domingo, diciembre 09, 2018

UN LIBERALISMO ABIERTO AL PERONISMO

Al peronismo actual, en casi todas sus variantes, le hace falta un urgente regreso a su propio pasado de los 90, recuperando los éxitos y revisando los más notables fracasos. Entre estos, la carencia de una reforma fiscal federal que hubiese permitido a las provincias la chance de una economía genuina y sana, (evitando a la vez la quiebra de la Nación creada en 2001 por administraciones ineficientes, p, ej. en la Provincia de Buenos Aires) y la igualmente grave carencia de un soporte eficaz para la reconversión de empresas y trabajadores afectados por la apertura del mercado. En cambio, al liberalismo le hace falta un esfuerzo psicológico que nunca hizo del todo. De cara a las elecciones de 2019, sería conveniente que intentara reconocer y aceptar como aliado formal a  ese peronismo liberal que le es profundamente afín.

Si el peronismo de los años 90, supo abrir los brazos al liberalismo, el mismo liberalismo de aquellos años que aceptó el abrazo, se niega hoy a reproducir el gesto y, superando los viejos odios, resentimientos e incluso las justas motivaciones de rechazo a un primer peronismo inevitablemente totalitario y anti-británico, permitirse  abrazar a ese peronismo evolucionado que es, en muchísimos aspectos, su semejante.

Esto no es una materia política menor. Las próximas elecciones CASI seguramente podrán ser ganadas por Mauricio Macri para un segundo mandato, pero ese CASI va a costar un nuevo año de postergación en las decisiones relevantes de inversión y una nueva demora en el desarrollo general del país. Es CASI seguro que Macri y la actual línea que tímidamente apunta a un mayor liberalismo ganen, pero no es TOTALMENTE seguro.

Más aún, analistas locales y extranjeros perciben y señalan siempre el desencanto y sufrimiento colectivos de todos aquellos que supieron apoyar a este gobierno en las dos últimas elecciones, pero no tienen hoy ni el enamoramiento por ni la convicción en los planes futuros del gobierno. Es decir, en el mejor de los casos, se va a votar a lo menos malo por oposición al enemigo señalado por el gobierno como alternativa: la ex presidente Kirchner.
Ahora bien, esa misma ex presidente que a veces posa de peronista y otras de izquierdista con su Unión Ciudadana, tiene también una importante oposición peronista que a veces posa de pragmática aceptando una eventual alianza con la incompatible ex presidente y otras, se exhibe como un peronismo social demócrata u ortodoxo tan diferente de Macri como de la ex presidente. Por otra parte, una oposición peronista menor, identificada con el peronismo liberal de los años 90, busca una alianza con Macri o. por descarte, con el peronismo social demócrata toda vez que los consejeros habituales de Macri recomiendan a éste rechazar una alianza con cualquier tipo de peronismo. Este peronismo dividido en tres opciones tiene bastante más tela para cortar que la que habitualmente se observa, y no remite necesariamente por su fragmentación a asegurar una automática victoria de Cambiemos.

No se trata sólo de que importantes dirigentes de Cambiemos como Rogelio Frigerio y Emilio Monzó perciban la importancia de sumar al peronismo afín a Cambiemos. Existe más bien una situación de fondo que nadie aclara y que explica la increíble demora del Presidente Macri en hacer las reformas esenciales: el peronismo no es sólo el duhaldismo o el kirchnerismo de las últimas dos décadas, el peronismo es también aquel que en los 90 hizo lo que hoy quiere hacer Macri, y de un modo mucho más expeditivo y exitoso. La razón de sumar explícitamente al peronismo liberal a Cambiemos es la necesidad de asegurar el rumbo argentino desde ahora con una representatividad ampliada. Si hay un peronismo fuertemente instalado como tal dentro de Cambiemos y recuperando su pasado afín, muy posiblemente arrastrase consigo dentro de Cambiemos al buena parte del peronismo socialdemócrata no dispuesto a avalar a la ex presidenta.

Es cierto que Cambiemos, tal como está constituido hoy, puede aparentemente ser una minoría mayor a la del kichnerismo o a la del peronismo socialdemócrata si van separados y casi seguramente competir airosamente en un ballotage con cualquiera de los dos. Menos probable es que Cambiemos predomine si el kirchnerismo y el peronismo socialdemócrata van juntos, ya que los peronismos sumados podrían transformarse tal vez una opción mayoritaria, aunque parte del peronismo no kirchnerista y no socialdemócrata, es decir, el peronismo liberal sin representación propia, votase quizá una vez más a Cambiemos.

Más dudoso aún sería un triunfo de Cambiemos en el caso de que este peronismo liberal convenciera de esta estrategia a sus pares socialdemócratas, reforzando el historial liberal común de los años 90, y compitiera con Cambiemos con un discurso semejante. Ofrecerían en ese caso a los votantes, una nueva oportunidad de cambiar y refrescar el aire político con la certeza de continuar en el mejor rumbo de Cambiemos y mejorar lo actuado, con el imbatible background de lo mismo, mejor hecho, de los 90.

La única elección a prueba de fracaso sería aquella que enlazara a Cambiemos con ese peronismo afín, no kirchnerista y no socialdemócrata, sino liberal. A este peronismo hoy minoritario podría también convenirle la alianza, y entre ambos plantear un modelo de economía liberal con sindicatos igualmente liberalizados que puedan ampliar su acción social,  y con una reforma federal fiscal consensuada con las provincias de los candidatos peronistas que adhirieran.

El peronismo liberal que Cambiemos desdeña tiene una doble chance: aliarse con Cambiemos o intentar predominar con su razón histórica dentro de la gran masa de dirigentes peronistas socialdemócratas u ortodoxos sin nada nuevo para ofrecer. Hasta ahora, la alianza con Cambiemos parecería ser la potencialmente más eficaz para asegurar el rumbo ya elegido en las dos últimas elecciones, ampliarlo, revitalizarlo y afirmarlo.
Esta nueva coalición tendría la ventaja de presentar a la comunidad un modelo de país ya unificado en sus grandes bases y futuras políticas de gobierno y que se opondría a los modelos estatistas. ya del kirchnerismo, ya del antiguo peronismo.

Sin embargo, los prejuicios en contra del peronismo, no sólo de algunos de los dirigentes de Cambiemos sino de parte de la ciudadanía. Por una dificultad en comprender los hechos en su secuencia y tal como fueron, se adjudica un fracaso a la política económica liberal, sepultando los logros de los años 90. Pocos se han animado a ver y asumir la historia completa. Esta carencia de liderazgo puede hoy aún más que la necesidad de una certeza para 2019. Tampoco el periodismo le pone el cascabel al gato, cómodo en general con todo lo que sea criticar a cualquier liberalismo, ya sea macrista o peronista.

En una coalición que se llama Cambiemos, hay más resistencia al cambio que en el propio peronismo: el peronismo ya cambió en los años 90, aunque muchos peronistas no se hayan acostumbrado aún a utilizar aquellos logros en su propio beneficio. El peronismo hizo el cambio a una velocidad infinitamente superior a la del actual gobierno (recordar la velocidad en las privatizaciones y en la apertura de la economía al mundo, el casi inmediato ingreso al G20, el ser aliados extra-OTAN, etc.) y con una infinita mayor eficacia.  Consiguió una Inflación cero durante diez años(arruinada al final por la falta de un federalismo fiscal) y ganó un merecido respeto por la economía e inserción argentinas en el mundo( respeto transformado en horror después de la pesificación y ruptura de los contratos privados, llevada a cabo por el socialdemócrata y estatista Duhalde).

El liberalismo argentino actual debería recuperar la historia común en forma certera y dar un abrazo a aquel peronismo que supo evolucionar, resistir y ayudar. Peronistas fueron y son, no sólo aquellos que adhirieron al PRO en su momento por falta de una inserción propia sino aquellos que estaban fuera, como el peronismo cordobés que apuntaló a Macri en su elección como presidente. Juntos, pudieron cambiar la historia y expulsar del poder al kirchnerismo y sus malas políticas.

 La Argentina puede llegar a las elecciones de 2019 en la confusión histórica o en la común certeza de su destino, encarnado en una coalición que una a todos los semejantes en contra de aquellos que sólo supieron arrodillar el país y embarcarlo en un proyecto sin destino.

A muchos en Cambiemos les gusta confundir en el kirchnerismo a todos los peronismos, soñando con una victoria que eliminase a todos. Sin embargo, la realidad, esa única verdad, podría llegar a ser muy diferente y representar un nuevo atraso y fracaso, en el caso de que ni el peronismo liberal pudiese predominar en un peronismo todavía muy estatista y socialdemócrata, o en el caso de que éste último se aliara al kirchnerismo y juntos se llevasen al fin la victoria.

Así, a los que en Cambiemos creen que una alianza con cualquier peronismo sería suicida les respondemos: no se puede medir la aceptación de los votantes de una propuesta que aún no se ha hecho. Tampoco se puede medir la capacidad de los propios votantes antiperonistas de superar los prejuicios en beneficio del propio interés.


Como siempre, la diferencia la hará un liderazgo claro y eficaz que explique cuál es el proyecto político que, para bien de la Argentina y los argentinos, debe predominar y convoque a todos aquellos capaces de comprenderlo, acompañarlo y, a la hora de las dudas, apuntalarlo.

domingo, noviembre 18, 2018

LA OPOSICIÓN PERONISTA Y EL SALVAVIDAS DE MACRI


Mientras que los actuales consejeros del Presidente Macri consideran aún que la oposición a la ex presidenta Kirchner será lo más redituable en las elecciones presidenciales de 2019, grandes fragmentos del peronismo hacen el mismo caso a esta estrategia de ganar a toda costa y, siguiendo la invitación gratuita que se les hace desde Cambiemos,  han comenzado a reagruparse alrededor de lo que no deja de ser una pobrísima candidata en términos de proyecto. Esta estrategia que, desde ambos lados privilegia el ganar antes que el prevalecer por la calidad y significado de la propuesta, podría terminar mal, si la economía repunta, como se espera, pero no al nivel y volumen necesario para convencer a una mayoría considerable. Una victoria en ballotage tampoco auspiciaría un debut suficientemente fuerte del segundo mandato

El actual gobierno, sin embargo, y a pesar de que muchos soñadores o interesados agoreros lo den ya por terminado, tiene aún muchas y excelentes cartas para jugar y prevalecer de un mejor modo, redefiniendo además a la oposición en términos más precisos.

