lunes, junio 15, 2020

REIVINDICACIÓN DE DOMINGO CAVALLO



Ante la falta de plan económico de la actual administración, los veinte años de penuria en la organización económica argentina merecen una nueva revisión, desprejuiciada y sin el peso de las incorrectas y ya  irrelevantes interpretaciones ideológicas. La figura de Domingo Cavallo, que logró en términos prácticos el resurgimiento de la Argentina como gran Nación en los años 90, tras la decisión del Presidente Menem de entregarle el total manejo de la economía, no es ajena a esta discusión entre un modelo de país u otro.

El complicado final del Gobierno de de la Rúa, en el cual Domingo Cavallo volvió a servir como ministro de economía, y en el cual, para lograr imponer el modelo opuesto, las fuerzas antagónicas de Duhalde y Alfonsín crearon un golpe institucional, derrumbaron el modelo liberal e, injustamente, achacaron toda la culpa a Domingo Cavallo y, de paso, lograron una inmediata impopularidad del modelo liberal, llamado errónea y despectivamente “neoliberal” para que loros propios y ajenos continuasen repitiendo el escarnio, sin  la menor reflexión durante veinte años.

Pues no, la culpa de la enorme devaluación y pesificación no fueron culpa de Cavallo, sino de Duhalde, rápidamente convertido en presidente y apoyado por todos aquellos empresarios y provincias endeudados en dólares. La economía que siguió, rápidamente corrupta bajo la mano de un Kirchner primero y continuada por ósmosis, por la siguiente administración kirchnerista, sólo se sostuvo por el extraordinario precio internacional de la producción agraria argentina y por las reformas de infraestructura, principalmente en energía y comunicaciones, que se habían realizado en los años 90 y que le permitieron a los deficientes gobiernos del siglo XXI gozar de una modernización que no supieron, de todos modos, continuar.

Entre las cosas que injustamente se le reprochan a Domingo Cavallo están:
1) El haberse fascinado con el 1 a 1 y no haber adoptado un cambio flotante. Reproche injusto, ya que el 1 a 1 fue diseñado para estabilizar la inflación, cosa que logró durante todo el período de Cavallo como ministro—período  que terminó en 1996, desplazado por el mismo Menem y por otras cuestiones que las económicas—y un diseño que nunca fue una doctrina, sino un instrumento. El mismo Cavallo se encargó varias veces de advertir en 1998 que era el momento de pasar a una convertibilidad flotante, pero ya no era ministro y el 1 a 1 quedó durante el resto del gobierno menemista, no como su creativo esfuerzo para detener la inflación, sino como el fetiche que mágicamente la impediría, mientras las provincias se endeudaban en dólares a todo galope. Luego, durante el gobierno de de la Rúa, a pesar de las pésimas condiciones heredadas de la última administración Menem en cuanto a la estabilidad de la moneda, intentó ir hacia ese esquema mediante una renegociación de la deuda. Pero, ya los endeudados pretendían la solución drástica con una  devaluación y pesificación, y Cavallo fue nuevamente desplazado y peor aún, señalado como el responsable de la catástrofe final que aún, en Diciembre de 2001 no había ocurrido y que Duhalde se encargaría de precipitar en enero de 2002,
2) El corralito, en los días previos a las vacaciones y la Navidad, es la segunda cuestión por la que muchos aún lo odian, sin reparar que no fue el corralito la razón de su infortunio, sino el corralón posterior de Duhalde. Ni de la Rúa ni Cavallo eran Churchill ni el pueblo argentino el pueblo inglés listo para combatir a un enemigo perfectamente identificado—el posible colapso de la economía si no se tomaban las duras medidas necesarias—y  los malos dirigentes, incapaces a su vez de identificar ese colapso como el enemigo de la Nación y solo atentos a sus propias necesidades, se salieron con la suya. Hasta hoy, estos últimos siguen sosteniendo que el 1 a 1 y el corralito de Cavallo, y por supuesto el “neoliberalismo” que engendró a ambos, son los culpables de lo que seguimos llamando la tragedia del 2001. Pero, la tragedia del 2001 fue en realidad la tragedia del 2002, cuando se desposeyó a los ahorristas de sus ahorros en dólares depositados en los bancos, pesificándolos y reduciéndolos a una cuarta parte de su valor real, y procediendo de la misma manera con bonos, títulos y todos los contratos firmados pactados en dólares, y, en el mismo movimiento, destruyendo toda la seguridad jurídica de la Argentina. La realidad es que el corralito de Cavallo fue una simple medida de bancarización obligatoria para dejar a los dólares dentro del sistema bancario, con total disponibilidad de los mismos por medio de operaciones bancarias, tarjetas de crédito, etc. y, justamente, evitar el triunfo del enemigo que acechaba, es decir, la devaluación descontrolada y la pesificación posterior. La medida de Cavallo fue necesaria pero indudablemente impopular por la época de Navidad y vacaciones en la cual solo un pueblo bien alertado e instruido en la realidad, hubiese aceptado la necesidad para evitar males mayores, mientras se renegociaba la enorme deuda externa acumulada, no por el plan “neoliberal” sino por la indisciplina de los gobiernos provinciales—en especial, el de la Provincia de Buenos Aires de Duhalde—empeñados, por motivos electorales en endeudarse y gastar más allá de sus posibilidades reales. El que Duhalde perdiera frente a de la Rúa, no lo amilanó. Buscaría ser presidente del modo que fuese y al precio que fuese. En la tragedia de 2002, Cavallo no expresaba el bando de los malos, sino el de los buenos: el que quería un país sin inflación, con libertad, con responsabilidad administrativa y seguridad jurídica.

