jueves, junio 17, 2021

LA RESISTENCIA PERONISTA FRENTE A LOS ERRORES KIRCHNERISTAS

 

Para muchos, el país parece ya perdido. Una Argentina quebrada, sin miras de nueva inversión y con la tibia esperanza de una recuperación post-pandemia a los ya bajísimos niveles de 2019, no alienta ni la proyección a futuro de inversores ni la confianza de los consumidores o aspirantes al empleo locales. La base de esta profunda desesperanza, promovida además por la mayoría de la prensa opositora al actual Gobierno Nacional, radica en la confusión entre peronismo y kirchnerismo y en un antiperonismo persistente que no se detiene, ya no en matices, sino en la comprensión de la experiencia histórica del peronismo.

El kirchnerismo no es el peronismo. El kirchnerismo es apenas la usurpación impostora de algunos de los reclamos de justicia social del peronismo. El kirchnerismo es el árbol que no deja ver lo que importa: un peronismo profundo expresado en muchísimos dirigentes hoy fuera del poder y en un número sustancial de gobernadores, intendentes, senadores y diputados. Este peronismo, que lleva en su historia una tradición muy clara de servicio a la Nación , a la producción y a los trabajadores, poco tiene que ver con el kirchnerismo que ha asfixiado y derrumbado al país en los últimos dos años y sin miras de rectificación.

Muy por el contrario, la carrera del kirchnerismo hacia adelante, ruinas de lo privado mediante, parece ser la estatización paulatina y el recurso colonial de sumisión a China o a Rusia para los obtener lo que sea necesario, ya como bienes o asistencia financiera o militar. El fracasado camino de Cuba y Venezuela, dos países que, en efecto, precisan una Argentina solidaria, pero para devolverlos al mundo y a la libertad. El éxito del kirchnerismo sería no solo el fracaso de la Argentina, sino, muy específicamente,  el fracaso del peronismo para sacarse de encima la impostura.

Si el odio histórico hacia el peronismo hoy encuentra un campo fértil en el cultivo de la “brecha Macri-Kirchner”, no es menos cierto que la resistencia de los argentinos y su necesidad de esperanza en poder conservar la Argentina histórica, la liberal y la peronista, y de volver a crecer en total libertad, pasa por el reconocimiento de ese peronismo que hoy asoma bajo la consigna “Hacemos”.  El peronismo de “Hacemos”, además de ofrecer alternativas para la próxima elección de representantes, eleva la conciencia nacional a otro plano: el de un peronismo resistente frente a todos los intentos de destrucción del kirchnerismo, el de un peronismo capaz de sumar las fuerzas conjuntas de las organizaciones agrarias, industriales y sindicales para lograr el consenso necesario para la inversión productiva (incluyendo las imprescindibles reformas monetaria, fiscal y laboral).

Nada está perdido si las fuerzas nacionales conducidas por un peronismo resistente, se organizan como corresponde en un movimiento amplio que sume a todo el peronismo hoy disperso, y enfrente, con su historia de éxitos—agrandamiento  de la clase media, ascenso inmediato de los trabajadores a derechos y mejores condiciones de vida en los dos primeros gobiernos y terminación de la inflación, crecimiento y modernización, y regreso a ser uno de los 20 países más importantes del mundo en los años 90—a  la hoy trágica impostura kirchnerista.

martes, junio 01, 2021

EL GOBIERNO DE LA MUERTE

 

No se trata solo de los muertos por el Covid-19 ni de la mala gestión en la compra de vacunas y vacunación. Los que somos muy mayores y con mucho tiempo de encierro para hacer los inevitables balances, percibimos con claridad otras señales. Todo habla de muerte a nuestro alrededor. Hagamos lo que hagamos, estemos donde estemos, todo huele a muerte. No ya de la propia, previsible a cierta altura, sino como un eco que reverberase desde todas partes. Los más jóvenes lo perciben, y hasta los niños, con su desarrollo familiar, social y escolar interrumpido. La muerte, como vida interrumpida, está en todos, como un poderoso sentimiento colectivo.