Que Macri considere al peronismo como un todo embanderado con el kirchnerismo, además de volvérsele un búmeran cuando el mismo equivocadísimo y perdido peronismo vuelve hoy sobre sus pasos, abrazándose otra vez a la ex presidenta, es un error conceptual. En efecto, hay un fragmento del peronismo muy importante y con grandes posibilidades de crecimiento si es bien conducido, que el actual presidente podría incorporar a la actual alianza Cambiemos: el peronismo liberal. Nótese que este es un peronismo sin otro liderazgo en este momento que el del Presidente Macri y sin posibilidades de generar un espacio propio de gran tamaño antes de 2019. Se trata, al mismo tiempo, de un peronismo capaz de aportar todo aquello que le hace falta a Cambiemos y, más aún, con el poder necesario, vía una nueva relación con los sindicatos y la CGT, para asegurar el éxito final de la actual propuesta económica.  Ese peronismo liberal considera que la actual política económica de Cambiemos  fracasó hasta hoy por dos motivos: la falta de audacia para sostener una reforma de la economía genuinamente liberal y la falta de cintura política con los sindicatos,  trabajadores y empresarios para lograr un apoyo irrestricto a las reformas pendientes.

El peronismo liberal es el peronismo que ya hizo en los años 90 lo que hoy Macri quiere hacer, y tiene amplia experiencia en cómo acompañar este proceso, en particular, desde el movimiento trabajador, incluso enmendando carencias del pasado, como la falta de seguros laborales y el reentrenamiento laboral. Es inexplicable entonces que no se recurra a sumarlo a Cambiemos, perdiendo así la oportunidad de crear una invencible e indiscutible mayoría electoral. Una mayoría apoyada no en un ballotage y en la estrategia mezquina de buscar a la peor candidata presidencial posible como oposición, sino en la estrategia que un verdadero hombre de estado utilizaría, la de prevalecer con la mejor propuesta, construyendo la mayoría más amplia posible basada en intereses comunes y genuinos.

De optar por esta última estrategia, sin duda el Presidente Macri tendría igualmente a la ex presidente enfrente y, a su lado, todos aquellos peronistas, e incluso radicales, que hicieron la desgracia de la Argentina a partir de Diciembre de 2001. Ese grupo tendría su mismo programa a medias socialdemócrata, a medias izquierdista (y sí, ¡una parte de la clase media va a volver a creer otra vez que tienen razón!) y también con la apariencia de un peronismo ortodoxo e histórico al cual los sindicatos van a adherir si no se les propone algo más conveniente y verdadero. Pero, al mismo tiempo el Presidente Macri tendría en Cambiemos una alianza amplia, con una mayoría capaz de ganar en primera vuelta, ofreciendo así el respaldo necesario para las reformas pendientes en un segundo mandato presidencial.

De ahí la importancia de extraer con delicadas pinzas políticas al peronismo liberal de los años 90, separarlo claramente del conjunto amorfo de peronistas a quienes les da lo mismo cualquier cosa con tal de ganar, y sumarlo al lado de la propuesta correcta para la Nación y su pueblo, y muy específicamente, su pueblo trabajador, en todas las capas de las clases medias. Leído en términos históricos, de lo que se trata es de unir a las dos partes fuertes de la Argentina, el liberalismo y el peronismo, el capital y el trabajo, en una reconciliación final que asegure el progreso continuo. En los años 90 el peronismo de Carlos Menem, dio el abrazo al liberalismo. Hoy, el liberalismo de Macri debería dar el abrazo al peronismo y marcar el fin de la verdadera brecha que ha destruido al país desde 1945, con todos los tristes capítulos de enfrentamientos, incluidos golpes militares que todos conocemos.

Con el peronismo, siempre hay algo nuevo para comprender y aprender: no tiene mucho sentido usar hoy definiciones como peronismo disidente, o peronismo federal, o peronismo razonable o, como señala con humor Jorge Asís, peronismo perdonable.

Conviene mucho más actualizarse y llamar a las cosas por su nombre: hay un peronismo liberal, dispuesto a apoyar a Macri, y hay un peronismo amorfo, sin nuevas ideas y dispuesto a fundirse otra vez con el kirchnerismo. Cambiemos debe transformarse en la gran alianza liberal, conservando a los radicales e incorporando a los peronistas afines, y enfrentar en 2019 al peronismo amorfo, ese que el General Perón hubiese vomitado por no haber aprendido a cabalgar la historia.


miércoles, octubre 17, 2018

TERRA INCOGNITA



La insistencia del Presidente Macri en las soluciones lentas, parciales y recesivas continúa preocupando a propios y ajenos. Su persistencia en reivindicar el esquema electoral elegido para 2019—enfrentar a una Cristina Kirchner líder del peronismo- complementa el cuadro de enorme incertidumbre, no tanto ya acerca de sí podrá ser reelegido, sino de lo que la ciudadanía percibe como el paisaje bien conocido del tablero político dado vuelta, dónde cabe esperar cualquier cosa. Es decir, tal como indican la desazón y la falta de comprensión generalizadas—desde el Presidente para abajo—acerca de por qué ocurre lo que ocurre, hemos entrado en un territorio desconocido. Estamos, una vez más, en la terra incognita de un destino nacional donde todo, desde el fracaso más estrepitoso hasta un inesperado éxito, es posible.

¿Qué se esperaba del Presidente Macri? Una enérgica política liberal y una muñeca política capaz de enlazar a ese amplio sector del peronismo que le es afín y que aún hoy no tiene liderazgo. Sin embargo, salvo la energía inicial desplegada al comienzo para abolir el cepo y mejorar ampliamente las relaciones internacionales, el Presidente Macri prefirió protagonizar una tibia y lenta reforma al estilo radical—compatible en lo político con lo que Jorge Asís llama el tercer gobierno radical, aunque en rigor sea el séptimo. Así, el Presidente Macri continuó confrontando con el peronismo, poniéndose incluso inoportunamente en contra a un movimiento obrero al que hubiera debido asociar.  ¿Puede esto cambiar? ¿Escuchará el Presidente a sus mejores instintos populares? Sí, esto es todavía hoy absolutamente posible, aunque no se puede asegurar que ocurra.

Lo que sí se puede asegurar, después de estos casi tres años de reforma lenta y con sólo la mitad de los socios políticos posibles, es que con la estrategia elegida no se llega adónde se pretendía llegar ni en lo económico, cada vez más pobres y con altísima inflación, ni en lo político, cada vez con más divisiones y confusión. La Argentina no precisa un presidente que use la tradicional división peronismo-antiperonismo en su favor para un imaginario beneficio electoral—eso ya no es seguro—sino  uno que la elimine, del mismo modo que hizo Carlos Menem en los años 90, mostrándose como un peronista capaz de abrazar al liberalismo. El problema del Presidente Macri, es que actúa como un radical y no como un liberal, sin que ninguno de sus consejeros le indique la opción que tiene abierta de actuar como lo que es en realidad, un liberal, capaz de abrazar al peronismo con una pasión que incluya al movimiento sindical en su conjunto, obligando a todos a avanzar en el camino de la modernidad. Pero, en la terra incognita pueden suceder las más inesperadas alianzas y, también, los más revolucionarios cambios de estrategia.

Más allá de la figura presidencial, la historia de la Argentina y de los argentinos sigue su curso, con sus mismas necesidades irresueltas de intensa y veloz reforma y de cabal comprensión de la alianza política que es imprescindible para llevar a cabo la reforma con éxito y hacerla perdurar en el tiempo. En la terra incognita, una figura como la de la ex presidenta puede, por necesidad, hacer un bis del 2015 y volver a usar a Scioli como su representante, abrazado esta vez por todo el peronismo y representando vengativamente lo que Macri no proveyó: una continuidad en el tiempo de la Argentina exitosa de los 90, bendecida hasta por el kirchnerismo a cambio de la libertad de sus dirigentes.

Todo es posible, incluso que la visión de un desarrollo impensado de los acontecimientos cree una realidad totalmente distinta de la cual emerja, ya no la figura salvadora, sino la necesidad colectiva, claramente expresada, de sentar bases reales pare el crecimiento y la prosperidad. En estos días de profundas ignorancias exhibidas en toda su desnudez, llama la atención que la persona con más importante experiencia en la creación de una economía exitosa—la de los años 90—continúe siendo asociada al fracaso de un gobierno radical al que no pudo salvar, ninguneada, ridiculizada e incluso perseguida. En la terra incognita que hemos comenzado a transitar quizá deberíamos volver a mirar a Domingo Cavallo con la mirada puesta en los hechos tal como fueron y preguntarle cómo se regresa al buen camino. Si alguien sabe, ese es él.

sábado, septiembre 08, 2018

EL GRAN ERROR, CORREGIBLE, DEL PRESIDENTE MACRI


En estas mismas columnas hemos señalado muchas veces la mala decisión política de excluir a un amplio sector del peronismo que comparte los mismos ideales liberales de Cambiemos, además de los republicanos, con la ventaja de que, en su siempre creativo movimiento en favor de las clases trabajadoras, ofrecería la nada despreciable colaboración sindical a la hora de hacer las necesarias reformas. Y si bien ese error es grave ya que, aunque no pone en riesgo la elegibilidad del Presidente Macri a un segundo mandato (ese peronismo, sin una candidatura semejante propia, lo votará de todos modos a él), sí deja en estado de zozobra y retraso al país hasta que en 2019 quede finalmente claro que las actuales políticas van a continuar. Otro sería el cantar con un Cambiemos más grande y renovado, un Cambiemos con un líder comprendiendo, por fin, que el peronismo hoy está “for grabs” para quién se le anime y sepa conducirlo y encauzarlo. La Argentina tendría así posiblemente un horizonte nítido ya hoy, con apenas la sombra de un declinante kirchnerismo y de un peronismo antiliberal que no crecería demasiado en la medida en que lo mejor del peronismo se dedicase a la vez a perfeccionarse y competir internamente dentro de un Cambiemos amplio. Esta conjunción de fuerzas derrotaría a la vez, también presumiblemente para siempre, tanto al kirchnerismo declinante como a los rezagos del duhaldismo y del peronismo retrasado.

Con todo el peso que tiene este error político de combatir al peronismo antes que liderarlo, el país hoy tiene un reproche mucho mayor para hacer al Presidente Macri: el del fracaso de su política económica. Si bien una gran mayoría de la población, con gran parte del peronismo incluido, apoya el rumbo elegido y continúa apoyándolo del mismo modo en que lo ratificó en la última elección, la realidad es que la decepción acerca de la inflación que continúa, la falta de divisas y la insistencia en más impuestos, es inmensa y pone en duda algo que jamás nadie se hubiera atrevido a dudar: la capacidad de gestión de un Presidente con muchos éxitos anteriores en su curriculum.

¿Por qué triunfó en Boca y en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y por qué fracasa hoy en el Gobierno Nacional?  ¿No se trata acaso de la misma persona, con la misma habilidad para gestionar? ¿No se trata acaso del mismo país y de las mismas dificultades para afrontar? ¿No se trata acaso de la misma ideología en acción? En efecto, todo parece igual pero no lo es. Éste es el gravísimo error del Presidente Macri, el no haber advertido la diferencia entre dirigir la economía de un club de fútbol o una gobernación de la ciudad, microeconomías que debieron lidiar con una macroeconomía a menudo inviable y crear sus propios y aceitados recursos para sobrevivir con éxito, y proyectar y dirigir una nueva macroeconomía más favorable a las microeconomías empresarias o de las gobernaciones provinciales y viable a la vez en el mundo del libre comercio.

