(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
La inmensa falta de calidad de la mayoría de los dirigentes argentinos tiene un origen, y éste es la falta de competencia desde la misma base partidaria. Los dirigentes que en los últimos quince años han actuado en nombre del peronismo no han sido el producto de un partido institucionalizado con un padrón de afiliados actualizados y activos sino el producto de componendas de cúpulas sin elecciones internas y con un partido paralizado con la complicidad de la Justicia Electoral.
La inmensa falta de calidad de la mayoría de los dirigentes argentinos tiene un origen, y éste es la falta de competencia desde la misma base partidaria. Los dirigentes que en los últimos quince años han actuado en nombre del peronismo no han sido el producto de un partido institucionalizado con un padrón de afiliados actualizados y activos sino el producto de componendas de cúpulas sin elecciones internas y con un partido paralizado con la complicidad de la Justicia Electoral.
De los muchos puntos de vista con que
argentinos y extranjeros observan el peronismo, hay uno poco utilizado: el que
se planta en primer término frente a esa realidad institucional del partido
político que históricamente representa al peronismo, el Partido Justicialista. Si
con honestidad intelectual se aceptara que es esta falta de institucionalidad la
que ha sometido al país a una seguidilla de incompetentes presidentes, desde el
Duhalde llegado por un golpe institucional a los dos Kirchner con sus sucesivos
mandatos, se vería que lo que habitualmente en la última década se atribuye a
un defecto original e imperdonable del peronismo—el abuso de poder, el
estatismo y el ataque al libre mercado y a la actividad y libertad privadas—debería
atribuirse a los fragmentos de una dirigencia congelada en un peronismo ortodoxo,
cuando no izquierdista que ha pretendido, ante propios y ajenos, pasar por un
todo. Un todo que nunca fue tal, ya que nunca fue generado desde las bases, como
corresponde en un sistema democrático, por esa misma parálisis institucional
partidaria.
Para los no peronistas, esto podría representar
una cierta ventaja en tanto destruye de algún modo a un movimiento tradicionalmente
mayoritario, dejándolo sin representación auténtica, pero con la contrapartida
de que quita de una competencia genuina a esa misma mayoría, obligada a consentir
primero y eventualmente traicionar los apoyos circunstanciales que pudiese dar
a otros partidos. Es decir, la falta de institucionalidad del Partido
Justicialista ofrece a la oposición sólo ventajas transitorias, que durarán
exclusivamente mientras esa oposición sea cómplice activa de la inacción
judicial frente a toda cooptación y parálisis de aquel partido, o sea cómplice
de la misma mentira por la cual los votantes terminarán rechazándolos, hartos
de tanta hipocresía y desgastados por la desilusión de no ser nunca cabalmente
representados.
Por
otra parte, la total destrucción del sistema de partidos políticos a partir del
golpe institucional duhaldo-alfonsinista al radical Fernando de la Rua a fines de 2001 ha mal acostumbrado a
analistas y observadores a los fragmentos de esa ruptura como si la actividad
política desplegada por cada uno de estos fragmentos indicase un automático
nivel de representatividad. Las primarias simultáneas y obligatorias han
contribuido a esa ilusión de representatividad democrática, sin advertir la
anomalía de partidos desestructurados, sin padrón actualizado y con la
consiguiente ausencia de participación de los afiliados en la primera selección
de cada partido. La proliferación de pequeños partidos en las elecciones
provinciales y municipales suma además una nueva consecuencia negativa a la ya
cuestionable representatividad.
Por lo tanto, antes de opinar sobre
el peronismo conviene reformular el problema de base: los peronistas
deficientes, corruptos o incapaces de los últimos quince años han sido elegidos
en primer término por ellos mismos después de haber destrozado y usurpado el
Partido Justicialista con la complicidad de la Justicia electoral. Que luego hayan sido convalidados por los
ciudadanos con un voto poco militante y menos convencido en aras de asegurar
poder a quien se percibía con más peso y, por lo tanto, con más chances de
estabilidad, no hace la elección más legítima sino aún más patética y
mentirosa. ¿Qué argentino en su sano juicio hubiera otorgado la presidencia, no
una sino dos veces, a una mediocre senadora sin la menor experiencia de
gestión—¡ni siquiera en una actividad privada menor, ya no en el Estado!—y
totalmente dependiente de su marido? El electorado ha pasado de tolerar una
dictadura militar a tolerar una dictadura sin partidos en pleno funcionamiento,
como si el interregno de 1983 a 2002, con una democracia legítima y dos grandes
partidos bien definidos, amén de otros partidos aspirantes, hubiera
representado una ilusión y no la realidad política a la cual se debe aspirar y
la que se debe exigir cuando alguien la distorsiona.