Es mucho lo que ha muerto en los últimos dos años de un gobierno que no pudo superar sus tendencias suicidas: además de las decenas de miles de muertos no vacunados, es la misma Argentina la que está muriendo aceleradamente, asfixiada en su productividad, sin la transfusión de nuevas inversiones y sin la menor esperanza de sobrevivir indemne los dos años que restan hasta el próximo cambio de gobierno.

¿Dónde está la falla fatal en el gobierno de los Fernández? De ambos Fernández, el presidente y su inexcusable vicepresidenta: aunque ésta se ausente del escenario público en su mudez sigue siendo la principal responsable de la caída argentina por su tozudez ideológica, reñida con las más elementales tendencias de vida e incluso, de su propia supervivencia política. La vida no es ideológica, la vida no es rígida, la vida no actúa en contra de sí misma. Por el contrario, la vida es flexible, cambiante, buscando siempre su propia existencia como tal, adaptándose y mudando para evitar la muerte.  

¿Quién le ha dicho a la Sra. de Kirchner que el mejor modo de sobrevivir al plan recaudatorio de su marido es subyugar a la justicia sin reparar que no podrá subyugarla sin antes asegurar una sobrevida real del país a través de lo que su gobierno haga o deje de hacer?

Todo el periodismo señala los cotidianos “tiros en los pies” del Presidente o de los ideólogos del kirchnerismo. Son tiros que cada vez más alcanzan el corazón de la misma Argentina.

No lo hacen a propósito, no. Quisieran que todo fuera diferente, pero no saben cómo. Y como no saben, insisten en sus ideas que son “bienintencionadas”. Y su ineptitud sigue matando.

Recordamos todos una Argentina del pasado. Liberal, radical o peronista, todas con sus más y sus menos, pero nunca fracasada como hoy, con tal grado de ceguera ante la propia ineptitud, cuando ya conocemos la propia historia y esta ha dejado demostrado el problema y su solución. Si antes de 1989, no sabíamos y nunca habíamos encontrado la solución para las recaídas casi mortales, en 1990 encontramos colectivamente no sólo, ¡por fin!, el diagnóstico de la enfermedad, sino una solución duradera, aunque no definitiva al ser abandonada en 2002. El diagnóstico final y la solución sucedieron durante un gobierno peronista, así que ¡guay de seguir echando la culpa al peronismo de un mal colectivo! Los ideologismos enferman y no sirven, provengan de donde provengan. La recaída de 2002, peronista y radical, fue casi fatal y sus efectos, perdurables. La recuperación de 2015, insuficiente.

Este gobierno es inexcusable en su seguir matando. Los Fernández saben qué deberían hacer. Incluso sería conveniente, dado el enorme éxito que tendría una rápida apertura de la economía en la inversión y producción, que el cambio lo hiciera directamente la vicepresidenta y se llevase los laureles de una gestión reacomodada para dar vida y no para seguir matando, ni, en su propia condición de múltiple acusada, para seguir suicidándose ante un país que jamás la va a perdonar. No ya por consentir en silencio a los desarreglos corruptos de su marido, sino por su férrea consagración ideológica a todo lo que mata la productividad, el trabajo, la inversión y el lugar de una Argentina viva e importante en el mundo.

Podemos, claro, seguir esperando dos años y saber que, como siempre, la Argentina resucitará desde sus cenizas. Podemos, por supuesto, asistir a nuevos inventos de travestismo intentando que el kirchnerismo luzca lo más peronista posible en las próximas elecciones, aunque el peronismo sea vida y no muerte y desmienta el disfraz poniendo su voto en otro lado. Podemos, naturalmente, seguir especulando con la oposición kirchnerismo-macrismo, para beneficiar al macrismo en 2023. Podemos hacer eso y podemos también intentar abrir los ojos de quienes hoy tienen en sus manos la inmediata solución para que quedemos, sin discusión,  del lado de la vida.

¡Es fácil! Mirar 1991, recordar y actuar. Sólo hace falta contratar el mejor de los equipos económicos disponibles y explicar al país que es mejor corregir el error que persistir en él.

Habrá quienes protesten y también quienes preferirían una solución más “justa” con el castigo de la cárcel. Pero, en una cuestión de vida o muerte, siempre es mejor elegir la vida.