Desde el punto de vista de la
realidad, esa celebrada única verdad, el PRO está haciendo exactamente lo que
hay que hacer para devolver alguna posibilidad de prosperidad a la maltratada
Argentina y, por lo tanto, a su sufrido pueblo. Esta es la tarea que
tradicionalmente le correspondió al peronismo y que el peronismo se perdió por
no contar con un sistema democrático de selección de liderazgo. Sometido al
dedo golpista de Duhalde primero y de los Kirchner después, el peronismo en su
conjunto aún no se ha repuesto, organizado y mucho menos democratizado. El
atajo conceptual sería considerar que el PRO simplemente ocupó un lugar vacío—no
sólo el de representante de la clase media antiperonista, sino el de la amplia mayoría
de trabajadores tradicionalmente aspirantes a pertenecer a esa clase media—un
lugar que el peronismo quizá ya no vuelva a ocupar. A menos que.
A menos que el peronismo en su
fracción más auténticamente peronista se transforme en un socio coherente y
activo del PRO, aceptando el liderazgo de Mauricio Macri como propio, una
posibilidad que no entra tanto dentro del terreno de la fantasía como de la más
dura realidad. Esa que indica que el peronismo genuino y más avanzado hace
mucho tiempo que quedó desplazado y sin liderazgo propio.
O, a menos que líderes peronistas muy
cercanos a la visión liberal del país del PRO hiciesen el esfuerzo final de
adaptar la operativa peronista a los requerimientos de la modernidad global. Entre
estos líderes, sin duda, José Manuel de la Sota y muchísimos líderes sindicales
que hace tiempo ven con claridad su rol en contribuir a las reformas y
modernización post-duhaldismo y kirchnerismo.
Con un peronismo dividido en por lo
menos tres partes—el errático Frente Renovador de Massa, ya liberal, ya
duhaldista; el PJ no democratizado de Gioja y Scioli con sus bien conocidas aspiraciones
rastreras; y el kirchnerismo residual en descomposición acelerada—es lícito
pensar que el peronismo sólo será una molestia por ahora, útil sólo para dividirlo
y neutralizarlo aún más. Una estrategia negativa que si bien anula adversarios,
se pierde simultáneamente el uso de su incomparable fuerza para fines propios. A
menos que.
A menos que el PRO revea su siempre
latente y molesto sesgo antiperonista, y decida por sí mismo que también es, de
algún modo, parte de él, en tanto heredero de una herencia recibida en forma
colectiva. “Mi único heredero es el pueblo”, dijo Perón que sabía muy bien que
pasaría mucho, pero mucho tiempo antes de que ese pueblo diese dirigentes con
las dos mitades del país bien unidas en la cabeza. También dijo que “La
organización vence al tiempo”, lo cual haría suponer que el instrumento
electoral del Partido Justicialista finalmente vencería las tendencias
antidemocráticas y autoritarias del cacique de turno, cosa que aún no sucedió. Aunque
es posible imaginar que al referirse a una organización sólida, Perón pensaba más bien en la Confederación General
de los Trabajadores, su invento y siempre su instrumento preferido para hacer
avanzar al país varios casilleros en el interminable juego de la oca que ha
sido siempre la política local.
Hay un actor principal, Macri, y
varios actores secundarios peronistas ocupando espacio en el escenario. ¿Socios
o competidores? Cualquiera de las dos variantes debería servir a la Nación y al
pueblo argentino. Como socios, unidos en el combate que todavía hay que dar
contra el atraso instalado tanto en el radicalismo como en el peronismo (y
hasta en muchos dirigentes del PRO) aún muy dependientes de las soluciones
estatistas del pasado y poco abiertos al capitalismo global. Como competidores,
compitiendo por avanzar en ese mismo proceso pendiente—esto requiere de
dirigentes peronistas que superen en su concepto de modernización a Macri o lo
mejoren extendiéndolo a su dominio natural de las organizaciones sindicales—y no
cediendo a la tentación de ser lo opuesto sólo para diferenciarse, atrasando así
la imprescindible modernización del país.