Todos los argentinos mayores sentimos desde hace un tiempo la vibración de un inmenso cambio subterráneo, que cada tanto sube y brota espasmódica y fragmentariamente en la superficie y cuyos signos tratamos de interpretar con teorías políticas cuando quizá una teoría histórica y biológica sería más apropiada.
Entre los signos que han ido asomando, se destacan el rechazo de los más pobres al kirchnerismo durante las últimas elecciones, el explosivo crecimiento de Javier Milei entre los jóvenes de todos los sectores sociales, la aparición de una bandita de jóvenes marginales intentando asesinar a la vicepresidenta, la inesperada renuncia de Cristina Kirchner a todo nuevo cargo electoral y, ¡cómo no!, la maravillosa sorpresa de que la selección nacional de fútbol ganase la Copa del Mundo, demostrando la falsedad del lugar común de que los argentinos somos buenos individualmente, pero no sabemos trabajar en equipo.
Los signos son muchos y ya se puede percibir la estructura que contiene y explica todos estos hechos que vienen agolpándose y advirtiéndonos que lo subterráneo está a punto de emerger como un todo visible y coherente. Se trata de un final histórico y biológico: el final de una generación, la generación de los hijos del peronismo, la última en conocer en persona a Perón y en intentar seguirlo y/o reinterpretarlo, buscándole su lugar en la historia de todos los argentinos. Es el final físico de una generación que se imaginó revolucionaria cuando la revolución ya había sido hecha, que fue perseguida, asesinada, exiliada, de una generación que se dividió en facciones antagónicas, que gobernó muy mal y que después de muchos fracasos—en especial, no haber sabido proteger el éxito del peronismo liberal de los años 90—hoy solo tiene por delante la muerte física, su sustitución por las generaciones más jóvenes y la inevitable y demorada institucionalización del peronismo como uno de los dos grandes partidos nacionales.
Todos hemos escuchado que estamos asistiendo al fin del peronismo, sin darnos cuenta de que, en realidad, estamos asistiendo al fin de la generación que lo destruyó, no lo comprendió o no supo rescatarlo como lo que es y seguramente será en el futuro: el partido de los trabajadores y de la producción.
Entre los muchos adioses que dirá un pueblo mayoritariamente joven y muy diferente del pueblo joven de los años 70, está el adiós al Estado como sustituto de la actividad privada, el adiós a la interferencia estatal por medio de la política en las libertades individuales, en especial, la de producir y ganar, el adiós a las estructuras estatales obsoletas que no proveen la necesaria educación de calidad o formación profesional ni la imprescindible seguridad personal, y el adiós a un país que todos los días da vergüenza en su desorden, falta de proyecto y desubicación en la realidad del mundo.
Pero, estos adioses no son todavía la bienvenida a los nuevos instrumentos que deberán garantizar la libertad de la producción y el trabajo y los bienes de orden y progreso que debe proveer el Estado. No solo el peronismo, sino el radicalismo y los otros partidos menores que funcionan en alianza con uno u otro, deben atender a esta renovación generacional de los instrumentos de acción política.
Hay mucho para pensar y hacer, y, terminada la erupción de la nueva generación—muy visible, ocupando multitudinariamente las calles durante el mundial—dedicarse a trabajar profesionalmente para solucionar los innumerables y profundos problemas de nuestra vida nacional.
Muerto el pasado, viva el nuevo presente.