martes, agosto 21, 2012

EL PERONISMO Y LAS ESPALDAS DE ESTA POBRE NACIÓN


(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)

Peronistas y no peronistas sentimos en estos días el agobio de un peso histórico con el cual nadie parece saber qué hacer. Hay demasiado peronismo, en el disfraz y en el discurso, y a la vez no hay nada a la vista que el peronismo pueda reclamar como dignamente suyo. Una vez más, quizá la última y definitiva después de sesenta y siete años de idas y vueltas, la Nación depende de la correcta resolución del peronismo como movimiento histórico. Con una carga nunca asumida del todo en aquello que a peronistas y no peronistas nos atañe como dueños del destino de la Nación, continuaremos abrumados hasta tanto no nos contemos bien la historia, nos hagamos responsables del epílogo y, hechos y en paz con el pasado, nos unamos para seguir adelante.

El peronismo del pasado y, sobre todo, el amor por Perón y Evita que aún vive en aquellos que los conocieron y en la admiración e idealización de las generaciones siguientes, es un botín que ha sido codiciado desde el mismo momento en que el General Perón murió, el 1° de julio de 1974. Hoy, y después de muchas vueltas, ese botín—o por lo menos su simbología institucional, PJ incluido—ha caído, como la sortija de la calesita manejada por Duhalde, en las manos del kirchnerismo. Ésta fracción política, de vocación ladrona por excelencia, roba el pasado para reescribirlo en forma funcional a un estatismo corrupto e ineficiente, para regocijo de los anti-peronistas de siempre que ven por fin rodar al movimiento maldito hacia ese infierno que siempre pronosticaron como una inevitabilidad histórica.

A los costados del kirchnerismo, como acompañantes forzados o sobornados, los representantes del peronismo más tradicional, apegados a las formas del pasado, tomadas como ortodoxia, oscilan entre aceptar el engaño del kirchnerismo por conveniencia o, a lo sumo, denunciarlo como desviación setentista, sin proponerse una seria revisión propia. Sin haber comprendido nunca el alcance de las reformas peronistas de los años 90, sin hacerse cargo de que, cincuenta y siete años después del derrocamiento del peronismo por la Revolución Libertadora, treinta y ocho años después de la muerte del General y trece años después del final de la experiencia modernizadora del peronismo de Menem y Cavallo, en el peronismo sigue haciendo falta aportar una gran creatividad para encontrar su forma del siglo XXI.

Desde el peronismo modernizador que gobernó desde 1989 a 1999, poco queda: todo se ha perdido o desperdigado, incluyendo el líder—hoy humillado votante del kirchnerismo en el Senado. Quedan unas pocas estructuras en pie—centros de estudio y publicaciones, principalmente- que continúan reivindicando la década del 90 y reviendo el proceso de modernización del peronismo que nunca se terminó (y de ahí los Duhalde, los Lavagna, y los Kirchner, con su ristra de Moreno, camporistas, y montoneros). Estas estructuras no han llegado a tener una dimensión política activa visible en el resto de la sociedad. Negadas por los medios, tan atascados como la ciudadanía en la correcta revisión del más reciente pasado peronista, ya sea por antipatía a cualquier variante del peronismo, o por afinidad con diferentes tipos de ideas social-demócratas, las ideas del peronismo modernizador en yunta con el liberalismo son esenciales, pero invisibles a los ojos públicos.



A pesar de todo, el peronismo, aún como idea inconclusa y como proceso nunca acabado, continúa siendo percibido por la mayoría de los argentinos como la única potencial agrupación política capaz de concentrar poder para gobernar. Se trate del kirchnerismo acaparador de estructuras, fondos estatales y poder electoral, o de la esperanza en la oposición peronista disidente, los argentinos presienten con cierta clarividencia que en ese sector político anidan o el fracaso y la disolución de la sociedad democrática, o la solución de un cambio de rumbo y una reconciliación nacional.



El periodismo, en especial el periodismo tradicionalmente anti-peronista, bate el parche contra el poder autoritario, llama al kirchnerismo con el mismo nombre del peronismo, sin molestarse en rever la usurpación, y ayuda al kirchnerismo en su acumulación de poder, aceptando el papel que éste le atribuye de “gorilas”. “¡Los peronistas totalitarios quieren una vez más la re-reelección, adoctrinan en las escuelas, gobiernan con el miedo y la persecución!” Cunde la alarma y con justa razón, porque ¿quién quiere vivir bajo un régimen totalitario? Pero, cuando los kirchneristas—gorilas de izquierda—y los gorilas tradicionales, mantienen la discusión en esos términos, se aúnan en realidad para ocultar al peronismo modernizador que no logra así juntar fuerzas para terminar su tarea histórica.