 No es lo mismo ser un campeón para lidiar con una macroeconomía adversa—y Macri sin duda lo fue y de ahí la esperanza inicial de una gran mayoría del país en su gestión presidencial—que ser el artífice de una macroeconomía funcional, viable y exitosa. Se ha dicho muchas veces que el error del Presidente Macri ha sido dividir el ministerio de economía en varios ministerios, de modo que nadie tuviese un mando absoluto y que no hubiese un poderoso ministro de economía como en el pasado, pero esta apreciación es equivocada. En efecto, ya se ha observado también muchas veces, en particular en estas últimas semanas de desasosiego y cambios ministeriales para tratar de dar en la tecla, que la realidad es que sí hay un Ministro de Economía, uno muy poderoso que coordina todo y que, con el auxilio de secretarios de gabinete, lleva las riendas de la macroeconomía y que ese ministro en las sombras, no es otro que el mismo Presidente Macri.

El problema entonces no es que no existe un Ministro de Economía, sino que existe uno que es incompetente para esa función: saber lidiar con la mala o errática macroeconomía de los anteriores gobiernos no acredita capacidad de organización de una macroeconomía eficaz y eficiente. Para eso, en el currículum del Presidente Macri tendríamos que haber leído otras capacidades, como ser una formación no en la gestión de empresa, sino una formación para la gestión macroeconómica.

Como líder de su propio movimiento, el Presidente ha cometido un grave error de autovaloración, uno que imaginamos estará dispuesto a rever, amigo como es de desandar los errores, aunque sean propios. No se trata de un error cometido por soberbia sino, como en muchos otros casos, por justamente no contar con una formación específica que le permitiese evaluar la dimensión de la diferencia entre sus roles anteriores y éste. En su equipo y en el país, existen hombres que bajo la dirección general presidencial pueden hacer de modo altísimamente competente el trabajo técnico y ayudar así al éxito de este gobierno y del país.

Un presidente perfecto, también líder genial, se hubiera asumido como líder de un nuevo espacio liberal y republicano que contuviera no sólo a los radicales afines sino también a los peronistas afines, sin dejar que el prejuicio o la ambición de sustitución enturbiasen su juicio. Un presidente perfecto, también  líder genial, pero con sentido de sus limitaciones y competencias, nombraría hoy a un Ministro de Economía competente, no sólo para unificar decisiones, sino para galopar hacia las soluciones factibles que sólo un buen profesional formado para ese trabajo, conoce.
  
PS ¿Y si todo lo malo que nos sucede a los argentinos fuese, no por la falta de formación o estudios de nuestras diversas dirigencias, sino por la falta de rigor al colocar a cada persona en su lugar adecuado, desatendiendo a sus competencias reales y comprobadas?

domingo, agosto 26, 2018

¿QUÉ NOS DEBE EL PERONISMO?


El avance en las innúmeras causas por corrupción que tocan al kirchnerismo vuelve a beneficiar a Cambiemos y a colocarlo en la delantera de la competencia electoral. Podrá vencer en 2019 con facilidad al kirchnerismo y hasta quizá quede habilitado para sepultar electoralmente junto a éste al resto de las variantes peronistas. ¿Podrá el peronismo en su conjunto repensar su historia de modo correcto y servir al país junto a Cambiemos, ya como socio, ya como oposición?

La estrategia de continuar asociando al kirchnerismo con el total del peronismo, ofrece una incomparable ventaja en estos días de horror frente al volumen de lo robado por el kirchnerismo al Estado, con el silencio de muchos peronistas no kirchneristas. El rechazo a la organización mafiosa que terminó corrompiendo a las mayores empresas de la Argentina es enorme y muy rendidor electoralmente. Ni siquiera pensar que la propia familia del Presidente Macri pueda ser involucrada en esta estafa mayor a los argentinos hará mella en el renovado poder de Cambiemos: una oportuna entrega a lo General Moscardó (pero generacionalmente invertida) redoblará el lustre de la transparencia. En estas semanas, las elecciones de 2019 no son una amenaza.

Sin embargo, la Argentina sigue amenazada en su ignorancia profunda de sí misma en cuanto a las verdaderas alternativas políticas y económicas. No se discute lo que hay que discutir para asegurar la suerte y buen destino de un país que sigue retrocediendo. La confusión acerca de los sistemas de organización del Estado y de la economía persiste. El peronismo, por su tradición de pensamiento sistematizado y sus claros y tradicionales instrumentos de conducción, es el principal responsable de no haber aclarado la confusión, ya que precede a un Cambiemos que sólo surge por la falta de modernización del peronismo. Antes que Cambiemos, es el peronismo el que debe hacer su mea culpa público, utilizando los razonamientos correctos de modo que el total de la población vuelva a tener un instructivo adecuado con el cual pensarse y pensar al país. El peronismo actual debe esto a los argentinos como condición necesaria para que los argentinos puedan reconsiderar su permanencia como fuerza política viable.

Hacia fines de los años 90, los Kirchner crearon un grupo de intelectuales que bajo el nombre de “Calafate”, se reunían a pensar políticas anti-liberales, anti-Menem específicamente. Entre ellos, el hoy muy consultado Julio Bárbaro, que después integrara el gobierno de Néstor Kirchner. Post-Frepasistas, más bien socialdemócratas con un barniz de izquierda progresista, nadie podía confundirse: ellos eran tan opuestos a las políticas liberales en la organización de la economía impuestas por Menem y Cavallo y a la apertura al mundo globalizado del libre comercio como los peronistas más ortodoxos. Así, el peronista ortodoxo Duhalde, acérrimo enemigo de Menem, sería su aliado en una concepción retrógrada de la Argentina y, finalmente, el promotor de Néstor  Kirchner a la Presidencia. Duhalde hasta le prestaría un ministro, Lavagna, que hoy, no casualmente, vuelve a sonar como posible candidato a presidente de una unión peronista que abarcase a peronistas ortodoxos, kirchneristas socialdemócratas y kirchneristas de izquierda, incluyendo entre éstos al sector rebelde del radicalismo disconforme con Cambiemos.

Esta amalgama peronista que replica la del año 2003 es lo único que hasta ahora el peronismo transmite de cara a una sociedad confundida. El peronismo sigue anclado ya no en 1945, o en los 70, sino en la misma confusión de fines de los años 90, con Duhalde oponiéndose, más que a un Menem personalista, a sus políticas liberales. Esta oposición se manifestaría con mayor claridad en la posterior oposición duhaldista a Domingo Cavallo, ingresado al gobierno radical para intentar recuperar aquellas políticas de los iniciales años 90, y culminaría con el golpe institucional a de la Rua.

El peronismo actual no es entonces principalmente objetable porque una de sus fracciones haya destruido y saqueado al Estado en la última década—corruptos puede haberlos en cualquier régimen y bajo cualquier ideología—sino por haber combatido al peronismo de los años 90, único progreso consensuado por las dos partes en litigio desde 1945, la via real de la Argentina con la asociación de las fuerzas tradicionales liberales al poder de las clases trabajadoras.

Los errores terribles de los dirigentes peronistas post años 90, vendidos lamentablemente como éxitos después de la crisis de 2001 provocada por ellos mismos y sus aliados radicales de izquierda, son los que postraron a aquella Argentina que había por fin logrado levantarse, en unidad política, y entrar en un camino de modernización y progreso.

Si el peronismo quiere tener alguna chance electoral, debería mostrar la hidalguía de hacer pública esta discusión y superar sus malas interpretaciones de la realidad, hasta hoy sostenidas a rajatabla, en la errada idea de que la oposición a Cambiemos debe expresar el camino opuesto. No debe ser lo opuesto, debe ser lo mismo, en la tradición peronista-liberal de los años 90, pero mejor, con más conocimiento teórico y más eficiencia práctica. Y debe serlo sin esa vergüenza u oportunismo frente a una opinión pública congelada en el error, esa que también hace, a su vez disfrazar, a Cambiemos de radical o desarrollista, en vez de asumirse como la vanguardia de un peronismo impotente, frenado por dirigentes reaccionarios.

En el peronismo, hoy no se ve un solo dirigente que se anime a renacer desde su propia tradición peronista-liberal y a conducir a los argentinos en la buena senda de un pensamiento realista. En el escenario político, sólo se ven los peronistas retrógados, los tímidos que saben pero no se animan a ir de frente por miedo a perder los votos de aquellos a quienes, por el contrario, deberían guiar, y a los inclasificables oportunistas de siempre, ya pragmáticos, ya traidores.

 Si hoy uno escucha las opiniones de la mayoría de los ciudadanos de a pie, alimentados por un periodismo que no siempre hace sus deberes o, peor aún, se deja llevar por antiguas pasiones, culturales, clasistas o racistas, no detecta casi nunca en esas opiniones una consistente descripción de la realidad de las últimas décadas. Por lo tanto, no existe tampoco la posibilidad de que la opinión pública pueda apoyar, duradera y racionalmente, a un Cambiemos que enfiló hacia el camino correcto pero sin asumir el pasado del cual es heredero.

 La revolución liberal ya se hizo en la Argentina, con un Menem mejor político que Macri, con un Cavallo más competente y mejor formado para la administración pública que cualquiera de los ministros actuales. Lo que hoy logró Cambiemos como fuerza política, no pudo lograrlo Domingo Cavallo con su Acción para la República, y, sin embargo, en aquel momento, ya existía la aspiración de continuar el camino comenzado y descuidado por un Menem demasiado distraído en sus negocios personales.

La confusión peronista alcanza también a la coalición gobernante. A Cambiemos le cuesta conducir y caminar contra esa corriente generalizada de pensamiento colectivo que cree que los 90 fueron una catástrofe; el liberalismo explícito, la ruina electoral, y que toda asociación con el mejor peronismo político de la unión y el progreso, significa perder la oportunidad de sepultarlo y reemplazarlo para siempre. El peronismo, en su parálisis y decadencia, arrastra a un Cambiemos al que en rigor debería estimular como un hermano histórico menor desde su lugar de hermano mayor y con más instrumentos. Cambiemos, a su vez, compite con su hermano mayor del peor modo posible, intentando su destrucción.

Lo que Cambiemos no ve es que el peronismo no es un partido y ni siquiera un movimiento, sino un modo de interpretar y conducir a la Argentina y que este modo no es patrimonio del peronismo, sino a esta altura, de todos los argentinos. Es una herencia de familia.

Lo que el peronismo no ve, es que perdió la lucidez para reconocer este modo propio y hacerlo suyo nuevamente, y la inteligencia para usar correctamente esta modalidad en el primer cuarto del siglo XXI.

