miércoles, septiembre 20, 2017

SINDICATOS, PERONISMO Y LIBERALISMO


Aunque la mayoría de las agrupaciones políticas se resista a hacer una revisión completa de las políticas liberales ejercidas durante los años 90, convendría volver a poner sobre el tapete la discusión. En cierto modo, el reciente y provocativo libro de José Luis Espert, “La Argentina devorada”, acompañado por su casi diaria prédica televisiva, pone de modo directo y eficaz la discusión en su justo término: cómo deben ser las relaciones entre capital, Estado y trabajo, esas tres corporaciones hoy disfuncionales. Un tema, sin embrago, permanece poco explorado y, sobre todo, sumergido en el igualmente poco revisado tradicional anti-peronismo: la existencia y función de los sindicatos dentro de una economía liberal.

A pesar de lo que habitualmente se cree, peronismo y liberalismo tienen una veta en común, y esa es la que sorprendentemente se expresa en los sindicatos, entendidos como organizaciones libres e independientes del Estado—tal como fueron pensados originariamente por Perón—y no como existen hoy día. Las múltiples distorsiones acumuladas en muchos sindicatos y en la misma CGT justifican la ira de los pensadores como Espert que pretenden, con sobrada razón, una definitiva economía liberal para engrandecer la Argentina en su economía y productividad.

La famosa doctrina peronista no combate el liberalismo sino en un punto específico: su falta de interés en un proyecto comunitario. Sin embargo, el peronismo, lejos de ver a ese proyecto comunitario como una extensión del Estado—tal como hacen los socialismos, demócratas, cristianos, populistas o lisa y llanamente comunistas—lo ve como lo vería un liberal si un liberal considerase oportuno ocuparse de ese tema: como una elección voluntaria de individuos libres para agruparse en organizaciones colectivas o comunitarias por fuera del Estado.

En este sentido, no hay una herencia más sólida y valiosa del peronismo que las organizaciones sindicales, el instrumento de defensa de los trabajadores—columna vertebral de su organización política, además, como ya se sabe. Que los sindicatos y la CGT se hayan transformado muy frecuentemente, al igual que prácticamente todas las instituciones argentinas, en un antro de corrupción además de en una ocasional traba para el desarrollo de una economía liberal, no quiere decir que deban desaparecer. Muy por el contrario, los sindicatos y organizaciones sindicales deben ser fortalecidos, modernizados y sometidos a la misma regla de transparencia que las demás cuestionadas instituciones argentinas. 

Los mismos sindicatos deben hacer al mismo tiempo una revisión de su rol frente a la economía global, comprender que las reglas macroeconómicas obligatoriamente obedecen al régimen global de libertad y libre intercambio y colaborar así para que inversores y empresarios tengan la mayor libertad posible para emplear, contratar, despedir o contratar nuevamente a sus trabajadores sin que esta libertad se vea penalizada por juicios, leyes proteccionistas, y toda la serie de trabas que tradicionalmente políticos y sindicalistas han puesto en el camino como poco creativo método de proteger a los trabajadores. Esta confusión ha creado desempleo, empleo en negro y, peor aún, amenaza todos los días con una ruptura violenta entre trabajo y capital, tanto si se aprueban leyes con menos protección como si se opta por un mayor proteccionismo. Este conflicto de intereses puede ser resuelto de un modo bien diferente.