El peronismo de los 90 fue democrático, en línea directa con el Perón del regreso en los 70. El gesto totalitario fue necesario una vez, de 1945 a 1955, para asegurar la democratización total de la Argentina con el ingreso de los postergados a la clase media. El peronismo tiene ya asegurado el perdón por los malos modales del pasado en nombre de la justicia de su causa. Hoy, el mal ejemplo totalitario es seguido por el kirchnerismo en nombre de una contrarrevolución destinada a anular aquellas conquistas de Perón, intentando replicar una revolución que ya fue hecha. El Perón del regreso en 1972, se encargó de dar por terminada la etapa revolucionaria y proclamó el ingreso a la etapa institucional. A partir de ese momento, los argentinos, por fin integrados en un pie de igualdad democrática, se expresarían políticamente por medio de sus instituciones, desde el PJ y el Radicalismo hasta las cámaras, de la CGT y las asociaciones profesionales a las asociaciones empresarias, en el marco de una república capitalista con un Estado con buenos músculos y honesta disposición.



El kirchnerismo es hoy exactamente lo opuesto a la continuidad doctrinaria del peronismo. Los ataques del kirchnerismo a toda forma de capitalismo libre, son un ataque a la promoción social de los asalariados y los pequeños empresarios; los ataques al sistema financiero y a la moneda nacional, un ataque a la necesidad de una vida económica previsible sin inflación y con capacidad de ahorro e inversión; los ataques a la CGT, a las organizaciones y productores rurales, y a la industria, por medio del abuso en las retenciones y la arbitrariedad en las reglas de exportación e importación, de la intervención estatal en temas gremiales y el desmadre general de la economía, un ataque a la productividad nacional encargada de alimentar, vestir, curar, educar y cuidar a 40 millones de argentinos.



El kirchnerismo no sólo no es peronismo, ni siquiera en su copia grotesca del totalitarismo inicial desprovisto como está de otra causa que no sea la de usar al Estado como un feudo personal, sino que es el enemigo real de un peronismo que, sabe, lo va a derrotar finalmente por ser el dueño de la razón histórica. Es en esta batalla aún no totalmente explícita, que se percibe el peso del peronismo sobre las castigadas espaldas de la Nación. Poco puede hacer el radicalismo, poco puede hacer un PRO si sólo se conforma con recoger los despojos del movimiento mayor, y mucho menos pueden hacer los demás pequeños y honestos partidos, algunos afines al peronismo y otros más cercanos al radicalismo, sin una clarificación del panorama actual del peronismo.



¿Cuál es esa razón histórica del peronismo que lleva a pensar que será él el encargado de derrotar al kirchnerismo actualmente en el poder? En primer lugar, el usufructo de la herencia de Perón quedó en manos de la totalidad del pueblo argentino. En palabras de Perón: “Mi único heredero es el pueblo.” Es esa totalidad la dueña y la mandante, y no una persona o un grupo encaramado en la cima del Estado apropiándose de lo que no le pertenece. Esa totalidad capaz de expresar su voluntad política sólo por medio de instituciones abiertas y altamente democratizadas: partidos abiertos, con elecciones internas sin ingerencia del Estado, representantes elegidos individualmente y no en lista sábana, etc. Esa totalidad, dueña y gestora de la etapa institucional, hoy coagulada por el kirchnerismo, que ha transformado una comunidad viva en una sociedad muerta.

Dentro de esa totalidad del pueblo, y ya concluida la revolución, el peronismo quedó también con la obligación histórica de armonizar con el pasado. No se trata ya de continuar una guerra contra una oligarquía agropecuaria y pro-británica hoy inexistente, sino de rescatar como propia aquella experiencia fraccional de la Nación, exitosa en términos de la grandeza de la Nación pero incompleta en términos comunitarios y en la felicidad del pueblo. El peronismo no es ya más el antagonista de aquella dirigencia liberal que construyó Nación a su mejor modo posible, sino su continuador, ya no con una fracción de la sociedad, sino con la comunidad entera. El peronismo es históricamente el heredero del liberalismo del pasado, y es en tanto acate este rol que terminará pacíficamente su ciclo histórico, permitiendo el progreso nacional y la expansión al infinito de la prosperidad de sus habitantes. Terminada la vieja elite dirigente, al peronismo que abrió un partido, el Estado y las organizaciones gremiales a todos aquellos que por motivo de raza mestiza o educación habían permanecido al margen, le cupo el rol histórico de constituir una nueva elite, calificada y democrática, para dirigir cada una de las instituciones de la Nación. Esa elite no tiene un corte por clase, porque se nutre de todas ellas en el más democrático de los modos, pero sí tiene hoy un claro corte generacional que informa de muchos de los problemas que tenemos hoy. La actual generación dirigente, en el gobierno o en la oposición es la última en haber sido parida y criada por Perón en vida. Un lugar histórico de privilegio que viene con un peso emocional propio: hay una historia de padres e hijos circulando por aquí, aún no resuelta de un modo feliz.