Sí, ya ha pasado todo ese tiempo, y la Argentina sigue empeorando sin que nadie explique por qué. “¡Deben ser los peronistas, deben ser!”, renovaría hoy el slogan La revista dislocada. Y sí, como aquella otra vez en el remoto pasado de los gorilas, no se equivocaría: son los peronistas los culpables, pero no por las razones que habitualmente se cree.  

jueves, julio 26, 2018

EL PERONISMO RASTRERO Y EL PERONISMO HIDALGO



Para la mayoría de la población, alimentada frenéticamente por la prensa oral, televisada, escrita y la prensa informal de las redes sociales, las elecciones presidenciales de 2019 se juegan hoy entre Cambiemos y un peronismo dividido entre los peronistas “potables” y un kirchnerismo al que se persiste en considerar peronista, por cierto con la complicidad de muchos peronistas “potables” ya embarcados en la tentadora idea de un peronismo unido y ganador.

Basándose en esta hipótesis, se imaginan escenarios posibles en los cuales el Presidente Macri vence a la ex presidenta, a la cual muchos peronistas no votarían, o bien es derrotado en una segunda vuelta donde el vencedor es un peronista “potable” o donde es la temible ex presidenta la que regresa victoriosa. Nadie imagina, y con buena razón, a un peronismo unido en su totalidad al kirchnerismo. 

Así, el panorama político real—ese donde se juegan tendencias más genuinas y profundas, no siempre percibidas o manejadas por las oficinas políticas de prensa y relaciones públicas—aparece  con algunas grandes diferencias que vale la pena señalar.

En primer lugar, dos realidades objetivas:  
1) el Partido Justicialista está con la intervención de Luis Barrionuevo bajo la supervisión y control de la jueza Servini (gran amiga de Elisa Carrió) y por lo tanto, tan poco libre de democratizarse y reorganizarse como durante las dos últimas décadas, a menos que esta democratización y reorganización se enmarque dentro de un consenso político amplio y aceptable para el gobierno y,
 2) el kirchnerismo, que no es peronista aunque muchos peronistas hayan girado bajo su órbita, no tiene por lo tanto tampoco ninguna chance de formar parte de ese Partido Justicialista, ni de intentar una alianza electoral con éste para fortalecerse, sino que más bien continuará su carrera electoral bajo el nombre del auténtico partido kirchnerista, Unidad Ciudadana.

Si se resiste a la tentación de continuar tratando al kirchnerismo como peronismo y si se comienza a reconocer que puede ser no sólo una mala estrategia sino una estrategia muy inferior a otras para ganar sin riesgo las elecciones, quizá tanto el peronismo “potable” como Cambiemos, encuentren el modo de sacar ya mismo a la Argentina del marasmo. 

En efecto, ambas formaciones tienen en sus manos la posibilidad de asegurar un triunfo electoral indudable, sin fisuras y con el potencial para dejar a la Argentina democrática y republicana parada para siempre sobre sus pies. Con la ventaja adicional de afirmar, por el mismo gesto, el plan macroeconómico y el gradual regreso a un equilibrio fiscal, y el retorno de las inversiones, principalmente de argentinos que estarían así en una contundente gran mayoría  unidos por abajo en la sociedad y, por arriba, en espejo, por un frente político representativo.

Hay que entender que los argentinos que hoy parecemos terriblemente pobres somos inmensamente ricos, con un enorme ahorro nacional privado en el exterior y, por lo tanto, con una capacidad intacta de crecimiento. Tenemos además, en este momento, un gobierno que por lo menos ha sabido quebrar la inercia del desorden y el fracaso, sentando algunas nuevas y buenas bases. Lo que no tenemos, es un frente político amplio y representativo que incluya a todos los que tienen una visión general semejante de hacia dónde debe dirigirse la Nación. En esto, el gobierno persiste en su error inicial de haber limitado su alianza al radicalismo y a partidos de extracción radical y de haber hecho del peronismo y su supuesta encarnación kirchnerista, su principal enemigo, renunciado así desde un inicio a ese plus que le podría proporcionar el peronismo más genuino, y que haría del Cambiemos amplio, una fuerza imbatible. El error de la conducción mayor del PRO es en realidad un profundo error de percepción política de sí mismo y del verdadero lugar que está ocupando en la historia. Desde ya que sus socios radicales o de extracción radical, como la Coalición Cívica, alientan y colaborar con este error, eco de una persistente y antigua batalla.

Junto a este error, también está la otra falsa auto-percepción de muchos peronistas que no se dan cuenta tampoco de su lugar particular en este momento de la historia y de cómo debería ser su relación con Cambiemos. Si dejamos a los kirchneristas fuera del cuadro, como debe ser, podremos ver con más claridad y sin distorsiones, lo que es hoy el peronismo.

Por un lado, tenemos a los peronistas rastreros, aquellos que, desde que Perón fue derrotado en 1955, no dejaron de buscar todo tipo de alianzas y acomodos en beneficio de su supervivencia personal. Sin ser leales a la legítima conducción de aquel entonces, usufructuaron siempre de las conquistas que esa misma conducción les había proporcionado. Hubo peronistas que traicionaron no sólo a Perón sino a los intereses más genuinos de la Argentina, desde la política, desde el partido, desde los sindicatos. Siguió habiéndolos con el regreso de Perón (ahí también nacen las traidoras raíces del kirchnerismo, en una confusión que ya sería hora de terminar) y también más tarde, después de la muerte de Perón, con las sucesivas traiciones a su viuda, la única garantía de unidad en aquel momento. Continuaron así durante los años de la dictadura, y también durante los años de Menem que tanto hicieron por equilibrar, modernizar y reubicar a una Argentina humillada. Los peronistas rastreros siguieron con las sucesivas traiciones a la Nación  con el golpe institucional de 2001-2002 y su escandalosa ruptura de los contratos privados, para seguir hasta estos últimos años del kirchnerismo que tenemos aún muy presentes. Este peronismo rastrero, el que primero desobedecía a Perón y luego a los mejores intereses de la Argentina sólo para satisfacer su conveniencia y predominio político personal está vivo.  Son esos que hasta no hace mucho decían “Si, Cristina” para conservar sus cargos y son los que hoy le vuelven a decir lo mismo, en esta hora de incertidumbre, con la ilusión de ser quienes derroten al Presidente Macri.

A estos peronistas rastreros, por los cuales el votante peronista más genuino no tiene ni cariño ni respeto, se les oponen, sin embargo, los peronistas hidalgos,  los que levantan el crédito y el honor de un peronismo que los enemigos nunca terminaron de comprender. Leales a una idea de Nación inculcada por Perón, leales a una clase trabajadora y a unos sindicatos que no siempre fueron leales a ésta, y leales a la verdad, los peronistas hidalgos manifiestan un tradicional y específico rechazo a los hipócritas, los acomodaticios y los rastreros, y, ni qué decirlo, a los que “meten la mano en la lata”. Son los votos de ese peronismo hidalgo los que le hicieron ganar las elecciones al Presidente Macri con la ayuda específica de un cordobés, José Manuel de la Sota, que dio sin dudar lo que faltaba y fue, ya no leal a Macri, sino a una Argentina que precisaba salir de la pesadilla kirchnerista  para siempre. Un comportamiento semejante se observó en las últimas elecciones legislativas. Un peronismo sin partido activo ni conducción prefirió votar a Macri.

Vemos entonces que no hay un único peronismo, ese peronismo imaginario representado por el kirchnerismo  y al cual podría vencer el Presidente Macri en 2019, derrotándolo para siempre y sustituyéndolo con la gloria de un nuevo movimiento—esa permanente fantasía de los enemigos del peronismo—sino que aparte de ese kirchnerismo que no es peronista, hay dos peronismos reales e incompatibles entre sí . Es a estos a los que hay que prestar muchísima atención: al peronismo rastrero impredecible e incontrolable y al peronismo hidalgo que quizá se canse de ser ninguneado y nuevamente maniatado, en nombre no de una legítima lucha política sino en nombre de un error de cálculo.

El peronismo rastrero es el peronismo que no va a vacilar ante las más abyectas mezquindades para prevalecer, por ejemplo, aliándose con el kirchnerismo y volviendo juntos a la carga contra el plan macroeconómico que hoy no tiene el éxito esperado. Esta falta de éxito tiene su raíz en la carencia de inversiones. Y estas no llegan, no tanto por la opción gradualista del gobierno, sino por el gravísimo error político de Cambiemos en no entender su real posición histórica y desdeñar a ese peronismo capaz de darle una y otra vez la victoria, y con ella, ofrecer la certeza al mundo de que la actual política económica y las actuales alianzas internacionales están aquí para quedarse. 

Es posible que la alquimia electoral de dividir al peronismo en varias partes transforme a Cambiemos en un vencedor. Pero no estará jamás seguro de ser un vencedor absoluto sin una gran parte de ese peronismo, el mismo que lo llevó al poder. La ambición—un tanto rastrera ella también, convengamos—de “sustituir” al peronismo como movimiento histórico anula la posible conquista real e inmediata de ser también parte y conducción de ese mismo movimiento, del mismo modo en que hoy es parte y conducción del radicalismo.

En suma, lo que a este gobierno le falta es la sabiduría inmediata de entender que el peronismo hidalgo es su aliado—tanto como el radicalismo igualmente hidalgo (¡no el radicalismo rastrero que protesta!) que ya los acompaña—y conformar ya y sin perder más tiempo, un conjunto compacto de unidad asegurando así un 70% del total del poder político disponible. Esta unidad brindará, interna y externamente, la certeza y la confianza que hoy faltan. De este modo, se podrá comenzar a progresar desde ahora calmando a la vez la ansiedad por el 2019, con la certeza de ganar las elecciones por una mayoría abrumadora.

Al peronismo hidalgo, no hay que explicarle nada, porque todo esto ya lo sabe y entiende. Y también sabe que, si Cambiemos no camina en esta dirección y si no liquida de una vez su ineficaz y resistente gen antiperonista, el peronismo hidalgo--con o sin PJ--se armará una vez más y saldrá al ruedo con un nuevo liderazgo. Un  liderazgo, peronista e hidalgo, que ya no será el hoy todavía posible liderazgo  de un Presidente Macri al que hay que sostener para asegurar el más veloz crecimiento de la Argentina y la más cercana felicidad de su pueblo, sino un nuevo liderazgo lanzado a buscar su suerte.

Después de un año y medio más de estrecheces e incertidumbres, ¿valdrá la pena haber persistido en el error, aun ganando? Un peronista hidalgo diría que no, porque siempre están la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo antes que el interés personal político. Hay que preguntarle al Presidente Macri, un no peronista de todos modos igualmente hidalgo, si no cree que ya es la hora de juntar explícitamente las hidalguías y renacer en la realidad.

sábado, junio 30, 2018

¿LIBERAL-PERONISMO O PERONISMO-LIBERAL?



