Una de las cualidades del actual gobierno es la de
permanentemente evitar las confrontaciones, eludiendo con sobriedad a los
enemigos que buscan pelea e incluso, en un modo tan zen como cristiano, ofrecer
la otra mejilla con una calma inhabitual en la política argentina. Aunque
muchas veces los enfrentamientos son provocados por los propios errores de
comunicación o de conducción, esta voluntad de pacifismo del gobierno merece
una consideración especial.
En efecto, en una
Argentina que parece condenada a sus tradicionales defectos de violencia,
intransigencia, impaciencia y reiteración de estrategias y tácticas fallidas,
tener un gobierno paciente y abierto al diálogo permite imaginar un camino
nuevo en el cual se alienten estas mismas cualidades en la población y en las
dirigencias no gubernamentales.
La tragedia argentina hecha de avances seguidos de
retrocesos brutales puede bien haber terminado, si los cambios se plantean en el
nuevo y previamente insospechado nivel de un diálogo abierto y
colectivo. El gobierno podrá equivocarse en todo, pero esto no importará si se
puede corregir cada error en forma consensuada, evitando el facilismo de las
posiciones opuestas e irreflexivas.
Si miramos el pasado de las últimas décadas de vida
democrática, podemos advertir claramente que el mal no estuvo en ésta o en
aquella política sino en la falta de plasticidad y decisión consensuada para
corregir el rumbo y/o las crisis. En todos los casos, aún en la sustitución electoral
democrática, esta clásica locura de a dos, es la causa principal del estancamiento
y deterioro de la vida nacional, con sus dos bandos enfrentados por políticas
radicalmente opuestas y fatalmente enlazados sin poder predominar jamás por
largo tiempo y sin poder tampoco prescindir del otro (lo que algunos llaman
equivocadamente “efecto péndulo”).
El gobierno ha usado
también a veces esta estrategia de confrontación para obtener un beneficio
electoral pero intuitivamente, en su conducta de todos modos pacífica, parece
tener amplia conciencia del salto de calidad que es necesario en la conducta
colectiva para poder progresar, salto que debe inspirar y liderar.
Algo está sucediendo en un nivel profundo.
El cansancio de todos frente a los políticos, el mayoritario
rechazo por la violencia generalizada y por la pasada delincuencia en los
niveles más altos del Estado señala quizá un principio de madurez colectiva.
Gobernantes y gobernados pueden estar ya listos para un debate a otro nivel, en
el cual se dialogue sobre las alternativas del destino colectivo, ya sea en la
vida comunitaria, en la economía, en la educación, en la seguridad y en todas las
áreas que requieren ya una decisión urgente acerca de los qué, los por qué y
los cómo.
Nunca, salvo quizá inmediatamente después del regreso del General Perón y su abrazo con Balbín—¡ah, si los militares hubiesen sido
honestos y se hubiesen plegado al abrazo!—estuvimos tan cerca de una
reconciliación profunda surgida del reconocimiento del interés común. Al contrario
de lo que se cacarea en los medios acerca de la brecha—o sea, de los bandos
opuestos eternamente enfrentados—más bien asistimos a los momentos previos a una
unión profunda, no derivada de ninguna ideología ni de la conducción maravillosa
de un líder iluminado, sino de la más absoluta y desesperante necesidad
nacional. Ya no tenemos resto, ni tiempo, y todos, pensemos lo que pensemos,
sabemos que hay que hacer las cosas bien.
¿Habremos aprendido que no es sólo tarea del gobierno hacer
las cosas bien sino que es tarea de todos? ¿Podremos dejar de pensar que este
país no tiene remedio y que sólo somos un despreciable conjunto de gente heterogénea incapaz de
vincularse inteligente y productivamente en todas las áreas de decisión y, en cambio, creer
más en nosotros como una suma grata y comunitaria del yo y los otros? ¿Seremos
capaces de cerrar la boca antes de quejarnos por algo que hace mal el
gobierno y, en cambio, señalar con conocimiento y autoridad cómo sería hacerlo bien y
animarnos a discutir y proponer o, por lo menos, a pedir explicaciones
consistentes a los dirigentes y comunicadores?
Es muy posible que, si comenzamos a ser conscientes de esta nueva
posibilidad a nuestro alcance, abierta por un gobierno calmo y capaz de
escuchar y considerar caminos alternativos para sus errores, veamos en muy poco
tiempo la luz de una legítima esperanza basada en la realidad.
Esto sería lo diferente a nuestro pasado y el verdadero
comienzo de nuestro postergado futuro. Los años macristas serán así,
históricamente, los del pasaje de la adolescencia a la resistida madurez.