Como buenos argentinos
confianzudos que somos, no podemos perdernos ni el presumir de un papa
“nuestro” ya que esto agrega a nuestros reales e imaginarios méritos, ni de
tratarlo como a uno de nosotros, el vecino del barrio, el Padre Jorge, aunque
nunca hayamos cruzado una palabra con él. Ni qué hablar cuando el Papa emite
una opinión política. Estemos o no de acuerdo con ella, la sombra de la
infalibilidad papal cubre la opinión y gritamos “¡Ay, Francisco, qué estás diciendo!”,
si nos parece un disparate o no estamos de acuerdo con ella, o “Convendría que
todos escucharan un poco a Su Santidad” si coincidiera con y reafirmara lo que
ya pensamos. El caso es que, cada tanto, el Papa Francisco emerge en las
portadas con una opinión política que perturba a los argentinos y que promueve
discusiones generalistas teñidas de dudas, falso respeto o sumisión.
En realidad, católicos y
no católicos deberíamos sólo escuchar la prédica religiosa del Papa y
abstenernos de dar mayor importancia a sus opiniones políticas. En primer
lugar, porque el mismo Papa, a pesar de su enorme influencia en la opinión pública
mundial, debería refinar su discurso y separar claramente las posiciones de fe
de las posiciones políticas. No es lo mismo decir “Va contra la condición
humana admitir la existencia de pobres de toda pobreza, sin alimentos, salud,
techo o educación” que decir “El mundo capitalista es el responsable de la
pobreza en el mundo”.
Todo este comentario sería
ocioso, si no fuese que tanto en la formación política del Papa Francisco como
en muchos de quienes hoy pretenden ser sus más fieles seguidores, está el más
importante actor político de la Argentina, el Movimiento Peronista. Que hoy
haya que volver a llamar Movimiento Peronista al destruido, opacado,
desprestigiado y desorganizado Partido Peronista con su paralizado y en
confusas vías de reorganización Partido Justicialista, no cambia el mensaje. Se
trata, en definitiva, del Papa Francisco liderando de a ratos a un peronismo
confundido y empobrecido que sigue viviendo, como en los tiempos de Duhalde y
de los Kirchner, dentro de un atraso ideológico importante. Es también
relevante destacar, cuando se subraya que el Papa Francisco está enfrentado con
el gobierno actual del PRO, y, a veces, más cerca de sectores herederos del
duhaldismo o del kirchnerismo, que el PRO, más que fundar un nuevo partido o
movimiento vino a continuar la actualización y modernización emprendida por el peronismo
en los años 90 e interrumpida por el golpe institucional de Duhalde y Alfonsín.
Por lo mismo, es importante que el propio peronismo heredero, ya no de Duhalde
o de los Kirchner, sino de Menem y Cavallo, se haga cargo de su propio rol
junto al PRO de la modernización y en ayudar al propio Papa Francisco a
completar su actualización peronista, si esto le fuese útil.
La complicada política
argentina parece más complicada de lo que es cuando sus actores no comprenden
bien en qué lugar de su propia historia están parados. Ni el Papa Francisco es
un líder político (si quisiera serlo, tendría que aggiornarse y ponerse a la altura de las circunstancias reales para
ser realmente útil en su misión) ni el PRO un partido que viene a innovar la
historia (sólo a retomar el sendero perdido post-años 90, mejorando en lo
posible lo que no resultó bien) ni el peronismo un muerto inservible, suicidado
con la nefasta experiencia kirchnerista.
El Papa, con un
peronismo actualizado, puede abrir una muy realista puerta a la eliminación de
la pobreza por medio de las asociaciones libres del pueblo (entre ellas los
sindicatos) que trabajen de común acuerdo con los sectores empresarios y
corporativos; el PRO puede ser, tal como se lo propuso, la mejor avanzada del
progreso y la modernización nacional, y el peronismo puede trabajar sobre sí
mismo para llegar a tener los líderes siglo XXI que se merece tener, de modo de
sostener el actual proyecto de país y estar en condiciones de profundizarlo y
mejorarlo.
Hay mucho para hacer en
la Argentina, como quedó a la vista. Pero dónde hay que trabajar más y mucho,
es en la formación de nuevos dirigentes políticos con doctrinas adaptadas a los
nuevos tiempo, de modo que las mejores intenciones lleven al cielo en vez de empedrar
los caminos hacia el infierno.