A pesar de los esfuerzos del periodismo en debatir si la
reciente intervención del PJ se origina en una predilección de esa misma jueza
Servini que permitió que el PJ estuviese paralizado durante casi dos décadas o,
por el contrario, en un cálculo electoral del actual gobierno de Cambiemos, en
los círculos peronistas la discusión es otra.
Entre la humillación y la vergüenza de algunos, el más
absoluto caradurismo y oportunismo de otros, y el desinteresado pesimismo de
aquellos que, aun parte, creen que el peronismo está muerto, lo que se abre en
las filas peronistas es el tema de la genuina oportunidad de cambio y cuál debe
ser ese cambio. Todos coinciden en que el más puro kirchnerismo está mejor
servido en el nuevo partido de Cristina Fernández, Unidad Ciudadana, aunque
mucho del kirchnerismo oportunista podría, sin embargo, tener cabida en un Partido
Justicialista por fin dispuesto a revisar sus afiliaciones y a hacer internas
como es debido, dejando que la pugna democrática haga lo que sus dirigentes no
supieron hacer. Es decir, desde muchas posiciones diferentes, se piensa en la renovación de un partido manoseado, abandonado, usurpado o perseguido y sin oportunidad
real en mucho tiempo de progresar por sí mismo como instrumento político capaz
de servir al total de la Nación.
¿Qué se puede esperar de un peronismo que, luego de la
muerte del general Perón, no volvió a conocer una conducción del mismo nivel que
adaptara su proyecto a las realidades de un mundo totalmente nuevo? Revisemos
la historia post-Perón y la breve gestión de su viuda, interrumpida una vez más
por un golpe de estado. Los nombres son pocos y ninguno de ellos tuvo la
estatura necesaria para continuar la herencia y recrearla con la misma imaginación para consolidar un país moderno, con una clase media ampliada hasta el último confín y sin pobres. Luder,
quizá el más claro ideológicamente en cuanto hacia dónde debía dirigirse el
país, perdió las elecciones. Menem fue mejor líder que Duhalde o los Kirchner, pero
su revolucionario cambio sólo pudo ser ejecutado por quien se había preparado
para ello y formado los equipos necesarios, Domingo Cavallo, un liberal.
Duhalde quedará en la historia como el que sepultó el proyecto liberal,
acompañado por Alfonsín, un radical hoy por suerte superado por los que hoy
acompañan a Cambiemos. Los Kirchner, a su vez, con aproximaciones ligeramente
diferentes, consolidaron la sepultura del peronismo con la danza hueca de la
izquierda festiva y el contante y sonante de los innumerables negociados a
costillas del Estado.
Esta descripción, leída con cuidado, advierte sobre el
verdadero problema que hoy debe resolver el peronismo si pretende renacer de sus
cenizas, hacer valer su antigüedad de casi 75 años como partido histórico de la
Argentina y retomar su tradicional defensa de la clase trabajadora: cómo incluir
a los sectores productivos, a los sindicatos, y a los trabajadores en general dentro
de una economía liberal, de libre mercado y con las fronteras abiertas. La
respuesta a este problema es: creyendo primero en la inevitabilidad de la
globalización—a pesar del merchandising ruso de la no globalización, que tanto
éxito ha tenido en los espíritus vulnerables, corruptos o simplemente lentos en
comprender—y luego en la igualmente inevitable necesidad de cambiar los
instrumentos habituales del peronismo, buenos en el pasado para ingresar en la clase media a millones de argentinos postergados pero de extraordinaria ineficiencia en el
mundo actual.
Una vez que el peronismo en general pueda asumir y
comprender los términos de esta nueva discusión, estará listo para renacer, ya no
como un rival del PRO sino como un aliado necesario. Tanto el PRO más avanzado
en su percepción de la realidad y del mundo, como un peronismo renacido para
recrear y ampliar la responsabilidad sobre sindicatos y trabajadores, limitando
la intromisión del Estado en estas asociaciones privadas y haciendo que éstas
tomen el rol fundamental que les cabe en la promoción de los argentinos más
postergados y excluidos del trabajo, podrán avanzar más velozmente en las reformas
que el país necesita.
Juntos podrán derrotar la resistencia al cambio de los
sectores más retrasados de la política (que viven no sólo en el peronismo, sino
en el radicalismo e incluso en los sectores socialdemócratas del PRO). Sólo
juntos, y en la compañía de aquel radicalismo ya renovado, podrán garantizar la
continuidad institucional de determinadas políticas y favorecer la estabilidad,
la inversión y la justicia.
El PRO tiene una razonable apertura al diálogo, y también la
tienen algunos acompañantes de Cambiemos, que identifican bien al enemigo
político de la Nación sin distraerse con el eventual adversario electoral. El
peronismo, hoy en un comienzo de institucionalización imprescindible y
bienvenido, tiene como conducción a un Luis Barrionuevo no del todo insensible
a la economía liberal y a la modernización sindical y a dos asesores que
representan a un peronismo aún demasiado ortodoxo, anclado a un pasado
idealizado y hoy falto de creatividad revolucionaria, pero llenos de honestidad
personal, como Carlos Campolongo y Julio Bárbaro. Las burlas acerca de la edad
de estos tres dirigentes, aunque comprensibles en un país al que le cuesta
hacerse cargo de su tradición como un valor, son inconducentes ya que sólo
remiten a lo que muchos de los que hoy se ríen permitieron, por acción u
omisión: que el PJ fuese usurpado y paralizado. Es de ley entonces que vuelvan
aquellos que desde hace veinte años han esperado en vano para entregar en hora
las banderas a las nuevas generaciones.
De estas nuevas generaciones se trata; de ellas, sin
referentes honorables, sin estructuras partidarias, sin escuela política y sin
equipos técnicos modernos de los cuales aprender. Para ellas es el
cambio. Para ellas, el regalo de un partido por fin institucionalizado y
republicano, modernizado en sus estrategias e instrumentos, pero siempre
consciente de sus banderas doctrinarias y de su tradición.
Desde las cenizas a la nueva vida, todo será posible si la
discusión se instala sobre los temas correctos. También, si los argentinos en
su conjunto, peronistas y no peronistas, continúan con su reclamo de
instituciones democráticas y transparentes, donde todo se discuta y donde el
postergado avance hacia la modernidad y la prosperidad encuentre en el
peronismo a su defensor y aliado, y no a su enemigo.