Estamos nuevamente en la hora de tener que tomar importantes decisiones para el futuro de la Argentina y nos convendría enfrentar colectivamente las dos únicas opciones disponibles:
a) las de una sumisión a la posible ayuda rusa o china con la cesión de importantes recursos militares estratégicos, para ir construyendo una economía estatal de pobreza a la venezolana o a la cubana, con una comunidad colectivamente empobrecida y con escasos derechos, o bien
b) regresar a la Argentina a su destino de potencia sudamericana, con una economía libre y una infinita capacidad de crecimiento, de reparto y de empuje hacia arriba de los sectores más postergados por medio de un aumento exponencial de las inversiones y el trabajo, en total acuerdo con sindicatos modernizados y ampliados en su incidencia y funciones.

 No se trata de una opción entre peronismo y liberalismo, como una prensa perezosa y mal entrenada para dirigir la políticas pretende hace creer, sino de una opción entre el hundimiento de la Argentina como Nación independiente a manos de dirigentes egoístas e irresponsables, animados por falsas ilusiones de justicia social, muy alejadas de las realidades de la justicia social del peronismo, por otra parte, o el crecimiento y prosperidad en libertad y sin otros límites que el esfuerzo del trabajo nacional. La distinción de las opciones es importante porque el peronismo y el liberalismo están otra vez del mismo lado y opuestos al kirchnerismo irreflexivo, aún de sus propios intereses de largo plazo, si de verdad pretenden la promoción de los más pobres y tener medios con los cuales ayudar de verdad a los países con los cuales simpatizan, en especial Cuba, que adoraría tener buenas inversiones argentinas fuera del bloqueo y a la cual en nada beneficiaría una nueva hermanita rusa o china en el continente.
  
En estos días, con todas las malas respuestas acerca del por qué de la decadencia argentina agotadas y ante la inminencia del peligro de una mala decisión, los medios han vuelto a acercarse tímidamente a Domingo Cavallo pero, sin animarse aún a hacer propias las ideas que permitieron su enorme éxito en los años noventa. Su plan de libertad total en la operación monetaria, con una convertibilidad fija que más tarde debería convertirse en una convertibilidad flotante, con un mercado libre y competitivo, con la venta de inoperantes y deficitarias compañías estatales para asegurar una veloz inversión privada y modernización de la infraestructura obsoleta, y con un plan orientado a las relaciones y comercio con todos los países del mundo--no hay que olvidar el paso previo de Domingo Cavallo como Canciller de Menem—logró un total giro del destino argentino y lo puso otra vez en la senda del progreso y crecimiento. ¿Fue todo obra mágica de su genio personal? No: antes de siquiera pensar que iba a ser el más importante ministro de economía de la Argentina en medio siglo, se preocupó por preparar equipos en la Fundación Mediterránea y en el IERAL, que le permitiesen hacer las reformas necesarias si alguna vez tuviese la oportunidad, En los años 90, no se trataba solo del genio político de Menem de rumbear hacia el lado correcto, ni de la inmensa creatividad económica e inteligencia de Domingo Cavallo, sino también de un equipo perfectamente formado y adiestrado.

¿Dónde están hoy el posible ministro de economía y su afinado equipo que puedan servir a Alberto Fernández del mismo modo en que Cavallo sirvió a Menem? ¿Dónde está hoy la lucidez de conducción para orientar al país hacia donde sea más fácil obtener inversiones, crecimiento, trabajo y prosperidad? ¿Dónde la inteligencia del periodismo como comunicador de las ideas que sirven, de modo que el pueblo argentino pueda cotejar la información con su propia realidad y comprender bien qué le conviene apoyar y a quién debe temer?

