domingo, mayo 27, 2018

EMILIO MONZÓ EN LA MIRA


La sensación de crisis terminal aún no diluida que se apoderó en las últimas semanas de la población y sus dirigentes, volvió a poner sobre el tapete dos cuestiones que a menudo se confunden: la estrategia acertada para la estabilización y el crecimiento de la Argentina y la capacidad del actual gobierno de Cambiemos para conducir con éxito esa estrategia.

Vale la pena poner de relieve que este gobierno ha elegido el camino adecuado para la estabilización y el crecimiento, ya que no hay otro posible para la golpeada Argentina de las últimas dos décadas. La estrategia general no tiene fisuras—el gobierno propone una correcta inserción en el mundo; sostiene una voluntad de pago de todas las deudas contraídas por anteriores gobiernos y las nuevas; expresa una gran claridad acerca de que la Argentina debe tener una macroeconomía sana, sin inflación, sin un déficit fiscal que no se pueda financiar genuinamente; promueve una Argentina abierta al mundo; manifiesta querer crear las condiciones internas y externas para lograr la más alta productividad y crecimiento.

Donde sí se presentan fisuras y se observan hoy los errores que cualquier gobierno puede cometer pero que debería esforzarse en corregir, es en las tácticas que deben servir a esa estrategia y, tan grave como esto, la grave falla política en perder poder cuando podría evitarse con mejores tácticas y la imperdonable falla de no ganarlo cuando todo está allí servido para aumentarlo.

Hoy existe una gran porción de la población, confundida y sin inserción ni conducción, el peronismo de clara orientación liberal, que apoyaría este proyecto y colaboraría activamente en mejorarlo e implementarlo. Cabe entonces la pregunta de por qué el gobierno, aún especulando con sus votos, se ha empeñado en mantenerla desdibujada, soñando con absorberla en términos propios y no incorporándola como una parte propia en lo que debería ser una gran fuerza nacional: el peronismo liberal, el peronismo que votó al actual Presidente Macri, está una vez más solo y espera.

La decisión inicial de las autoridades del PRO fue aliarse formalmente sólo con el Partido Radical y su escisión, la Coalición Cívica, manteniendo ex profeso a todo el peronismo identificado con el kirchnerismo como ejemplo de lo peor en la política argentina y del enemigo a derrotar—cumpliendo de paso con el rol complementario inaugurado por los Kirchner en esa “brecha” que les resultó siempre tan útil. El PRO aceptó, a lo sumo, cuadros peronistas sueltos rescatables dispuestos a jurar por la nueva bandera del PRO, en ese sueño no explícito de que el PRO se transformase a la larga en la nueva fuerza política popular que, luego de haber incorporado al Radicalismo, sustituyese al peronismo.

Las dificultades de estos días señalan, sin embargo, la realidad de otra historia en curso. Una historia que algunos cuadros peronistas dentro del PRO, en particular Emilio Monzó, con un fino instinto político y un buen oído para el devenir de los acontecimientos, hace tiempo vienen señalando: no se puede reducir al peronismo al kirchnerismo y tampoco a las viejas deshilachadas huestes social demócratas del duhaldismo.  Existe un peronismo, señalan, que es necesario aliar formalmente. Así, en estos días, todas las miradas están puestas en este dirigente que quizá logre forzar los prejuicios de muchos integrantes del PRO y mostrar el presente desde otro punto de vista para lograr un efecto político sostenible, duradero y finalmente exitoso.

A pesar de las interpretaciones opuestas, la historia argentina es sólo una, la del esfuerzo de una nación para crecer independiente e integrada. Las luchas de facciones han sido luchas de todo tipo, según las épocas, a veces culturales, a veces ideológicas, y otras veces por simple interés económico. Capas de todas esas luchas han sobrevivido en nuestra cultura y es así como muy a menudo las discusiones esenciales del presente se pierden en luchas remanentes de un pasado no totalmente asimilado como pasado propio, único y nacional. En la dirigencia de Cambiemos subsisten muchos de esos fantasmas y también persisten muchas viejas ilusiones. Lo que parece no existir, como por otra parte tampoco en ningún otro grupo político formal argentino, es la conciencia de qué momento de nuestra historia particular estamos viviendo.

