(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
¿Quién hubiera dicho que los argentinos tendrían algún día un régimen totalitario de izquierda, con una zarina controlando todos y cada uno de los resortes institucionales, desde el Congreso hasta la Justicia, con escala en el Banco Central y la fabricación irrestricta de papel moneda para endeudarse a gusto, subsidiar o comprar voluntades adversas? ¿Quién hubiera dicho que la oposición de centro –de izquierda o de derecha- que esforzadamente adquirió , a lo largo de casi treinta años de democracia continua, los buenos modales republicanos de todo país moderno, en pleno siglo XXI se vería oprimida como una enorme e indistinta masa de mujiks a la búsqueda de su Lenin?
La siempre original historia argentina no falla en presentar nuevos capítulos, y el próximo, actualmente en ensayo general, promete una inédita batalla entre una dictadura institucionalizada por votos salidos no sabe aún bien de donde, y una oposición que ya no puede blandir la Constitución en su defensa, ya que de ésta poco queda que no haya sido destruido o bastardeado por la actual dictadura. ¿Cómo se combate una dictadura que se cree a sí misma democrática? ¿Cómo se actúa democráticamente dentro de una realidad institucional donde, en cada una de las instituciones -desde el PJ hasta la Justicia— se ha avanzado para controlar y anular toda posible oposición?
Desde fines del siglo XVIII, se conoce la respuesta para derrocar reyes absolutistas, zares y tiranos, y no ha de ser hoy tan difícil cuando pueblos que aún no habían conocido los privilegios y certezas de la democracia, avanzaron con decisión en esa dirección. La respuesta es siempre una revolución, que no es sino la propuesta organizada de un pueblo cuando se harta del abuso al que es sometido desde un gobierno absolutista; la lógica respuesta de un pueblo al cual se le ha arrebatado un Estado del cual es el único dueño.
Ni qué hablar — en este nuevo capítulo abierto por la tragedia de un terrible choque de trenes, consecuencia de una dictadura incapaz de pensar en el bienestar del pueblo cuando ese bienestar va por detrás de sus propios intereses económicos y políticos– de la particularidad argentina que siempre ha enfrentado a los gobiernos provinciales, incluida esta vez la ciudad-estado de Buenos Aires, en contra del centralismo fiscal que los ahoga y manipula a voluntad. Federales contra unitarios, en una nueva fase de la irresuelta batalla del pasado, contribuyen a la revuelta con su contundente razón histórica.
Como la Duma no piensa (¡ah, si hubiera pensado cuando era mayoría!) y como cuando piensa no puede actuar, tal vez llegó la hora de las reuniones y asambleas paralelas, para crear esa incontrolable efervescencia revolucionaria que precede a los grandes cambios, uno de esos partos de la historia, que en este caso, será el renacer dentro de la abandonada modernidad y la perdida legitimidad republicana. A los Kerenski ya los tenemos, en el recientemente seducido Partido Radical. Faltan los Lenin y los Trotzky.
¿Quién hubiera dicho que el liberalismo sería el nuevo marxismo y la centro-derecha, la abanderada de la revolución progresista?