Después de la crisis de partidos
post-2001, caracterizada por la explosión del Partido Radical y la paralización
del Partido Justicialista por Duhalde primero y los Kirchner después, el PRO
surgió con la aspiración apenas disimulada de convertirse en una nueva fuerza,
ese tercer partido liberal que vendría a recuperar los valores liberales de
fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX,
valores pre-radicalismo y pre-peronismo. Esa aspiración era una más de las reiteradas reencarnaciones de la ilusión sostenida a partir del
derrocamiento del primer gobierno peronista en 1955 de volver al pasado remoto
del liberalismo que hizo la gloria de la Argentina de la Belle Époque,
suprimiendo para siempre el peronismo. Pero esta ilusión fue destruida de un
modo irónico y elegante por el mismo peronismo.
Con la inevitabilidad de la
historia, el peronismo deglutió el pasado y lo hizo suyo para siempre en los
años 90 al asumir ese mismo liberalismo—en aquel momento junto a las fuerzas
liberales de la UCEDE de Álvaro Alsogaray—e iniciar otro capítulo brillante de
la historia argentina, con el reingreso a pleno al mundo occidental, a la
amistad fraternal con los Estados Unidos y la reconciliación con Gran Bretaña,
y con el regreso a una economía de mercado, insoslayable en la nueva era
global. Tras una década, el fracaso en
sostener esta posición con el apoyo de toda la población y, principalmente, con
el apoyo de los liderazgos conservadores del radicalismo y del peronismo,
fervientemente socialdemócratas y opuestos a la economía de mercado y
tozudamente empecinados en mantener la antigua enemistad con el mundo anglosajón,
detuvo una vez más el avance de la Argentina. Quedó así, una vez más, el campo
libre para el retorno conceptual de un liberalismo al cual aún le cuesta
aceptar el suceso de su regreso real en los años 90 de la mano del peronismo.
Este proceso abortado del peronismo es
el que confunde al PRO y a los analistas del PRO, que optan por la tangente que
supone olvidar las tres herencias del pasado, la liberal, la radical y la
peronista, para anclarse en la ilusión de que el frondizismo fue un movimiento
fundacional( y no lo que fue, un radicalismo filoperonista) e imaginarse como seguidores
del Presidente Frondizi, un presidente sin hijos políticos ni movimiento
propio, al cual se le puede inventar una herencia menos pesada que la del
radicalismo o el peronismo, en esta época de relatos políticos fantásticos que poco
tienen que ver con la historia real, esa que se hace fastidiosamente visible cada
tanto e invariablemente sorprende a los fantasiosos que la ignoran.
El momento histórico que estamos
viviendo no es, como se dice ligeramente, el de una continuidad (la del
peronismo) en la cual Macri y el PRO vendrían a representar el cambio, sino, aún
y todavía, el de la maduración de un peronismo que parece sucederse a sí mismo sólo
porque está paralizado en su vida institucional y paralizado en su evolución
natural desde hace bastante más de una década. El menemismo fue el
aggiornamiento liberal del peronismo y el más serio esfuerzo, a pesar de todos
los problemas, incluyendo el de la corrupción, para modernizar la Argentina. El
duhaldismo fue el regreso a una paupérrima pseudo-ortodoxia peronista
inservible en el siglo XXI. El kircherismo, el intento consentido por una gran
parte de la población (también imbuida en una izquierda fantasiosa y festiva),
de usar el peronismo como caballo de Troya de una revolución habanera o
chavista. Los líderes de estos sucesivos movimientos provenían todos del
peronismo, es verdad, pero provenir del peronismo nunca fue garantía de
comprender ni el peronismo ni la historia ni, mucho menos, de desarrollar, con éxito
en el tiempo, un movimiento que sólo ha tenido como fin confeso la grandeza de la Nación y la felicidad del
pueblo.
Es frente a este aborto que el PRO
y, en especial, Mauricio Macri han tratado de tomar posición sin acertar del
todo en el punto que les permitirá alzarse con la victoria total e
indiscutible, y que les pertenece por historia, no porque sean diferentes “ a
los que hace treinta años que nos vienen gobernando” ni porque “sean el cambio”,
sino porque al no ser nada, son todos. Son los radicales con un partido que no
terminó aún de discutir su identidad; son los peronistas sin su partido
(ocupado por los kirchneristas, incluido Scioli, que poco tienen de peronistas);
y son los liberales que no tienen otro partido, aunque, ¡oh casualidad histórica!,
este nuevo partido está lleno, además de liberales, de radicales, peronistas,
y, claro, frondicistas. Macri es todos.
El aborto a reparar es lograr un
suave regreso a los 90 en la política exterior, en la economía de mercado y en la
institucionalización republicana que permita una democracia de partidos en
funcionamiento. Un nuevo embarazo y un nuevo hijo, pero no sólo del PRO y de
los liberales, sino del mismo conjunto agraviado de peronistas y radicales, esa gran mayoría nacional que
es la que va a dar los votos a Macri para ser presidente.
Al ser todos, Macri es la gran
figura de la transición. Esta transición expresará a la vez un recupero de las
políticas peronistas de los 90 y del mejor radicalismo institucionalista. Más
que el fundador de un tercer partido o de un nuevo movimiento histórico, el
tercero, como quería Alfonsín, o de la tercera vía (esa era británica entre dos
conjuntos muy diferentes), Macri aparece, cuando visto sin prejuicios, como el líder
predestinado a permitir a peronistas y radicales recuperar los dos grandes
partidos históricos y recordando a ambos
un hoy olvidado standard de dignidad.
Ni Yrigoyen, ni Perón. Ni siquiera
Frondizi. Apenas un argentino más, quizá el más capacitado dirigente de la
actualidad, destinado a abrazar TODA la tradición, liberal, radical, y peronista
y permitir, otra vez, su fluir democrático en función de la grandeza de la Nación
y la felicidad de los argentinos. No es poco.