Grandes loas ha recibido el Presidente Fernández por su rápida y correcta
reacción ante la pandemia y su efecto local. Se rodeó de expertos, obtuvo la
cordial ayuda de la oposición y la comprensión de una gran parte de la
ciudadanía que, en general, respondió bien a la voz de mando y, sobre todo, a
la explicación detallada de por qué se tomaron medidas tan ingratas. Un modelo
de actuación política colectiva—muy al mejor antiguo estilo peronista de
conducción con explicación—que logró cohesión por un único y exclusivo motivo:
el miedo a morirse y la existencia comprobada de un virus que, en algunos
casos, mata.
Este modelo de conducción y acción colectiva, sin embargo, no ha podido
ser aplicado en el caso de ese virus que nos viene aquejando desde que otro peronista
poco ilustrado y apurado por ser presidente de cualquier modo, destrozó la
convertibilidad, pesificó los depósitos bancarios y los contratos en dólares y
creó el virus letal de una moneda nacional inservible junto a la dificultad de
usar otras, como el dólar, eterna moneda referente de los argentinos. El
gobierno medianamente responsable en lo fiscal y con ingresos maravillosos por
los precios de las producciones agrícolas argentinas de Néstor Kirchner, disimuló
por un tiempo este tema, que se agravó en la segunda presidencia de Cristina
Kirchner y que se esperaba que Mauricio Macri como presidente resolviese, por
su profesada fe liberal, pero malos cálculos electorales lo hicieron desistir.
El resultado, desde Duhalde para aquí, ha sido una Argentina
fundamentalmente enferma en su economía no por su falta de recursos (abunda el
capital argentino en las cajas fuertes y colchones locales y en la seguridad de
los bancos del exterior, fuera del alcance de los nuevos Duhaldes) sino por la
falta de libertad para disponer y usar una moneda confiable y estable en todas
las transacciones.
Hoy la Argentina en coma, casi muerta, aún más golpeada por la
paralización de la economía tras el Covid-19, pide a gritos que alguien cree un
equipo de atención del mayor problema básico que tiene la economía argentina,
que es la falta de confianza en su moneda frente a la constante emisión y al
rezago de un efectivo equilibrio fiscal. Un equilibrio, por otra parte, que
jamás se encontrará mientras no se ataque el problema principal que es la falta
de una moneda estable con la cual se pueda invertir y recaudar y operar en
total libertad, tanto internamente como en las operaciones que involucran el
exterior.
Sorprende que un Alberto Fernández, que supo representar al partido de
Domingo Cavallo, continúe con los ojos cerrados a este problema que tiene una
sencilla solución para aquellos que entienden cuándo exactamente comenzó a
arruinar la macroeconomía la falta de una moneda estable y a ir matando, en
especial en tiempos difíciles en el mundo, toda posibilidad de crecimiento.
Se debe volver a una convertibilidad, como bien explican desde ya hace
mucho tiempo los mejores economistas argentinos, desde Domingo Cavallo—descubridor
de las bondades específicas de permitir una moneda convertible a otras que
merezcan más confianza como modo de promover el ahorro dentro del sistema y
volver a inversiones libres y rentables—hasta Carlos Melconian.
La inflación es un mal del peso y del déficit fiscal, pero la parálisis
de la economía argentina se puede
controlar con una nueva convertibilidad flotante y la libertad total de circulación
de otras divisas estables y confiables.
Urge que el Presidente Fernández cree un veloz consejo para una reforma
monetaria y que se la ejecute con tanta
rapidez como el plan para minimizar los efectos del virus Covid-19. Una buena
conducción y una buena explicación de este problema y de su inevitable solución,
ayudarán a poner la Argentina de pie, aun en medio de la pandemia, y abrirán el
camino para un crecimiento sostenido.
Las inevitables discusiones intra-
gobierno podrán desarrollarse después acerca de qué impuestos cobrar a las
ganancias (¡no a la producción! ) y cómo distribuirlos, pero quedará zanjada de
una vez y para siempre, esperemos, la discusión acerca de la conveniencia de
permitir operar libremente, hacia adentro y hacia afuera en la moneda de
preferencia. Un DNU o, mejor, una ley aprobada por un Congreso en el cual la
oposición no podrá oponerse a la solución que no se animó a tomar en su
momento, para no ceder la delantera política, permitirá demostrar,
colectivamente, que no habrá crecimiento sin moneda y que esa moneda no puede,
por ahora, ser un peso devaluado que se devaluará aún más.
El premio de la lealtad a la verdad será el comienzo del crecimiento de
Argentina durante el gobierno menos esperado para lograr ese objetivo. Pero,
así es la vida, que cuando no mata, enseña.