Al kirchnerismo (descontando el propio perverso proyecto de enriquecimiento personal de ambos Kirchner) se le puede atribuir el rol, ya no de contestatario generacional del padre, sino el del desprecio por un mayor al que se cree pasado de moda y al que se atropella, sin reconocerle razón alguna, y quedando, por lo tanto, en un estancamiento disimulado por un movimiento frenético que, inconscientemente, sólo repite aquello con lo que quería terminar.

Al peronismo tradicional y ortodoxo, no se le puede achacar la falta de amor al progenitor, ya que lo tiene y sin condiciones, pero sí reprocharle su quedantismo, su falta de voluntad de aprendizaje y revisión, y su excesivo apego a un pasado en nuevas condiciones que exigen otra respuesta para obtener los mismos resultados.

Al último peronismo, el de los noventa, altamente exitoso en sus términos modernizadores, no se le disculpa el exceso de ambición presidencialista medida contra las necesidades de una aún pendiente institucionalización profunda de la Argentina en su conjunto. La deserción no fue menor, ya que arrastró en sí la previsible catástrofe institucional de fines de 2001, con el golpe institucional a de la Rúa. Mucho se habla de la implosión de los partidos políticos en aquel momento, engrandeciendo con mucha superficialidad y ligereza un síntoma--“Que se vayan todos”—y sin ir a la raíz del problema que, lejos de estar en el específico gobierno de de la Rua o en las nuevas dificultades de la economía en la segunda gestión Cavallo, se encontraba en la misma crisis irresuelta del peronismo. Otro hubiera sido el cantar si el entonces presidente Menem hubiera designado un delfín, posiblemente José Manuel de la Sota en aquel momento, para continuar el mismo proceso modernizador, y permitiendo a éste y a Duhalde, que expresaba, ayer como hoy, la fracción más ortodoxa y retardataria del peronismo, competir en elecciones internas. Es esa elección interna, la que está faltando elevar y expresar ante la comunidad. Una elección en la cual el kirchnerismo hoy expresa la faz radicalizada del FREPASO, autoexcluido del peronismo en aquel momento por las mismas razones que hoy. La izquierda nunca se sintió cómoda dentro del peronismo. A pesar de la brillante definición de John William Cooke, del peronismo como el hecho maldito del país burgués, hay que entender que la maldición se refería a la inclusión y puesta en pie de igualdad con los burgueses de aquel entonces, de la multicolorida muchedumbre de pobres y no a una crítica de la aspiración burguesa. Es que el peronismo es fundamentalmente un movimiento burgués, cuya gran revolución fue permitir al más desposeído y relegado de los argentinos el acceso potencial a la cómoda, sana, bien alimentada, elegante y cuidada vida burguesa que nos gusta a todos. Es en esta afinidad profunda por la alegría y la buena vida, la libertad hecha de propiedad personal y libertades individuales, de fe y esperanza en el destino individual y comunitario, que los liberales y los peronistas fieles a su propia historia se encuentran hermanados. Ésta es la verdadera novela de la pasión peronista: cómo brindar a todos la buena vida que antes era de sólo unos pocos. Hay relatos más breves, claro, que duran apenas la luz de un fósforo comparados con la llama de la verdadera historia. Relatos que se caracterizan por dos cualidades muy ajenas al peronismo: el resentimiento y la envidia. Dos sentimientos muy cultivados por la izquierda, sin embargo, a la cual se la ve a menudo, una vez en el poder, erigirse en una nueva oligarquía que sustituye a aquella que decía combatir. El resentimiento empuja y la envidia da la forma.



