Mientras la Nación entera se
mantiene a la expectativa acerca de quién será el candidato que triunfe en las
próximas elecciones presidenciales de octubre como si eso determinara
fatalmente el destino de la Nación, perdemos de vista enfocar el hito electoral
como un acontecimiento más en el cual dos variables tomarán diferentes
proporciones, sin por ello definir ningún destino. El destino nacional, en
verdad, está en proceso y determinado sobre todo por la calidad de las
preguntas que pueblo y dirigentes se hagan acerca de éste. Las dos variables a
considerar, el liderazgo del estado determinado por la elección presidencial,
por un lado, y la construcción de la fuerza necesaria para cambiar el presente
estado de la Nación y de su pueblo, por el otro, forman parte del trabajo aún
no terminado de formular las preguntas correctas acerca de los diversos
problemas argentinos y sus soluciones.
Gane quien gane en octubre, obteniendo así el liderazgo del Estado, la
construcción de la fuerza necesaria para cambiar será el objeto de una elección
menos explícita, posterior a la elección presidencial, y determinada por la capacidad e inteligencia
política de los dirigentes políticos y comunitarios, y la siempre imprevisible
suerte que acompaña a unos en desmedro de otros. Existe así un doble panorama
que no se limita sólo al poder conjunto o enfrentado que un nuevo liderazgo de
gobierno pueda ejercer desde los poderes Ejecutivo, Judicial o Legislativo, sino
del poder organizado de un vasto conjunto de actores sociales, conjunto móvil y
aleatorio, siempre abierto al talento de quienes tengan voluntad de liderazgo
comunitario.
Podemos imaginar infinitos escenarios:
a) que gane Scioli el liderazgo del Estado y lo pierda inmediatamente a manos
del kirchnerismo, que gane y lo conserve a costo de inmensas concesiones a sus
deseos originarios de liberalización de la economía y descentralización federal,
o que gane y se apoye en una fuerza exógena construida por la oposición para
generar el cambio; b) que gane Macri y concentre a la vez el liderazgo del
Estado y aumente su ya organizada fuerza para el cambio de la macroeconomía; o,
finalmente, c) que gane Massa concentrando el liderazgo del Estado pero con la
tarea pendiente de organizar a la sociedad desencantada y dispersa que pueda
votarlo. En los tres casos, más que
obtener el liderazgo del Estado, lo que importará será la capacidad para
alinear a los argentinos detrás de un objetivo y construir la fuerza necesaria
para sostener y alimentar el cambio, aún en los reveses que todo camino pueda
proveer. En los tres casos, el liderazgo del Estado no asegura de ningún modo el
liderazgo de la comunidad.
Por lo tanto, es más bien desde el
lado de la comunidad desorganizada donde cualquiera sea el líder del Estado, éste
y otros aspirantes deberán trabajar con más ahínco. En principio, destruyendo
las múltiples falacias del invento kirchnerista con una propuesta real de
cambio que no se limite a los habituales reclamos de mayor institucionalidad y
republicanismo—cambios imprescindibles pero no suficientes—sino que plantee una
solución comprensible y global a la reorganización de la comunidad argentina.
Para esto, es necesario, en esta
primera y urgente etapa, estimular las
preguntas y respuestas acerca de:
1) Organización de la macroeconomía
con el objetivo de abrir el mercado para una mayor inversión y productividad y
eliminar la inflación.
2) Federalización impositiva y
descentralización hasta el nivel municipal.
3) Utilización de los sindicatos
como instrumento de contención y formación de los millones de jóvenes mayores
de 13 años con empadronamiento obligatorio a modo de seguimiento y ayuda a éstos.
4) Reforma educativa que incluya a
todos los niños por debajo de 13 años de modo obligatorio, subsidiado, y con
alta exigencia de presencia y rendimiento, y programa especial de capacitación
docente.
5) Reorganización y reentrenamiento
de las fuerzas de seguridad.
Estos cinco temas abarcan los temas
sintomáticos del cepo, la inseguridad, el narcotráfico, la decadencia laboral y
profesional de la población, la baja calidad educativa y la delicuencia
juvenil, y el lugar perdido de la Argentina en Latinoamérica y el mundo. Se
trata de que los argentinos no sólo se sensibilicen con los síntomas de una
sociedad terriblemente desorganizada, sino de que entiendan bien la causa de
estos síntomas para que acepten las posibles soluciones realistas que eliminen
esas causas y creen, esta vez sí y en forma real y no sólo en el imaginario de
un pequeño grupo de dirigentes, nuevas y mejores condiciones de vida.
El buen líder se conocerá por el sentimiento
instintivo de la enorme fuerza de voluntad hoy paralizada en el seno de la
comunidad, y por el potencial de inteligencia y conocimiento de causa que
aplique a la explicación y resolución de los problemas. En definitiva, éste es
el tema que hoy debería apasionar a observadores y argentinos de a pie, y no la
obsesión con quién va a liderar el Estado. La Argentina no está mal por culpa
del gobierno kirchnerista, ni quiera por la baja calidad de muchos de los
dirigentes políticos, sino por la baja calidad de la comunidad en su conjunto. Somos
una comunidad desorganizada, desorientada e incapaz de pensar por sí misma el
qué, el dónde, el cómo, el por qué, que se confunde permanentemente, por falta
de elementos confiables de juicio, acerca del quién, aunque—necesitada y
angustiada al extremo—tenga siempre en claro que el cuándo es ahora.
Lidere quien lidere, es la comunidad
la que tendrá la última palabra y es a ésta a la cual hay que entrenar y
preparar para que gestione su propio cambio, más allá de quien lidere, mejor o
peor, el Estado.