Como unos cuantos lectores ya saben, hace ya mucho tiempo
que venimos insistiendo en el reconocimiento del peronismo liberal y de su
complementario liberalismo peronista, como dos categorías políticas que, si
bien son muy resistidas por extremadamente explícitas y realistas, hubieran
sido de mucha utilidad al gobierno saliente de Macri. Por otra parte, estas
categorías serán, sin duda, de crucial importancia para volver a separar las aguas
en un peronismo falsamente unido por la conveniencia, la traición oportunista y
la confusión ignorante de cuadros políticos insuficientemente preparados para representar
y gobernar correctamente.
Todos estos años en que se ha hablado de “brecha” se ha
hablado principalmente de la oposición entre liberales republicanos y
autoritarios kirchneristas izquierdistas. Con un mal calculado oportunismo
electoral—como se vio en los pobres resultados de Macri—se montó esa brecha
original, compartida por gran parte de la sociedad, incluyendo amplísimos
sectores del peronismo (liberales o no), sobre una división histórica mucho más
relevante y profunda: la oposición entre liberales y peronistas. El resultado
de la torpísima decisión fue el de lograr una unión de vastos sectores del
peronismo al kirchnerismo. Así los liberales, y con ellos los ausentes peronistas
liberales, perdieron su lugar frente a una coalición que no hizo más que
cumplir la fantasía del lado opuesto y, posiblemente, seguir hoy profundizando
la oposición peronista-liberal hasta límites que aún no podemos conocer pero sí
legítimamente temer. Una brutal radicalización del kirchnerismo no es
descartable si la ex presidente Kirchner, ahora vicepresidente, decide
reemplazar a su siempre descartable presidente, en la medida en que éste
fracase o desobedezca.
Aún con la tardía adhesión de Miguel Ángel Pichetto como
representante de un peronismo
republicano y no explícitamente liberal, como hubiera sido el caso si alguien
hubiera osado tomar el toro por las astas y proponer, junto a Pichetto, la
solución económica audacísimamente liberal que el peronismo, y sólo el
peronismo logró ejecutar con éxito durante la primera parte de los años 90,
otro hubiera sido el cantar. Pero, ¿cómo podía el macrismo y Juntos por el
Cambio hacer la conversión ideológica necesaria en tan poco tiempo, convocar al
peronismo afín con mayor intensidad y con la promesa de repetir la hazaña de
los 90 y volver a zanjar y borrar para siempre la obsoleta oposición entre
liberales y peronistas? Hubiera hecho falta un conductor de genio o, por lo
menos, un conductor audaz, y, lamentablemente, el pronto ex presidente Macri no
lo fue. Nos conviene, sin embargo, volver a considerar esta falla política
básica que se sumó a la ya bastante clara falla económica de creer que con
mejorar e intentar eliminar el déficit fiscal era suficiente cuando era
necesario, en simultáneo, hacer una profunda reforma monetaria que permitiese
el uso indistinto de pesos o dólares en la economía y que reordenase todo el
sistema bancario al servicio de la producción y el crédito. Había que ser MÁS
liberales en la economía, del mismo modo que el peronismo de los 90 supo serlo,
y los liberales, a la vez, en lo político, tendrían que haber sido más peronistas, como
lo fue y siguió siendo hasta la fecha Domingo Cavallo, una figura que todavía espera
el debido reconocimiento de los argentinos, si es que éstos entienden alguna
vez cuál fue su patriótico rol en 2001 y quiénes fueron los verdaderos
artífices de la catástrofe de Diciembre 2001 y del trágico año 2002. Sobre esto
ya hemos escrito demasiado y seguimos esperando que alguna vez la lucidez
colectiva haga justicia.
Para rescatar de la experiencia Macri y de Juntos por el
Cambio, que tuvo muchos aciertos tal como su política exterior—un buen calco de
la política exterior de los años 90, justamente—tenemos una doble lección que
aprender. Desde 1945 hasta los años 90, la Argentina estuvo dividida en dos
campos irreconciliables: el exitoso liberalismo del pasado y el justiciero
peronismo que cumplió con sus metas sociales pero pocas veces con sus
necesidades económicas, en gran parte por esa oposición manifiesta, incluso con
su carácter de guerra civil, debido a una necesaria revolución social que no se
terminaba de digerir. En los 90, esa oposición se saldó políticamente de la
mano de dos conductores de genio, Carlos Menem en la conducción política y
Domingo Cavallo en la conducción económica. Un matrimonio peronista liberal y
liberal peronista que no volvió a expresarse en la política argentina hasta el
tímido noviazgo entre Macri y Pichetto.
En la Argentina no habrá solución política posible y mucho
menos unión nacional y aún menos solución a la economía, si los peronistas no
abrazan al liberalismo como su complemento natural en la economía y los
liberales no abrazan al peronismo (encarnado en los sindicatos a modernizar)
como su complemento natural en la política social y de reparto. No habrá forma.
El liberalismo nos hizo grandes en el pasado: lección para
digerir, por fin, por un peronismo escasamente instruido por dirigentes poco
formados o demagógicos. El peronismo nos hizo grandes en el pasado, con su brillante
revolución social que creó la clase media más importante de América Latina: lección
para digerir por un liberalismo anclado en un racismo mal disimulado y en un
anti-sindicalismo que insiste en ignorar las posibilidades de un sindicalismo pensado
desde su inicio como un conjunto de organizaciones libres del pueblo e
independientes del Estado.
En los próximos meses, asistiremos a una nueva versión de
gobierno peronista que intentará sus propios inventos y, previsiblemente, sus
propios fracasos, ya que llega en nombre del anti-liberalismo, avanzando así
poco o nada en relación al pasado reciente tanto en lo político como en lo
económico.
Resultará, entonces, muy útil que los avanzados peronistas
liberales y sus hermanos, los avanzados liberales peronistas, tanto en la
coalición del gobierno como en la coalición de la oposición se unan en una
estrategia que sorprenda a los argentinos y los haga, por fin, sentirse
genuinamente representados.
El nuevo liderazgo y la posibilidad de un verdadero nuevo
gobierno, basado en las premisas correctas y simultáneas de peronismo y
liberalismo, surgirá de esa claridad conceptual. Primero en la opinión pública,
si el periodismo colabora, luego, en el Congreso, articulando nuevas alianzas
que vayan modificando los fracasos que nos esperan de persistir en los errores
del kirchnerismo y en la ceguera del macrismo, y, por último, conquistando el
ejecutivo y logrando el regreso a las bases peronistas y liberales de los años
90, corregidas y perfeccionadas.
Nada ayudará más a la unión de peronistas y liberales como
reconocer este común pasado histórico, ese que consiguió un rápido y
contundente éxito durante una larga temporada. Lo suficientemente larga como
para que hoy podamos concentrarnos en sus éxitos y no descartarla por sus errores.
La victoria nacional está en su huella.