En la Argentina la incertidumbre ya no se reduce sólo al peronismo sino que abarca también a la coalición gobernante. En su tercer año de gobierno, el PRO que se definía como liberal, hoy debe hacer esfuerzos para que no se lo confunda con un partido poco claro en su doctrina o con escasa convicción para sostener la anterior. Tampoco el PRO ha demostrado la necesaria inmersión en las masas más postergadas ni la capacidad para aportar nuevos instrumentos de contención y promoción aptos para canalizar esa energía social habitualmente cliente de cualquiera de los peronismos vigentes. 

Muchos suponen que esta situación es ideal para ser aprovechada por ese peronismo unido y fantasmal al que todos aquellos que se le oponen temen, sin advertir que los peronismos son demasiados y que por motivos de confusión doctrinaria bastante similares a los del PRO, tampoco generan la renovación instrumental necesaria para hacer un peronismo eficaz. Es decir, un peronismo que cumpla con sus metas sociales dentro de un marco liberal, un marco que continúa a ser explícitamente rechazado por la mayoría de los cuadros de cualquiera de los peronismos.

El panorama internacional tampoco ayuda. Destrozada cualquier política de libre mercado a nivel global por el actual presidente de los Estados Unidos, el mundo también está confundido acerca de cuáles hoy son los instrumentos adecuados para el crecimiento económico y la contención de las cada vez más numerosas masas desplazadas o por la guerra o por economías que no llegaron a emerger en la primera etapa de la globalización. El caos del mundo occidental continua confundiendo a unos y a otros, ya que por ahora sólo beneficia a quien hábilmente se ocupó de promoverlo, no tanto por falta de fe en ese orden global, como por la necesidad de encontrar un lugar más predominante en éste (ah, ¡trágica Rusia que nunca puede ser la cabeza de Europa...!).

 Por lo tanto, a los argentinos sólo nos queda aguzar el ingenio y estudiar la trama de nuestras opciones.

Si es verdad que el orden global está crisis no de disolución, sino de reacomodamiento de las potencias que aspiran a dirigirlo, entonces no es el mercado global lo que se discute y ni siquiera la libertad de mercado, ya que los juegos nacionalistas de tarifas y tasas sólo representarían un momentáneo juego táctico de reposicionamiento estratégico. Por lo tanto, cualquier país que desee emerger, continuar emergiendo, o crecer sostenidamente, no puede ampararse en otra cosa que una macroeconomía liberal, en consonancia con el siempre vigente mercado global, y sin confundir los escarceos nacionalistas temporarios, con un giro radical en la economía global.

La Argentina no puede sino, entonces, tener otra economía que no sea una economía liberal. Cuánto más pronto la tenga y cuánto más nítida sea ésta, más rápido y eficiente será el crecimiento.
 Por otra parte, con un treinta por ciento de pobreza, la Argentina no puede hacer otra cosa que declarar una guerra total a la pobreza, comenzando por ocupar el territorio de ésta—la inmensa masa de desamparados tradicionalmente peronistas—y labrar para y con ellos un camino de rápida integración y ascenso social. Es decir, la Argentina no puede hacer otra cosa que un eficiente peronismo real.

Si los actores políticos que van a la opción en 2019 son Cambiemos y el Peronismo, no tendrán ninguna chance de gobernar bien si ambos no atienden a esta necesidad insoslayable de ser a la vez liberal y peronista. Que Cambiemos haga Liberal-Peronismo o el Peronismo haga Peronismo-Liberal importa poco, con tal de que alguno de los dos entienda qué es lo que en realidad la Argentina reclama sin poder siquiera expresarlo correctamente. Ya lo sabemos: el liberalismo y el peronismo son los dos viejos antagonistas, los protagonistas de la única brecha real de la que valdría la pena hablar (y no de la brecha Cambiemos-Kirchnerismo que no ha hecho sino oscurecer las opciones reales, confundiendo aún más a votantes y dirigentes).

Así, las elecciones de 2019 las ganará aquel que entienda la naturaleza del verdadero enfrentamiento argentino, anclada en un pasado que ya había sido ampliamente superado, y se entere, una vez más—porque  esta tarea ya había sido hecha en los años 90—de que es posible reconciliar los dos términos. El liberalismo y el peronismo no deberían estar enfrentados sino aliados en la más inteligente de las combinaciones.

La estrategia liberal para crecer; la estrategia peronista para arrancar de la anomia, el desamparo y la falta de salud, educación y trabajo a dos generaciones (por lo menos) abandonadas a su suerte. Nos ocupamos en estas mismas columnas de posibles planes de acción social que incluyan a organizaciones privadas (en primer lugar los sindicatos) e incluso acepten la ayuda de unas Fuerzas Armadas hoy sin misión militar y que podrían tener una gran participación en la reorganización, relocalización y formación educativa y laboral de millones de jóvenes, varones y mujeres, hoy sin destino, y con esto borrar, además, para siempre, el recuerdo de unas fuerzas armadas desbordadas, destructivas y finalmente tan antinacionales como aquellos a quienes combatían.

La Argentina tiene la desgracia de haber sido mal gobernada y en forma muy confusa, durante estas últimas dos décadas, pero la inmensa suerte de tener dos tradiciones poderosas: una tradición liberal, ideal para tener el mejor de los lugares posibles en el escenario global y una tradición peronista, ideal para levantar de la pobreza a inmensas masas sin destino y convertirlas en una generación en pueblo de clase media. Su tragedia interior es no haber sido, hasta los años 90, capaz de unir estas dos tradiciones y, a partir del nacimiento del nuevo siglo, haber vuelto al pasado más lejano, desuniendo lo que había costado tanto unir. Tiempo, sangre, dinero, guerras de todo tipo, pérdidas de toda clase, incluyendo el orgullo y la dignidad nacional, que hoy sentimos hasta en el fútbol... Esa es la secuencia de nuestra historia reciente, aún no cortada de cuajo, como se debería, para sanar.

¿Vale la pena persistir en las discusiones equivocadas o en los programas partidarios siempre parciales. cuando no escamoteadores de la verdad? ¿O convendría introducir audazmente en la discusión pública, la idea de que la Argentina sólo se salvará con un programa a la vez liberal y peronista?  Liberal-Peronista o Peronista-Liberal, no importa. En ambos casos, sólo cambiará el liderazgo nominal: el programa será el mismo y el mundo ya no dudará de los argentinos, todos dueños de una única y misma Argentina con un derrotero aceptado por todos.

domingo, mayo 27, 2018

EMILIO MONZÓ EN LA MIRA


La sensación de crisis terminal aún no diluida que se apoderó en las últimas semanas de la población y sus dirigentes, volvió a poner sobre el tapete dos cuestiones que a menudo se confunden: la estrategia acertada para la estabilización y el crecimiento de la Argentina y la capacidad del actual gobierno de Cambiemos para conducir con éxito esa estrategia.

Vale la pena poner de relieve que este gobierno ha elegido el camino adecuado para la estabilización y el crecimiento, ya que no hay otro posible para la golpeada Argentina de las últimas dos décadas. La estrategia general no tiene fisuras—el gobierno propone una correcta inserción en el mundo; sostiene una voluntad de pago de todas las deudas contraídas por anteriores gobiernos y las nuevas; expresa una gran claridad acerca de que la Argentina debe tener una macroeconomía sana, sin inflación, sin un déficit fiscal que no se pueda financiar genuinamente; promueve una Argentina abierta al mundo; manifiesta querer crear las condiciones internas y externas para lograr la más alta productividad y crecimiento.

Donde sí se presentan fisuras y se observan hoy los errores que cualquier gobierno puede cometer pero que debería esforzarse en corregir, es en las tácticas que deben servir a esa estrategia y, tan grave como esto, la grave falla política en perder poder cuando podría evitarse con mejores tácticas y la imperdonable falla de no ganarlo cuando todo está allí servido para aumentarlo.

Hoy existe una gran porción de la población, confundida y sin inserción ni conducción, el peronismo de clara orientación liberal, que apoyaría este proyecto y colaboraría activamente en mejorarlo e implementarlo. Cabe entonces la pregunta de por qué el gobierno, aún especulando con sus votos, se ha empeñado en mantenerla desdibujada, soñando con absorberla en términos propios y no incorporándola como una parte propia en lo que debería ser una gran fuerza nacional: el peronismo liberal, el peronismo que votó al actual Presidente Macri, está una vez más solo y espera.

La decisión inicial de las autoridades del PRO fue aliarse formalmente sólo con el Partido Radical y su escisión, la Coalición Cívica, manteniendo ex profeso a todo el peronismo identificado con el kirchnerismo como ejemplo de lo peor en la política argentina y del enemigo a derrotar—cumpliendo de paso con el rol complementario inaugurado por los Kirchner en esa “brecha” que les resultó siempre tan útil. El PRO aceptó, a lo sumo, cuadros peronistas sueltos rescatables dispuestos a jurar por la nueva bandera del PRO, en ese sueño no explícito de que el PRO se transformase a la larga en la nueva fuerza política popular que, luego de haber incorporado al Radicalismo, sustituyese al peronismo.

Las dificultades de estos días señalan, sin embargo, la realidad de otra historia en curso. Una historia que algunos cuadros peronistas dentro del PRO, en particular Emilio Monzó, con un fino instinto político y un buen oído para el devenir de los acontecimientos, hace tiempo vienen señalando: no se puede reducir al peronismo al kirchnerismo y tampoco a las viejas deshilachadas huestes social demócratas del duhaldismo.  Existe un peronismo, señalan, que es necesario aliar formalmente. Así, en estos días, todas las miradas están puestas en este dirigente que quizá logre forzar los prejuicios de muchos integrantes del PRO y mostrar el presente desde otro punto de vista para lograr un efecto político sostenible, duradero y finalmente exitoso.

A pesar de las interpretaciones opuestas, la historia argentina es sólo una, la del esfuerzo de una nación para crecer independiente e integrada. Las luchas de facciones han sido luchas de todo tipo, según las épocas, a veces culturales, a veces ideológicas, y otras veces por simple interés económico. Capas de todas esas luchas han sobrevivido en nuestra cultura y es así como muy a menudo las discusiones esenciales del presente se pierden en luchas remanentes de un pasado no totalmente asimilado como pasado propio, único y nacional. En la dirigencia de Cambiemos subsisten muchos de esos fantasmas y también persisten muchas viejas ilusiones. Lo que parece no existir, como por otra parte tampoco en ningún otro grupo político formal argentino, es la conciencia de qué momento de nuestra historia particular estamos viviendo.

