Con el viejo prejuicio que
le hace preferir aliados radicales y un cómodo ideario desarrollista—aunque el
desarrollismo haya gobernado apenas por un par de años y sólo haya podido
hacerlo apoyado por el peronismo--el Presidente Macri se resiste a entrar en lo
que quizá perciba como el barro de un peronismo al que hay mucho para
reprocharle.
A pesar de los muchos
peronistas que forman parte del PRO, no existe en el gobierno una relación empática
y explícita con el peronismo más genuino.
Más aún, por parte del actual gobierno existe una deliberada ceguera hacia los
millones de peronistas hoy libres de ataduras. Esos peronistas que no se
inclinaron nunca por el kirchnerismo, que miraron al PJ con espanto ante sus
sucesivas agachadas ante la autocracia kirchnerista, y que terminaron
depositando no sólo el voto sino una oscura esperanza en que el Macri de Boca sencillo
y tenaz, por alguno de esos inesperados milagros argentinos, les devolviera la
fe. Más allá de todas las distorsiones y dislates que sufrió el peronismo en
las últimas décadas, esos mismos millones de peronistas continúan esperando un
final feliz para un movimiento inconcluso, detenido en el tiempo, sin un
liderazgo adecuado que actualice los instrumentos para el crecimiento de la
Nación y real felicidad del pueblo, únicas metas aceptadas por el mismo General
Perón como guía doctrinaria permanente.
Con una mirada sesgada, que
desde la herida siempre viva del peronismo histórico incomprendido y
perseguido, en ese peronismo tan masivo como huérfano de liderazgo, se ve con
inmenso desagrado la siempre interesada confusión que desde el gobierno se persiste
en hacer entre kirchnerismo y peronismo,
como si el primero fuera la cabal expresión del segundo y no su horrenda apropiación
y distorsión. Todo esto sería, como a veces parece creerse desde el gobierno,
un problema exclusivo de un peronismo que no supo hacerse valer o generar
dirigentes inteligentes, si no fuese que, ignorado, ese peronismo queda como una
inmensa masa boyante en el gran lago de los problemas irresueltos del país,
transformándose por inercia en un obstáculo para el cambio. Esa masa informe y
sin conducción asoma cada tanto bajo la forma de un peligro sobredimensionado e
inminente, en especial durante las manifestaciones sindicales y de sectores
marginales que no se sienten parte del cambio y que no saben ni qué pedir ni
cómo negociar adecuadamente. Las conducciones alternativas al estilo de Sergio
Massa y sus aliados social-demócratas sólo son aspirantes en un torneo en el
cual el peronismo sólo busca a Macri o a un semejante, el Menem más perfecto,
el Cavallo finalmente peronizado, promesas que la historia, hasta el día de
hoy, no le cumplió. ¿Sólo el peronismo recuerda—y no siempre—que fue el primero
en modernizar y reconciliar la Argentina, casi treinta años antes de Macri?
Semejante a la de los
tiempos en que Perón irrumpió para equilibrar las fuerzas sociales y
productivas, impidiendo que el país se deslizara hacia una izquierda sin
retorno, la Argentina de hoy, con su más de treinta por ciento de pobres y en
aumento—aunque más no sea por crecimiento demográfico—requiere de un nuevo
Perón antes de que la suma de ojos cerrados y manos operando a medias en la
economía cree una nueva inclinación hacia un inevitable estatismo donde se termine
repartiendo la pobreza por igual. O sea, el socialismo a la cubana o en la
versión Venezuela.
Si pudiera deshacerse del
prejuicio histórico hacia el peronismo, el Presidente Macri quizá podría ver como
potencialmente propio el peronismo de esos millones de peronistas sin liderazgo
ni atención y hacer suya la llave secreta que siempre está a disposición de
aquel que, audaz en su visión, realmente
desee el bien del país. Su estrategia de confrontar electoralmente con un kirchnerismo
envuelto en la sábana del fantasma peronista seguramente se marchitaría aún más
y algo nuevo sucedería bajo el sol argentino. La libertad de trazar una raya de
justicia y legalidad, en primer término, sin oportunismos electorales, y la aún
más preciada oportunidad de trazar la línea divisoria entre los que desean un
libre mercado, nacional y global, con una gran participación privada de la
inversión y el trabajo, antes que la acción estatal. Y aquí es donde el
Presidente Macri debería enterarse de que no sólo existe la llave sino que hoy
sólo él puede usarla.