Esperemos que la inteligencia nacional esté despertando y despojándose de las telarañas de prejuicios en los ojos y mire por fin hacia donde debe mirar: hacia los que hicieron grande a la Argentina en su momento y que solo no continuaron haciéndolo, porque, como en muchas batallas, los malos fueron más.

sábado, junio 06, 2020

REPENSAR LA ARGENTINA


El actual tiempo de repliegue y silencio, debería ser propicio para volver a imaginar la Argentina que deseamos. Atrapados en las construcciones ideológicas del pasado—ya sean liberales, radicales, peronistas o de izquierda—los dirigentes políticos continúan fallando al no poder  imaginar una Argentina en la que la mayoría de las tradiciones políticas queden por fin integradas en una única identidad colectiva.
 Sin embargo, no hay que ser pesimistas: cada vez más se ha ido produciendo una integración de hecho, aunque nunca explicitada por un dirigente, como un proceso en marcha que aún debe culminar.
En este sentido, hay que hacer notar que el último presidente, Mauricio Macri, estuvo muy cerca de completar el proceso. Si no se hubiera resistido hasta el último momento a incorporar peronistas a su movimiento, además de ganar las elecciones, se hubiera llevado los lauros de ser el primer dirigente integral argentino, después de Menem y de veinte años de angustia económica. Veinte años sin un destino claro que se hubieran evitado si Menem no hubiese lamentablemente abortado el proceso, por no querer dejar un sucesor. Ese lugar hoy vacante del dirigente nacional que se anime a construir el gran paraguas político que albergue todas las tradiciones argentinas, podría muy bien ocuparlo el actual presidente, aprovechando la simpatía que ha sabido ganarse en la mayoría de la población, por su gestión paternalista de la pandemia.
En principio, el hoy gris Presidente Fernández  es alguien que generacionalmente ha aceptado las tradicionales banderas radicales del republicanismo, además de las obvias tradicionales banderas peronistas por ser él mismo peronista,  e incluso algunas de las banderas progresistas de la izquierda—por gravitación generacional y por su aún no renegada alianza con el kirchnerismo—y sólo le faltaría hacer públicamente suya la tradición liberal. Públicamente,  ya que privadamente, su paso político por el gobierno de Menem  primero y, más aún, su paso por el partido de Domingo Cavallo aliado a Gustavo Béliz después, brindan  una certeza de su familiaridad con los presupuestos liberales en la economía. Como esto es algo que aún al peronismo le falta la valentía de aceptar masivamente y de hacer suyos los instrumentos liberales para poder cumplir mejor con los propios objetivos, por ejemplo, crear mucho más trabajo y riqueza y nuevos modos de progreso sindical, nadie más indicado que un peronista conocedor del tema para alzar otra vez esta revolucionaria bandera de reforma integral de la economía. Y, de paso, salir de la grisura, para tomar un color propio.

Así es que, junto con las fantasías rusas de que la Argentina sea una nueva playa en Latinoamérica al estilo cubano, o las fantasías chino-kirchneristas de la gran granja china destruyendo a la “oligarquía estanciera” comprando sus tierras y adueñándose de puertos y vías fluviales, o las más modestas fantasías estatistas y europeístas remanentes en un peronismo no actualizado, se levanta una posibilidad más realista, a la que incluso la ex presidenta Cristina Kirchner, si viese muy trabada su fantasía china y en un brote de sensatez y autoprotección judicial, podría adherir.

Esta posibilidad no es otra que la ya probada unión del liberalismo económico tradicional  y el liberalismo político radical con el peronismo modernizado, en una unión y acuerdo político que, sin eliminar las procedencias de origen, convergiese en una idea amplia de nación con espacio para todas sus viejas tradiciones. ¿Existe acaso lo opuesto, el espacio para seguir negando hoy lo que ya es historia y sigue firmemente encarnado en un sector u otro de la comunidad? La guerra civil se acabó y no la terminó la victoria de un bando sobre el otro, sino un virus letal al que no le costó el menor trabajo unir a los dos para el bien de la Nación.

El problema básico de la Argentina desde el advenimiento del radicalismo primero y el peronismo después, ha sido el de no poder integrar la tradición liberal que hizo grande a la Argentina, con la tradición federal anterior que aseguró sus fronteras y su condición de Nación, y así continuar con la persistente división, oponiendo siempre la necesidad de crecimiento y expansión en el mundo, a la necesidad de progreso de los trabajadores y desposeídos, cuando en realidad, la Argentina no puede prescindir de satisfacer ambas necesidades al mismo tiempo.

Es la hora de que los dirigentes más inteligentes sepan hacer suyas todas las tradiciones y combinarlas del modo más adecuado para asegurar, otra vez, la grandeza de la Nación—la Argentina es siempre, inevitable y potencialmente, una gran Nación, ya lo fue y, para ser ella misma, debe volver a serlo en toda su dimensión—y la felicidad de su pueblo. La frase es peronista, pero define muy bien cuál es la meta, la única meta a la que puede aspirar un dirigente digno de ese nombre y capaz de hacer honor a todos los dirigentes que hicieron antes que él, una Argentina grande y un pueblo feliz.

Y para los argentinos de a pie, ¿no es mejor ser los orgullosos dueños de un conjunto de ricas y variadas tradiciones, que los huraños y rencorosos soldados de sólo una de ellas?