En términos políticos prácticos, se trata hoy de presentar primero a la comunidad la totalidad del espacio peronista y luego recuperar el PJ como institución reguladora de las luchas políticas peronistas. Retrasados en la recuperación doctrinaria con instrumentos propios de este siglo, los peronistas ortodoxos y los jóvenes peronistas de las nuevas generaciones que buscan la verdad histórica y, sobre todo, el camino que les conviene seguir para conseguir una auténtica grandeza de la nación y una duradera felicidad en el pueblo, precisan escuchar más voces que las que escuchan. Un problema político práctico menor, si los dueños de los micrófonos y las páginas impresas deciden que vale la pena apostar al verdadero peronismo, ese hoy casi invisible, como la bala de plata contra la monstruosidad que nos gobierna. Como por arte de magia, la espalda nacional se aliviará, con el peso compartido de un peronismo que hay que volver a discutir, comprendiendo el por qué de la carga colectiva, y hasta dónde y cuándo habrá que llevarla.

Mientras tanto bueno es saber que el epílogo verdaderamente peronista está en el cielo y, de ningún modo, en este infierno.



viernes, agosto 03, 2012

YO MANDO

(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com )

Que el país está siendo gobernado por un equipo mandatario de escasísima formación económica, anestesiado además por ideologismos vetustos, y especialmente destacado por la soberbia de su ignorancia–esa que lleva a su principal exponente en la presidencia a mentir descaradamente en forma permanente– no es ninguna novedad.

Tampoco es ninguna novedad la haraganería intelectual de la mayoría de los dirigentes de la oposición, que salvo honrosas excepciones, no desmonta sistemáticamente el engaño, ni desnuda la ignorancia en tanto representa el más brutal ataque a las mejores chances de crecimiento y desarrollo del país, y se limita a quejarse del también inexcusable autoritarismo con que se imponen la mentira, el engaño y la versión ignorante de los hechos, conocida popularmente como “el relato”.

Lo que sí es una novedad es lo que los argentinos reclaman en estos días a sus líderes políticos y sociales: acción mandante sobre una mandataria que desobedece el mandato popular de gobernar bien, a favor de los argentinos y no en favor propio, en temas que van desde la economía hasta la seguridad.

Aunque fuese real—que tampoco lo es por las mismas tácticas de mentira y engaño usadas por un gobierno juez y parte en las elecciones internas de 2011 y en las generales—la supuesta mayoría obtenida no representa una carta blanca para actuar en contra de los mejores intereses de los argentinos.

Perjudicado hoy por una u otra de las acciones del gobierno, desde la inflación hasta la restricción en los mercados, desde la necia negativa a volver a las reglas del mundo financiero, a continuar exponiendo a la Argentina a las peores asociaciones políticas del planeta, desde la persistencia en considerar a las fuerzas de seguridad como enemigas a preferir las organizaciones libres del crimen, cada uno de los argentinos se pregunta cómo detener el error, cómo poner un punto final a la ignorancia, cómo corregir el rumbo que hoy se percibe hacia una catástrofe anunciada. O sea, cómo mandar a una mandataria que cree que los argentinos están allí para obedecerla y no ella en la obligación de obedecer lo que le ha sido encomendado, es decir, administrar bien.

Bien y sin robar ni mantener en pie los negociados vigentes durante tres gobiernos consecutivos, lo cual se ha transformado en un tema que va más allá del pintoresquismo de un peronismo visto siempre como corrupto o de los hábitos bananeros de cualquiera con una pizquita de poder para hacerse de unos mangos salvadores, hábitos de los cuales los Kirchner han hecho una doctrina desde sus tiempos en Santa Cruz. Ahora se trata también de nuevos hechos, como el aún irresuelto caso del vicepresidente elegido por la mandataria por ser de su máxima confianza y lealtad, encargado de la empresa privada de dudoso origen que imprime los billetes necesarios para navegar la inflación y el déficit fiscal crecientes. Administrar bien, también en temas de seguridad: los argentinos nos preguntamos cómo detener la criminalidad creciente en las calles y cómo detener el desamparo ante la agresión permanente a que nos somete la escasa inteligencia del gobierno para brindar seguridad. La mandataria no sabe, y por oscuros motivos, tampoco quiere ocuparse del tema.