La llave secreta no es otra
que la que Perón supo usar en el pasado desde la Secretaría de Trabajo, aquel modesto
invento desde el cual hizo una revolución que cambió la historia de por lo
menos un país latinoamericano, el nuestro, poniéndolo a la vanguardia de la
justicia social y logrando en pocos años transformar a una masa trabajadora sin
formación y desorganizada, en una clase media educada y capaz de defenderse, no
a través del Estado sino a través de organizaciones libres e independientes del
Estado y del Gobierno. El peronismo, a pesar de haber concretado su
revolución con mano férrea, autoritaria y muchas veces poco respetuosa de las
libertades individuales, se preocupó por dotar a los trabajadores con entidades
propias e independientes del Estado, comparables en poder a las entidades
empresarias. Todo el resto dicho, esa fue su duradera e inextinguible
revolución. El peronismo, llevado a su última instancia, no es otra cosa que
los trabajadores organizados en sindicatos, con los sindicatos organizados en
una gran Confederación General del Trabajo y apoyados por una organización
política, las 62 organizaciones peronistas, útiles a la hora de construir poder
electoral para asegurar, justamente, la representación sindical en el Congreso.
Así, la llave del peronismo no
es otra que la llave de los trabajadores y la llave de los trabajadores está en
las manos de cualquier gobierno que, en vez de temerles, decida asociarlos genuinamente
a sus políticas. En su primer año de gobierno el Presidente Macri mostró una
instintiva capacidad de conducción de los trabajadores organizados, asegurando
la libertad de las paritarias y promoviendo la cláusula gatillo en la mayoría
de las negociaciones de modo de proteger los salarios contra una inflación que
sólo puede desaparecer gradualmente mientras se va ordenando el Estado. En este
segundo año, el Presidente Macri parece haber renunciado a esta conducción
indirecta del peronismo, creyendo erradamente que transformarlo en el enemigo
elegido lo favorecerá en las elecciones.
La estrategia antes
mencionada de confundir peronismo con kirchnerismo arrastra también a la CGT y
a los trabajadores que se ven en la indeseable posición de oponerse a un
gobierno al cual votaron y que les respondió bien en su primer año de gobierno,
o permanecer invisibles e inmóviles. Ni siquiera piensan en líderes
alternativos como Sergio Massa, que pretende muy específicamente conducir a ese
peronismo huérfano, ya que los trabajadores tienen demasiados problemas como
para esperar un fin de ciclo macrista y un nuevo liderazgo presidencial. Desde ese peronismo huérfano, lo que se siente
es que el momento es ahora y que el hombre de la decisión es el actual
Presidente Macri.
¿Qué podría éste entonces hacer para, en vez
de enemistarse con los trabajadores, amigarse y liderarlos? La principal
política a la que el Presidente Macri debería esforzarse en asociar a los
trabajadores es a la del cambio. No desde el discurso, sino desde la
participación activa e interesada en ese cambio total de la economía y de los
poderes del gobierno que el actual Presidente ha propuesto a los argentinos. Sin los trabajadores enmarcados
específicamente a través de sus organizaciones en nuevos programas que hagan ese
cambio posible, no habrá cambio real y mucho menos cambio duradero, porque los
problemas de los trabajadores permanecerán sin solución en la medida en que
ellos mismos y sus organización no comprendan cuál es su participación en el
cambio y contribuyan a éste de modo de beneficiarse en el tiempo. No hay
entonces, como muchos desean, un final anunciado del peronismo sino una
actualización pendiente e imprescindible de la columna vertebral del peronismo,
sus trabajadores y sus organizaciones sindicales, una actualización que,
increíblemente, y por su propia naturaleza, beneficiará tanto al gobierno y a
su política de cambio como a las mismas organizaciones y trabajadores.
