Con o sin encuestas, con o sin
periodismo, con o sin liderazgo político, la opinión pública se autogenera de
todos modos a partir de la experiencia empírica y de las creencias arraigadas
individual y colectivamente. En mayor o
menor medida, según la claridad o confusión del momento, la opinión pública se
nutre también de los contenidos introducidos
a través de los medios de comunicación y que incluyen opiniones y
declaraciones de líderes políticos y gobernantes, información pura, información
con opinión explícita o implícita, encuestas sesgadas o no, opiniones de
periodistas, intelectuales y artistas, etc. Todo esto es bien conocido y, por
sólo citar el tema más frecuente, la influencia del periodismo en los procesos
políticos merece siempre apasionados comentarios. El rol del periodista Jorge
Lanata en el desmantelamiento del relato revolucionario, desprestigio y caída
final de la ex presidente Fernández es quizá el ejemplo más reciente de lo que
la inteligencia y la persistencia pueden lograr cuando se trata de cambiar la
historia.
El caso es que, cuando el peronismo
o rasgos del peronismo—como una atención privilegiada al crecimiento nacional y
al mundo del trabajo—se combinan con el liberalismo para establecer un programa
poco estatista y revolucionario en relación a ese estatismo, la incertidumbre se
instala. Promovida por las circunstancias y el periodismo, esta incertidumbre
es acunada por una opinión pública que aún no ha revisado su inconsciente
preferencia por el estatismo. En un país en que el estatismo está tan arraigado
(y de ahí la característica predominantemente socialdemócrata de la opinión
pública), hace falta un esfuerzo especial en el periodismo y los periodistas en
general para exponer a fondo esta característica y dar la oportunidad a la
opinión pública de reverla.
No se trata de crear nuevos medios para
promover ideas liberales sino de, en los mismos medios, ir un poco más a fondo
en el análisis de hábitos y creencias y aumentar el grado de información. Viene
otra vez al caso, el ejemplo acerca de Duhalde y Cavallo y quién y por qué fue
el principal responsable de la debacle económica de 2001 y 2002 y por qué
medios endeudados en dólares contribuyeron al desparramo de fantasías
insostenibles con la realidad—¡ si tan
sólo la realidad se hubiera expuesto en su totalidad y no exclusivamente en
alguno de sus matices!
Y aquí, en ese esfuerzo por salir de
un estatismo nocivo, se plantea el otro problema, el de los líderes políticos,
tanto de los que están en la coalición Cambiemos (PRO, Radicalismo, Coalición
Cívica y otros) como los de la oposición más semejante al gobierno (Peronismo
no kirchnerista en general) y de los diversos socialismos (Stolbitzer y otros).
Si para los socialistas, el socialismo con su coeficiente más o menos alto de
estatismo es una opción auténtica, para todos los demás es una opción sin
revisar heredada de los años obligatoriamente estatistas del radicalismo y del
peronismo, un ideal anticuado que no ha hecho más que destruir sus partidos, desdibujar
sus dirigentes y condenar a la Argentina a la más mediocre clase política de
todo el continente y con ella, al fracaso administrativo del país con la
consiguiente pérdida de riqueza y rol en el mundo.
El actual gobierno patina muchas
veces en la exposición de sus medidas por ese estatismo no revisado (y que
caracteriza a muchos de sus dirigentes, que intentan congeniar su estatismo
visceral con grados de liberalismo—por caso, la vicepresidenta Michetti). La
explicación de los cómo y por qué de las medidas de gobierno debe
específicamente atender a esta cuestión y, así como se tienen metas de
inflación, hay que tender también hacia metas muy claras de no estatismo y
hacerlas comprensibles, si de verdad el eje central de la política de este
gobierno va a ser conseguir la máxima inversión privada posible.
Los periodistas, los medios, los
intelectuales, los artistas y los dirigentes políticos, sindicales y
empresariales, en su gran mayoría , forman, junto a la opinión pública, un
colectivo mucho más compacto del que se quiere creer. La aceptación inicial de
Duhalde y de los Kirchner, e incluso su alianza con el radicalismo, todos
hermanados en el ideal estatista y acompañados de corazón por La Nación y
Clarín y la mayoría del empresariado durante una buena temporada, son el
ejemplo más contundente de este estado de la conciencia colectiva que, en el
fondo, no ha cambiado mucho en este aspecto. Hay que resaltar que el gobierno
anterior cayó por corrupto, autoritario y no republicano, y no por ser
estatista. Esto también explica por qué los mismos medios hoy sospechan del tino
del Presidente Macri en cualquier sesgo liberal que su gobierno pueda tomar. Suenan
aquí y allí voces disidentes, que no forman parte de esa opinión pública
generalizada, pero que no son lo suficientemente fuertes como para ser
escuchadas en su revelación de esas partes de la realidad que continúan permaneciendo fuera
de la conciencia colectiva.
Se dice a menudo despectivamente que
tenemos los dirigentes que nos merecemos, cuando se debería decir, en cambio,
que tenemos los dirigentes que piensan como nosotros y que, si queremos un país
distinto, debemos pensar distinto.