La primera vuelta dejó dos cosas en
claro: que el peronismo de la Provincia de Buenos Aires votó a favor de María
Eugenia Vidal, la candidata de Mauricio
Macri y que el peronismo del Frente Renovador sumado a Mauricio Macri,
constituyen la expresión mayoritaria que puede asegurar la derrota final del
kirchnerismo.
Al peronismo, como acaba también de
mostrar en su primera vuelta levantando a Mauricio Macri, por medio de cientos de
miles de votos libres de los aparatos, como candidato presidencial, no le
interesa un candidato como Scioli que, por ambición personal, bajó todas las
banderas del peronismo frente al avasallamiento kirchnerista.
Al peronismo, como dice la vieja máxima,
primero le interesa la Patria, es decir la recuperación de la Argentina después
de 12 años de pésima administración y empobrecimiento generalizado del país;
después, el Movimiento, es decir, la recuperación del movimiento peronista como
transformador positivo de la sociedad y de su instrumento electoral, el PJ, hoy
subsumido y esclavizado por el Frente para la Victoria, como partido democrático
y republicano; y, por último, los hombres, es decir, no importa quien gane
siempre y cuando el progreso sea en la dirección correcta. Como candidato
presidencial, Mauricio Macri cumple con estas tres expectativas.
Su triunfo en la segunda vuelta
permitirá que la Argentina pase de una macroeconomía retrógrada e ineficiente a
una macroeconomía apta para permitir la inserción en un mundo gobernado por las
mismas leyes de apertura a la inversión, el comercio y la producción. Bueno es
recordar que estas leyes fueron quebradas por Duhalde y Alfonsín y que
permitieron el ingreso de los Kirchner al poder sin que la ciudadanía se percibiera
en aquel entonces qué le esperaba (cada vez que se critica en términos
generales la economía peronista de los años 90, tenemos aún derecho a
preguntarnos si la ciudadanía ha terminado de comprender qué sucedió realmente
en este país, una tarea de difusión pendiente para el peronismo.)
Igualmente, el triunfo de Mauricio
Macri y sus declaradas intenciones democráticas y republicanas, permiten asumir
que ayudará en todos los frentes a que el Partido Justicialista pueda
reorganizarse como lo que es, el partido peronista que siempre lo acompañará en
la gesta común de modernizar la Argentina (como que fue el primero en
modernizarla y unirla en forma intachable al liberalismo—sí, en los años 90!), y
a que el Frente para la Victoria se organice como partido independiente fiel a
sus ideas y sin robar un partido que no les pertenece y al cual no han hecho
honor. Lejos de ello, lo han hundido en el peor de los barros, creando un
antagonismo irracional en contra del peronismo que no se percibía desde los
violentos tiempos iniciales de la revolución peronista del 45. Revolución
exitosa que, por cierto, no precisaba una segunda revolución sino lo que el
general Perón recordó en los años 70, la institucionalización demócratica de
una revolución cien por ciento vencedora en aquel momento histórico de su
regreso victorioso al país, del abrazo con los adversarios y la necesidad de
terminar con toda violencia.
Por último, y si bien Mauricio Macri
prefirió una alianza con los radicales por sospechar de una posible contaminación
kirchnerista aún en el peronismo opositor al kirchnerismo---la presencia del ex
ministro Lavagna y algunos otros permitía alentar la sospecha de un regreso a
las políticas duhaldistas—su condición de aliado de facto y, en la ocasión,
representante del peronismo liberal, no deja dudas acerca de cuán cómodo se va
a sentir en el futuro alentando la acción común para el cambio con aquellos que
ya se abrieron a éste mucho tiempo antes de que él ingresara en la política.
Para muchos peronistas puede
resultar algo melancólico que no sea un candidato del peronismo el que
protagonice la próxima etapa histórica del regreso de la Argentina al mundo y a
una economía de éxito. Sin embargo, pocos se engañan hoy con que un candidato
como Scioli, que en un comienzo no estaba lejos de estas ideas, pero que hoy
lleva como vicepresidente a un stalinista como Zannini y como su jefa a la misma
persona que hundió a la Argentina, pueda ser quien los represente. Está claro
que si gana Scioli gana el kircherismo, y que si pierde Scioli, el kirchernismo,
aunque por un período legislativo jefe de la oposición parlamentaria, quedará
debilitado y será más fácil de marginar políticamente y, sobre todo, de erradicarlo
definitivamente del PJ, donde nunca hubieran predominado por medio de
elecciones internas libres y democráticas, en un partido abierto a la participación
ciudadana.
La Argentina está a las puertas de
una nueva vida, de verdad justa, libre y soberana, y el peronismo será el
acompañante leal de aquellos quienes han demostrado, a pesar de su ocasional
antiperonismo dictado por su acertado antikircherismo, honrar esta nueva vida
con una promesa de buena gestión. Esa buena gestión que hoy la Argentina
precisa con desesperación y que Mauricio Macri, por formación y convicción, está
en condiciones de proveer.
La épica queda en manos del
peronismo, que no sólo deberá trabajar codo a codo con el próximo gobierno,
sino recrear su misión para el siglo 21, en particular, los modos en que el movimiento
trabajador debe modernizarse para asegurar el ingreso masivo de la juventud a
la educación y el trabajo y la creación de nuevos instrumentos para asegurar la
protección de los trabajadores dentro de una economía competitiva y abierta al
mundo. El peronismo está en condiciones inigualables para incluso ofrecer al
mundo modos novedosos de integración entre la economía liberal y las
organizaciones libres del pueblo—entre ellas, los sindicatos—modalidades que no
han sido aún pensadas en un mundo en el cual a una economía libre sólo se le
oponen las políticas socialdemócratas y
no políticas integradoras por medio de nuevas y creativas soluciones.
De la épica a la gestión, con Macri
Presidente, y de la gestión a la épica, con un peronismo recuperado en su honor
y en su intrínseco valor.