Anestesiados por los continuos
sobresaltos cotidianos, los argentinos somos quizá menos sensibles de lo que
deberíamos a la encrucijada actual de un mundo en el que cada día un nuevo
peligro aterroriza a otros pueblos, aquellos que miran todo el planeta y no ya
exclusivamente los eventos locales. Como
en un tren fantasma, la comunidad global está lanzada a una carrera sin
conducción con terribles acechanzas que surgen de repente,
imprevistamente, causando caos, terror y total incertidumbre acerca del futuro
y si el tren llegará a destino.
Falta de liderazgo global,
confusiones ideológicas, decadencia de los partidos y sus dirigentes, incomprensión
de la dinámica global, actos salvajes de terrorismo, amenazas nucleares en
manos de estados o de particulares, crisis económicas, la expansión rusa, guerras
sin patrones reconocibles, todo habla de una gran crisis donde los problemas se
replican de un país a otro, sin que se advierta el comienzo de una nueva era.
En la Argentina, el voto popular
británico para apartar a Gran Bretaña de la Unión Europea puede habernos
sacudido un poco, en especial por la inmediata fluctuación de las monedas y su
incidencia en los actuales planes del gobierno nacional, pero, después de la
novedad, el tema parece interesar mucho menos que las telenovelas judiciales
locales. Sin embargo, el potencial británico para incidir en la profundización
de la crisis global o en su contribución a su solución, nos interpela directamente.
La Argentina es uno de los países que puede aspirar a tomar un lugar relevante
en el mundo—como en aquel lejano pasado siempre añorado—siempre y cuando
comprenda lo que está sucediendo de verdad dentro de la comunidad global y cuánto
de esos sucesos vienen moldeando su pasado más reciente, sin que nadie conecte
demasiado los puntos.
El hecho es que la salida de Gran
Bretaña de Europa mueve el tablero no tanto en el plano económico como en qué
se va a hacer en el mundo desde el punto de vista militar para contener,
limitar o eliminarlos peligros que acechan a la comunidad global. Firme
integrante de la NATO, al salir de la Unión Europea, Gran Bretaña queda libre
para dictarse su propia política exterior. En un momento en que el liderazgo de Estados
Unidos parece tener como únicos contendientes a una débil Hillary Clinton que
seguramente hará mucho más que Obama en términos militares pero mucho menos de
lo que haría falta para neutralizar las peligrosas sorpresas del tren fantasma,
y un irresponsable Donald Trump, que no se caracteriza por su compresión de fenómenos
complejos, un nuevo liderazgo inspirador de Gran Bretaña podría tener para el
mundo consecuencias positivas y hoy insospechadas.
Muchos son los temas de altísimo
riesgo que requieren atención a nivel global, algunos de los cuales ya hemos
mencionado, pero el tema más relevante en este momento es el del liderazgo
militar global, en un tiempo en que la idea de la cooperación global se ha
hecho carne en las nuevas generaciones—con justa razón—pero en un tiempo, también,
en el cual se renunció prematuramente al uso de la fuerza para contener todos
aquellos procesos que se oponen a la libertad que exige esa cooperación global.
La Argentina puede muy bien
insertarse con una nueva y renovada conciencia en la discusión global,
dirimiendo con claridad los peligros de, por un lado, apartarse de la meta de
la cooperación global, y, por el otro, de
no distinguir la legitimidad del uso racional de la fuerza allí donde fuere
necesario. Para eso, sería imprescindible también hacer una revalorización de
la misma temática a nivel local, reestrenando y reeducando a las fuerzas
armadas y de seguridad de modo que contribuyan eficazmente en la defensa no sólo
de la comunidad local sino también de la global.
Al dejar Gran Bretaña el espacio
comunitario, la primera lectura del hecho fue la de pronosticar el fin de las
integraciones continentales. Muchos imaginaron—el discurso de Trump y el de otros
no ha dejado de contribuir a este ideario—un regreso glorioso a los tiempos de
naciones individuales y autosuficientes. No advirtieron que lo que detonó la
salida de Gran Bretaña no fueron los problemas económicos sino los problemas de
seguridad, y que su único modo de defenderse de las oleadas de refugiados fue
volver a la autonomía y recuperar la iniciativa militar en una guerra que
Estados Unidos comenzó en defensa de la comunidad global y que no supo
concluir.