Mientras que el peronismo no da el menor signo de vitalidad—sólo
el prolongado coma de Lavagna, adormecido junto a Duhalde en el ensueño tardío de una
victoriosa gestión que jamás existió—el gobierno nos pone la frazada y nos
manda a dormir hasta el año que viene, después de unas elecciones que deberá ganar porque si no las gana, no despertaremos. O peor aún, despertaremos sólo
para encontrarnos dentro de una temible pesadilla.
El problema es que los
argentinos no queremos irnos a dormir. Por más que nos arrullen con la canción
de los brotes verdes de abril, con el gastado tema de la inflación dominada y
con el dólar que no subirá porque el colchón del fondo aguantará todo. No
queremos dormir otro año. Queremos estar más despiertos que nunca, no queremos
que las mentiras o falsas apreciaciones sigan arruinando todas las posibles
chances de salir adelante, queremos que nos vaya bien.
Periodistas y politólogos explican por qué hay que dormir:
el Presidente ya no puede hacer nada, ya perdió poder, ahora ya está. Hay que
esperar. La teología del sueño que nos exige paciencia y dormir por casi un año
es, sin embargo, un mamarracho verbal más, para justificar lo injustificable.
Si el Presidente Macri va a hacer el año que viene lo que
hay que hacer “cuando el pueblo le confirme el rumbo”, entonces ya sabe lo que hay
que hacer. Y si sabe lo que hay que hacer, ¿por qué simplemente no nos cuenta
qué es lo que hay que hacer y comienza a hacerlo ahora? El pueblo ya le
confirmó el rumbo en 2015 y en 2017. ¿Por qué no lo hizo durante estos tres
años? ¿Quíén asegura entonces que sabe y
que, en efecto, puede hacerlo? Si puede mañana, puede hoy. Y si no puede hoy, la respuesta es que quizá
no sabe EXACTAMENTE cómo hacerlo.
Ponernos a dormir puede hacerle ganar tiempo, pero no le
hará necesariamente ganar la elección y si no la gana y la gana en su lugar una
fuerza regresiva como Lavagna o, Dios nos libre, el kirchnerismo, la
oportunidad de hacer una perfecta reforma liberal de la economía se habrá
perdido por un tiempo muy largo. Dejar la macroeconomía ordenada, sin inflación
y con una moneda estable, y comenzando a discutir las otras condiciones necesarias
para un crecimiento sostenido, no era una tarea tan imposible en 2016 como para
que se la postergase por miedo, y tampoco lo es ahora para que se la postergue
por prudencia. Es una tarea posible. Posible
de comenzar en este mismo momento explicando muy bien a la población lo que se
quiere hacer—e incluso lo que ya se ha hecho en ese sentido—y entendiendo que
la población no es la masa idiota que un gobierno puede poner a dormir sino
SIEMPRE un pueblo potencial, capaz de crecer y aceptar las verdades más
difíciles, siempre y cuando tengan sentido.
¿Qué es lo que impide al Presidente Macri tomar por este
nuevo camino, plantear el plan total y comenzarlo ya mismo, de modo, no sólo de
aumentar sus chances reales electorales, sino de poner fin a la recesión,
creando expectativas positivas basadas en un plan claro y previsible?
Lo que le
impide dar este paso es su errada idea, desde el mismo momento en que asumió,
de que él está capacitado para crear el plan económico integral que la
Argentina precisa.
Casi nada cambió, en la macroeconomía, desde 2016. Tampoco
cambió la persistencia del Presidente Macri en creer que él SABE. No sabe. Sabe,
sí, por cierto, que la Argentina precisa una economía lo más libre posible
(aunque tiene dudas de hasta dónde debe darse ese grado de libertad) y sabe que
la Argentina debe ser parte del mundo, comunicarse con él y comerciar
libremente (aquí también tiene dudas entre libertad e impuestos). También, sin
duda, sería muy capaz de ejecutar si alguien idóneo le hubiese escrito un plan
a seguir. Sería un mejor ministro que Dujovne, por ejemplo, un muy superior y
más experimentado ejecutivo. Pero hay algo que Macri por cierto no es: un economista excelentemente formado y del
nivel y experiencia que la Argentina precisa para diseñar un plan integral y facilitar
ya mismo su ejecución con un grado probado de éxito.
Los tres años pasados son
la demostración de esta específica falta de capacidad y la patética muestra de
que sólo el empecinamiento en una errada autovaloración personal han mantenido
a la Argentina innecesariamente paralizada durante ese mismo período y a la
población, que por fin había vuelto a dar el vía libre a una economía liberal, extremadamente
confundida y comenzando a creer que quizá un estatismo puro y duro es su mejor destino.
En el sueño de la larga noche de invierno que nos espera, no
tendremos mucho para hacer más que soñar con la realidad que nos obligaron a
abandonar. Una realidad donde coexisten un presidente que no sabe y varios
equipos de economistas liberales que sí saben, con la capacidad para resolver el problema, no
por magos ni por sus diferentes ideas políticas ni por más inteligentes. Sólo porque son muy
capaces y porque se han formado para resolver ese problema.
Volver a citar el caso de Menem--que tampoco sabía y que,
como Macri, también tenía una buena idea general de hacia dónde ir—y de cómo acertó
al llamar a Cavallo y sus equipos de la Fundación Mediterránea y del IERAL,
viene al caso como el mejor ejemplo de cómo se solucionan los problemas
macroeconómicos y se estabiliza la moneda en menos de un año. El mismo tiempo que
hoy se nos manda a esperar durmiendo.
¿Habrá alguien que le diga al Presidente Macri que con
humildad blanquee esta particular ignorancia suya que nos está costando la vida como país y como comunidad y llame al equipo que más le
guste de todos aquellos que ya están listos? Él conoce bien los nombres, hace
rato que lo están llamando, privada y públicamente. Sólo tiene que abrir la
puerta. Decirse y decirnos: “Despertemos, que ya es hora.”
O no dijo Menem: “Argentina, levántate y anda” y la
Argentina se levantó y anduvo durante una larguísima temporada? Hasta que...se
durmió de nuevo, sin el buen economista con el buen equipo que siguiera las reformas.
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