La confusión, interesada o ignorante, acerca de los mal terminados años 90, nos impide ver que lo que estamos viviendo estos días, como historia nacional, es la oportunidad de terminar bien lo que se terminó mal en 2002, con la total destrucción del sistema económico liberal por Duhalde primero y los Kirchner después. El problema emocional y político de este gobierno es su resistencia a reconocer que fue el peronismo con Menem y Cavallo el que abrió este camino en 1989, que no se está haciendo nada nuevo y mucho menos desarrollismo—un desesperado intento de buscar alguna identidad histórica propia que no sea ni peronista ni radical—sino que simplemente se está tratando de retomar el camino virtuoso iniciado en los 90 que permitió la total modernización y puesta al día de la Argentina.

¿Cuál es la reacción del “peronismo”? El kirchnerismo y otros enemigos de la libertad económica ven todo esto con su habitual oportunismo político, y los acusan con de neoliberales y de intentar imitar a Menem; el duhaldismo es ambiguo, en su esfuerzo de no identificarse con el kirchnerismo, aunque siempre denostando el liberalismo y, en estos días particulares, sintiéndose incluso muy orgullosos de haber destruido en su momento al sistema liberal; el peronismo liberal, en silencio, sigue solo y espera.

En estos días, también la amplia mayoría de los argentinos se siente sola y espera. Los efectos de las malas tácticas económicas los confunden acerca de si se está en el camino correcto. Tampoco es de ayuda la falta de claridad acerca de lo que ha sido—en toda su verdad—la historia, ya no de los últimos veinte años, sino de los últimos treinta. La corrección de las tácticas económicas está en estos días siendo apuntalada por un buen número de economistas con amplia experiencia política, entre ellos, el primero, Domingo Cavallo, quien tiene más de una lección para dar acerca de sus éxitos y fracasos en el mismo camino que hoy este gobierno ha emprendido, aún con el mismo incierto éxito. Lo que no parece existir en simultáneo, es una corrección de las tácticas políticas, cuyo primer movimiento debería ser no aislar al peronismo que históricamente ya transitó por este camino. Ese peronismo hoy puede ayudar enormemente en lo que hoy, más allá de las alianzas puntuales con gobernadores amigos, es imprescindible, dada la necesidad de una profunda reestructuración económica: la ayuda y participación de los sindicatos peronistas en este proceso.

Es por eso que hoy, Emilio Monzó, la figura del PRO que no ha dejado de mirar al peronismo e interactuar con él, concentra, a su vez, todas las miradas que hoy ven el amplio espacio político dividido de un modo diferente: según el rol efectivamente desempeñado por cada fuerza en un proceso histórico aún incompleto.

El momento presente y las elecciones de 2019 no deben presentar la oposición de Cambiemos contra un “peronismo” que quiere liquidar y sustituir. Debe ser, para asegurar su éxito, el de un gobierno de coalición con radicales y peronistas para construir una nación moderna, integrada al mundo con una economía liberal y con sindicatos modernizados y con nuevas funciones para acompañar el crecimiento con cada vez más y mejor formados trabajadores. Esta coalición se opondría así, en una verdad histórica actualizada y llevada a la conciencia colectiva, a todos aquellos, “peronistas” o no, que quieran una nación estatista, empobrecida y con un derrotero inevitablemente autoritario para contener el ostracismo y la pobreza.

Este Emilio Monzó, hoy regresado a la mesa chica de Cambiemos, abre la puerta a la esperanza de una efectiva consolidación de este gobierno en una coalición ampliada para continuar y concluir el cambio iniciado.

miércoles, mayo 09, 2018

ARGENTINA: EL AJUSTE MENTAL


En estos días de confusión, sería bueno recordar que la persistencia de viejos males en la economía argentina no es una fatalidad y mucho menos una fatalidad debida al peronismo en su conjunto, sino atribuible a la resistencia a la realidad que desde hace ya mucho tiempo despliegan la mayoría de los muy mal formados políticos y de muchos de sus economistas, en general más profesionales, pero muy a menudo dominados por viejos aprendizajes.  Son ellos, junto a un periodismo al cual le vuelve a costar tomar la iniciativa de la opinión pública, los que transmiten la confusión al conjunto del pueblo y a las organizaciones civiles que los representan, entre ellas los sindicatos y las entidades empresarias.

La locura informativa de las últimas semanas sumada a un mal disimulado malestar del gobierno que muchos mal interpretan como desesperación, llama la atención por la intensidad de las discusiones sobre la economía, a las que ahora se agrega el habitual cuco del FMI. Sería mucho más beneficioso que se discutiera sobre el ajuste mental que los argentinos debemos hacer para retomar la buena senda del crecimiento y el orgullo nacional. Un ajuste mental igualmente resistido y postergado por lo incómodo de tener que volver a pensar y tragarse antiguas creencias, lugares comunes, e ideologismos crecidos sobre los hechos reales.

El primer paso de este ajuste consiste en reconocer la realidad tal como es, y en especial, entre todas las realidades negadas y distorsionadas, la realidad de los años 90, cuando tuvimos por bastantes años un rumbo nacional claro, una estrategia internacional sin fisuras y una economía organizada, moderna y que hubiera sido sostenida si los equipos que funcionaron durante la primera parte de la década se hubiesen mantenido, mejorando y corrigiendo siempre las políticas para el mejor desarrollo y sostén del país.

El segundo paso de ese ajuste consiste en reconocer que durante el gobierno de la Rúa fue imposible recuperar los últimos años de la década anterior en piloto automático y sin que se hubiesen continuado las reformas que asegurasen la continuidad del cambio.

El tercer paso de ese ajuste mental consiste en reconocer que no fue la política liberal de Cavallo, y tampoco el corralito—una solución de urgencia mal explicada y peor comprendida—lo que provocó la tragedia del 2001-2002 sino el golpe institucional organizado por los viejos enemigos—peronistas y radicales—de la política liberal de modernización y apertura al mundo del país. Ellos lograron su objetivo de no pagar la deuda externa, pesificar los contratos públicos y privados, y devaluar el peso. Y sí, lo hicieron con la contribución del FMI, y del Tesoro de los Estados Unidos, transformados en la ocasión en cómplices involuntarios de sus enemigos por mal cálculo político acerca de lo que sobrevendría.

El cuarto paso de ese ajuste mental es más fácil, ya que una buena mitad de la población ya lo ha hecho al rechazar en dos elecciones consecutivas todo regreso al duhaldismo, al alfonsinismo, o al kirchnerismo en cualquiera de sus dos nefastas variantes. Dicho esto, queda no obstante una mitad menos uno para convencerse de que toda solución que no sea una solución de libertad de mercado y de una macroeconomía de reglas compatibles con el mundo y aptas para atraer la inversión genuina, será inútil y nos hará perder aún más tiempo y sólo ganar más pobres y más quebrantos.

El actual gobierno debería calmarse, evitando las políticas golpe de efecto coyunturales que sólo crean más confusión e intentando hacer una buena política de fondo—por caso, ampliando su frente de gestión formalmente con el peronismo liberal afín.

El camino argentino es sólo uno, y es el que por suerte este gobierno eligió, aunque de modo timorato, sin hacer suyo el pasado donde todo lo que hay que hacer ya fue hecho—Cavallo demostró que es posible. Por lo tanto, no hay grandes misterios acerca de lo que se debe hacer. Por otra parte, nadie en la oposición puede hacerlo ahora, simplemente porque precisan dos años para llegar al gobierno.

El cambio le toca, en efecto, a Cambiemos. La pregunta no es si lo van a hacer o no, porque no van a tener más remedio que hacerlo, sino si lo van a hacer bien rápido o no. Y para hacerlo bien rápido, tienen que enganchar ya mismo a la parte de la hoy oposición que le es afín y que está pidiendo pista para aterrizar y aportar a ese mismo cambio. Hay un peronismo que no sirve para nada porque no ha hecho aún su reflexión, pero hay también un peronismo desaprovechado, hoy sin conducción, que convendría alistar en la causa común de poner definitivamente en pie el país. ¿Será esa la misteriosa misión de Emilio Monzó? Sería bueno que no fuese misteriosa, sino una clara directiva presidencial, de modo que el país también pueda acompañar. Sería también una muestra—mucho hace falta—de buena conducción.

Habrá sin duda ajustes. Se cortará el gasto en un lado, pero eso permitirá que entre inversión por el otro. Así que, a pesar de lo que todos parecen creer hoy, éste no es el problema real y tampoco lo es el FMI, que como todo prestamista de última instancia sólo quiere estar seguro de que podamos pagar.

El problema es el de la resistencia a la realidad de que, para hacer los cambios necesarios, hace falta más gente que ayude y adhiera. Un ajuste mental, también en la más alta conducción del país, que se trasladará, finalmente, a una política correcta y duradera.

sábado, abril 21, 2018

PERONISMO: DESDE LAS CENIZAS



A pesar de los esfuerzos del periodismo en debatir si la reciente intervención del PJ se origina en una predilección de esa misma jueza Servini que permitió que el PJ estuviese paralizado durante casi dos décadas o, por el contrario, en un cálculo electoral del actual gobierno de Cambiemos, en los círculos peronistas la discusión es otra.

Entre la humillación y la vergüenza de algunos, el más absoluto caradurismo y oportunismo de otros, y el desinteresado pesimismo de aquellos que, aun parte, creen que el peronismo está muerto, lo que se abre en las filas peronistas es el tema de la genuina oportunidad de cambio y cuál debe ser ese cambio. Todos coinciden en que el más puro kirchnerismo está mejor servido en el nuevo partido de Cristina Fernández, Unidad Ciudadana, aunque mucho del kirchnerismo oportunista podría, sin embargo, tener cabida en un Partido Justicialista por fin dispuesto a revisar sus afiliaciones y a hacer internas como es debido, dejando que la pugna democrática haga lo que sus dirigentes no supieron hacer. Es decir, desde muchas posiciones diferentes, se piensa en la renovación de un partido manoseado, abandonado, usurpado o perseguido y sin oportunidad real en mucho tiempo de progresar por sí mismo como instrumento político capaz de servir al total de la Nación.

¿Qué se puede esperar de un peronismo que, luego de la muerte del general Perón, no volvió a conocer una conducción del mismo nivel que adaptara su proyecto a las realidades de un mundo totalmente nuevo? Revisemos la historia post-Perón y la breve gestión de su viuda, interrumpida una vez más por un golpe de estado. Los nombres son pocos y ninguno de ellos tuvo la estatura necesaria para continuar la herencia y recrearla con la misma imaginación para consolidar un país moderno, con una clase media ampliada hasta el último confín y sin pobres. Luder, quizá el más claro ideológicamente en cuanto hacia dónde debía dirigirse el país, perdió las elecciones. Menem fue mejor líder que Duhalde o los Kirchner, pero su revolucionario cambio sólo pudo ser ejecutado por quien se había preparado para ello y formado los equipos necesarios, Domingo Cavallo, un liberal. Duhalde quedará en la historia como el que sepultó el proyecto liberal, acompañado por Alfonsín, un radical hoy por suerte superado por los que hoy acompañan a Cambiemos. Los Kirchner, a su vez, con aproximaciones ligeramente diferentes, consolidaron la sepultura del peronismo con la danza hueca de la izquierda festiva y el contante y sonante de los innumerables negociados a costillas del Estado.

