En estos días de fin de año preelectoral, varios peronismos asoman la cabeza con aptitud familiar. Entre ellos, el peronismo de pie, opuesto al peronismo sentado en el poder; el peronismo enterrado con Perón, hace poco recordado en el terrible funeral y el peronismo del aire, el aún invisible, el que se sueña, el que está destinado a ser. Si el peronismo de pie se quiere alianza heterogénea de centro y el peronismo sentado pretende permanecer en el poder como una alianza de izquierdas, el peronismo del aire pretende ser la continuidad y conclusión del peronismo enterrado. La conclusión, porque vendría a cerrar en forma definitiva la etapa institucional, con la conquista definitiva de un espacio de expresión política.
El peronismo enterrado se movió con sinuosidad movimientista para consolidar su revolución; el peronismo de pie y el peronismo sentado persisten en la antigua estrategia aunque con signos diferentes; el peronismo del aire sabe que sólo ingresará en la historia terrestre si tiene un lugar institucional donde ser contenido: o sea el partido político, esa institución olvidada en nuestra vida nacional. En una democracia representativa, el partido político es el lugar de pertenencia de los políticos; el lugar donde se discuten, se enfrentan y se deciden las plataformas y candidaturas electorales sobre las cuales la población elegirá.
Los días movimientistas del peronismo terminaron cuando se logró por fin que el peronismo como expresión política fuese legal y pudiese tener su propio partido no proscrito. Hoy, en modo político regresivo, el partido peronista continúa de alguna manera prohibido e inhibido de organizarse y accionar como tal. Los peronismos, en vez de converger dentro del partido y pugnar dentro de él por el predominio ideológico y el poder, permanecen desarticulados y sin afincar en una estructura de sostén, construyen alianzas destinadas a disolverse. No hay forma de armar una familia política operativa que organice el espacio peronista, sin un partido político habilitado.
El sueño de algunos ideólogos acerca de que la destrucción de los dos grandes partidos históricos –el peronista y el radical- va a favorecer por fin la creación de un gran frente de centro-derecha liberal, continuador de la antigua oligarquía preperonista es el sueño complementario del peronismo sentado, que se cree capaz de dominar al resto de los peronismos y construir un gran frente de centro-derecha izquierdista. Pero allí está el peronismo del aire, siempre molestando, para decir que no hay retorno al pasado sino que habrá un avance desenfrenado hacia el futuro, cuando el peronismo esté contenido en una ágil estructura participativa
El desorden en la constitución de las familias políticas de la Argentina, es el que en última instancia llevó el desorden a todas las familias argentinas, a la de cada uno de los argentinos en singular. Las guerras civiles, los exilios políticos y económicos, las desapariciones, los divorcios y las muertes prematuras o inexplicables han desorganizado en forma total a la comunidad argentina, sumiéndola en una espiral de desasosiego y con escasa conciencia de pertenencia. El peronismo, que desorganizó la vida argentina para transformarla en una vida más democrática, tiene como demorado mandato organizar la continuidad de la vida argentina por sus carriles más conservadores de unión y de vida. También la misión de conquistar para la Argentina el mejor lugar posible en la comunidad continental y global, de modo de asegurar el trabajo y la subsistencia de su pueblo en modo estable y duradero, usando los más modernos y sofisticados instrumentos de la economía. Para eso, precisa antes que nada, su instrumento de expresión política, o sea, el partido hoy congelado por el Gobierno.
La vida democrática en la Argentina no existirá en tanto los partidos políticos –tradicionales o nuevos- sean perturbados desde el Gobierno para evitar que dentro de ellos se genere un poder opositor. Esta es una práctica que coloca a La Argentina en el nivel de las peores dictaduras y la intervención ilegal al Partido Justicialista, que es el que expresa al peronismo, debe ser denunciada en los foros internacionales. Los peronismos, que constituyen en su conjunto la sustitución de la antigua elite conservadora, deben competir internamente y recambiarse dentro de la institución. El mismo derrotero seguirá el radicalismo, al cual como partido más antiguo que el peronismo le cabe una idéntica y simétrica reorganización con alas opuestas y compitiendo dentro de una estructura común.
El peronismo de pie es útil en la medida en que obligue al peronismo sentado a descongelar el partido y a permitir elecciones internas y libres. Pero es sólo la confluencia de ambos peronismos dentro de la misma institución, la que habilitará la existencia del peronismo del aire, cuya primera condición de modernidad es la democrática, con su libre competencia. Ese peronismo que no es ni de izquierda ni de derecha, sino vital, activo, y tan espiritual como para sólo vivir del aire mientras los argentinos no lo dejen habitar su definitiva morada.
jueves, noviembre 30, 2006
jueves, octubre 26, 2006
EL FUNERAL DE LOS LADRONES
Cuesta hablar de política, después del patético e irrespetuoso segundo funeral del General Perón. De la carnavalesca ceremonia, imaginada por Duhalde y convenientemente desorganizada por el Gobierno Nacional y el provincial, que no prestaron ni Granaderos ni policía, sólo recordaremos las imágenes de su ex pueblo trabajador, hoy subvencionado por el gobierno para representar a los pobres del cruel capitalismo, ex pueblo trabajador encarnado en el grupo de borrachos abrazados al cajón como a una botella, con camaritas digitales para eternizar el momento y con las gorritas con la visera para atrás, a la usanza rapera, olvidando a Pochito, si es que la gorra era un homenaje y no el gesto de deshonra de ese ex pueblo que ya no se acuerda de sacarse el sombrero cuando corresponde. Evita zafó y casi dan ganas de que la supuesta hija de Perón lo sea de verdad y proteja el cuerpo de su padre, ya que las autoridades y el pueblo votante que permite que éstas sigan en el poder, no han sido capaces de hacerlo. Los que robaron a los argentinos su moneda y los que le robaron elecciones limpias, se las arreglaron para seguir robando. En este caso, la dignidad con la que hubiesen homenajeado a su tres veces presidente, los argentinos de honor, esos que no roban la moneda ni los ahorros, ni consiguen los cargos por golpe institucional o proscripción.
El inmenso vacío que tiene hoy la política argentina comienza a llenarse, a partir de este episodio, de preguntas muy pertinentes que quizá contribuyan a desenredar el embrollo. ¿La Corte Suprema fallará en contra de Kirchner y de su jueza Servini de Cubría, si éstos son demandados por sabotear la reorganización del partido que llevó al Presidente al poder? ¿Podrán constituirse, en el caso de que se llegue a una reorganización, listas libres que expresen todas las tendencias del peronismo? ¿Quién expresará dentro del PJ reorganizado la línea liberal modernista en sustitución del desgastado Menem? ¿Podrá el partido radical llegar a una reorganización semejante que encumbre a sus antiguos radicales Carrió y López Murphy en el tope de las listas favoritas? El inmenso vacío sólo puede llenarse con un limpio juego democrático y la más exigente de las competencias, con los mejores dirigentes y las mejores ideas. Esta verdad, obvia y sencilla, parece, sin embargo, una realidad inalcanzable. Como si a los argentinos sólo nos resultara cierta y tangible, la mentira, y sólo verdaderos, el engaño, la estafa, el robo. Ya casi no recordamos que hay una vida mejor.
Los argentinos de a pie no tenemos los hilos del gobierno, ni siquiera una prensa que nos exprese en nuestra indignación o en nuestra pena. Sólo tenemos el poder de pensar con claridad y de que nuestras acciones individuales sigan a nuestro pensamiento. Si sabemos que toda la diferencia entre un futuro construido con inteligencia y honestidad y un eterno presente de problemas sin solución, reside en la reorganización de dos partidos fuertes y democráticos que absorban los múltiples partidos desperdigados e impotentes, y compitan con lo mejor, podemos reclamar y exigir por esto, a aquellos que de todos modos en pocos meses más vendrán a lamer nuestras manos y a pedir nuestro voto. Sería bueno que se enteren desde ya que no lo tienen cautivo, y que entre el actual gobierno y Mongo, ganará Mongo, porque así votan los argentinos cuando se hartan. Entonces, ante este probable desenlace, quizá nuestro presidente reeleccionista reevalúe su estrategia y se resigne a entrar, solo o con su mujer, por la puerta estrecha de elecciones internas limpias. Si es cierto ese 75 % de popularidad, ¿a qué le temen los Kirchner?
El funeral del General Perón, lejos de las interpretaciones conspirativas, ha quedado ante los ojos de los argentinos, como la más cabal demostración de la falta de Estado y de una real autoridad, y, peor aún, de la falta de amor y respeto de quienes todo le deben. No se trató de una versión en farsa de Ezeiza, porque no había dos sectores ideológicos enfrentados como en aquel momento, sino un único bando, el de los ladrones políticos de distinta estirpe, con algún que otro pistolero para que no queden dudas acerca de su condición. Sin duda, el general Perón merecerá en el futuro, una bella ceremonia de funeral, con todos los honores correspondientes a su condición de presidente, de militar y de figura rectora del siglo XX argentino y ya vendrá el peronista digno que repare el presente agravio. Esta vez, sin nadie que lo defienda, Perón volvió a poner su cuerpo, en gesto de eterna simpatía hacia el pueblo, para abrirle los ojos y dejarle ver cómo es que esos ladrones, capaces de todo mientras invocan su nombre, ahora van por el alma. Esa que nunca van a conseguir, la que sólo se puede recibir como don, la que no se puede robar.