Por un lado, los sindicatos, como organizaciones libres de los trabajadores, tienen muchas capacidades no explotadas para ayudar a éstos a protegerse a sí mismos  a través de sus sindicatos, tal como lo hacen ya hoy por medio de seguros de salud colectivos gestionados a bajo costo por los mismos sindicatos (las actuales obras sociales, cuya recaudación debería ser autónoma y no a cargo del Estado, que no tiene nada que hacer dentro de organizaciones de la comunidad privada, tales como los sindicatos). Así, siguiendo este modelo, los sindicatos deberían ofrecer a sus trabajadores asociados un seguro de desempleo (¿estafaría un trabajador al capital de sus propios compañeros con demandas desubicadas o desmedidas?), seguros por licencia de maternidad y paternidad, seguro de capacitación (formación profesional, reciclaje de habilidades y pasantías a cargo de cada sindicato), programas de  estudio y primer empleo con formación profesional destinados a jóvenes sin formación de ningún tipo), etc. Como se puede apreciar, el modelo peronista sindical aún no comprendió su nuevo rol en la economía moderna que, lejos de apoyarse en el Estado (y permitiendo además que el Estado se entrometa allí donde no le corresponde, la organización privada de los trabajadores) prefiere asumirse como un actor libre, tan libre como pretenden ser el empresariado y el mundo financiero. Asumir en plenitud el rol de una organización libre permitirá a los sindicatos ampliar su esfera de protección y hacerlo de un modo genuino.

Entre los múltiples beneficios de esta mutua liberación de empresarios y financistas, por un lado, y de sindicalistas, por el otro, se cuenta otra  impensada liberación: la de un Estado con un déficit enorme acumulado por toda la mala gestión general que conocemos, pero, sobre todo, por entender muy mal cómo se debe proteger en estos días, tanto a quienes arriesgan capital e invierten, como a aquellos que sólo tienen como capital su capacidad de trabajo personal.

Los sindicatos sí pueden también ser empresarios, y deberán serlo para armar las diferentes aseguradoras, pero serán empresarios comunitarios, es decir, dedicados al bien común y no al lucro. Hay que repetirlo: los sindicatos son asociaciones sin fines de lucro. Los sindicatos manejan hoy enormes cantidades de dinero, y podrán manejar muchísimo más, con la misma pasión empresarial que hoy ponen muchos líderes sindicales para manejar negocios personales nacidos de la estafa a los trabajadores, pero ahora con trabajadores mucho más atentos a su voto y a la misión de control de sus propios fondos. Este progreso y protagonismo forma parte de la misma secuencia de transparencia que hoy comienza a ejercer la sociedad argentina en su conjunto en relación al control del Estado.

Una revisión de leyes laborales y ordenanzas sindicales caducas ayudará a desembarazarse con rapidez de las deformaciones del pasado. Los legisladores tienen también un importante rol junto a los mismos sindicalistas y trabajadores en la tarea de simplificar y modernizar el marco legal. Este nuevo marco, lejos de ser el mal temido por los trabajadores como lo es hoy, debería ser la oportunidad para transferir la protección de los trabajadores a los sindicatos, liberando al Estado y a los empresarios, y construyendo así un mundo laboral más estable, seguro, y bajo el control y usufructo de los mismos trabajadores.

No hay que dinamitar a los sindicatos, como sostiene con ironía Espert, sino apostar a que entiendan su posible y genuino nuevo rol, privadísimo, fuera del Estado, y fundado sólo en la libre asociación de los trabajadores para construir, dentro de sus comunidades sindicales específicas,  un futuro próspero y seguro.

El socialismo cristiano debería también tomar nota de la posible y necesaria evolución del peronismo hacia su forma más liberal—y a la vez más genuinamente comunitaria—y entender que no es el capitalismo lo que está mal, sino la forma de equilibrar las fuerzas entre el capital y el trabajo. A veces, hasta el mismo Papa Francisco se confunde, atravesado como está por un peronismo anticuado. Un peronismo sin liderazgo que hoy está haciendo su camino y repensándose, de modo de cumplir de verdad con los objetivos de siempre.


La prueba de este derrotero está a la vista: los infinitos peronistas que hoy descansan en las manos aún tibiamente liberales del PRO, y lo votan a la espera de una nueva coalición que coloque con energía a todas las fuerzas de la libertad frente al añorado objetivo común: la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo, ya sea este trabajador o empresario.