La sensación de crisis terminal aún no diluida que se
apoderó en las últimas semanas de la población y sus dirigentes, volvió a poner sobre
el tapete dos cuestiones que a menudo se confunden: la estrategia acertada para
la estabilización y el crecimiento de la Argentina y la capacidad del actual
gobierno de Cambiemos para conducir con éxito esa estrategia.
Vale la pena poner de relieve que este gobierno ha elegido
el camino adecuado para la estabilización y el crecimiento, ya que no hay otro
posible para la golpeada Argentina de las últimas dos décadas. La estrategia
general no tiene fisuras—el gobierno propone una correcta inserción en el
mundo; sostiene una voluntad de pago de todas las deudas contraídas por
anteriores gobiernos y las nuevas; expresa una gran claridad acerca de que la
Argentina debe tener una macroeconomía sana, sin inflación, sin un déficit
fiscal que no se pueda financiar genuinamente; promueve una Argentina abierta
al mundo; manifiesta querer crear las condiciones internas y externas para
lograr la más alta productividad y crecimiento.
Donde sí se presentan fisuras y se observan hoy los errores
que cualquier gobierno puede cometer pero que debería esforzarse en corregir,
es en las tácticas que deben servir a esa estrategia y, tan grave como esto, la
grave falla política en perder poder cuando podría evitarse con mejores tácticas
y la imperdonable falla de no ganarlo cuando todo está allí servido para
aumentarlo.
Hoy existe una gran porción de la población, confundida y
sin inserción ni conducción, el peronismo de clara orientación liberal, que
apoyaría este proyecto y colaboraría activamente en mejorarlo e implementarlo.
Cabe entonces la pregunta de por qué el gobierno, aún especulando con sus
votos, se ha empeñado en mantenerla desdibujada, soñando con absorberla en
términos propios y no incorporándola como una parte propia en lo que debería ser
una gran fuerza nacional: el peronismo liberal, el peronismo que votó al actual
Presidente Macri, está una vez más solo y espera.
La decisión inicial de las autoridades del PRO fue aliarse
formalmente sólo con el Partido Radical y su escisión, la Coalición Cívica, manteniendo
ex profeso a todo el peronismo identificado con el kirchnerismo como ejemplo de
lo peor en la política argentina y del enemigo a derrotar—cumpliendo de paso
con el rol complementario inaugurado por los Kirchner en esa “brecha” que les
resultó siempre tan útil. El PRO aceptó, a lo sumo, cuadros peronistas sueltos
rescatables dispuestos a jurar por la nueva bandera del PRO, en ese sueño no
explícito de que el PRO se transformase a la larga en la nueva fuerza política popular
que, luego de haber incorporado al Radicalismo, sustituyese al peronismo.
Las dificultades de estos días señalan, sin embargo, la
realidad de otra historia en curso. Una historia que algunos cuadros peronistas
dentro del PRO, en particular Emilio Monzó, con un fino instinto político y un
buen oído para el devenir de los acontecimientos, hace tiempo vienen señalando:
no se puede reducir al peronismo al kirchnerismo y tampoco a las viejas
deshilachadas huestes social demócratas del duhaldismo. Existe un peronismo, señalan, que es
necesario aliar formalmente. Así, en estos días, todas las miradas están
puestas en este dirigente que quizá logre forzar los prejuicios de muchos
integrantes del PRO y mostrar el presente desde otro punto de vista para lograr
un efecto político sostenible, duradero y finalmente exitoso.
A pesar de las interpretaciones opuestas, la historia
argentina es sólo una, la del esfuerzo de una nación para crecer independiente
e integrada. Las luchas de facciones han sido luchas de todo tipo, según las
épocas, a veces culturales, a veces ideológicas, y otras veces por simple interés
económico. Capas de todas esas luchas han sobrevivido en nuestra cultura y es
así como muy a menudo las discusiones esenciales del presente se pierden en
luchas remanentes de un pasado no totalmente asimilado como pasado propio,
único y nacional. En la dirigencia de Cambiemos subsisten muchos de esos
fantasmas y también persisten muchas viejas ilusiones. Lo que parece no
existir, como por otra parte tampoco en ningún otro grupo político formal
argentino, es la conciencia de qué momento de nuestra historia particular
estamos viviendo.