El inmenso vacío que tiene hoy la política argentina comienza a llenarse, a partir de este episodio, de preguntas muy pertinentes que quizá contribuyan a desenredar el embrollo. ¿La Corte Suprema fallará en contra de Kirchner y de su jueza Servini de Cubría, si éstos son demandados por sabotear la reorganización del partido que llevó al Presidente al poder? ¿Podrán constituirse, en el caso de que se llegue a una reorganización, listas libres que expresen todas las tendencias del peronismo? ¿Quién expresará dentro del PJ reorganizado la línea liberal modernista en sustitución del desgastado Menem? ¿Podrá el partido radical llegar a una reorganización semejante que encumbre a sus antiguos radicales Carrió y López Murphy en el tope de las listas favoritas? El inmenso vacío sólo puede llenarse con un limpio juego democrático y la más exigente de las competencias, con los mejores dirigentes y las mejores ideas. Esta verdad, obvia y sencilla, parece, sin embargo, una realidad inalcanzable. Como si a los argentinos sólo nos resultara cierta y tangible, la mentira, y sólo verdaderos, el engaño, la estafa, el robo. Ya casi no recordamos que hay una vida mejor.
Los argentinos de a pie no tenemos los hilos del gobierno, ni siquiera una prensa que nos exprese en nuestra indignación o en nuestra pena. Sólo tenemos el poder de pensar con claridad y de que nuestras acciones individuales sigan a nuestro pensamiento. Si sabemos que toda la diferencia entre un futuro construido con inteligencia y honestidad y un eterno presente de problemas sin solución, reside en la reorganización de dos partidos fuertes y democráticos que absorban los múltiples partidos desperdigados e impotentes, y compitan con lo mejor, podemos reclamar y exigir por esto, a aquellos que de todos modos en pocos meses más vendrán a lamer nuestras manos y a pedir nuestro voto. Sería bueno que se enteren desde ya que no lo tienen cautivo, y que entre el actual gobierno y Mongo, ganará Mongo, porque así votan los argentinos cuando se hartan. Entonces, ante este probable desenlace, quizá nuestro presidente reeleccionista reevalúe su estrategia y se resigne a entrar, solo o con su mujer, por la puerta estrecha de elecciones internas limpias. Si es cierto ese 75 % de popularidad, ¿a qué le temen los Kirchner?
El funeral del General Perón, lejos de las interpretaciones conspirativas, ha quedado ante los ojos de los argentinos, como la más cabal demostración de la falta de Estado y de una real autoridad, y, peor aún, de la falta de amor y respeto de quienes todo le deben. No se trató de una versión en farsa de Ezeiza, porque no había dos sectores ideológicos enfrentados como en aquel momento, sino un único bando, el de los ladrones políticos de distinta estirpe, con algún que otro pistolero para que no queden dudas acerca de su condición. Sin duda, el general Perón merecerá en el futuro, una bella ceremonia de funeral, con todos los honores correspondientes a su condición de presidente, de militar y de figura rectora del siglo XX argentino y ya vendrá el peronista digno que repare el presente agravio. Esta vez, sin nadie que lo defienda, Perón volvió a poner su cuerpo, en gesto de eterna simpatía hacia el pueblo, para abrirle los ojos y dejarle ver cómo es que esos ladrones, capaces de todo mientras invocan su nombre, ahora van por el alma. Esa que nunca van a conseguir, la que sólo se puede recibir como don, la que no se puede robar.
martes, septiembre 26, 2006
EL PERONISMO CONSTITUCIONALISTA
Hablar de peronismo constitucionalista puede sonar a contradicción, ya que el peronismo, en su tradicional estilo de acumulación de poder, ha sido cualquier cosa, menos respetuoso de la Constitución. Desde el Perón de los años 40-50 hasta Kirchner, se la modificó o avasalló en nombre de diferentes motivos: por liberal o incompleta, por no acertar en el ritmo de los mandatos presidenciales o en la debida correspondencia con los tratados internacionales, por conservadora o por demasiado modernista. La obediencia a la Constitución tuvo siempre, para los peronistas, un valor inferior a la fidelidad a la necesidad histórica del momento. Lo interesante de observar, sin embargo, es que el Perón del 73-74 respetó la última reforma introducida por el gobierno de facto en 1972 sobre la constitución reformada de 1957 que volvía atrás la reforma peronista de 1949, a la vez que declaraba abierta la etapa institucional del movimiento peronista. Esta etapa institucional aún no está cerrada y es este mandato constitucionalista de Perón, desobedecido con tenacidad por sus seguidores, el que está en la raíz de todos los males presentes del país.
Cuál es el vínculo entre la Constitución y la etapa institucional de la revolución peronista, y qué quiso significar Perón al llamar la atención sobre esta etapa, constituyen preguntas rara vez formuladas y mucho menos respondidas. Lo primero que hay que recordar es que el peronismo fue una revolución, es decir, una subversión del orden político y social imperante hasta el momento de su emergencia. Fue una revolución integradora con el objetivo de lograr una democratización total de la sociedad argentina. Como toda revolución, usó toda la fuerza disponible para completar sus objetivos, aún bajo el pecado de totalitarismo. La primera etapa de la revolución fue la de la creación de una doctrina para definir objetivos y límites de la acción revolucionaria, asegurando la difusión de esta doctrina desde el aparato de Estado. La segunda etapa, post caída del 55, de la toma del poder, pone en juego acciones violentas de reacción a la inconstitucional y violenta contrarrevolución libertadora. La tercera, la dogmática, ya con el regreso de Perón en 1972, define y asegura la doctrina, y muy en especial, la defiende del marxismo, que vía la guerrilla de aquel momento pretendió apoderarse, para transformarlo, del conjunto de valores y normas que la mayoría del pueblo había aceptado como propio. Es en ese contexto que Perón clausura la etapa dogmática de la revolución - el peronismo es peronismo y no otra cosa- y abre la etapa institucional, con dos grandes novedades: la institucionalización del movimiento en un partido y el respeto constitucionalista expresado en el reconocimiento y abrazo de Perón a la oposición histórica del peronismo, el radicalismo, en la persona de Ricardo Balbín.
Lo que Perón dejó antes de morir fue el mandato de organizar el peronismo como un partido democrático moderno y de respetar y colaborar con la organización del partido de oposición, el radical. Al regresar la vida democrática a la Argentina, por el peso de los terribles errores cometidos por el ilegítimo gobierno militar, el esquema de los dos grandes partidos persistió e incluso es un radical, Raúl Alfonsín, quien le gana al peronismo, el constitucionalista Italo Luder. Imposible pedir más democracia al peronismo. Unos años más tarde, Menem ganó la interna siguiendo el mismo esquema legado por Perón y a los radicales les tocó perder. Es ese esquema que tan bien sirvió para transitar los difíciles años post gobierno militar, el que se perdió en esta última década, sin que hasta ahora se haya podido o recuperarlo o sustituirlo. Como si el trazado institucional del propio Perón hubiera devenido en misterioso jeroglífico para sus ignorantes seguidores.
Los primeros en olvidar el mandato, un exitoso Menem y un oportunista Alfonsín, se las ingeniaron para modificar la Constitución, sin otro motivo que la necesidad de Menem de permanecer en el poder por motivos personales más que históricos, ya que no faltaban líderes peronistas y no peronistas que pudieran seguir con los nuevos lineamientos de la política. De Cavallo a de la Sota, pasando por Reutemann, Ruckauf y con una vasta selección de dirigentes aptos para sustituir al entonces Presidente Menem, el peronismo sólo pedía más institucionalidad y el país, más constitucionalismo. Más tarde Duhalde quebraría la constitución con su golpe institucional, y con la prohibición de realizar elecciones internas en el peronismo. Ahora los Kirchner piensan otra vez en usar para su propio beneficio, la doble manipulación de la reforma constitucional y de las internas partidarias. Este mal uso y abuso del partido peronista y de la Constitución, transforma a todos los últimos presidentes peronistas en herederos ineficientes e irresponsables del mandato histórico de Perón y vuelve a dejar vacante el lugar de reorganización del peronismo en su última fase institucional y constitucionalista.
