Cuando desde lo que se supone es la conducción oficial del peronismo, la ahora conversa Cristina Kirchner que cita con confianza y familiaridad al “General” y se dirige al peronismo en su totalidad en su nuevo autoadjudicado oficio de conductora de este legado histórico, se producen una serie de interpretaciones arbitrarias y caprichosas de la realidad, nadie se sorprende.
Es lo de siempre, pero ahora más ordenado: ya no se trata de descubrir al peronismo como un actor fantasma a la espera de reaparecer y al kirchnerismo como el invasor no deseado, la plaga ideológica que no encontró anticuerpos ni en el PJ ni en los gobernadores y, ni siquiera, últimamente, en la CGT. Todo es más sencillo. El peronismo es eso que está ahí, ese asincronismo histórico que renegó de su propia evolución en los 90 para extraviarse y con él, extraviar al país. Extrañamente, en su hora más negra, brilla sin embargo la luz de una contundente esperanza.
El peronismo que es, derrotado en su concepción del país y de la economía, sólo admite terminar su destrucción para renacer como lo que nunca hubiera debido dejar de ser: un instrumento político de la democracia y el partido, por excelencia, de la modernidad, la producción y el trabajo.
Las elecciones de 2023 expresan entonces la posibilidad de terminar con estos 20 años de decadencia argentina, ordenando el espectro político según su más avanzada organización hasta el fatídico año 2002, cuando se destruyó el sistema de referencia tradicional modernizado, para volver a pasados imaginarios e improductivos.
Si Cristina Kirchner es la actual jefa del peronismo en la cumbre de su desorden, lo que se precisa entonces, es el líder lúcido que se le oponga y se ofrezca para ordenar y recuperar el peronismo.
Ese peronismo alternativo es hoy, fundamentalmente, un movimiento a la búsqueda de su propia organización, que retome las características de su última organización exitosa, uniendo peronismo y liberalismo.
Los fragmentos hoy separados que son parte natural e indisoluble de esta organización son fácilmente identificables: el liberal-peronismo de Milei que reconoce y asume el peronismo-liberal de Menem y Cavallo, los peronistas sumergidos en varias franjas del PRO, y los peronistas de las gobernaciones liberales, al estilo de Schiaretti.
Estos fragmentos no han sido, aún, presentados como el conjunto orgánico que en realidad son: un conjunto que sólo espera a ser nombrado y a identificar a su mejor líder.
Un conjunto que no debe volver a caer en la trampa Macri de intentar absorber el peronismo bajo otra bandera en vez de liderarlo abiertamente, asumiendo la historia de los 90 como la que resolvió el enigma del argentino completo: se puede ser peronista y liberal y reclamar ambas tradiciones como propias.
Los radicales, además de completar su propio trayecto hacia la modernización, tienen además el habitual trabajo de contener a todos los que no son ni serán ni aceptarán nunca ser peronistas o liberales.
Este es el orden tradicional argentino, el orden que fue evolucionando históricamente hasta admitir y consagrar una democracia de adversarios y no de enemigos.
El orden que permite que todos los argentinos—salvo quizá la izquierda nunca demasiado democrática, por otra parte—estén a gusto y bien representados.
El orden que debemos
reconocer como nuestra meta más inmediata, alineando todos los esfuerzos hacia
su recuperación.
El orden que precede, necesariamente, el pleno regreso de la Argentina al mundo y a la economía global, en las mejores, más seguras y más duraderas y estables condiciones.