No hay otro tema en las mesas familiares, en las oficinas y en las calles: la incredulidad, la desesperanza y la ira se concentran en una pregunta: ¿cómo recuperar el mandato? Es decir: cómo hacerse obedecer por una persona que se ha excedido en el uso del poder, que ha abusado de él, y esto desde hace ya mucho tiempo. ¿Quién debería actuar? ¿Quién debería ayudar a reestablecer la sensatez? Tenemos un Congreso, con diputados y senadores que no representan a un partido o a una facción, sino a los argentinos y a las provincias. Tenemos jueces, muchos no corrompidos por el Gobierno, y tenemos una Corte Suprema, que también debe obedecer el pedido de orden y justicia de los argentinos. Pero: ¿dónde está el botón que pone a las instituciones en acción?

El tema de la recuperación del mandato y su dificultad ha recorrido ya varias etapas en el imaginario argentino y ahora parece haber superado la fantasía de que uno o más dirigentes de la oposición van a finalmente interpretar el pedido del pueblo y mandar en nombre de éste. En las últimas semanas, se ha comprendido con dolor que esto sencillamente no va a suceder si los argentinos no tenemos antes en claro en nuestra propia voluntad y poder de mandar. Los gobernadores se pondrán a la cabeza sólo cuando perciban esta voluntad popular expresada con decisión y firmeza, temerosos de que si no lo hacen—ya todos conocemos el dicho—el pueblo los decapite. Mientras no perciban en la sociedad civil un intenso pedido específico de controlar, frenar y hasta tomar el poder si fuera necesario para evitar más daño, no harán nada. Tendrán miedo de adelantarse y quedar en desventaja con sus competidores, de comprometer sus carreras y se ampararán para justificar su inacción en el mismo tramposo 54% que esgrime el gobierno.

Por otra parte, nada cambiará en la Argentina mientras nos conformemos con las válvulas de escape de la impotencia, a saber, las críticas bufonescas o el ataque académico al, por cierto, lamentable mamarrachismo intelectual de la mandataria. Si estas modalidades de pseudo-participación política persistiesen como la única y exclusiva reacción popular, terminarían por fortalecer a quien pretenden destruir sin conseguirlo, y, peor aún, atenuarían a corto plazo la visibilidad de la urgencia en la demanda por un cambio.

Hace falta más expresión popular conciente, reclamando cambios específicos, y también más expresión popular debidamente informada. En este sentido, la reaparición de Domingo Cavallo en el escenario público para volver a mostrar el modelo opuesto al actual, aquel que los argentinos perdimos en 2002, sirve para que los cambios específicos en la economía sean reclamados ahora por ciudadanos con la información y el conocimiento técnico apropiados. Los mandantes no pueden tampoco mandar si mandan mal, desde la misma ignorancia de los que hoy gobiernan, con la misma credulidad a las mentiras no testeadas por la búsqueda honesta de información verdadera, o con la misma tolerancia al facilismo y negación de la realidad.

Cada argentino tiene derecho a decir: “Yo mando al gobierno a gobernar bien, sin mentiras ni atajos, y si no pueden, yo mando que se vayan. Yo mando, y mando junto a cuarenta millones más. Yo mando, y no en soledad, sino en la compañía de todos los que como yo, están también convenciéndose de que no hay otro poder que el que está en nuestras manos. Yo mando: no sólo el día de elecciones, sino cada día de cada mes de cada año.”

En efecto, estamos autorizados y hasta obligados a ejercer nuestro poder sobre la administración de nuestro patrimonio común y a decidir sobre su destino. Somos el poder real detrás de cada una de las instituciones a las cuales sostenemos y damos origen y legitimidad. No precisamos someternos a ninguna otra dictadura que la del propio deseo e interés del conjunto de la comunidad nacional. En nuestras manos está el poder, también el de cambiar al mal administrador, al que nos miente, al que nos engaña, al que nos estafa y al que, por ignorancia o interés personal, arruina las mejores oportunidades del país para progresar de verdad.

“Yo mando”: que cada argentino se convenza de que puede decirlo con más legitimidad constitucional que cualquier mandatario empleado en el gobierno por ese mismo “Yo mando” popular que hoy pretende desconocer hasta el punto de usurparlo.

“Yo mando”: en ese convencimiento individual comienza la marea colectiva que cambiará todo lo que hoy creemos no cambiará jamás. Los liberales no precisan tanto las lecciones de individualismo y confianza en los propios recursos, como un peronismo maniatado en su potencial que parece haber olvidado que muerto Perón, Perón es todos y cada uno de sus herederos, ese pueblo total de peronistas y no peronistas que dejó a cargo de su legado. El “Yo mando” de cuarenta millones de líderes de sus propias vidas y de la vida colectiva nacional, hoy en campaña para, por fin, elegirse a sí mismos como autoridad máxima de la Nación.