Hay un liderazgo en el seno del mismo peronismo que no ha sido reemplazado: el del peronismo constitucionalista e institucional del último Perón. Las próximas elecciones darán cuenta de su ausencia o de su presencia, y así como Carlos Menem significó la actualización de la doctrina económica del peronismo en la era global, falta el líder peronista que asegure la actualización institucional del peronismo en una Argentina que quedó singularmente vacía de partidos políticos representativos.
Cuál es el vínculo entre la Constitución y la etapa institucional de la revolución peronista, y qué quiso significar Perón al llamar la atención sobre esta etapa, constituyen preguntas rara vez formuladas y mucho menos respondidas. Lo primero que hay que recordar es que el peronismo fue una revolución, es decir, una subversión del orden político y social imperante hasta el momento de su emergencia. Fue una revolución integradora con el objetivo de lograr una democratización total de la sociedad argentina. Como toda revolución, usó toda la fuerza disponible para completar sus objetivos, aún bajo el pecado de totalitarismo. La primera etapa de la revolución fue la de la creación de una doctrina para definir objetivos y límites de la acción revolucionaria, asegurando la difusión de esta doctrina desde el aparato de Estado. La segunda etapa, post caída del 55, de la toma del poder, pone en juego acciones violentas de reacción a la inconstitucional y violenta contrarrevolución libertadora. La tercera, la dogmática, ya con el regreso de Perón en 1972, define y asegura la doctrina, y muy en especial, la defiende del marxismo, que vía la guerrilla de aquel momento pretendió apoderarse, para transformarlo, del conjunto de valores y normas que la mayoría del pueblo había aceptado como propio. Es en ese contexto que Perón clausura la etapa dogmática de la revolución - el peronismo es peronismo y no otra cosa- y abre la etapa institucional, con dos grandes novedades: la institucionalización del movimiento en un partido y el respeto constitucionalista expresado en el reconocimiento y abrazo de Perón a la oposición histórica del peronismo, el radicalismo, en la persona de Ricardo Balbín.
Lo que Perón dejó antes de morir fue el mandato de organizar el peronismo como un partido democrático moderno y de respetar y colaborar con la organización del partido de oposición, el radical. Al regresar la vida democrática a la Argentina, por el peso de los terribles errores cometidos por el ilegítimo gobierno militar, el esquema de los dos grandes partidos persistió e incluso es un radical, Raúl Alfonsín, quien le gana al peronismo, el constitucionalista Italo Luder. Imposible pedir más democracia al peronismo. Unos años más tarde, Menem ganó la interna siguiendo el mismo esquema legado por Perón y a los radicales les tocó perder. Es ese esquema que tan bien sirvió para transitar los difíciles años post gobierno militar, el que se perdió en esta última década, sin que hasta ahora se haya podido o recuperarlo o sustituirlo. Como si el trazado institucional del propio Perón hubiera devenido en misterioso jeroglífico para sus ignorantes seguidores.
Los primeros en olvidar el mandato, un exitoso Menem y un oportunista Alfonsín, se las ingeniaron para modificar la Constitución, sin otro motivo que la necesidad de Menem de permanecer en el poder por motivos personales más que históricos, ya que no faltaban líderes peronistas y no peronistas que pudieran seguir con los nuevos lineamientos de la política. De Cavallo a de la Sota, pasando por Reutemann, Ruckauf y con una vasta selección de dirigentes aptos para sustituir al entonces Presidente Menem, el peronismo sólo pedía más institucionalidad y el país, más constitucionalismo. Más tarde Duhalde quebraría la constitución con su golpe institucional, y con la prohibición de realizar elecciones internas en el peronismo. Ahora los Kirchner piensan otra vez en usar para su propio beneficio, la doble manipulación de la reforma constitucional y de las internas partidarias. Este mal uso y abuso del partido peronista y de la Constitución, transforma a todos los últimos presidentes peronistas en herederos ineficientes e irresponsables del mandato histórico de Perón y vuelve a dejar vacante el lugar de reorganización del peronismo en su última fase institucional y constitucionalista.
Hay un liderazgo en el seno del mismo peronismo que no ha sido reemplazado: el del peronismo constitucionalista e institucional del último Perón. Las próximas elecciones darán cuenta de su ausencia o de su presencia, y así como Carlos Menem significó la actualización de la doctrina económica del peronismo en la era global, falta el líder peronista que asegure la actualización institucional del peronismo en una Argentina que quedó singularmente vacía de partidos políticos representativos.
jueves, agosto 31, 2006
EL GOBIERNO Y SU OPOSICIÓN; LA OPOSICIÓN AL GOBIERNO Y A SU OPOSICIÓN
Nada está muy claro en el panorama electoral argentino. Ni la Justicia Electoral, que obedece las sugerencias u órdenes del oficialismo, ni el calendario electoral, que oscila entre dos fechas de mayo y octubre según las versiones formales e informales del oficialismo, ni dónde se expresan las dos corrientes políticas mayoritarias del pueblo argentino, la socialdemócrata y la liberal modernista. Se acabaron los tiempos en que se podía confiar en la contienda entre gorilas y peronistas o, más recientemente, entre radicales y peronistas. La herencia ideológica de gorilas, radicales y peronistas, a falta de un debate limpio y de elecciones democráticas en el seno de los dos últimos grandes partidos, no ha encontrado un apropiado cauce electoral.
Así las cosas, el pueblo sólo puede elegir entre fragmentos del pasado, y vemos que la corriente socialdemócrata se ha apoderado de los dos grandes partidos, el radical, de la mano de Alfonsín, apoyando al ex peronista Lavagna como candidato opuesto a la socialdemocracia del oficialismo, conducida por el Presidente Kirchner, que se postula a sí mismo, opuesto a su vez a la socialdemocracia del peronismo, conducida por Duhalde, que apoyaría en ese caso al entonces aún peronista Lavagna. Si la frase parece circular, es porque refleja con precisión el círculo vicioso de un oficialismo abrazado a su propia oposición, de la cual, además, proviene.
La otra corriente, la liberal modernista, se presenta también en fragmentos, el peronista de Menem, el filoperonista de Cavallo, el gorila de la residual UCD, y, la sorprendente variante indecisa de Macri que se presenta a veces como liberal modernista y otras, como socialdemócrata capaz de hacer una alianza con Duhalde o Lavagna.
El panorama electoral ofrece hoy a los votantes una limitada elección entre las dos variantes socialdemócratas, la del oficialismo y la de su oposición. También, el principio de una esperanza que nadie se anima aún a alimentar con el necesario fuego de la pasión política: que la variante indecisa de Macri se transforme en el ojo de un huracán que concentre todos los buenos vientos del liberalismo modernista y se despoje del inservible harapo de la socialdemocracia, que sólo sirve para mendigar votos. No sería, sin embargo, la primera vez que un príncipe ignora su fortuna y equivoca el plan y los tiempos.
No es Macri el único príncipe posible. El peronismo, librado a la fuerza de una elección interna limpia, produciría sorpresas, hoy sólo suspendidas por la corrupción oficialista de la Justicia Electoral. Hay por lo menos tres gobernadores en categoría potencial de huracán.
El pueblo, dueño del poder, precisa un poco más de explicación acerca de lo que está sucediendo camino a sus elecciones. Es fácil definir los campos: la socialdemocracia es como Alfonsín, como el Chacho Alvarez, como Duhalde, como Kirchner. El liberalismo modernista es como Isabel Perón, como Martínez de Hoz, como Alsogaray, como Menem, como Cavallo, como López Murphy. Claro que hace falta coraje para poner a todos estos nombres juntos y asumirlos como una inequívoca corriente dentro del pueblo argentino, a pesar de sus diferentes orígenes históricos y matices. Eso es, sin embargo, lo que hace falta para que emerja nítida, una verdadera oposición al oficialismo y su falsa oposición: coraje para avanzar hacia futuro, asumiendo el pasado de aquellos que sembraron en el mismo surco. Actualizando también, ya hacia el final de la primera década del siglo XXI, los valores con los cuales se propone gobernar el liberalismo modernista, de llegar otra vez al poder. El pasado es herencia y referencia. El futuro, pura creatividad y novedad.
Las elecciones de 2007 pueden ser una parodia de elección, o la ocasión de elegir, de verdad, entre dos corrientes opuestas. Una ya tiene su representante y la ficción de su oposición. La otra espera el líder que devuelva a los argentinos esa inmensa porción de su identidad política, hoy sepultada en los legajos de la injusticia electoral.
Así las cosas, el pueblo sólo puede elegir entre fragmentos del pasado, y vemos que la corriente socialdemócrata se ha apoderado de los dos grandes partidos, el radical, de la mano de Alfonsín, apoyando al ex peronista Lavagna como candidato opuesto a la socialdemocracia del oficialismo, conducida por el Presidente Kirchner, que se postula a sí mismo, opuesto a su vez a la socialdemocracia del peronismo, conducida por Duhalde, que apoyaría en ese caso al entonces aún peronista Lavagna. Si la frase parece circular, es porque refleja con precisión el círculo vicioso de un oficialismo abrazado a su propia oposición, de la cual, además, proviene.
