jueves, abril 30, 2015

MACRI ES TODOS

 Después de la crisis de partidos post-2001, caracterizada por la explosión del Partido Radical y la paralización del Partido Justicialista por Duhalde primero y los Kirchner después, el PRO surgió con la aspiración apenas disimulada de convertirse en una nueva fuerza, ese tercer partido liberal que vendría a recuperar los valores liberales de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX,  valores pre-radicalismo y pre-peronismo. Esa aspiración era una más  de las reiteradas reencarnaciones  de la ilusión sostenida a partir del derrocamiento del primer gobierno peronista en 1955 de volver al pasado remoto del liberalismo que hizo la gloria de la Argentina de la Belle Époque, suprimiendo para siempre el peronismo. Pero esta ilusión fue destruida de un modo irónico y elegante por el mismo peronismo.

Con la inevitabilidad de la historia, el peronismo deglutió el pasado y lo hizo suyo para siempre en los años 90 al asumir ese mismo liberalismo—en aquel momento junto a las fuerzas liberales de la UCEDE de Álvaro Alsogaray—e iniciar otro capítulo brillante de la historia argentina, con el reingreso a pleno al mundo occidental, a la amistad fraternal con los Estados Unidos y la reconciliación con Gran Bretaña, y con el regreso a una economía de mercado, insoslayable en la nueva era global.  Tras una década, el fracaso en sostener esta posición con el apoyo de toda la población y, principalmente, con el apoyo de los liderazgos conservadores del radicalismo y del peronismo, fervientemente socialdemócratas y opuestos a la economía de mercado y tozudamente empecinados en mantener la antigua enemistad con el mundo anglosajón, detuvo una vez más el avance de la Argentina. Quedó así, una vez más, el campo libre para el retorno conceptual de un liberalismo al cual aún le cuesta aceptar el suceso de su regreso real en los años 90 de la mano del peronismo.

Este proceso abortado del peronismo es el que confunde al PRO y a los analistas del PRO, que optan por la tangente que supone olvidar las tres herencias del pasado, la liberal, la radical y la peronista, para anclarse en la ilusión de que el frondizismo fue un movimiento fundacional( y no lo que fue, un radicalismo filoperonista) e imaginarse como seguidores del Presidente Frondizi, un presidente sin hijos políticos ni movimiento propio, al cual se le puede inventar una herencia menos pesada que la del radicalismo o el peronismo, en esta época de relatos políticos fantásticos que poco tienen que ver con la historia real, esa que se hace fastidiosamente visible cada tanto e invariablemente sorprende a los fantasiosos que la ignoran.

El momento histórico que estamos viviendo no es, como se dice ligeramente, el de una continuidad (la del peronismo) en la cual Macri y el PRO vendrían a representar el cambio, sino, aún y todavía, el de la maduración de un peronismo que parece sucederse a sí mismo sólo porque está paralizado en su vida institucional y paralizado en su evolución natural desde hace bastante más de una década. El menemismo fue el aggiornamiento liberal del peronismo y el más serio esfuerzo, a pesar de todos los problemas, incluyendo el de la corrupción, para modernizar la Argentina. El duhaldismo fue el regreso a una paupérrima pseudo-ortodoxia peronista inservible en el siglo XXI. El kircherismo, el intento consentido por una gran parte de la población (también imbuida en una izquierda fantasiosa y festiva), de usar el peronismo como caballo de Troya de una revolución habanera o chavista. Los líderes de estos sucesivos movimientos provenían todos del peronismo, es verdad, pero provenir del peronismo nunca fue garantía de comprender ni el peronismo ni la historia ni, mucho menos, de desarrollar, con éxito en el tiempo, un movimiento que sólo ha tenido como fin confeso  la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo.

Es frente a este aborto que el PRO y, en especial, Mauricio Macri han tratado de tomar posición sin acertar del todo en el punto que les permitirá alzarse con la victoria total e indiscutible, y que les pertenece por historia, no porque sean diferentes “ a los que hace treinta años que nos vienen gobernando” ni porque “sean el cambio”, sino porque al no ser nada, son todos. Son los radicales con un partido que no terminó aún de discutir su identidad; son los peronistas sin su partido (ocupado por los kirchneristas, incluido Scioli, que poco tienen de peronistas); y son los liberales que no tienen otro partido, aunque, ¡oh casualidad histórica!, este nuevo partido está lleno, además de liberales, de radicales, peronistas, y, claro, frondicistas. Macri es todos.

El aborto a reparar es lograr un suave regreso a los 90 en la política exterior, en la economía de mercado y en la institucionalización republicana que permita una democracia de partidos en funcionamiento. Un nuevo embarazo y un nuevo hijo, pero no sólo del PRO y de los liberales, sino del mismo conjunto agraviado de peronistas y radicales, esa gran mayoría nacional que es la que va a dar los votos a Macri para ser presidente.

Al ser todos, Macri es la gran figura de la transición. Esta transición expresará a la vez un recupero de las políticas peronistas de los 90 y del mejor radicalismo institucionalista. Más que el fundador de un tercer partido o de un nuevo movimiento histórico, el tercero, como quería Alfonsín, o de la tercera vía (esa era británica entre dos conjuntos muy diferentes), Macri aparece, cuando visto sin prejuicios, como el líder predestinado a permitir a peronistas y radicales recuperar los dos grandes partidos históricos y recordando  a ambos un hoy olvidado standard de dignidad.


Ni Yrigoyen, ni Perón. Ni siquiera Frondizi. Apenas un argentino más, quizá el más capacitado dirigente de la actualidad, destinado a abrazar TODA la tradición, liberal, radical, y peronista y permitir, otra vez, su fluir democrático en función de la grandeza de la Nación y la felicidad de los argentinos. No es poco.