La llave secreta que el
Presidente Macri puede usar es la de la continuidad de lo que fue la acción
inicial del General Perón proyectada a las circunstancias actuales:
- Fortalecer la CGT y las organizaciones sindicales con un nuevo rol en la economía reconociéndoles su capacidad de liderar parte del cambio en tanto representan el capital humano productivo del país
- Conseguir que la CGT y las organizaciones sindicales apoyen nuevas leyes que bajen el costo laboral permitiéndoles gestionar y administrar un seguro de desempleo de sus afiliados, con compañías aseguradoras sindicales que funcionen a semejanza de las Obras Sociales en la atención de Salud.
- Hacer que los sindicatos sean el primer lugar de referencia y contención de los millones de jóvenes hoy excluidos de la educación y el trabajo, ocupándose junto a otras organizaciones privadas de su formación (ver artículo El Plan Pertenecer)
- Aprovechar la experiencia de muchos líderes sindicales devenidos ellos mismos empresarios para crear un programa de Primera Empresa en la cual se ayude a los trabajadores con vocación emprendedora a formar su primera empresa
- Dado el volumen de actividad económica que los sindicatos tendrán a su cargo en esta nueva etapa de una economía cien por cien capitalista y de libre mercado, considerar la creación sindical de un nuevo banco privado, el Banco Sindical, destinado a la concreción y solución de los problemas financieros de los trabajadores
- Rescatar para los trabajadores la fortaleza de las organizaciones libres del pueblo, capaces de crecer hasta su mejor dimensión en una sociedad libre, en la cual el Estado tenga cada vez menos injerencia y obligación fiscal, trasladando estas obligaciones a los mismos trabajadores organizados en sindicatos, cooperativas y asociaciones sin fines de lucro
- Confiar en que el único peronismo posible del siglo XXI es el peronismo de los trabajadores asociados en libertad para su propia protección y beneficio con nuevos instrumentos capitalistas (seguros, apoyo financiero, formación continua etc.) dentro de una economía libre, como queda claro en los textos del General Perón actualizando La Comunidad Organizada, textos de un iluminado liberalismo visto desde el ángulo de los trabajadores, un punto de vista que muchos aún no pueden percibir y que, para bien de todos, convendría subrayar
Si pensamos que el
Presidente Macri y Cambiemos ya tienen el apoyo implícito de las 62
Organizaciones conducidas por el Momo Venegas para llevar adelante un plan semejante
al arriba descripto que pueda concretar el cambio en forma efectiva sin dejar
afuera a lo que es en realidad su parte sustancial—los trabajadores actuales y
los no trabajadores que desean trabajar—resulta incomprensible imaginar una campaña electoral bienintencionada
y honesta que no los incluya explícitamente y, con ellos, al verdadero
peronismo.
Dejarlos sin liderazgo, o
con el aparente liderazgo del kirchnerismo—al cual, es cierto difícilmente se
vuelquen, justificando entonces que ignorarlos puede no ser demasiado peligroso—no
alterará demasiado el resultado de las elecciones que, por descarte, ganará de
todos modos Cambiemos. Pero, ¿es justo atrasar el progreso del cambio, no ser
más enérgico y veloz, y más eficiente a la hora de terminar con la pobreza en
nombre de relegar a un peronismo que se persiste en ver como molesto cuando se
lo debería ver como socio principal?
No son las elecciones de
Octubre 2017 las que están en juego, sino las de Octubre de 2019. Esas en las
que se medirá cuán sintonizado está el Presidente Macri con las necesidades de
todo el pueblo argentino y no sólo con las de una mitad. Porque esa famosa
grieta de la que no termina de hablarse no tiene nada de nuevo. No se trata de la
grieta entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo, sino de la antigua grieta entre
el antiperonismo y el peronismo, con el antiperonismo hoy encarnado tanto en el
kirchnerismo como en el a veces limitado pensamiento macrista sumado al antiguo
antiperonismo radical, todos aliados en el no poder reconocer al peronismo
genuino, a ese peronismo flotante, aferrado a su eterna tabla de la justa ley, hoy
sin liderazgo pero con la llave secreta colgada del cuello. Sí, allí está,
solito, ese peronismo que ha resistido el naufragio, tantas tormentas y que aún
espera abrir con su llave y para siempre, la puerta grande de la historia
argentina. Si el Presidente Macri no recoge la llave, otro lo hará. ¿Vale la
pena la espera?