Tan enfrentado como el aún Presidente Macri, al rejunte de
peronistas de izquierda como Cristina Kirchner, peronistas estatistas herederos
del duhaldismo como muchos gobernadores, peronistas kirchneristas como Alberto
Fernández (autopromulgado heredero de Néstor Kirchner) y peronistas
antikirchneristas fundamentalmente oportunistas, como Massa y Felipe Solá, se
encuentra el peronismo liberal, culturalmente más identificado con los ideales
conservadores del mismo Perón, modernizado por su propia adaptabilidad al
siglo XXI y escasamente comprendido o tenido en cuenta como entidad propia.
Después de Carlos Menem y Domingo Cavallo, ningún dirigente
de peso, salvo parcialmente el lamentado José Manuel de la Sota, supo encarnar
con un directo y franco discurso, el ideario que, pragmáticamente exitoso en los
años 90, debía aún bajar a los cuadros superiores e intermedios del peronismo como
una nueva suma del saber nacional, uniendo peronismo y liberalismo, economía
popular de mercado y sindicatos modernizados y con funciones sociales
ampliadas.
Unos cuantos intelectuales del peronismo, sin embargo,
además de quien suscribe, nos hemos ocupado de señalar y perfeccionar este
nuevo modo de mirar la Argentina. Algunos liberales se han hecho ferviente eco
de esta mirada, advirtiendo el error de envolver a todo el peronismo bajo el
kirchnerismo o aún bajo el paraguas del aún no inaugurado Alberto Fernández.
En nombre de las fuertes e históricas pulsiones antiperonistas
de siempre, y pretendiendo hacer del peronismo sólo la odiosa encarnación del
kirchnerismo más izquierdista, se ninguneó y olvidó al peronismo liberal.
Macri, el primero, con sus reiteradas acusaciones al peronismo de los últimos 70
años, hasta la arrepentida, tardía y poco productiva incorporación de Miguel Ángel Pichetto a Juntos por el Cambio, sin
crear con él un espacio verdaderamente receptivo para ese peronismo listo no
sólo para votar como de costumbre a Macri a falta de un dirigente propio, sino
a incorporarse activamente a una coalición afín junto al PRO y a los radicales
más liberales.
Junto a su resistencia para reorganizar la economía como una
economía bimonetaria, el fracaso de Mauricio Macri se selló en esta ineptitud
para comprender a ese peronismo liberal que hubiera hecho toda la diferencia en
esta última elección presidencial: por caso, difícilmente Sergio Massa hubiera
quedado del mal lado de la división si se le hubiera hecho lugar al peronismo
bastante antes de incorporar a Pichetto.
Ese peronismo liberal también perdió la elección, una vez
más. Y viene perdiendo como tal desde hace mucho tiempo, en un país donde aún
se desdeña al liberalismo y donde nadie, desde Carlos Menem, ha ejercido una
redentora y pragmática recreación de sus políticas para engrandecer la Nación y
hacer feliz al pueblo. Ese peronismo liberal NO ESTÁ incluido en el ganador
Frente de Todos. Salvo que Alberto Fernández decida lo contrario y Cristina Fernández
lo acepte, las chances de que un
peronismo liberal, al estilo de Menem-Cavallo, como sueñan muchos
observadores, predomine en el nuevo gobierno, son escasas.
De todos modos, tal vez en algún momento se imponga la
realidad, esa única verdad, de que la Argentina sólo puede salvarse siendo a la
vez peronista y liberal, de forma de terminar con las antiguas guerras, por un
lado, y, por el otro, de forma de unir a una economía de libre mercado, el
potencial ordenador de los sindicatos, esas organizaciones libres del pueblo
que precisan ser reestructuradas y ampliadas en sus funciones de contención
social.
La oposición al nuevo gobierno debe ser cautelosa esta vez:
no hay que considerar, como irónicamente hacen algunos, que el único mérito de
Mauricio Macri fue unir a todo el peronismo, porque eso no es cierto. El
peronismo es un peronismo de fragmentos
que sólo un inspirado liderazgo, peronista y liberal a la vez, podrá ordenar con éxito duradero.
En la gran fragmentación del peronismo, sus atrasos
ideológicos, sus deviaciones por izquierda y su fanatismo populista mal explicado
y peor encaminado, no se termina de comprender que el peronismo liberal es el
único de esos fragmentos que en la era de la democracia terminó con la
inflación, creó una economía y una moneda estable, insertó a la Argentina en el
mundo y en el grupo del G-20 y terminó con la división peronismo-liberalismo
(reflotada por el kirchnerismo izquierdista, tan enemigo del peronismo genuino
como del liberalismo).
Una oposición que no
incluya explícitamente a este fragmento peronista liberal como a su parte
esencial, no podrá jamás ser una oposición útil, por las mismas razones que, al
no incluirlo tempranamente, no pudo ganar las elecciones.
Por otra parte, un
gobierno que, desde el kirchnerismo u otro fragmento, se llame a sí mismo
peronista, no podrá serlo cabalmente sin ser un genuino peronista liberal. ¿Por
qué? Porque la historia muestra que esa es la única solución posible para la
Argentina. Ni peronista a secas, ni liberal a secas, peronista y liberal a la
vez, como en los hoy innegablemente gloriosos 90.