Con
una ciudadanía cada vez más dividida y desorientada, la reorganización de los
espacios políticos y la reformulación de sus propuestas requieren más atención
de las que la misma ciudadanía, sus dirigentes políticos y la prensa, le
otorgan.
Lejos
de concentrarse en las aparentes diferencias entre el hoy presidente Alberto
Fernández y la ex presidente Cristina Kirchner, vale la pena intentar una
mirada más amplia sobre el peronismo en su conjunto. Franquicia gratuita al
servicio de quien se apodere de sus insignias y/o partido, para unos, rémora inservible
del pasado para otros, tradición no revisitada para los nostálgicos, el
peronismo no parece nunca concluir pero tampoco reorganizarse a la luz de las
nuevas necesidades nacionales.
Agotadas
están tanto la cultivada brecha entre macrismo y kirchnerismo como la renovada
brecha entre peronismo y antiperonismo de los últimos años, con el triunfo inesperado
de un peronismo variopinto. Tambíén fracasó la muy tardía intervención del ex
Presidente Macri como socio del peronismo anti-kirchnerista, en un esfuerzo sin
demasiada convicción. Así, hoy, con una alianza muy imperfecta de diversos
sectores del peronismo y del kirchnerismo en el gobierno tras el triunfo en las
elecciones presidenciales de 2019, vale la pena preguntarse si existe una
posibilidad de unificación legítima del peronismo y cuáles serían las
propuestas que un nuevo y emergente liderazgo podría ofrecer al conjunto de
modo de no ahuyentar a ninguna de las partes que hoy aspiran a constituirlo.
Para
realizar un efectivo trabajo de integración de esas partes, es necesario
considerar que, desde la muerte del general Perón, el peronismo atravesó muchos
cambios en sus políticas tradicionales, pero sin dirigentes que, retomando la
palabra y estricto método didáctico del General Perón, actualizasen el formato
de antiguas políticas conservando las esencias doctrinarias. Así, dirigentes
como Carlos Menem supieron encontrar el éxito sin dar mayores explicaciones a
los ciudadanos y pagando el precio después en la destrucción de sus exitosas
políticas a manos de Eduardo Duhalde, un dirigente igualmente peronista, pero
interesadamente aferrado a ortodoxias del pasado, así como su seguidor Néstor
Kirchner, que además introdujo a su mujer como seguidora y catalizadora de
políticas ya ortodoxas, ya culturalmente antagónicas en
muchas de sus formulaciones a la doctrina peronista.
Hoy,
en la inmensa crisis y desorden que atraviesan el país, volver al pasado sólo
es útil para recordar lo que no se hizo: resignificar al peronismo como un instrumento
político útil también en el siglo XXI, un instrumento capaz de lograr, a la vez, la prosperidad de
la Nación y el ascenso social de sus clases trabajadoras y aspirantes al
trabajo.
No
tiene mucho sentido discutir hoy las propuestas culturales que trajo la
administración de Cristina Kirchner, algunas de las cuales fueron estandartes
explícitos de la generación del 70 y, como tal, parte también de la historia
del peronismo, propuestas que la ciudadanía afín absorbió bastante
pacíficamente sin una oposición demasiado enérgica en el resto. La Argentina
admite esa multiplicidad cultural y lo hace, tradicionalmente, en paz. En cambio, sí tiene mucho sentido discutir el
enorme atraso que los Kirchner y antes que ellos Duhalde, entronizaron en el
país con su insensato discurso anti-liberal en la economía, porque eso afecta
la vida real de cada habitante para mal y no sus creencias personales.
Aferrándose
a la antigua oposición entre peronismo y liberalismo y su sangrienta historia
en los tiempos del final del primer gobierno de Perón y hasta el regreso de la
democracia en 1983, muchos peronistas—kirchneristas y no kirchneristas--
quedaron anclados en un pasado estatista improductivo. El éxito de Menem,
iluminado en la necesidad de unir los dos antiguos bandos, debería haber
quedado como la lección práctica pero, como período no concluido con éxito
durante la siguiente afín administración radical, y sin líderes respetados que
hicieran suya la lección, permanece aún oculto en el pasado.
Sí,
el éxito de los años 90 continúa ignorado en un país que hoy no puede ni quiere
recordar su propia experiencia de cómo supo una vez terminar con la inflación y
terminar con la escasez de dólares. Tampoco
el ex presidente Macri se animó a hacer suya la lección, perdiendo así la
oportunidad de entrar por la puerta grande de la historia. El rol del líder unificador
del peronismo con el liberalismo y capaz de absorber en el intento los
contenidos liberales de izquierda del kirchnerismo sigue vacante.
La
necesidad de un nuevo liderazgo que rescate los opuestos y los resitúe en el
nuevo escenario nacional es más que urgente. No hay tanta necesidad de
asustarse con posibles guerras civiles, con nuevos enfrentamientos entre
dirigencias poco afines del peronismo, si se es capaz de ubicar a cada uno en
su correspondiente lugar de acción.
El
kirchnerismo, hoy bajo el peso de sus innumerables delitos de defraudación del
Estado, precisa a la vez un justo castigo judicial y un rescate de todas y cualquiera
de las buenas intenciones que haya tenido, reencauzadas en una política más
general. Por ejemplo, sus grandiosos y valorables proyectos de inclusión, no
cumplidos y menos alcanzados en la población más carenciada, deben ser
reencauzados en los sindicatos, la mejor organización posible para permitir no
sólo mejores condiciones de trabajo, educación y salud, sino una inclusión ascendente
hacia la clase media.
El peronismo ortodoxo y aferrado al pasado,
debe ser reeducado acerca de qué instrumentos usar para tener una economía
organizada y productiva, a perder el miedo a reeditar su exitosa experiencia de
los años 90 con la convertibilidad y la política económica de libertad, y a
entender que el “neoliberalismo” o el “liberalismo” pueden ser crueles en países
donde no existen sindicatos con la proyección que éstos tienen en el nuestro, o
sea, donde no existe una doctrina peronista capaz de encontrar el recurso justo
para hacer crecer el país a la vez que protegiendo a sus trabajadores.
Finalmente, el peronismo liberal que después
de Menem y Cavallo no ha encontrado hasta ahora dirigentes capaces de
representarlo cabalmente—Macri no se atrevió a ser ni peronista ni
liberal---debe hacer un esfuerzo suplementario en adelantar sus ideas y, en
especial, en hacer del sindicalismo el mejor y mayor abanderado de esta nueva y
pendiente integración.
Como
columna vertebral del movimiento, el sindicalismo argentino también precisa una
urgente actualización: adherir a los principios de libre mercado tomando para
sí la responsabilidad de los seguros de desempleo, apoyando la convertibilidad
con su inmediata posibilidad de terminar con la inflación y tener salarios fijados
en una moneda estable, de modo de dedicar las energías a luchar por la
reeducación de los trabajadores, por la transparencia y eficiencia de las obras
sociales y por todo aquello que los trabajadores, dentro de una economía
liberada y con creciente inversión y prosperidad, puedan necesitar.
El
peronismo ha sido y será, hasta su último día, revolucionario y capaz de romper
con todos los preconceptos, aún los propios, sin renunciar a su doctrina. Hoy,
el dirigente que va a predominar , a hacer grande a la Argentina otra vez y a
sacar a su pueblo de la muy injusta pobreza en la que malos dirigentes lo
hicieron caer, es aquel que sepa explicar cuáles son los términos de la
revolución pendiente, hoy, obligadamente, tan liberal como peronista.