Que los argentinos estemos en 2014
en circunstancias trágicas, donde ya no sólo la moneda sino la vida no valen
nada y donde todo es incierto, salvo el inmenso fracaso en que estamos
inmersos, no tiene otra causa que la inexistencia, a partir de 2002, de un
sólido sistema de partidos en el cual los dirigentes compitan con sus
personalidades, antecedentes e ideas, y los afiliados primero y los ciudadanos
independientes después vayan escuchando, filtrando y eligiendo a sus legítimos
representantes. Si faltan ideas y programas en la política argentina, es porque
falta esa primera energía de la participación y la competencia dentro de los
mismos partidos y sus institutos y fundaciones de investigación afines. Refiriéndonos
específicamente al peronismo, es totalmente estéril que el periodismo y la
opinión pública arrastrada por éste, se dediquen hoy a debatir acerca de tal o
cual candidato, cuando la zaranda realista del partido librado a sus propias
energías y fuerzas internas—la de sus afiliados—está paralizada y desde hace quince
años. Una o muchas encuestas no sustituyen ni el debate ni las internas
partidarias: sólo reflejan más de la misma oscuridad y confusión en el público,
condenado a apoyar tal o cual candidato por su cara o la imagen que vende a
traves de los medios, apoyo irracional y suicida si los hay.
Si miramos al peronismo desde este
punto de vista, entonces, podemos retroceder al año 1999—último año del
peronismo institucionalizado y democrático—y volver a mirar las dos grandes líneas que
competían en aquel momento, la del peronismo liberal expresado por Carlos Menem
y la del peronismo anti-libre mercado y estatista de Eduardo Duhalde. Esas dos líneas son las que hoy continúan
compitiendo en la realidad, pero no de modo racional y explícito, como deberían,
para poder formar la opinión pública de afiliados, simpatizantes e
independientes, ofreciendo por medio de auténticas internas partidarias la
ocasión de debatir y aprender.
El candidato beneficiario de esta interna
irresuelta es obviamente Mauricio Macri, quien hubiera tenido su lugar más
genuino dentro de las internas de un Partido Justicialista institucionalizado como
el candidato aspirante a liderar el peronismo liberal. Que hoy su discurso político
sea un engendro que intenta justificar bajo el paraguas de “lo nuevo” políticas
que pueden ser tan socialdemócratas-por lo tanto, básicamente pertenecientes al
Partido Radical y aliados—como liberales para atraer a ese peronismo oscurecido
por la reciente historia de los usurpadores del Partido Justicialista, no parece
ser una gran ganancia para la salud política de la nación. La ganancia real
estaría en rescatar del barro ese diamante olvidado: las ideas actualizadas que
el peronismo institucionalizado de los años 90 ofreció a la Argentina,
concretando su modernización. Un diamante que aún necesita pulir muchas de sus
facetas, en especial las que se refieren al modernizado rol que los sindicatos,
sociedades cooperativas y libres organizaciones del pueblo, deben jugar en una comunidad
moderna, libre y abierta a la creatividad de todos. Sin un marco institucional,
sin competencia y sin debate, el peronismo nunca podrá repensarse a sí mismo y
seguiremos viendo dirigentes sin formación, improvisados, voluntaristas sin el
adecuado profesionalismo y experiencia jugando en el escenario político con una
camiseta robada y nunca honrada.
Como siempre, la realidad es la única
verdad—lo haya dicho Aristóteles y repetido como mantra tanto Ayn Rand como Perón—y
la verdad es que hace quince años que no tenemos peronismo en el gobierno,
aunque creamos que sí, y que ese peronismo es lo peor que le pasó a la
Argentina. Si estos quince años hubieran sido peronistas, esta última realidad
sería también una verdad. Es sólo que no lo fueron, justamente.