La otra corriente, la liberal modernista, se presenta también en fragmentos, el peronista de Menem, el filoperonista de Cavallo, el gorila de la residual UCD, y, la sorprendente variante indecisa de Macri que se presenta a veces como liberal modernista y otras, como socialdemócrata capaz de hacer una alianza con Duhalde o Lavagna.
El panorama electoral ofrece hoy a los votantes una limitada elección entre las dos variantes socialdemócratas, la del oficialismo y la de su oposición. También, el principio de una esperanza que nadie se anima aún a alimentar con el necesario fuego de la pasión política: que la variante indecisa de Macri se transforme en el ojo de un huracán que concentre todos los buenos vientos del liberalismo modernista y se despoje del inservible harapo de la socialdemocracia, que sólo sirve para mendigar votos. No sería, sin embargo, la primera vez que un príncipe ignora su fortuna y equivoca el plan y los tiempos.
No es Macri el único príncipe posible. El peronismo, librado a la fuerza de una elección interna limpia, produciría sorpresas, hoy sólo suspendidas por la corrupción oficialista de la Justicia Electoral. Hay por lo menos tres gobernadores en categoría potencial de huracán.
El pueblo, dueño del poder, precisa un poco más de explicación acerca de lo que está sucediendo camino a sus elecciones. Es fácil definir los campos: la socialdemocracia es como Alfonsín, como el Chacho Alvarez, como Duhalde, como Kirchner. El liberalismo modernista es como Isabel Perón, como Martínez de Hoz, como Alsogaray, como Menem, como Cavallo, como López Murphy. Claro que hace falta coraje para poner a todos estos nombres juntos y asumirlos como una inequívoca corriente dentro del pueblo argentino, a pesar de sus diferentes orígenes históricos y matices. Eso es, sin embargo, lo que hace falta para que emerja nítida, una verdadera oposición al oficialismo y su falsa oposición: coraje para avanzar hacia futuro, asumiendo el pasado de aquellos que sembraron en el mismo surco. Actualizando también, ya hacia el final de la primera década del siglo XXI, los valores con los cuales se propone gobernar el liberalismo modernista, de llegar otra vez al poder. El pasado es herencia y referencia. El futuro, pura creatividad y novedad.
Las elecciones de 2007 pueden ser una parodia de elección, o la ocasión de elegir, de verdad, entre dos corrientes opuestas. Una ya tiene su representante y la ficción de su oposición. La otra espera el líder que devuelva a los argentinos esa inmensa porción de su identidad política, hoy sepultada en los legajos de la injusticia electoral.
sábado, julio 29, 2006
LA ARGENTINA SIN FORMA
No se trata tanto de que el actual gobierno argentino organice un inconveniente giro a la izquierda, sino de la pérdida absoluta de la Argentina como entidad política y cultural diferenciada de las demás naciones del Continente Americano y del mundo. La total incultura de la clase dirigente en el poder ha terminado por licuar los restos de lo que aún no totalmente estable, fue siempre la identidad diferenciada de la Argentina: un país en permanente organización para una sociedad democrática próspera y feliz, modelo para las demás naciones en desarrollo de América y esperanza para un mundo donde democracia, libertad y prosperidad no siempre van de la mano.
Inútil repetir que este gobierno que llegó gracias al peronismo lo desobedece ahora no creando un sostén estable de prosperidad, lo deshonra destruyendo toda posibilidad de internas partidarias libres y lo usa de mala manera para perpetuarse en un poder que el peronismo siempre conquistó por acierto propio o por cansancio de la población frente a los infinitos errores de la oposición.
Al gobierno de Duhalde y a este Gobierno, la Argentina les debe -y ya les pasará la factura- su pérdida de prestigio internacional, la pérdida de su moderno esquema económico emparejado con el de las naciones más desarrolladas del planeta y la pérdida de su rol conductor en los asuntos latinoamericanos como el mejor intérprete de las tendencias globales. También como el interlocutor respetado por los Estados Unidos en la asistencia a la solución de los problemas mundiales, lo cual se transmite a una pérdida de influencia internacional. La aparente prosperidad, que no es sino crecimiento reprimido después de una abrupta amputación en 2002 de los parámetros económicos aceptados por la Argentina y el mundo durante más de una década, apenas disimula el desastre de la total pérdida de identidad y de rumbo. Que un Chávez dicte la política exterior de la Argentina, omite la necesidad de citar mayores pruebas de la decadencia.
Pero la Argentina ya circuló por peores crisis y conoció gobiernos aún más lamentables, violadores ya no de su identidad sino de sus más elementales derechos. El problema que preocupa hoy es el de la falta de liderazgo para una sustitución democrática de las presentes políticas. La pérdida de la formas ha alcanzado también a la prensa, que se mueve dentro de un acotado espacio de discusión, y a los desorganizados partidos políticos, a la democrática reorganización de los cuales tampoco ayudan las autoridades de la Justicia Electoral.
Si este gobierno no sabe lo que lo son las formas, y mucho menos, se siente identificado con la más tradicional forma de la Argentina, capitalista, liberal, democrática y rebelde a toda distorsión de su más íntima y creativa libertad, alguien fuera de él deberá saberlo y construir una oposición que no sea más de lo mismo. Hay un claro haz de luz que atraviesa la oscuridad, aunque nadie se haya ubicado dentro de él para ser visto como el restaurador de las formas, que la Argentina eterna perdió en un momento de confusión colectiva y de desesperación ante una crisis que no se confió en poder resolver desde el mismo centro de su forma.
La Argentina sin forma es el doble mentiroso y fracasado de la Argentina real. De esa Argentina con forma que a lo largo de su historia ha prevalecido, triunfado y creado para los argentinos un seguro refugio emocional de orgullosa pertenencia. La forma está. Falta quien la restablezca.
Inútil repetir que este gobierno que llegó gracias al peronismo lo desobedece ahora no creando un sostén estable de prosperidad, lo deshonra destruyendo toda posibilidad de internas partidarias libres y lo usa de mala manera para perpetuarse en un poder que el peronismo siempre conquistó por acierto propio o por cansancio de la población frente a los infinitos errores de la oposición.
Al gobierno de Duhalde y a este Gobierno, la Argentina les debe -y ya les pasará la factura- su pérdida de prestigio internacional, la pérdida de su moderno esquema económico emparejado con el de las naciones más desarrolladas del planeta y la pérdida de su rol conductor en los asuntos latinoamericanos como el mejor intérprete de las tendencias globales. También como el interlocutor respetado por los Estados Unidos en la asistencia a la solución de los problemas mundiales, lo cual se transmite a una pérdida de influencia internacional. La aparente prosperidad, que no es sino crecimiento reprimido después de una abrupta amputación en 2002 de los parámetros económicos aceptados por la Argentina y el mundo durante más de una década, apenas disimula el desastre de la total pérdida de identidad y de rumbo. Que un Chávez dicte la política exterior de la Argentina, omite la necesidad de citar mayores pruebas de la decadencia.
Pero la Argentina ya circuló por peores crisis y conoció gobiernos aún más lamentables, violadores ya no de su identidad sino de sus más elementales derechos. El problema que preocupa hoy es el de la falta de liderazgo para una sustitución democrática de las presentes políticas. La pérdida de la formas ha alcanzado también a la prensa, que se mueve dentro de un acotado espacio de discusión, y a los desorganizados partidos políticos, a la democrática reorganización de los cuales tampoco ayudan las autoridades de la Justicia Electoral.
Si este gobierno no sabe lo que lo son las formas, y mucho menos, se siente identificado con la más tradicional forma de la Argentina, capitalista, liberal, democrática y rebelde a toda distorsión de su más íntima y creativa libertad, alguien fuera de él deberá saberlo y construir una oposición que no sea más de lo mismo. Hay un claro haz de luz que atraviesa la oscuridad, aunque nadie se haya ubicado dentro de él para ser visto como el restaurador de las formas, que la Argentina eterna perdió en un momento de confusión colectiva y de desesperación ante una crisis que no se confió en poder resolver desde el mismo centro de su forma.
La Argentina sin forma es el doble mentiroso y fracasado de la Argentina real. De esa Argentina con forma que a lo largo de su historia ha prevalecido, triunfado y creado para los argentinos un seguro refugio emocional de orgullosa pertenencia. La forma está. Falta quien la restablezca.
martes, mayo 16, 2006
EL FIN DE LA TRANSVERSALIDAD
Que el Presidente Kirchner base su proyecto de reelección en la construcción de una transversalidad peronista-radical, no significa que su estrategia política vaya a resultar exitosa. Más bien, al igual que toda su estrategia general para el país, este pensamiento parece teñido de un casi incomprensible y suicida atraso, incluso medido en términos de su propio predominio en el espacio político. La construcción de un sistema democrático transparente y funcional a la legítima necesidad del pueblo argentino de contar con instrumento útil para seleccionar en forma eficiente a sus líderes y administradores, continúa pendiente.
