Iremos todos a las PASO en prolija fila a votar la fórmula
Macri-Pichetto, sin hacer ruido y con los dientes apretados, porque nada salió
como se pensaba y porque nadie sabe cómo va a salir el próximo período, si es
que la sensatez sumada al miedo, logran la reelección del Presidente Macri.
Sentirnos felices por el agregado final de Miguel Ángel Pichetto
y presumiblemente, a través de él, a muchísimos peronistas—algo que ya señalamos como
imprescindible desde hace mucho tiempo—no borra el hecho tardío y aún no
ejecutado en la amplitud que merece, es decir, abriendo dentro de Juntos por el
Cambio un espacio donde los peronistas se sientan invitados a adherir y
participar.
Esto habla de la dificultad de Macri para entender su lugar
en la historia: él querría verse como un heredero del desarrollismo (que no
pudo ir muy lejos sin el peronismo, por otra parte), en vez de aceptar que su
lugar es el de restablecer la alianza peronista-liberal de los años 90,
interrumpida brutalmente por Duhalde y Alfonsín, interrupción continuada por
los Kirchner.
Que el Presidente siga el argumento equivocado, no es un
dato menor cuando se advierte la principal y terrible falla de su gobierno: no
haber logrado resolver el tema de una moneda estable. En efecto, como todos los
economistas liberales del país no se han cansado de advertirle—desde el
mismísimo Cavallo hasta Espert, pasando por los numerosos economistas de las
prestigiosas fundaciones que han criticado su falta de solidez al intentar
diseñar una nueva macroeconomía—la única solución para una moneda estable que
permita conservar una moneda nacional es la convertibilidad. La otra, claro, es
una dolarización lisa y llana, una decisión que, a la inversa de la
convertibilidad, no se podría tomar como exclusiva decisión nacional sino que
requeriría el consenso de la Reserva Federal de los Estados Unidos y
seguramente del FMI.
Si pensamos en la mayor queja de la población, la que quizá
le haga perder la elección, por más polarización con el miedo a Venezuela, a
los Kirchner o a cualquier reminiscencia del peronismo pasado autoritario, nos
encontramos con que la moneda inestable y no confiable es lo que está a la base
de toda la queja referida a la inflación, a lo caro del dólar, a las tasas exorbitantes
e imposibles de pagar y su consecuencia de nula inversión en nuevos negocios y
crecimiento,
Con la incorporación del peronismo, el Presidente Macri
haría muy bien en incorporarse él a su vez a la saga inconclusa del peronismo y
terminarla bien. Es decir: volver a colocar a los años 90 como el principio
imperfecto de algo que jamás debió interrumpirse y situarse en continuidad sin
tener miedo a la convertibilidad ligada a ese período. Incluso, quizá, hasta comenzando ya mismo
con una iniciativa en el Banco Central que dé la pista de que, efectivamente,
vamos a ir OTRA VEZ en el buen camino de la estabilidad. Puede incluso hacer
docencia y explicar por qué falló la economía del tiempo de la convertibilidad,
no por un problema de moneda sino por un problema de déficit y deuda de las
provincias.
Como ya la población tiene buena conciencia, arraigada en carne
propia, del ajuste y de que se ha logrado el equilibrio fiscal, no costará mucho
convencer de que una nueva convertibilidad (con dólar flotante a partir de un momento
cercano) será el complemento duradero de una economía estable. No hace falta
volver a detallar aquí las medidas necesarias que el Banco Central debe imponer
a los bancos para el uso libre de otras monedas. Pueden leerse en los numerosos
artículos del Dr. Cavallo y otros economistas que también han aportado a la
cuestión. Es un tema técnico ya ampliamente analizado y resuelto en su modo de
implementación y que sólo requiere la iniciativa de un Presidente que no tenga
miedo al peronismo ni a su mejor pasado y que se anime a abrazarlo más allá de
la fórmula presidencial. El país que hoy no lo quiere demasiado y está
resentido por sus malas decisiones, lo amará. ¿Qué resorte de autosabotaje
puede hacer que una persona que quiere ser amada evite hacer aquello que
cumpliría su objetivo? No se trata de Durán Barba, ni de Marcos Peña, que son
apenas soportes externos de decisiones más profundas que, esperemos, cambien,
para que podamos seguir juntos. Cambiar cuesta, también al Presidente Macri.
Lo importante no es, entonces, sólo votar por la fórmula que
en tantos otros aspectos nos conforma, tales como la política exterior, la obra
pública, la conciencia de la necesidad de modernizar la legislación laboral y,
blanqueando en la misma intención a los trabajadores en negro, actualizar y
mejorar el sistema jubilatorio.
Lo importante es meditar acerca de en qué momento de nuestra
propia historia estamos y aceptar que el hoy denostado peronismo (siempre
interesadamente confundido con el kirchnerismo socialista) ya hizo en los 90, lo
que hoy hay que volver a hacer. Aceptar aquel gobierno de los 90 que representa un valioso antecedente—diez años
sin inflación y moneda estable—de feliz unión del liberalismo y el peronismo.
Ya sabemos, el liberalismo y el peronismo expresan las dos
grandes tradiciones argentinas, siempre antagónicas, menos en los años 90 y, justamente, hoy, en una fórmula presidencial que aún no parece consciente de toda su magia. Tampoco de su potencial reparador a nivel de comunidad y de su potencial para terminar,
de una vez y para siempre, con la falta de una moneda confiable que ponga al
país en marcha otra vez.