(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
¿Y si pensáramos en la
responsabilidad que tenemos cada uno de los que nunca fuimos ni seremos
kirchneristas en que la población argentina haya apoyado a Néstor Kirchner
primero y dos veces a su mujer sin reparar en la inmensa estafa a la que se
sometía?
No somos todos iguales, y debemos
separar del lote de culpables a todos los liberales y peronistas liberales que
desde un primer momento advertimos acerca de la trampa iniciada por Duhalde y
consentida por Alfonsín a fines del 2001, y finalmente consolidada por los
Kirchner. Para comprender lo que hemos sufrido en esta larga década, hay que
volver a ese umbral que se cruzó mal y volver a cruzarlo en sentido inverso,
reestableciendo las condiciones que en los 90 lograron un sólido despegue de la
Argentina. Pero no es posible que sólo lo cruce una minoría. La gran mayoría de
argentinos debe comprender cuál fue la exacta hora en que cambió su destino y
quienes fueron los responsables y bajo que excusas e ideas destruyeron el país
para después inventar un falso crecimiento que sólo se debió a los precios
internacionales de nuestra producción agropecuaria.
Y aquí hay que recordar la larga lista
de culpables asociados al desastre por una mala comprensión del comportamiento
de las sociedades capitalistas en la economía global y por una retrasada visión
voluntarista social-demócrata que les hace poner el acento en el reparto y no
en la creación de riqueza. Todo el radicalismo fue el socio ideológico—cuando no
electoral—del gobierno kirchnerista. También, muchos en el macrismo se anotaron
en la misma línea oportunista, confundiendo a la gente acerca de los 90, años
demasiado impopulares como para tomarse el trabajo de defenderlos, y criticando
estos años con las mismas armas del radicalismo. Que hoy se hable otra vez de
una alianza Macri-Cobos no es sorprendente en ese contexto, pero dicha alianza
es también la garantía de que la población siga navegando ya no en la incultura
política, sino en una nueva variante de la imbecilidad ideológica y la mentira
electoral.
El republicanismo por sí mismo no
debería ser hoy el motor de ninguna alianza. Es una idea necesaria pero no
suficiente. Todos somos republicanos, el peronismo incluido, salvo la minúscula
porción de la izquierda kirchnerista. Hace falta más para despertar al pueblo
acerca de sus verdaderas opciones y explicarle qué modelos de país están en
realidad enfrentados. ¿No es increíble que hasta ahora no se haya constituido
un núcleo—aunque sea pequeño—puro y duro,
dispuesto a defender los dos grandes países perdidos, el del liberalismo de los
años gloriosos de la Argentina y el del peronismo promotor de los más humildes
trabajadores a la cima de una comunidad que a partir de ese momento logró su
total condición demócratica? En esta hora del siglo XXI, lejos de ser
antagónicos, esos dos países son uno solo: la Argentina integrada que requiere
las mejores armas para la creación de la riqueza necesaria para permitir el
continuo ascenso de las capas bajas hacia las mejores condiciones de vida
posible.
El kircherismo no es sólo el
instrumento del antiliberalismo local y global, sino el gran congelador de la
continuidad de la revolución peronista, que nadie como Duhalde y los dos
Kirchner contribuyó a frenar. Que ahora
un inexperto intendente como Massa se rodee de gente que sirvió a ambos, como
Lavagna y otros, debería llamar también la atención de un pueblo confundido que,
sin saberlo, todavía está esperando el líder veraz y honesto que lo despabile.
Lo triste es que no se puede esperar
ni espacio para decir esto en los medios opositores: Clarín navega en su eterna
y cómoda laguna socialdemócrata a la francesa, opuesto al kirchnerismo sólo
porque—esta vez—el Estado no es su amigo, y La Nación, que debería ser por lo
menos el bastión liberal sino el peronista—aunque a esta altura también
podríamos pedir esto, en su propio beneficio—está demasiado tomada por
radicales como para jugarse por lo que hay que jugarse y crear un espacio de
pensamiento que vaya más allá de sus valiosas contribuciones republicanas y
anticorrupción.
La Argentina no tiene destino sino
aparece pronto en el horizonte político el fuego de la verdad histórica,
limpiando ideológicamente el terreno sembrado de tanta maleza mentirosa. Los
jóvenes que hoy componen la gran mayoría de la población deben exigir esto a
sus mayores. ¿Cómo podrían ellos, desde el corto reflejo de su experiencia,
sintetizar en modo positivo y completo los últimos setenta años de vida
argentina? Republicanos, sí, y paladines de la anticorrupción, también, pero la
demanda de fondo es más profunda y sustancial. Hay que ofrecerles más razones y
más fundamentos para que sepan cuál es el país posible que se perdió en camino:
deben asistir al despliegue de una memoria encarnada.
Una memoria positiva y apasionada,
arraigada en la historia real de los únicos éxitos argentinos conocidos, el
liberal y el peronista; una memoria de esas que sirven, en la hora de la
desesperación, para recordar quienes somos, de donde venimos y hacia donde
deberíamos ir.
Allí donde podemos llegar, y muy
pronto. Como es de uso, basta con conocer el destino para sacar el boleto
adecuado.