A la anarquía posterior a las escisiones de los dos grandes partidos tradicionales, se superpuso la fantasía, ya agotada por la experiencia y enterrada en las últimas elecciones de 2005, de un nuevo bipartidismo, compuesto por dos grandes alianzas, una de izquierda y otra de derecha, que sustituyesen en forma duradera a los grandes partidos del pasado. La realidad de hoy verifica que la transversalidad de derecha y la transversalidad de izquierda han fracasado en su objetivo organizador de nuevos grandes partidos y obliga a asumir que las ideologías, finalmente, no resultaron más fuertes que las pertenencias históricas. Lamentablemente para los soñadores de dos nuevos grandes partidos, quedan aún demasiados peronistas y radicales vivos, definidos por su experiencia histórica y por sus viejos amores y lealtades, como para imaginar transversalidades exitosas que los agrupen en forma estable. No se trata de izquierdas y derechas solamente. Convendría tener en cuenta este dato, para tratar de resolver lo que continua siendo una necesidad para el país: un ordenando sistema bipartidista que asegure el correcto debate de las políticas nacionales y permita en mayor escala –por medio de afiliaciones masivas semejantes a las del pasado- o en menor escala –por medio de afiliaciones selectivas y votaciones abiertas- la necesaria participación popular.
Si, atento a la experiencia histórica desde 1995 hasta la fecha, se descarta el sistema residual de alianzas transversales por no constituir un suficiente basamento democrático duradero para la expresión de las minorías, siempre excluidas de la participación en el poder y de las grandes decisiones nacionales por agrupaciones masivas fortuitas y fundadas en una específica necesidad electoral, lo que resta es el regreso al esquema original que no se pudo resolver e intentar resolverlo con éxito. Las elecciones generales de 2007 reclaman este esfuerzo de ordenamiento institucional y los políticos están llamados a instalar este tema en la opinión pública y promover el creativo pensamiento colectivo hacia una solución permanente.
Durante las décadas pasadas, el partido radical, primero, y el peronista después comenzaron a desmembrarse, atomizarse y casi destruirse por un solo motivo: la falta de una prolija democracia interna que aceptase, a la vez que gestionase, las disputas ideológicas en el interior de cada partido. El sistema político del rancho aparte parece haber terminado y, terminada la destrucción, sólo queda por delante la reconstrucción. Detrás de la realidad de la opción entre transversalidad o regreso a los partidos tradicionales, se esconde la única verdad: la necesidad de dos grandes partidos que ordenen la puja política.
Lo que en el pasado no se pudo o se supo organizar , quizá se pueda organizar hoy, aplicando a las dos grandes cáscaras históricas de los dos grandes partidos históricos del Siglo XX, el sistema de multiunidad de las grandes empresas globales, un modelo de organización que aún no ha sido aplicado al espacio político y que sirve para gestionar en el tiempo y en el espacio la productividad de distintos grupos, con ideología y proyecto propio, pero protegidos bajo un paraguas unificador capaz de dar identidad y proyección en el tiempo al conjunto. Así, puede imaginarse hoy un sistema nacional bipartidista, aprovechando las estructuras nacionales y la identidad histórica de los dos grandes partidos radical y peronista y, bajo la protección de cada uno de ellos, una multiplicidad de grupos políticos con diferentes ideologías y proyectos de país, compitiendo entre sí y tiñendo a cada partido, según el resultado de las internas, con su propio color político, siempre aleatorio y reflejo de tendencias profundas en la comunidad.
La multinunidad de cada partido permitiría la coexistencia y puja de izquierdas y derechas en el mismo espacio, y permitiría a cada partido una mayor variedad de selección de dirigentes y una más afinada adecuación del partido a cada momento histórico. Este ordenamiento evitaría a la ciudadanía el permanente sobresalto institucional, le aseguraría un estimulante ejercicio democrático de extrema participación y movilidad y, finalmente, le garantizaría que ninguna tendencia hegemónica dominase el espacio electoral – sea por coartar la democracia interna, sea por destruir el partido madre y fomentar alianzas bipartidistas como en el pasado reciente. Si llegase el caso de que los dos partidos tuviesen en su oferta electoral final a dos representantes de una misma ideología, elegidos democráticamente en sucesivas internas, los representantes de ideologías opuestas en ambos partidos perderían el turno pero no el sistema, que les garantizaría predominar toda vez que la tendencia ideológica de los votantes se manifestara en su dirección, en un partido, en otro o en ambos. Una temporaria derrota no sería nunca excluyente y siempre quedaría habilitado el instrumento para asegurar representaciones fieles a la voluntad del electorado. Un funcionamiento de democracia abierta, comparable a la economía competitiva y abierta del mercado global, que sólo exige la renuncia al estancamiento ideológico para asumir la aventura de las identidades históricas.
Si Perón creía en el movimientismo, también creía en la institucionalización, y quizá la solución de este, para muchos, irresoluble acertijo, pasa por descubrir que hubiera sido necesario impulsar el movimientismo dentro de cada partido y no fuera de ellos. Moviéndose al compás de los tiempos del país y del mundo, anclados en una firme estructura institucional, los partidos quizá puedan resistir en esta nueva ocasión electoral a la tentación de la ideología hegemónica y acepten reconstruirse en la múltiple y enriquecedora variedad de la pugna democrática interna. Si Kirchner cree en la verdad de la transversalidad, los peronistas tal vez decidan que prefieren seguir creyendo en la verdad de Perón. No por casualidad, a los radicales también Perón les conviene esta vez.
martes, mayo 09, 2006
EL LENTO REGRESO AL BIPARTIDISMO
Detrás de la miríada de pequeños partidos con aspiraciones a transformarse en grandes partidos nacionales, se percibe la inequívoca traza de los últimos dos grandes partidos. Es tan válido esperar a que cada uno de los nuevos pequeños partidos crezca hasta tomar una dimensión nacional, como proponer acelerar el proceso de cambio de las elites políticas por medio de una redemocratización y revitalización de las cáscaras históricas de los partidos justicialista y radical.
Los nuevos dirigentes, lejos de estar cortados de las raíces de los antiguos partidos, parecen por el contrario nutrirse aún de ambas posiciones históricas, y de las cuales se muestran, por identificación o rechazo, como una clara continuidad. Baste ver las disputas entre Macri, Sobisch y López Murphy, acerca de cuánto peronismo admite cada uno de ellos, para darse cuenta que lejos de constituir los tres una nueva fuerza homogénea, expresan los dos primeros, una línea renovadora del peronismo y López Murphy, una línea renovadora del radicalismo. La afinidad de éste último con Elisa Carrió ilustra más la idea de que si se alentara una limpieza del padrón de ambos partidos seguida de una campaña de reafiliación masiva con elecciones internas para las nuevas autoridades y competencia interna democrática entre las distintas líneas de aspirantes a diversos cargos públicos, la renovación de la política sucedería en forma armoniosa e inmediata.
Volveríamos así a tener, en el siglo XXI, la versión modernizada de los dos grandes partidos del siglo XX, con la lección aprendida de que, toda vez que se interrumpa la vida democrática interna de los partidos, lo que seguirá será un proceso de fuga y dispersión de las fuerzas internas que al no poder alcanzar el tamaño previo del partido troncal y disminuyendo el potencial de éste, imposibilitarán toda vida democrática externa y regalarán el poder a quienes, desde el Estado, sean los únicos con el poder suficiente como para construir mayorías.
Lo que hoy se llama partido hegemónico del Gobierno no es sino un Partido Justicialista diezmado por las sucesivas sangrías de tipo ideológico, las interesadas inhabilitaciones judiciales y la renuncia al reclamo de elecciones internas libres. Lo que hoy se llama una falta de oposición a ese partido hegemónico del Gobierno, no es sino la imposible suma de un inoperante partido radical que padeció sangrías similares y de insuficientes aunque numerosos nuevos partidos conformados por escisiones del último peronismo liberal y del radicalismo reciente o producto de las sangrías ideológicas anteriores.
Una verdadera vida democrática dentro de los dos grandes partidos, podría producir ahora lo que una insuficiente democracia no supo producir en el pasado: la coexistencia de líneas ideológicas opuestas en el interior de cada partido aunque unidas por una identidad histórica común, y regidas por determinados valores prioritarios. Cada partido podría funcionar así como una cantera de diferentes equipos y competir en las elecciones generales a veces con un equipo más federalista, por ejemplo, y en otra, con uno más centralista; o con uno más inclinado a una economía con fuerte participación del Estado, en una, y en otra, con uno que decididamente sostuviese una economía liberal de mercado. La población tendría así no dos partidos radicalizados en posiciones opuestas sino dos partidos capaces de ser muchos, según sus diversas líneas internas, aunque unificados en sólo dos grandes aparatos electorales que compitiesen a la hora de las elecciones generales.