La confusión, interesada o ignorante, acerca de los mal terminados años 90, nos impide ver que lo que estamos viviendo estos días, como historia nacional, es la oportunidad de terminar bien lo que se terminó mal en 2002, con la total destrucción del sistema económico liberal por Duhalde primero y los Kirchner después. El problema emocional y político de este gobierno es su resistencia a reconocer que fue el peronismo con Menem y Cavallo el que abrió este camino en 1989, que no se está haciendo nada nuevo y mucho menos desarrollismo—un desesperado intento de buscar alguna identidad histórica propia que no sea ni peronista ni radical—sino que simplemente se está tratando de retomar el camino virtuoso iniciado en los 90 que permitió la total modernización y puesta al día de la Argentina.

¿Cuál es la reacción del “peronismo”? El kirchnerismo y otros enemigos de la libertad económica ven todo esto con su habitual oportunismo político, y los acusan con de neoliberales y de intentar imitar a Menem; el duhaldismo es ambiguo, en su esfuerzo de no identificarse con el kirchnerismo, aunque siempre denostando el liberalismo y, en estos días particulares, sintiéndose incluso muy orgullosos de haber destruido en su momento al sistema liberal; el peronismo liberal, en silencio, sigue solo y espera.

En estos días, también la amplia mayoría de los argentinos se siente sola y espera. Los efectos de las malas tácticas económicas los confunden acerca de si se está en el camino correcto. Tampoco es de ayuda la falta de claridad acerca de lo que ha sido—en toda su verdad—la historia, ya no de los últimos veinte años, sino de los últimos treinta. La corrección de las tácticas económicas está en estos días siendo apuntalada por un buen número de economistas con amplia experiencia política, entre ellos, el primero, Domingo Cavallo, quien tiene más de una lección para dar acerca de sus éxitos y fracasos en el mismo camino que hoy este gobierno ha emprendido, aún con el mismo incierto éxito. Lo que no parece existir en simultáneo, es una corrección de las tácticas políticas, cuyo primer movimiento debería ser no aislar al peronismo que históricamente ya transitó por este camino. Ese peronismo hoy puede ayudar enormemente en lo que hoy, más allá de las alianzas puntuales con gobernadores amigos, es imprescindible, dada la necesidad de una profunda reestructuración económica: la ayuda y participación de los sindicatos peronistas en este proceso.

Es por eso que hoy, Emilio Monzó, la figura del PRO que no ha dejado de mirar al peronismo e interactuar con él, concentra, a su vez, todas las miradas que hoy ven el amplio espacio político dividido de un modo diferente: según el rol efectivamente desempeñado por cada fuerza en un proceso histórico aún incompleto.

El momento presente y las elecciones de 2019 no deben presentar la oposición de Cambiemos contra un “peronismo” que quiere liquidar y sustituir. Debe ser, para asegurar su éxito, el de un gobierno de coalición con radicales y peronistas para construir una nación moderna, integrada al mundo con una economía liberal y con sindicatos modernizados y con nuevas funciones para acompañar el crecimiento con cada vez más y mejor formados trabajadores. Esta coalición se opondría así, en una verdad histórica actualizada y llevada a la conciencia colectiva, a todos aquellos, “peronistas” o no, que quieran una nación estatista, empobrecida y con un derrotero inevitablemente autoritario para contener el ostracismo y la pobreza.

Este Emilio Monzó, hoy regresado a la mesa chica de Cambiemos, abre la puerta a la esperanza de una efectiva consolidación de este gobierno en una coalición ampliada para continuar y concluir el cambio iniciado.

miércoles, mayo 09, 2018

ARGENTINA: EL AJUSTE MENTAL


En estos días de confusión, sería bueno recordar que la persistencia de viejos males en la economía argentina no es una fatalidad y mucho menos una fatalidad debida al peronismo en su conjunto, sino atribuible a la resistencia a la realidad que desde hace ya mucho tiempo despliegan la mayoría de los muy mal formados políticos y de muchos de sus economistas, en general más profesionales, pero muy a menudo dominados por viejos aprendizajes.  Son ellos, junto a un periodismo al cual le vuelve a costar tomar la iniciativa de la opinión pública, los que transmiten la confusión al conjunto del pueblo y a las organizaciones civiles que los representan, entre ellas los sindicatos y las entidades empresarias.

