Una de las preguntas que ocupan a científicos y legos, es si
las computadoras serán capaces de pensar en el futuro, con la previsible
respuesta de que sí, serán capaces de pensar una vez alimentadas con la
información adecuada que gatille el pensamiento. Existe otra pregunta que se
formula menos frecuentemente: ¿serán las computadoras capaces de emocionarse? Y
seguramente sí, aunque, como en el caso del pensamiento, también la emoción
resulte de una respuesta pavloviana al estímulo de la información
correspondiente. Cierto tipo de posiciones políticas reñidas con el más
elemental sentido de la realidad, parecen ser, del mismo modo, la consecuencia
de una emoción pavloviana alimentada por una información incorrecta u obsoleta.
El peronismo ortodoxo, que se niega a revisar los viejos instrumentos, es un buen
ejemplo de esto, pero también lo es el progresismo, que alguna vez se llamó así para
indicar su voluntad de progreso de la humanidad hacia una sociedad más próspera
y justa, una sociedad sin prejuicios y con más libertad.
Como la idea de progreso hacia estas metas, a comienzos del
siglo pasado eran el comunismo y su versión lavada, el socialismo, la vieja
idea del progreso sin revisar, continua anclada en viejos y jóvenes con
emociones sin revisar, alimentadas por las ya caducas imágenes. En la
Argentina, una importante clase media “progresista” según la vieja denominación,
incluyendo al “progresismo” peronista, hoy conocido con el nombre de
kirchnerismo, controla el péndulo por el cual se ganan o pierden elecciones.
No se trata solo de que los pobres Estado-dependientes, sin
trabajo y sin afiliación sindical, voten a ese kirchnerismo estatista y le
hagan ganar elecciones. Son muchos, pero no son tantos, y en general, tienen un
mayor sentido de realidad que las clases medias, siempre más acomodadas y soñadoras.
Es esta clase media a la que se debería provocar y llamar al debate,
devolviendo además a la palabra progresismo su real sentido de progreso y
nutriendo a ese nuevo progresismo de ideales más aptos para lograr un progreso.
Después del fracaso del comunismo y la estrepitosa caída del
Muro de Berlín, debería quedar claro que el comunismo, lejos de indicar el
progreso, indica la pobreza y el atraso. La emoción pavloviana local, sin
embargo, registró apenas el hecho, para renovar el imaginario con diversas
variantes de socialismo. En América Latina, aún se sueña con los ejemplos de
Cuba, Nicaragua y Venezuela, con sus fracasos estrepitosos y sus pocos logros
(entre ellos, algunos auténticos progresos cubanos conseguidos no a través de la
práctica comunista, sino gracias a la financiación de Moscú, imposible de
sostener en la misma escala, terminada la guerra fría).
Las generaciones argentinas de los 60 y los 70, portadoras
de la antorcha, se resisten a abandonar sus ensoñaciones de lucha contra el
imperialismo yanqui y transmiten las glorias juveniles a las nuevas generaciones,
como un ideal romántico sin basamento en la realidad. Las ideas
anticapitalistas, en particular, tienen una continua prédica. Y aquí está el
nudo de la cuestión: se continúa atribuyendo la capacidad de reparto y justicia
social a un régimen comunista o, en su defecto, a un régimen socialista, sin
reparar en que, antes de repartir hay que producir y generar riqueza. Las tan
mentadas democracias escandinavas, último refugio discursivo de los estatistas,
son democracias capitalistas con altos impuestos y generosos servicios del
Estado. Se puede decir lo mismo de los Estados Unidos, estatista a su manera,
pero eso jamás entra en la discusión de fondo. El parche bate contra los
empresarios, las empresas capitalistas, y las empresas financieras que los
financian y presenta al Estado como el régimen capaz de superarlos.
Existen derechos individuales que muchos conservadores
se resisten a aceptar, por ejemplo, todos los derechos referidos a la identidad
sexual, al aborto, a la eutanasia, que expresan, sin embargo, un respeto a la
libertad del individuo, lo que es en sí, una marca de progreso en la historia
de la humanidad. Este respetable progreso, indicado por un mayor conocimiento
científico, no necesariamente va en
desmedro de la fe espiritual, aunque sí vaya en desmedro de algunos dogmas
religiosos. En este sentido, el progresismo local se ha encontrado mejor
representado tanto por el liberalismo de algunos sectores del macrismo como por
el kirchnerismo, que aprobó algunas leyes relevantes en este sentido. No es,
sin embargo, el tema de los avances del conocimiento científico ni de las
apreciaciones culturales de la libertad individual, lo que crea brechas o hace
ganar o perder elecciones a unos o a otros, sino la permanente confusión acerca
de qué es el progreso en una economía, aun partiendo de una genuina aspiración
de reparto.