Esta descripción, leída con cuidado, advierte sobre el verdadero problema que hoy debe resolver el peronismo si pretende renacer de sus cenizas, hacer valer su antigüedad de casi 75 años como partido histórico de la Argentina y retomar su tradicional defensa de la clase trabajadora: cómo incluir a los sectores productivos, a los sindicatos, y a los trabajadores en general dentro de una economía liberal, de libre mercado y con las fronteras abiertas. La respuesta a este problema es: creyendo primero en la inevitabilidad de la globalización—a pesar del merchandising ruso de la no globalización, que tanto éxito ha tenido en los espíritus vulnerables, corruptos o simplemente lentos en comprender—y luego en la igualmente inevitable necesidad de cambiar los instrumentos habituales del peronismo, buenos en el pasado para ingresar en la clase media a millones de argentinos postergados pero de extraordinaria ineficiencia en el mundo actual.

Una vez que el peronismo en general pueda asumir y comprender los términos de esta nueva discusión, estará listo para renacer, ya no como un rival del PRO sino como un aliado necesario. Tanto el PRO más avanzado en su percepción de la realidad y del mundo, como un peronismo renacido para recrear y ampliar la responsabilidad sobre sindicatos y trabajadores, limitando la intromisión del Estado en estas asociaciones privadas y haciendo que éstas tomen el rol fundamental que les cabe en la promoción de los argentinos más postergados y excluidos del trabajo, podrán avanzar más velozmente en las reformas que el país necesita. 

Juntos podrán derrotar la resistencia al cambio de los sectores más retrasados de la política (que viven no sólo en el peronismo, sino en el radicalismo e incluso en los sectores socialdemócratas del PRO). Sólo juntos, y en la compañía de aquel radicalismo ya renovado, podrán garantizar la continuidad institucional de determinadas políticas y favorecer la estabilidad, la inversión y la justicia.

El PRO tiene una razonable apertura al diálogo, y también la tienen algunos acompañantes de Cambiemos, que identifican bien al enemigo político de la Nación sin distraerse con el eventual adversario electoral. El peronismo, hoy en un comienzo de institucionalización imprescindible y bienvenido, tiene como conducción a un Luis Barrionuevo no del todo insensible a la economía liberal y a la modernización sindical y a dos asesores que representan a un peronismo aún demasiado ortodoxo, anclado a un pasado idealizado y hoy falto de creatividad revolucionaria, pero llenos de honestidad personal, como Carlos Campolongo y Julio Bárbaro. Las burlas acerca de la edad de estos tres dirigentes, aunque comprensibles en un país al que le cuesta hacerse cargo de su tradición como un valor, son inconducentes ya que sólo remiten a lo que muchos de los que hoy se ríen permitieron, por acción u omisión: que el PJ fuese usurpado y paralizado. Es de ley entonces que vuelvan aquellos que desde hace veinte años han esperado en vano para entregar en hora las banderas a las nuevas generaciones. 

De estas nuevas generaciones se trata; de ellas, sin referentes honorables, sin estructuras partidarias, sin escuela política y sin equipos técnicos modernos de los cuales aprender. Para ellas es el cambio. Para ellas, el regalo de un partido por fin institucionalizado y republicano, modernizado en sus estrategias e instrumentos, pero siempre consciente de sus banderas doctrinarias y de su tradición.

Desde las cenizas a la nueva vida, todo será posible si la discusión se instala sobre los temas correctos. También, si los argentinos en su conjunto, peronistas y no peronistas, continúan con su reclamo de instituciones democráticas y transparentes, donde todo se discuta y donde el postergado avance hacia la modernidad y la prosperidad encuentre en el peronismo a su defensor y aliado, y no a su enemigo.

viernes, marzo 30, 2018

DEJAR HACER Y CONSTRUIR POR FUERA



Muchas son las dudas que el actual gobierno del Presidente Macri presenta a la mayoría de los argentinos, quienes, lo hayan votado o no, no pueden terminar de definirlo con absoluta certeza. Así, se oscila entre la silenciosa paciencia frente a la falta de una oposición alternativa, el hartazgo declamado frente el país y su incorregible clase dirigente, o la schadenfreude ante un eventual fracaso que permitiría regresar al inmediato pasado. Las reacciones frente a las políticas del gobierno pueden ser diversas pero, sin embargo, todas tienen algo en común: la persistente convicción de que el destino del país depende del gobierno de turno y no de las acciones privadas de cada uno de los argentinos.

Este gobierno, opuesto en esto al que sucedió, se caracteriza por un absoluto dejar hacer en materia de opinión privada y pública. Se dice y se publica todo. El gobierno responde en general a lo que la opinión pública manifiesta a través de los medios de comunicación o en la voz de personalidades que dejan oír su mensaje, sin que pueda registrarse más violencia que la de los típicos vaivenes de toda relación política entre gobernantes y gobernados. Las rispideces se absorben y pasan, dejando lugar a otras nuevas que cumplen el mismo ciclo. Sin embargo, las dudas colectivas acerca de la médula del programa gubernamental persisten y agobian a través de la diaria avalancha informativa.

Las preguntas acerca de si el gradualismo en la macroeconomía era la vía correcta o si las políticas elegidas sólo tienen la mira puesta en la reelección, continúan apasionando a un periodismo que aún no ha descubierto al principal actor en la comedia de enredos de la política argentina y el único que no debería tener este tipo de dudas: el pueblo. Ese pueblo, nombrado como abstracto y, no obstante, personificado en cada uno de nosotros.

¿Qué dice el pueblo argentino en su voz colectiva o en las voces particulares que surgen de sus entrañas para representarlo? Muy poco por sí mismo o nada que no haya escuchado antes en boca de los dirigentes, de la radio, la televisión, las poco espontáneas redes sociales o los periódicos. Ese actor colectivo, principal responsable de la conformación de los partidos políticos y votante de los candidatos presentados por éstos, ese actor colectivo que hoy no sabe y duda, no se ha mirado aún al espejo. No ha descubierto aún que la respuesta a sus dudas no está en el gobierno, sino en la formulación propia e informada del destino común. El “pueblo”, así, pueblo en su variopinto conjunto, no se ha dado aún los instrumentos para su propio análisis y, por lo tanto, carece de las necesarias certezas en sus propias metas. No puede así confrontar las dudas sobre el accionar del gobierno con sus propias metas y verificar si el gobierno las cumple o las obstruye. Esta característica en la relación entre gobernantes y pueblo, en la cual unos adivinan y hacen y otros miran y padecen, es la explicación última del fracaso argentino como Nación. La relación correcta, cumplida por muchos otros pueblos exitosos, es la de gobernantes que ejecutan lo que el pueblo le marca como metas propias.

El pueblo argentino, ya sea que se manifieste como apolítico, liberal, radical o peronista, no ha tomado aún debida conciencia de que la pobreza conceptual y representativa de sus partidos políticos, la confusión pública acerca de cuáles son los problemas reales del país y los verdaderos efectos de cada posible política para solucionarlos, el empantanamiento en el barro de los clichés ideológicos, y la relativa oscuridad acerca del destino personalizado de Nación, son de su exclusiva responsabilidad.

Con mayor precisión, son estos rasgos negativos los que producen una clase dirigente que replica las carencias intelectuales de base y es sobre estos rasgos colectivos negativos sobre los que hay que trabajar. Es, por lo tanto, más en las organizaciones privadas para el análisis de los problemas y políticas públicas que hay que poner el acento y no en el gobierno. 

Si algo se puede hoy reprochar con justeza al actual gobierno es que, en su etapa civil y privada previa al acceso al gobierno, no haya dotado a sus varias fundaciones con el rigor necesario para analizar y desmenuzar los problemas nacionales allí donde el Estado debe reformar y remodelar, y que el público en general y las organizaciones financieras, productivas y sindicales no hubiesen sido llamados a contribuir en dicha tarea con más recursos materiales e intelectuales. Si el trabajo hubiese sido hecho con seriedad seguramente hoy veríamos algo mucho mejor que un programa gradual y una gestión bienintencionada pero mediocre. Incluso quizá asistiríamos a la revelación última de un viejo deseo nacional reprimido, el del federalismo, y a la postergadísima construcción de un régimen fiscal federal perfecto—semilla del único desarrollo argentino genuino posible—y no al zurcido habitual de coparticipaciones en la inútil frazada centralista que ya no abriga a nadie.

Que hoy el gobierno haga lo que sepa y puede, y que las diversas y desorganizadas oposiciones hoy sólo se planteen a su vez hacer mañana lo que sepan y puedan, perpetuará el fracaso de fondo. Desde las últimas bases de la pirámide social hacia la cima, hay que pensar y decir, y aprender a formular con claridad los problemas; el instrumento: nuevas organizaciones privadas sin fines de lucro destinadas a estudiar a fondo la estructura general de la Argentina y las modificaciones precisas a realizar en su aparato estatal y en la legislación.

Este trabajo de diagnóstico preciso se ha comenzado muchas veces en las etapas preelectorales, en forma acotada y con escasísima participación popular, pero rara vez se ha extendido hacia los planes específicos de acción, ya no enunciados en sus titulares, sino detallados y listos para la ejecución. El verdadero cambio argentino sucederá cuando el mismo pueblo genere organizaciones privadas para el estudio, análisis y preparación de planes específicos, sabiendo que quien manda—el pueblo—debe saber siempre más que sus servidores—los políticos. A menos que se prefiera resignar la posición de mando en los servidores, invirtiendo la relación natural, que es exactamente lo ha que sucedido en la Argentina durante muchísimo tiempo, a pesar de las sucesivas revoluciones democráticas.

El fin último de la creación de estas organizaciones privadas de alta participación popular sería el de permitir que el pueblo argentino eleve su nivel de conocimiento de su propia realidad y se una en la conciencia de un destino común, en la claridad racional acerca de los problemas y sus posibles soluciones, y en la confianza de que, sabiendo dónde está y a dónde quiere ir, llegará. Invirtiendo la relación pasiva entre gobernantes/periodistas que “saben” y público que absorbe pasivamente lo que se le dice, facilitar la creación de infinitos focos presenciales donde se debata, razone y deduzca activamente, haciendo de gobernantes y periodistas los sujetos pasivos destinados respectivamente a ejecutar o reportar.

Obtendríamos así una relación comunitaria entre gobernantes y gobernados más sana y productiva, de la cual por lo menos tenemos una intuición profunda, ya que en los últimos años el colectivo periodístico tomó el rol vacante y representó a los gobernados pasivos. Pero, el periodismo no es sino una minúscula fracción del pueblo que aún no ha decidido mandar por sí mismo, y de ahí lo acotado de su éxito.

