tal vez, del tiempo necesario para que la comunidad se mirara a sí misma y comenzara a deslindar sus aspectos maduros de los inmaduros, los infantiles de los adolescentes y pre-adultos. La búsqueda de una mayor institucionalidad y la aspiración a una economía sana y confiable forman parte de este crecimiento colectivo, así como el espontáneo rechazo comunitario a los rasgos infantiles de omnipotencia, autoritarismo y negación de la realidad.

La preocupación por esta Argentina otra vez nena, descalificada como país confiable, y el terror por la inflación sin control de los tiempos de la economía infantil expresan también un sentir colectivo. La comunidad se siente dueña de su destino y quiere hacerse cargo de él. Busca un buen grupo de adultos en condiciones de gobernar. El tiempo de reflexión comunitario está llegando a su fin: sólo hay lugar para la verdad y la realidad. Que los chicos se vayan a jugar a otra parte y dejen que esté país sea gobernado por los que, a fuerza de perseverancia y fe en sí mismos, han logrado transformarse en adultos. Esos grandes que, al revés de los chicos, son capaces de transformar de verdad la realidad y que no esperan que ésta mágicamente cambie, por la sola voluntad del deseo.