Este es un tema de profunda relevancia en la castigada
Argentina de estos días, cuando vemos confusas maniobras expropiatorias, luego
transformadas en una gesta para rescatar una empresa deficitaria, pasando de la
emoción pavloviana de expropiar para favorecer a los trabajadores, a perdonar
las deudas y la mala gestión capitalista en un movimiento igualmente
discrecional y extraviado. Si el kirchnerismo quiere ser progresista no debe ya
emocionarse con repetir un gobierno autoritario como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, aunque tanto
Rusia como China puedan interesarse en poner algo de plata en el intento.
Deberían más bien intentar un camino genuino de crecimiento—junto al mismo
peronismo ortodoxo retrasado que los acompaña—y progresar hacia una economía
abierta de libre mercado, y, ya que quieren Estado, con un Estado buen
recaudador y un reparto con excelentes servicios estatales basado en el
crecimiento de la economía. En suma: cambiar las imágenes internas de la
emoción y referirlas, por ejemplo, a ese ideal de las economías escandinavas,
un ideal bastante más exitoso por cierto que el de Cuba, y ni qué hablar, de
Nicaragua y Venezuela. Y sí, también en la educación y la medicina, siempre el único
ejemplo cubano a elogiar.
Por lo tanto, en las discusiones familiares y amicales o en
las de la radio y la televisión, se
podría hacer el ensayo de cambiar las referencias emocionales de aquellos
progresistas que ya no saben muy bien cómo lograr sus objetivos sin caer en el
peor de los mundos. Las referencias actualizadas para ellos son las democracias
capitalistas, que permiten el libre comercio, la inversión y el crecimiento,
con un Estado que cobra altos impuestos y reparte, en consecuencia, servicios
masivos de altísima calidad. Esa es la meta que hoy debería provocar una
emoción genuina en todos aquellos “progresistas” amigos del Estado repartidor,
y no la falsa emoción, ¡cómo podría ser verdadera!, ante la pobreza cubana,
nicaragüense o venezolana.
Para todos aquellos verdaderos progresistas del siglo XXI que
creemos en la libertad y en la autogestión—por ejemplo, en el peronismo, autogestión
de los sindicatos y de las bien llamadas por el General Perón, Organizaciones
LIBRES del pueblo—nos queda lo que se opondría amablemente al modelo citado en
el párrafo anterior, una economía libre hasta sus últimas consecuencias con la
igualdad generada por asociaciones privadas de todo tipo, en especial
sindicales, con poco Estado, e impuestos bajos.
Entonces, en vez de elecciones siempre dramáticas como las
que tememos hoy, entre el inexistente imperialismo yanqui o del FMI y el
socialismo repartidor de miseria a la venezolana, tendríamos elecciones entre
un conjunto político capaz de permitir la generación de riqueza aunque optando
por impuestos altos y servicios sociales del Estado, y la oposición, un
conjunto político más centrado en la libertad general, no solo de la economía,
con bajos impuestos y reparto social auto-gestionado.
La emoción del progreso nos alcanzará así a todos, porque de
un modo u otro, con un conjunto político o el otro, estaremos progresando y
caminando hacia adelante.
Y no para atrás, como ocurrió específicamente en las últimas dos
décadas, en las cuales fuimos retrocediendo con el duhaldismo, el kirchnerismo y
el macrismo—había que elegir una de las dos nuevas posibilidades, y no seguir
repitiendo la confusión emocional, estimado Mauricio!
Como está a la vista, ganaron todos elecciones con emociones
no revisadas racionalmente ni renovadas en su concepción, y no supieron hacer
otra cosa que seguir caminando hacia atrás, con cada vez menos recursos, menos
inversión y más pobreza.
No hay que tener miedo a la palabra progresismo, por el contrario, hay que rescatarla, cambiarle las imágenes y referencias que la distorsionaron, y llenarla de un contenido que sea capaz de hacernos progresar de verdad, con un modelo de país u otro, y donde la mayor diferencia sea la velocidad o la intensidad del progreso.