Las próximas elecciones generales de 2007 ofrecen un gran punto de referencia para comenzar a pensar en estos términos. Los pequeños partidos independientes afines al peronismo, por caso los de Sobisch y Macri, y ni que hablar Cavallo, de fuerte ligazón histórica con el peronismo, harían bien en percibirse como una parte integrante de éste y fomentar una asociación explícita con las líneas internas del peronismo liberal, que sólo espera a que la justicia electoral deje de intervenir en la vida interna del partido, para poder competir frente a aquellos que en forma desleal se han convertido en dominantes. El caso del peronismo es bien concreto y sorprende la abulia pública y la haraganería política de los argentinos, al considerar que Kirchner obtendrá su nominación automática como candidato a presidente del peronismo y será reelegido.
Desde luego que esto sucederá, si no nos manifestamos en contra de la mayor irregularidad de nuestra vida pública: no tener elecciones internas en los grandes partidos y haber encontrado, como única defensa para expresarnos políticamente, la pobre solución de construir infinitos pequeños partidos con pocas chances de crecer hasta la medida necesaria del poder.
Por cierto, el peronismo constituye el problema más urgente de resolver, dado el creciente volumen de poder que acumula la menos representativa de sus líneas internas hoy encaramada en el Gobierno, sin que se pueda imaginar un límite a este poder a menos de alentar la confrontación interna democrática.
El caso del radicalismo es semejante y también allí, abandonando la pretensión de una orientación hegemónica, se puede encontrar la riqueza de equipos antagónicos, pero muy solventes, y un dirigente como López Murphy podría navegar en sus aguas naturales, junto a sus semejantes, como de La Rua, y competir internamente, con dirigentes de igual valía, misma raíz e identidad, y enfoques totalmente opuestos de gestión, como Carrió, Storani, Brandoni y otros.
La política argentina reclama soluciones simples y eficientes para salir del callejón sin salida en el cual los votantes, después de despedir a los gritos a dirigentes con los cuales no se sentían conformes, perciben que tampoco hoy son cabalmente representados y que no pueden participar ni incidir en las políticas públicas. Un primer gesto de auto preservación y conservación de la herencia política recibida, sería admitir que todavía contamos con dos grandes aparatos políticos y que, en un feroz boca a boca, podríamos volverlos a la vida y hacerlos funcionar de modo que nos sirvan para tener una Argentina mejor, pero también tranquilizadoramente parecida a aquella en la cual vivimos, bien que mal, toda la vida.
Lázaro, levántate y anda, eso ya lo dijo alguien otra vez, en un tiempo que muchos persisten en negar, y funcionó. La Argentina se puso de pie, y caminó, aunque después la virtud para la misión histórica no alcanzara. Hoy Lázaro, es el sistema político. Debería levantarse, y andar.
Los nuevos dirigentes, lejos de estar cortados de las raíces de los antiguos partidos, parecen por el contrario nutrirse aún de ambas posiciones históricas, y de las cuales se muestran, por identificación o rechazo, como una clara continuidad. Baste ver las disputas entre Macri, Sobisch y López Murphy, acerca de cuánto peronismo admite cada uno de ellos, para darse cuenta que lejos de constituir los tres una nueva fuerza homogénea, expresan los dos primeros, una línea renovadora del peronismo y López Murphy, una línea renovadora del radicalismo. La afinidad de éste último con Elisa Carrió ilustra más la idea de que si se alentara una limpieza del padrón de ambos partidos seguida de una campaña de reafiliación masiva con elecciones internas para las nuevas autoridades y competencia interna democrática entre las distintas líneas de aspirantes a diversos cargos públicos, la renovación de la política sucedería en forma armoniosa e inmediata.
Volveríamos así a tener, en el siglo XXI, la versión modernizada de los dos grandes partidos del siglo XX, con la lección aprendida de que, toda vez que se interrumpa la vida democrática interna de los partidos, lo que seguirá será un proceso de fuga y dispersión de las fuerzas internas que al no poder alcanzar el tamaño previo del partido troncal y disminuyendo el potencial de éste, imposibilitarán toda vida democrática externa y regalarán el poder a quienes, desde el Estado, sean los únicos con el poder suficiente como para construir mayorías.
Lo que hoy se llama partido hegemónico del Gobierno no es sino un Partido Justicialista diezmado por las sucesivas sangrías de tipo ideológico, las interesadas inhabilitaciones judiciales y la renuncia al reclamo de elecciones internas libres. Lo que hoy se llama una falta de oposición a ese partido hegemónico del Gobierno, no es sino la imposible suma de un inoperante partido radical que padeció sangrías similares y de insuficientes aunque numerosos nuevos partidos conformados por escisiones del último peronismo liberal y del radicalismo reciente o producto de las sangrías ideológicas anteriores.
Una verdadera vida democrática dentro de los dos grandes partidos, podría producir ahora lo que una insuficiente democracia no supo producir en el pasado: la coexistencia de líneas ideológicas opuestas en el interior de cada partido aunque unidas por una identidad histórica común, y regidas por determinados valores prioritarios. Cada partido podría funcionar así como una cantera de diferentes equipos y competir en las elecciones generales a veces con un equipo más federalista, por ejemplo, y en otra, con uno más centralista; o con uno más inclinado a una economía con fuerte participación del Estado, en una, y en otra, con uno que decididamente sostuviese una economía liberal de mercado. La población tendría así no dos partidos radicalizados en posiciones opuestas sino dos partidos capaces de ser muchos, según sus diversas líneas internas, aunque unificados en sólo dos grandes aparatos electorales que compitiesen a la hora de las elecciones generales.
Las próximas elecciones generales de 2007 ofrecen un gran punto de referencia para comenzar a pensar en estos términos. Los pequeños partidos independientes afines al peronismo, por caso los de Sobisch y Macri, y ni que hablar Cavallo, de fuerte ligazón histórica con el peronismo, harían bien en percibirse como una parte integrante de éste y fomentar una asociación explícita con las líneas internas del peronismo liberal, que sólo espera a que la justicia electoral deje de intervenir en la vida interna del partido, para poder competir frente a aquellos que en forma desleal se han convertido en dominantes. El caso del peronismo es bien concreto y sorprende la abulia pública y la haraganería política de los argentinos, al considerar que Kirchner obtendrá su nominación automática como candidato a presidente del peronismo y será reelegido.
Desde luego que esto sucederá, si no nos manifestamos en contra de la mayor irregularidad de nuestra vida pública: no tener elecciones internas en los grandes partidos y haber encontrado, como única defensa para expresarnos políticamente, la pobre solución de construir infinitos pequeños partidos con pocas chances de crecer hasta la medida necesaria del poder.
Por cierto, el peronismo constituye el problema más urgente de resolver, dado el creciente volumen de poder que acumula la menos representativa de sus líneas internas hoy encaramada en el Gobierno, sin que se pueda imaginar un límite a este poder a menos de alentar la confrontación interna democrática.
El caso del radicalismo es semejante y también allí, abandonando la pretensión de una orientación hegemónica, se puede encontrar la riqueza de equipos antagónicos, pero muy solventes, y un dirigente como López Murphy podría navegar en sus aguas naturales, junto a sus semejantes, como de La Rua, y competir internamente, con dirigentes de igual valía, misma raíz e identidad, y enfoques totalmente opuestos de gestión, como Carrió, Storani, Brandoni y otros.
La política argentina reclama soluciones simples y eficientes para salir del callejón sin salida en el cual los votantes, después de despedir a los gritos a dirigentes con los cuales no se sentían conformes, perciben que tampoco hoy son cabalmente representados y que no pueden participar ni incidir en las políticas públicas. Un primer gesto de auto preservación y conservación de la herencia política recibida, sería admitir que todavía contamos con dos grandes aparatos políticos y que, en un feroz boca a boca, podríamos volverlos a la vida y hacerlos funcionar de modo que nos sirvan para tener una Argentina mejor, pero también tranquilizadoramente parecida a aquella en la cual vivimos, bien que mal, toda la vida.
Lázaro, levántate y anda, eso ya lo dijo alguien otra vez, en un tiempo que muchos persisten en negar, y funcionó. La Argentina se puso de pie, y caminó, aunque después la virtud para la misión histórica no alcanzara. Hoy Lázaro, es el sistema político. Debería levantarse, y andar.
sábado, abril 01, 2006
ARGENTINA: SE BUSCA UN AUTOR
¿Existe un espectáculo más aburrido que la política argentina actual? De la generación peronista del 73, todos esperábamos un libreto más brillante, mejor pensado y, sobre todo, mucho más entretenido. Los actuales representantes del 73 en el gobierno, repiten su trama favorita y, como material de pensamiento político, sólo nos entregan los antiguos capítulos de la guerra entre militares y guerrilleros. Obligados a presenciar esta remake, nos hubiera por fin gustado conocer el backstage de aquellas escenas que describen el motivo secreto del golpe -terminar con Isabel Perón y todo vestigio de peronismo- más que las escenas ya grabadas a fuego en la memoria colectiva, de una guerra entre dos bandos igualmente crueles, antipopulares y antidemocráticos.
