Las elecciones del
corriente mes, donde ya se descuenta que ganará la coalición Cambiemos y donde
prácticamente no se ha debatido, no han hecho demasiado por iluminar a los
ciudadanos acerca de hacia dónde debe ir el país. Predomina en los ciudadanos sólo
una sana y enérgica reacción contra la lamentable década pasada, sin que se
discutan las alternativas que éste u otro gobierno puede o podría adoptar para
asegurar el bienestar general al más corto plazo posible. Si bien ha quedado
más claro el valor de las instituciones, en particular el de una justicia
independiente (¡todavía estamos esperando la eliminación de la lista sábana,
antes de hablar de institucionalidad legislativa!), las confusiones acerca de
la economía son aún mayúsculas.
Aún no se comprende bien cómo funciona una economía de
mercado y menos se acepta que no hay alternativas a ésta, por el mismo desarrollo
de la economía global. Las muy atrasadas discusiones continúan basándose en si
la Argentina debe tener una economía de mercado o plantear una alternativa a
ésta, en vez de aceptar la economía de mercado como una regla global imposible
de saltar (a menos que se quiera volver a fundir el país) y discutir, en
cambio, cuáles son las alternativas posibles DENTRO de una economía de mercado.
Mientras que el PRO
tiene una orientación clara hacia la economía de mercado—aunque no enfrente aún
mucho del estatismo a solucionar—tanto radicales(incluidos en Cambiemos o no)
como peronistas, parecen seguir prendidos del pasado estatista de ambos
partidos, sin poder innovar. Persisten, así, en el errado camino de enfrentar
la actual conducción exitosa del PRO, proponiendo soluciones más o menos estatistas
para “contrarrestar” la economía de mercado. En este sentido, tanto la
conducción superior del PRO, instalada cómodamente en un conveniente estatismo
electoral, como las diversas dirigencias aspirantes, en especial la del
peronismo, harían bien en proponer un nuevo tablero de juego y discusión. La
pregunta no es quién es más estatista en contra de quien es más liberal, sino
quién se las ingenia para ser el más exitoso liberal, ese que pueda extender
los beneficios de una economía de libre mercado al total de la población. Los
peronistas, que deberían ser los primeros en subirse otra vez a este barco, donde
se encuentra la única clave posible para su supervivencia, siguen sordos a toda
sugerencia.
En efecto, más allá de mejorar las condiciones
macroeconómicas de la economía, lo que la dirigencia actual, tanto la que está
en el gobierno como la aspiracional del peronismo— que debería ser, en cambio, muy
inspiradora en tanto el peronismo fue el ejecutor y garante de una economía de
mercado durante los años 90—pueden hacer es aguzar la creatividad para lograr
que el enorme déficit del Estado pase rápidamente a manos privadas bajo la
forma de emprendimientos autosustentables. Al decir manos privadas, no nos
referimos sólo al mundo empresario sino al mundo sindical y cooperativo.
La tarea que las organizaciones libres del pueblo—para usar
la semántica peronista—pueden llevar a cabo por sí mismas, con la orientación
creativa del Estado y la asistencia financiera de la banca pública y privada
(nacional e internacional), es inmensa. Cuando en la ciudad de Buenos Aires se
piensa en la urbanización de las villas y se incluye el aporte tanto de los
habitantes como de las empresas privadas, se va por el camino correcto. Este
camino es perfectible si se elaboran modelos a escala de colonias, pequeñas
ciudades autosustentables a desarrollarse tanto en el área suburbana como en
las provincias. De mismo modo, como ya hemos sugerido antes en otros artículos,
muchas de las necesarias modificaciones a la ley laboral—incluso aquellas que
el Gobierno jura no implementar—podrían llevarse a cabo con la participación
intensiva de los sindicatos como gestores de sus propios seguros y de su propia
red de capacitación profesional.
La imprescindible reforma fiscal, que debería ser hecha a
fondo de modo de permitir que las provincias recauden y dispongan de sus
propios fondos, es otro de los grandes temas pendientes asociados al
saneamiento de la economía.
Pasadas las próximas elecciones, quizá llegue el momento de
establecer una gran discusión acerca de adónde vamos y cómo llegar mejor y más
pronto. La Argentina va por buen camino y tiene un excelente pronóstico, si se
plantean los problemas con franqueza ante los ciudadanos, en sus términos
exactos y reales.
El mayor problema de la Argentina son los argentinos
ignorantes—dicho esto amablemente, argentinos que no han sido informados con
exactitud de los límites entre los que discurre la realidad. Sin embargo, no
hay que considerarlos culpables sino víctimas de su extrema confianza en
líderes que parecen saber pero que, en muchos casos, saben menos que ellos aún,
ya que ni siquiera tienen el sentido común de la vida cotidiana atada a hechos
y no a ideologías.
La responsabilidad de los liderazgos actuales es hoy,
entonces, extrema. En el Gobierno o en la oposición, deberán ser juzgados por
su inteligencia, su cabal y total comprensión de los problemas y su aptitud
para resolverlos creativamente. También, por su empatía genuina con la no
confesada necesidad de los argentinos de, por fin, saber dónde están parados, dónde
van y por qué. El que entienda a fondo el por qué y sepa comunicarlo, liderará.