En contra de la opinión generalizada, se puede asegurar que no es la “brecha”, lo que más desordena a la comunidad argentina. Es, más bien, la gran ignorancia colectiva acerca del propio rol como pueblo en la construcción de una nación moderna y viable. La resistencia, en fin, a asumir el mando del propio destino.

miércoles, febrero 21, 2018

LA OTRA MEJILLA


Una de las cualidades del actual gobierno es la de permanentemente evitar las confrontaciones, eludiendo con sobriedad a los enemigos que buscan pelea e incluso, en un modo tan zen como cristiano, ofrecer la otra mejilla con una calma inhabitual en la política argentina. Aunque muchas veces los enfrentamientos son provocados por los propios errores de comunicación o de conducción, esta voluntad de pacifismo del gobierno merece una consideración especial.

En efecto, en una Argentina que parece condenada a sus tradicionales defectos de violencia, intransigencia, impaciencia y reiteración de estrategias y tácticas fallidas, tener un gobierno paciente y abierto al diálogo permite imaginar un camino nuevo en el cual se alienten estas mismas cualidades en la población y en las dirigencias no gubernamentales.

La tragedia argentina hecha de avances seguidos de retrocesos brutales puede bien haber terminado, si los cambios se plantean en el nuevo y previamente insospechado nivel de un diálogo abierto y colectivo. El gobierno podrá equivocarse en todo, pero esto no importará si se puede corregir cada error en forma consensuada, evitando el facilismo de las posiciones opuestas e irreflexivas.

Si miramos el pasado de las últimas décadas de vida democrática, podemos advertir claramente que el mal no estuvo en ésta o en aquella política sino en la falta de plasticidad y decisión consensuada para corregir el rumbo y/o las crisis. En todos los casos, aún en la sustitución electoral democrática, esta clásica locura de a dos, es la causa principal del estancamiento y deterioro de la vida nacional, con sus dos bandos enfrentados por políticas radicalmente opuestas y fatalmente enlazados sin poder predominar jamás por largo tiempo y sin poder tampoco prescindir del otro (lo que algunos llaman equivocadamente “efecto péndulo”).

El gobierno ha usado también a veces esta estrategia de confrontación para obtener un beneficio electoral pero intuitivamente, en su conducta de todos modos pacífica, parece tener amplia conciencia del salto de calidad que es necesario en la conducta colectiva para poder progresar, salto que debe inspirar y liderar.

Algo está sucediendo en un nivel profundo.

El cansancio de todos frente a los políticos, el mayoritario rechazo por la violencia generalizada y por la pasada delincuencia en los niveles más altos del Estado señala quizá un principio de madurez colectiva. Gobernantes y gobernados pueden estar ya listos para un debate a otro nivel, en el cual se dialogue sobre las alternativas del destino colectivo, ya sea en la vida comunitaria, en la economía, en la educación, en la seguridad y en todas las áreas que requieren ya una decisión urgente acerca de los qué, los por qué y los cómo.

Nunca, salvo quizá inmediatamente después del regreso del General Perón y su abrazo con Balbín—¡ah, si los militares hubiesen sido honestos y se hubiesen plegado al abrazo!—estuvimos tan cerca de una reconciliación profunda surgida del reconocimiento del interés común. Al contrario de lo que se cacarea en los medios acerca de la brecha—o sea, de los bandos opuestos eternamente enfrentados—más bien asistimos a los momentos previos a una unión profunda, no derivada de ninguna ideología ni de la conducción maravillosa de un líder iluminado, sino de la más absoluta y desesperante necesidad nacional. Ya no tenemos resto, ni tiempo, y todos, pensemos lo que pensemos, sabemos que hay que hacer las cosas bien.

¿Habremos aprendido que no es sólo tarea del gobierno hacer las cosas bien sino que es tarea de todos? ¿Podremos dejar de pensar que este país no tiene remedio y que sólo somos un despreciable conjunto de gente heterogénea incapaz de vincularse inteligente y productivamente en todas las áreas de decisión y, en cambio, creer más en nosotros como una suma grata y comunitaria del yo y los otros? ¿Seremos capaces de cerrar la boca antes de quejarnos por  algo que hace mal el gobierno y, en cambio, señalar con conocimiento y autoridad cómo sería hacerlo bien y animarnos a discutir y proponer o, por lo menos, a pedir explicaciones consistentes a los dirigentes y comunicadores?

Es muy posible que, si comenzamos a ser conscientes de esta nueva posibilidad a nuestro alcance, abierta por un gobierno calmo y capaz de escuchar y considerar caminos alternativos para sus errores, veamos en muy poco tiempo la luz de una legítima esperanza basada en la realidad. 


Esto sería lo diferente a nuestro pasado y el verdadero comienzo de nuestro postergado futuro. Los años macristas serán así, históricamente, los del pasaje de la adolescencia a la resistida madurez. 

miércoles, enero 31, 2018

EL INTERÉS NACIONAL Y EL ACTUAL GOBIERNO

Después de un enero relativamente calmo y la gira presidencial por Europa, se avecina la nueva temporada política. Quejas reprimidas, proyectos truncos, fracasos puntuales, errores tácticos y una duda generalizada en la población acerca de la estrategia de este gobierno, irrumpirán en vendaval una vez más, con la misma intensidad o aún mayor que en el pasado diciembre. ¿Qué se puede legítimamente reclamar a este gobierno, que no ponga en riesgo su permanencia en el Estado por todo el tiempo que sea necesario para completar las reformas prometidas?

En primer lugar, apoyarlo ante la carencia de una opción alternativa pero, también, pidiéndole una muy clara explicitación de su plan. Es obligación del gobierno elevar la cultura política tanto de la ciudadanía como del periodismo, que aparece muchas veces tan confundido como ella.

La primera reforma inmediata a pedir, anexa al apoyo, es entonces la de la estrategia comunicacional del gobierno que hace agua por todas partes. Como ya se sabe, muchos de los infortunados momentos del año pasado no hubieran tenido lugar, si la más alta conducción política tuviera mejor definido su rol como tal. Una buena conducción política incluye, en primer lugar, el alentar la participación ciudadana ofreciéndole ideas claras y consistentes, de modo que todos ayuden al propósito común, excepto naturalmente, la de aquellos que tienen otros propósitos cuyo desatino quedará aún más en evidencia cuando estén confrontados con un plan mejor y realista.  La pésima estrategia de conducción y comunicación de este gobierno es la responsable de que una gran mayoría de gente que los votó, en la actual confusión, hoy dude y retacee su apoyo.

El segundo pedido que podemos y debemos hacer al gobierno, es el de mayor velocidad. Sin embargo, sin conducción ni buena comunicación, es  imposible ganar velocidad. Una vez que la estrategia de cambio quede clara y todos puedan, a su modo, apoyarla y sostenerla, la economía podrá cambiar a una velocidad acorde con la realidad comercial y financiera del mundo, más liberal y menos teñida de ortodoxia peronista o prudencia radical. Crear un mercado auténticamente libre, ordenando las cuentas del banco Central de modo que la deuda fiscal quede definitivamente a cargo de Hacienda o abriendo totalmente, por ejemplo, la aduana a la importación sustituyendo el cierre por altísimos impuestos según las industrias que se quiera proteger y de eliminación gradual relativa a la modernización y competitividad de dichas industrias, son dos cosas que se pueden hacer en un suspiro, una vez explicadas y consensuadas, y que alterarían inmediatamente la percepción de programa a medias que hoy se tiene de este gobierno.

El tercer pedido, tiene que ver con lo que hoy no se discute mucho: la política exterior. Sin embargo, en este momento de confusión en el mundo, originado en la pésima administración estadounidense actual, tironeada entre su voluntad de legalidad y el impulso real reprimido de volver a ocupar un lugar consistente de liderazgo en el mundo y, muy especial, en Latinoamérica, la Argentina tiene un rol importantísimo a jugar, si la actual conducción se decide a revisar el interés profundo de la Nación. 

En un mundo que, extraviado en sus conclusiones, quiere volver al pasado de los nacionalismos, la Argentina puede demostrar su voluntad de internacionalismo y globalización, ya ejercida con suficiencia en los años 90 y gracias a la cual hoy el país es parte del G20 y, por lo tanto, factor implícito de influencia y decisión en el rumbo global.

Lejos de presentar un intercambio entre el Mercosur y Europa como una aspiración tendiente a fortalecer los únicos lazos que la Argentina parece poder imaginar para sí, aquellos que la unen al viejo continente, la Argentina debería incluir ese posible comercio en un marco global más amplio. Globales, sí, pero principalmente tomando conciencia de que la aspiración mayor de la Argentina debe continuar siendo la de la alianza continental, bajo la forma del ALCA o cualquier otra que se puede crear, y que incluya a América toda, de un polo al otro. Esta posición continentalista, asumida en su momento por ambos Presidentes Bush hoy es firmemente combatida por el atrasado Presidente Trump y es este mismo vacío de liderazgo, el que le permitiría a la Argentina tomar una vez más una posición de vanguardia (¡tal como en los 90, cuya continuidad la ignorancia de Duhalde y Alfonsín destruyó con éxito hasta el día de la fecha!).

La Argentina puede en los hechos discutir la actual cerrazón de los Estados Unidos, aliándose con aquellas fuerzas norteamericanas que comprenden bien el valor del libre comercio y desarrollo intensivo de América Latina no sólo para sí misma sino para los mismos Estados Unidos, necesitados de un mayor mercado elevado a su propia altura y posibilidad de consumo. La Argentina puede entender y difundir la idea de que no es un muro lo que va a detener la inmigración latinoamericana a los Estados Unidos, sino la oportunidad de trabajo y seguridad en sus países de origen. ¿Está el actual gobierno dispuesto a asumir esta responsabilidad de liderazgo local latinoamericano ante el vacío norteamericano?

Se podrían pedir muchas cosas más a la gestión del Presidente Macri, pero estas se parecerían a las que tanto el periodismo como la ciudadanía que nutre su pensamiento en éste, le piden a diario. Mayor justicia para los corruptos, menor inflación, salarios acordes con la inflación. Vistos estos reclamos a la luz de los tres grandes pedidos prioritarios y pendientes, antes de que estas demandas cotidianas, totalmente dependientes de aquellos, puedan cumplirse con éxito, tal vez se entienda un poco más la necesidad de reorganizar la conducción y comunicación de este gobierno para que la Argentina cambie, y de una buena vez, y para siempre.


Es posible que este gobierno no entienda, aunque escuche. En ese caso, este mismo rol y accionar que esperamos hoy de él, quedará como un traje vacío para quien se anime a vestirlo. El destino argentino es uno, y hay que animarse a saber y comunicar, de una vez por todas, cuál es y por qué. “Serás lo que debas ser, y si no, no serás nada”. Si no se quiere escuchar al último General, que se escuche al primero.