Como otro peronista, Carlos Menem, decidió, hace ya bastante tiempo también y en su carácter de autor creativo y renovador, que no valía la pena abrumar al público con el pasado, puesto que el peronismo había vuelto de todos modos al poder y por decisión popular, tampoco añoramos hoy tanto las escenas extraviadas. Pero en tiempos de memoria por decreto y con feriado obligatorio, las mencionamos para que se vea que no olvidamos, y para que quede el registro, de modo de conformar así la orden gubernamental. Lo que hoy extrañamos, sin embargo, es un libreto nuevo que nos diga en qué punto está la Argentina y cómo seguimos la historia.
Después de Duhalde, el antagonista de Carlos Menem, que sólo pudo emular a éste destruyendo la Argentina moderna de su creación y retrotrayéndola a su trama anterior, la radical-alfonsinista, el ingenio argentino parece haberse estancado. No se ven autores a la vista, apenas un presidente clavado en el pasado y que intentando superar a Menem y a Duhalde, sólo consigue parecerse cada día más a Hugo Chávez en sus tímidos comienzos, antes de convertirse en el dictador de Venezuela con el sufragio popular.
En un pueblo muy calificado en su destreza literaria y con una enorme capacidad de imaginación, no debería sorprendernos que, en cualquier momento, surja un nuevo creativo que se proponga como antagonista del actual protagonista, nos saque de la inercia y nos lance a la aventura de una acción novedosa. Al contemplar el panorama político actual, dicho creativo podrá advertir que todo gira aún alrededor del eje del último gran partido argentino, el peronista –o justicialista- y que la oposición aún se nutre de importantes parcelas desplazadas de éste y que aún tienen abierta la posibilidad de reagruparse y volver. Para evitar este regreso, una intervención de los sucesivos presidentes sobre la Constitución y sobre la Justicia Electoral ha evitado periódicamente toda posible contienda democrática dentro de ese partido y ensuciado las reglas por las cuales una auténtica oposición, históricamente no proveniente del peronismo, podría organizarse. El creativo no tendrá entonces otra opción que desarrollar la nueva trama a partir de este hecho incontrastable que exige una resolución diferente para que el pueblo argentino sea feliz y la Nación, lo más grande que se pueda, y oponiendo al protagonista, un antagonista.
En el poder se encuentra el protagonista, un presidente que intenta usar el partido peronista como un partido único sin oposición para aplicar una política económica de capitalismo tibio y estatista en la economía; de alineamiento con los rebeldes a Estados Unidos en la política exterior, y con una cobertura de progresismo propia de la generación a la cual pertenece.
Fuera del poder, el antagonista, que también – ¡sorpresa que nos depara el creativo!- pertenece a la generación peronista del 73, es tan progresista como corresponde, pero está convencido de que sólo una política económica plenamente capitalista y liberal y un alineamiento con Estados Unidos para organizar el continente en un mercado común primero y en una unidad política después, puede asegurar el ingreso pleno y sin retrocesos de la Argentina a la modernidad. El antagonista sabe que sólo la firma de un tratado en común y la posibilidad de recurrir a una justicia continental o global es lo que protegerá a la Argentina contra otros nuevos creativos que, imitando a Duhalde, quisieran otra vez sacarla de cauce.
El actual protagonista, Kirchner, se sueña en continuidad, sustituido sin conflictos por su mujer o haciendo quizá de ésta para las próximas elecciones presidenciales, una falsa antagonista dibujada un poco hacia la derecha. Frente a él, aún no se ve ningún antagonista de peso, y sobre todo y esencial, ningún antagonista dentro del mismo espacio generacional peronista, hecho llamativo si lo que está aún en cuestión es la resolución ideológica de una herencia. La generación peronista del 73, a pesar del cliché izquierdista que la acompaña y más allá de las muertes y los exilios, se compone también de cuadros que continuaron evolucionando, desde la izquierda, desde el centro y desde la derecha, hacia un pensamiento peronista moderno, atento siempre a los mandatos doctrinarios, pero renovado en su instrumental. Así, Kirchner se encuentra bien lejos de representar el fin de la historia peronista y expresa más bien una instancia previa a una espectacular e imprevista conclusión, protagonizada por un aún desconocido antagonista.
El antagonista no tiene nombre, sólo una identificación: pertenece a la misma generación del Presidente. Vivió la misma historia, que interpreta de otro modo. En la famosa plaza en la cual Perón echó a los que pensaban como hoy piensa el Presidente, el antagonista se quedó, entendiendo como Perón que el peronismo no era socialista. Cuando los que pensaban como hoy piensa el Presidente, asesinaron a Rucci, el antagonista estuvo del lado de Perón, recién elegido por tercera vez como Presidente, y de su sindicalista preferido. Cuando los que pensaban como hoy piensa el Presidente, asaltaban los cuarteles con Perón ya gobernando, el antagonista fue solidario con los militares y no con la guerrilla, aunque en ella revistaran muchos de sus compañeros. Cuando pocas semanas antes de morir, un doce de junio, Perón llamó al pueblo a la plaza para dejarle un pedido y sus instrucciones, en un memorable discurso de despedida, los que hoy pensaban como piensa el Presidente no estaban allí, y el antagonista, sí, de pie, y con lágrimas en los ojos porque todo sabía a final. Cuando Perón murió y lo sucedió su viuda, y los que pensaban como piensa el Presidente -que no pensaban muy distinto en este punto de cómo pensaban los militares- intensificaron las operaciones en contra del gobierno democrático y de las instituciones armadas, el antagonista apoyó a Isabel Perón, y la acompañó en su caída, en su prisión, y en su exilio, hasta que ella misma decidió retirarse; los que pensaban como piensa el Presidente, y que como él, tampoco militaban en la guerrilla, se abstuvieron. Más tarde, cuando la guerra de las Malvinas, el antagonista lamentó que los militares, en plena guerra fría, hubiesen caído en la trampa inglesa, en vez de aceptar la propuesta norteamericana de una base militar conjunta en las islas; los que pensaban como piensa el Presidente se alegraron en cambio de que la guerra acercase a la Argentina a la entonces Unión Soviética y la enemistase por una buena temporada con Estados Unidos y el Occidente capitalista. En tiempos de Raúl Alfonsín, los que pensaban como piensa el Presidente se sintieron a gusto; el antagonista, no, porque le pareció que el país iba a la bancarrota, como efectivamente sucedió. El antagonista apoyó a Carlos Menem, y fue a la vez, solidario con los esfuerzos para una mayor democratización y transparencia que provenían tanto desde el peronismo liberal como del peronismo social-demócrata, pero a la hora de buscar una sucesión para Carlos Menem, optó por el peronismo liberal, por entender que este servía más a los fines de promover la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo; los que pensaban como piensa el Presidente, insistieron en dificultar el proceso y en buscar variantes estatistas. Cuando Eduardo Duhalde dio el golpe de estado institucional para abolir la Argentina liberal construida por el peronismo liberal, continuada por de la Rua y, sobre todo, por el más famoso cuadro del peronismo liberal, Domingo Cavallo, el antagonista, derrotado antes de poder dar combate, abandonó a su pesar la escena, entre los abucheos del pueblo esquilmado que no entendió razones ni discriminó culpables. El antagonista, entre bambalinas, vio como resurgían ocupando el escenario aquellos que pensaban como hoy piensa el Presidente, y también al Presidente mismo, sin que haya un Perón para echarlos y decirles que, esta vez también, están equivocados.
¿Dónde está hoy el antagonista? El autor creativo sabe que existe y que hay que encontrarlo: fuera o dentro del peronismo como partido, el antagonista vive en algún lugar de la Argentina y espera su hora para volver a entrar en escena. La historia entre él y los que piensan como el Presidente, viene de lejos. Es una disputa entre pares, no más la de una generación enfrentada a otra por el poder, sino entre hermanos enfrentados por la razón. No hay dos peronismos, hay uno sólo, el heredado, el aprendido por boca y palabra de Perón, el que sirve a la Argentina y a los argentinos, y lo que está en juego en estos días es su reinterpretación.
En la Argentina como en el teatro, el protagonista no puede quedar solo sobre el escenario: la historia se paraliza cuando no hay conflicto. El pueblo, mudo coro expectante que no sabe hoy que letanía le toca entonar, entenderá de qué va el real argumento apenas el antagonista suba a escena. Sabrá entonces que la historia de la Argentina a comienzos del siglo XXI no es otra que la de las luchas por la definitiva entrada en la modernidad y que su feliz resolución pasa por la liquidación y nueva administración de la herencia histórica del siglo XX: el peronismo. El coro, hoy silencioso, sólo espera la señal del prometido antagonista, para comenzar a cantar, otra vez, su música maravillosa.