La locura informativa de las últimas semanas sumada a un mal disimulado malestar del gobierno que muchos mal interpretan como desesperación, llama la atención por la intensidad de las discusiones sobre la economía, a las que ahora se agrega el habitual cuco del FMI. Sería mucho más beneficioso que se discutiera sobre el ajuste mental que los argentinos debemos hacer para retomar la buena senda del crecimiento y el orgullo nacional. Un ajuste mental igualmente resistido y postergado por lo incómodo de tener que volver a pensar y tragarse antiguas creencias, lugares comunes, e ideologismos crecidos sobre los hechos reales.

El primer paso de este ajuste consiste en reconocer la realidad tal como es, y en especial, entre todas las realidades negadas y distorsionadas, la realidad de los años 90, cuando tuvimos por bastantes años un rumbo nacional claro, una estrategia internacional sin fisuras y una economía organizada, moderna y que hubiera sido sostenida si los equipos que funcionaron durante la primera parte de la década se hubiesen mantenido, mejorando y corrigiendo siempre las políticas para el mejor desarrollo y sostén del país.

El segundo paso de ese ajuste consiste en reconocer que durante el gobierno de la Rúa fue imposible recuperar los últimos años de la década anterior en piloto automático y sin que se hubiesen continuado las reformas que asegurasen la continuidad del cambio.

El tercer paso de ese ajuste mental consiste en reconocer que no fue la política liberal de Cavallo, y tampoco el corralito—una solución de urgencia mal explicada y peor comprendida—lo que provocó la tragedia del 2001-2002 sino el golpe institucional organizado por los viejos enemigos—peronistas y radicales—de la política liberal de modernización y apertura al mundo del país. Ellos lograron su objetivo de no pagar la deuda externa, pesificar los contratos públicos y privados, y devaluar el peso. Y sí, lo hicieron con la contribución del FMI, y del Tesoro de los Estados Unidos, transformados en la ocasión en cómplices involuntarios de sus enemigos por mal cálculo político acerca de lo que sobrevendría.

El cuarto paso de ese ajuste mental es más fácil, ya que una buena mitad de la población ya lo ha hecho al rechazar en dos elecciones consecutivas todo regreso al duhaldismo, al alfonsinismo, o al kirchnerismo en cualquiera de sus dos nefastas variantes. Dicho esto, queda no obstante una mitad menos uno para convencerse de que toda solución que no sea una solución de libertad de mercado y de una macroeconomía de reglas compatibles con el mundo y aptas para atraer la inversión genuina, será inútil y nos hará perder aún más tiempo y sólo ganar más pobres y más quebrantos.

El actual gobierno debería calmarse, evitando las políticas golpe de efecto coyunturales que sólo crean más confusión e intentando hacer una buena política de fondo—por caso, ampliando su frente de gestión formalmente con el peronismo liberal afín.

El camino argentino es sólo uno, y es el que por suerte este gobierno eligió, aunque de modo timorato, sin hacer suyo el pasado donde todo lo que hay que hacer ya fue hecho—Cavallo demostró que es posible. Por lo tanto, no hay grandes misterios acerca de lo que se debe hacer. Por otra parte, nadie en la oposición puede hacerlo ahora, simplemente porque precisan dos años para llegar al gobierno.

El cambio le toca, en efecto, a Cambiemos. La pregunta no es si lo van a hacer o no, porque no van a tener más remedio que hacerlo, sino si lo van a hacer bien rápido o no. Y para hacerlo bien rápido, tienen que enganchar ya mismo a la parte de la hoy oposición que le es afín y que está pidiendo pista para aterrizar y aportar a ese mismo cambio. Hay un peronismo que no sirve para nada porque no ha hecho aún su reflexión, pero hay también un peronismo desaprovechado, hoy sin conducción, que convendría alistar en la causa común de poner definitivamente en pie el país. ¿Será esa la misteriosa misión de Emilio Monzó? Sería bueno que no fuese misteriosa, sino una clara directiva presidencial, de modo que el país también pueda acompañar. Sería también una muestra—mucho hace falta—de buena conducción.

Habrá sin duda ajustes. Se cortará el gasto en un lado, pero eso permitirá que entre inversión por el otro. Así que, a pesar de lo que todos parecen creer hoy, éste no es el problema real y tampoco lo es el FMI, que como todo prestamista de última instancia sólo quiere estar seguro de que podamos pagar.

El problema es el de la resistencia a la realidad de que, para hacer los cambios necesarios, hace falta más gente que ayude y adhiera. Un ajuste mental, también en la más alta conducción del país, que se trasladará, finalmente, a una política correcta y duradera.