La confusión, interesada o ignorante, acerca de los mal
terminados años 90, nos impide ver que lo que estamos viviendo estos días, como
historia nacional, es la oportunidad de terminar bien lo que se terminó mal en
2002, con la total destrucción del sistema económico liberal por Duhalde
primero y los Kirchner después. El problema emocional y político de este
gobierno es su resistencia a reconocer que fue el peronismo con Menem y Cavallo
el que abrió este camino en 1989, que no se está haciendo nada nuevo y mucho
menos desarrollismo—un desesperado intento de buscar alguna identidad histórica
propia que no sea ni peronista ni radical—sino que simplemente se está tratando
de retomar el camino virtuoso iniciado en los 90 que permitió la total
modernización y puesta al día de la Argentina.
¿Cuál es la reacción del “peronismo”? El kirchnerismo y
otros enemigos de la libertad económica ven todo esto con su habitual
oportunismo político, y los acusan con de neoliberales y de intentar imitar a
Menem; el duhaldismo es ambiguo, en su esfuerzo de no identificarse con el
kirchnerismo, aunque siempre denostando el liberalismo y, en estos días
particulares, sintiéndose incluso muy orgullosos de haber destruido en su momento
al sistema liberal; el peronismo liberal, en silencio, sigue solo y espera.
En estos días, también la amplia mayoría de los argentinos
se siente sola y espera. Los efectos de las malas tácticas económicas los
confunden acerca de si se está en el camino correcto. Tampoco es de ayuda la
falta de claridad acerca de lo que ha sido—en toda su verdad—la historia, ya no
de los últimos veinte años, sino de los últimos treinta. La corrección de las
tácticas económicas está en estos días siendo apuntalada por un buen número de
economistas con amplia experiencia política, entre ellos, el primero, Domingo
Cavallo, quien tiene más de una lección para dar acerca de sus éxitos y
fracasos en el mismo camino que hoy este gobierno ha emprendido, aún con el
mismo incierto éxito. Lo que no parece existir en simultáneo, es una corrección
de las tácticas políticas, cuyo primer movimiento debería ser no aislar al
peronismo que históricamente ya transitó por este camino. Ese peronismo hoy puede
ayudar enormemente en lo que hoy, más allá de las alianzas puntuales con
gobernadores amigos, es imprescindible, dada la necesidad de una profunda
reestructuración económica: la ayuda y participación de los sindicatos
peronistas en este proceso.
Es por eso que hoy, Emilio Monzó, la figura del PRO que no
ha dejado de mirar al peronismo e interactuar con él, concentra, a su vez,
todas las miradas que hoy ven el amplio espacio político dividido de un modo
diferente: según el rol efectivamente desempeñado por cada fuerza en un proceso
histórico aún incompleto.
El momento presente y las elecciones de 2019 no deben
presentar la oposición de Cambiemos contra un “peronismo” que quiere liquidar y
sustituir. Debe ser, para asegurar su éxito, el de un gobierno de coalición con
radicales y peronistas para construir una nación moderna, integrada al mundo
con una economía liberal y con sindicatos modernizados y con nuevas funciones
para acompañar el crecimiento con cada vez más y mejor formados trabajadores. Esta
coalición se opondría así, en una verdad histórica actualizada y llevada a la
conciencia colectiva, a todos aquellos, “peronistas” o no, que quieran una
nación estatista, empobrecida y con un derrotero inevitablemente autoritario
para contener el ostracismo y la pobreza.
Este Emilio Monzó, hoy regresado a la mesa chica de
Cambiemos, abre la puerta a la esperanza de una efectiva consolidación de este
gobierno en una coalición ampliada para continuar y concluir el cambio iniciado.