Como otro peronista, Carlos Menem, decidió, hace ya bastante tiempo también y en su carácter de autor creativo y renovador, que no valía la pena abrumar al público con el pasado, puesto que el peronismo había vuelto de todos modos al poder y por decisión popular, tampoco añoramos hoy tanto las escenas extraviadas. Pero en tiempos de memoria por decreto y con feriado obligatorio, las mencionamos para que se vea que no olvidamos, y para que quede el registro, de modo de conformar así la orden gubernamental. Lo que hoy extrañamos, sin embargo, es un libreto nuevo que nos diga en qué punto está la Argentina y cómo seguimos la historia.
Después de Duhalde, el antagonista de Carlos Menem, que sólo pudo emular a éste destruyendo la Argentina moderna de su creación y retrotrayéndola a su trama anterior, la radical-alfonsinista, el ingenio argentino parece haberse estancado. No se ven autores a la vista, apenas un presidente clavado en el pasado y que intentando superar a Menem y a Duhalde, sólo consigue parecerse cada día más a Hugo Chávez en sus tímidos comienzos, antes de convertirse en el dictador de Venezuela con el sufragio popular.
En un pueblo muy calificado en su destreza literaria y con una enorme capacidad de imaginación, no debería sorprendernos que, en cualquier momento, surja un nuevo creativo que se proponga como antagonista del actual protagonista, nos saque de la inercia y nos lance a la aventura de una acción novedosa. Al contemplar el panorama político actual, dicho creativo podrá advertir que todo gira aún alrededor del eje del último gran partido argentino, el peronista –o justicialista- y que la oposición aún se nutre de importantes parcelas desplazadas de éste y que aún tienen abierta la posibilidad de reagruparse y volver. Para evitar este regreso, una intervención de los sucesivos presidentes sobre la Constitución y sobre la Justicia Electoral ha evitado periódicamente toda posible contienda democrática dentro de ese partido y ensuciado las reglas por las cuales una auténtica oposición, históricamente no proveniente del peronismo, podría organizarse. El creativo no tendrá entonces otra opción que desarrollar la nueva trama a partir de este hecho incontrastable que exige una resolución diferente para que el pueblo argentino sea feliz y la Nación, lo más grande que se pueda, y oponiendo al protagonista, un antagonista.
En el poder se encuentra el protagonista, un presidente que intenta usar el partido peronista como un partido único sin oposición para aplicar una política económica de capitalismo tibio y estatista en la economía; de alineamiento con los rebeldes a Estados Unidos en la política exterior, y con una cobertura de progresismo propia de la generación a la cual pertenece.
Fuera del poder, el antagonista, que también – ¡sorpresa que nos depara el creativo!- pertenece a la generación peronista del 73, es tan progresista como corresponde, pero está convencido de que sólo una política económica plenamente capitalista y liberal y un alineamiento con Estados Unidos para organizar el continente en un mercado común primero y en una unidad política después, puede asegurar el ingreso pleno y sin retrocesos de la Argentina a la modernidad. El antagonista sabe que sólo la firma de un tratado en común y la posibilidad de recurrir a una justicia continental o global es lo que protegerá a la Argentina contra otros nuevos creativos que, imitando a Duhalde, quisieran otra vez sacarla de cauce.
El actual protagonista, Kirchner, se sueña en continuidad, sustituido sin conflictos por su mujer o haciendo quizá de ésta para las próximas elecciones presidenciales, una falsa antagonista dibujada un poco hacia la derecha. Frente a él, aún no se ve ningún antagonista de peso, y sobre todo y esencial, ningún antagonista dentro del mismo espacio generacional peronista, hecho llamativo si lo que está aún en cuestión es la resolución ideológica de una herencia. La generación peronista del 73, a pesar del cliché izquierdista que la acompaña y más allá de las muertes y los exilios, se compone también de cuadros que continuaron evolucionando, desde la izquierda, desde el centro y desde la derecha, hacia un pensamiento peronista moderno, atento siempre a los mandatos doctrinarios, pero renovado en su instrumental. Así, Kirchner se encuentra bien lejos de representar el fin de la historia peronista y expresa más bien una instancia previa a una espectacular e imprevista conclusión, protagonizada por un aún desconocido antagonista.
El antagonista no tiene nombre, sólo una identificación: pertenece a la misma generación del Presidente. Vivió la misma historia, que interpreta de otro modo. En la famosa plaza en la cual Perón echó a los que pensaban como hoy piensa el Presidente, el antagonista se quedó, entendiendo como Perón que el peronismo no era socialista. Cuando los que pensaban como hoy piensa el Presidente, asesinaron a Rucci, el antagonista estuvo del lado de Perón, recién elegido por tercera vez como Presidente, y de su sindicalista preferido. Cuando los que pensaban como hoy piensa el Presidente, asaltaban los cuarteles con Perón ya gobernando, el antagonista fue solidario con los militares y no con la guerrilla, aunque en ella revistaran muchos de sus compañeros. Cuando pocas semanas antes de morir, un doce de junio, Perón llamó al pueblo a la plaza para dejarle un pedido y sus instrucciones, en un memorable discurso de despedida, los que hoy pensaban como piensa el Presidente no estaban allí, y el antagonista, sí, de pie, y con lágrimas en los ojos porque todo sabía a final. Cuando Perón murió y lo sucedió su viuda, y los que pensaban como piensa el Presidente -que no pensaban muy distinto en este punto de cómo pensaban los militares- intensificaron las operaciones en contra del gobierno democrático y de las instituciones armadas, el antagonista apoyó a Isabel Perón, y la acompañó en su caída, en su prisión, y en su exilio, hasta que ella misma decidió retirarse; los que pensaban como piensa el Presidente, y que como él, tampoco militaban en la guerrilla, se abstuvieron. Más tarde, cuando la guerra de las Malvinas, el antagonista lamentó que los militares, en plena guerra fría, hubiesen caído en la trampa inglesa, en vez de aceptar la propuesta norteamericana de una base militar conjunta en las islas; los que pensaban como piensa el Presidente se alegraron en cambio de que la guerra acercase a la Argentina a la entonces Unión Soviética y la enemistase por una buena temporada con Estados Unidos y el Occidente capitalista. En tiempos de Raúl Alfonsín, los que pensaban como piensa el Presidente se sintieron a gusto; el antagonista, no, porque le pareció que el país iba a la bancarrota, como efectivamente sucedió. El antagonista apoyó a Carlos Menem, y fue a la vez, solidario con los esfuerzos para una mayor democratización y transparencia que provenían tanto desde el peronismo liberal como del peronismo social-demócrata, pero a la hora de buscar una sucesión para Carlos Menem, optó por el peronismo liberal, por entender que este servía más a los fines de promover la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo; los que pensaban como piensa el Presidente, insistieron en dificultar el proceso y en buscar variantes estatistas. Cuando Eduardo Duhalde dio el golpe de estado institucional para abolir la Argentina liberal construida por el peronismo liberal, continuada por de la Rua y, sobre todo, por el más famoso cuadro del peronismo liberal, Domingo Cavallo, el antagonista, derrotado antes de poder dar combate, abandonó a su pesar la escena, entre los abucheos del pueblo esquilmado que no entendió razones ni discriminó culpables. El antagonista, entre bambalinas, vio como resurgían ocupando el escenario aquellos que pensaban como hoy piensa el Presidente, y también al Presidente mismo, sin que haya un Perón para echarlos y decirles que, esta vez también, están equivocados.
¿Dónde está hoy el antagonista? El autor creativo sabe que existe y que hay que encontrarlo: fuera o dentro del peronismo como partido, el antagonista vive en algún lugar de la Argentina y espera su hora para volver a entrar en escena. La historia entre él y los que piensan como el Presidente, viene de lejos. Es una disputa entre pares, no más la de una generación enfrentada a otra por el poder, sino entre hermanos enfrentados por la razón. No hay dos peronismos, hay uno sólo, el heredado, el aprendido por boca y palabra de Perón, el que sirve a la Argentina y a los argentinos, y lo que está en juego en estos días es su reinterpretación.
En la Argentina como en el teatro, el protagonista no puede quedar solo sobre el escenario: la historia se paraliza cuando no hay conflicto. El pueblo, mudo coro expectante que no sabe hoy que letanía le toca entonar, entenderá de qué va el real argumento apenas el antagonista suba a escena. Sabrá entonces que la historia de la Argentina a comienzos del siglo XXI no es otra que la de las luchas por la definitiva entrada en la modernidad y que su feliz resolución pasa por la liquidación y nueva administración de la herencia histórica del siglo XX: el peronismo. El coro, hoy silencioso, sólo espera la señal del prometido antagonista, para comenzar a cantar, otra vez, su música maravillosa.
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