lunes, diciembre 10, 2012

LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN DEL ESTADO


(publicado en:  http://peronismolibre.wordpress.com )

Mientras los políticos argentinos continúan sus discursos con el eje puesto en los grandes ideales para la Nación y la comunidad—no importa si socialistas, capitalistas o a mitad camino, si con el acento en la libertad o en el control y reparto de los recursos públicos por una sola persona, si ensalzando la libertad de mercado o asfixiando a éste—la población padece un sinnúmero de gravísimos problemas y grandes, medianos o pequeños inconvenientes en la vida cotidiana que poco tienen que ver con el predominio de un gran ideal sobre otro y mucho con un problema argentino de larga data: la administración del estado en manos de una mayoría de políticos sin experiencia administrativa calificada y de un ejército de militantes con escasa o nula formación, y, a menudo, sin otro currículum que la adhesión a los grandes ideales de sus líderes.

La inseguridad generalizada derivada de una mala administración de los recursos y organización de las fuerzas armadas y de seguridad, los pésimos servicios de transporte público, la deficiente estructura educativa, sanitaria y de vivienda, la deficiente e incompleta estructura vial, no tienen su origen principal en la elección de un ideal u otro sino en una insuficiente profesionalización de la administración del Estado. Si bien en los años 90 la cesión de parcelas de administración del Estado a la actividad privada resolvió muchísimos problemas y modernizó servicios, no pudo resolver lo que aún quedaba en manos del Estado, la necesaria supervisión de las concesiones privadas, afectada por la misma ineficiencia y desprofesionalización del Estado en el conjunto remanente.

Mientras los charlatanes de la política opositora vuelven a atrasar, pensado que con un discurso en pro de una mayor institucionalización van a resolver aquellas cuestiones que son la principal y legítima queja de la población, y en tanto los charlatanes ya graduados como tales en el mundo entero del Gobierno Nacional se esfuerzan cada día en desprofesionalizar aún más el Estado, y hasta en sus áreas más sensibles y comprometidas, como las Relaciones Exteriores, la Economía y la Seguridad, la población sigue atónita ante el desorden de lo que es la mayor empresa de la Argentina. El Estado Nacional es la empresa nacional que más recauda, también la que más gasta y la cual hasta se permite emitir moneda sin otro respaldo que sus propios pagarés a pagar en un remoto futuro, sin hablar de las deudas que no quiere pagar al mundo para no admitir su bancarrota. Una empresa muy particular, escudada en la atrasada idea de que el Estado, en tanto ente de capital público (capital provisto por la población bajo el nombre de impuesto en vez de “acciones”) dedicado a la provisión de servicios públicos y sin fines de lucro (¿qué explica en esta empresa tan mal gestionada que funcionarios se alcen con coimas y desde el presidente para abajo construyan impresionantes fortunas personales con el dinero público?) es otra cosa y no también una empresa.

No son los ideales, no. Podemos salir, con un poco de esfuerzo mental, del pensamiento binario Estatismo- Libre Mercado, y admitir que hasta es posible que haya empresas de capital público, un modo más adecuado de llamar a todo aquel emprendimiento necesariamente en manos del Estado, como hospitales, escuelas, universidades y otros servicios públicos, pero poniendo el acento en el hecho de que, con capital privado o capital público, los modelos de gestión, eficiencia y calidad deben ser los mismos, porque no hay razón para que sean de otra manera y porque la población merece lo mejor, ya que está pagando por ello. Las empresas de capital público deben ser tan sustentables y productivas como las de capital privado, con la sola diferencia de que el capital privado requiere retirar o reinvertir sus ganancias para beneficio de ese mismo capital, y las de capital público se reinvierten permanentemente porque el objetivo no es el lucro, sino la permanencia y estabilidad. Del mismo modo que ninguna empresa privada entregaría la gerencia al portero, la administración del personal a la hermana del portero, y la presidencia de la compañía a una estudiante de abogacía, todos muy entusiastas acerca de la empresa pero sin la menor experiencia en la gestión de una empresa de tal dimensión, los dueños de esa gran empresa que es el Estado deberían ahora poner el acento en la selección adecuada de sus administradores. No sólo en aquellos que expresen los ideales a los que cada uno se sienta más afín, sino específicamente aquellos que hayan superado la etapa del charlatanismo para entrar de lleno en una solución moderna de los problemas de gestión estatal.


Una mayor institucionalización—partidos políticos recuperados, una Justicia que dirima los conflictos entre particulares pero también entre particulares y el Estado, y una elección discriminada y no por lista sábana de cada cargo electivo—ayudará a identificar a los candidatos más sensibles a la decisión de profesionalizar el Estado, pero no solucionará por sí misma los problemas de administración, como muchas veces se quiere hacer creer. Es necesario preguntar cómo cada candidato va a encarar la reforma y profesionalización del Estado y saber con qué gerentes idóneos cuenta para esta tarea.


La postergada federalización, acompañada por una descentralización a nivel provincial, será llave de la resolución administrativa que lleve al Estado a instancias cada vez más cercanas al control de la población. Del mismo modo, dando autarquía de gestión a toda empresa de capital público, e igual autarquía a las auditoras de control de éstas, se logrará una máxima eficiencia con el mínimo de recursos y con personal que se profesionalizará de arriba hacia abajo, de modo de rescatar el personal valioso hoy improductivo y de reeducar o desplazar al resto dentro de las nuevas reglas de profesionalismo y eficiencia.

Pensar en dónde está realmente el problema—no en los ideales, sino en la administración y gestión profesional del Estado—puede limpiar la atmósfera política y ayudar a los nuevos candidatos a preparar sus planes políticos como planes de ocupación de una empresa en bancarrota y sin gestión profesional, para transformarla en una empresa exitosa, próspera y con servicios de excelencia.


Para cualquier político de esos que vienen atrasando desde hace décadas, esto puede sonar a plan endemoniado de la sinarquía internacional globalista. Para los más jóvenes, que ven los problemas y tienen menos prejuicios, esto puede sonar a la gran oportunidad para que la Argentina, libre por fin de todo el viejerío ideologista, se lance de la mano de la nueva generación desprejuiciada a resolver el más antiguo problema argentino, desde que los prolijos ingleses y la obediente y asimiladora élite local tuvieron que irse: la administración eficiente de la gran empresa estatal.