(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
En el espacio amplio del Peronismo
Disidente y PRO, se presentarán los únicos candidatos presidenciales con
historia y/o vocación para concebir y ejecutar un programa liberal, federal y
descentralizador. Siendo hasta ahora el peronismo de los años 90 el único en
haber gobernado con un programa de este tipo, es hoy también el más indicado
para retomar su liderazgo y, basado en la propia experiencia, ofrecer sus
nuevas reflexiones. Es el peronismo también, por su profunda raigambre histórica
en los sindicatos, el que debe ofrecer a éstos un nuevo y revolucionario rol
dentro de la nueva economía liberal.
Es imposible pensar en un acelerado régimen
de inversiones para el crecimiento sin liberar totalmente la economía y es
impensable también crear un programa de programa de rápido acceso al trabajo y
a mejores condiciones de vida en educación, salud y vivienda sin la intervención
activa de los sindicatos. No hay hoy modo de continuar con el régimen de
subsidios y protección del Estado a esa nueva mayoría de pobres semejante a la
mayoría pre-peronismo 1945, porque una economía justa y competitiva, capaz de
crear riqueza para el conjunto, no puede permitirse ni déficit fiscal ni
inflación. De ahí que el peronismo, siempre atento a su rol revolucionario para
crear las condiciones que brinden a la vez grandeza a la Nación y felicidad al
pueblo, deba ahora imaginar nuevos e igualmente revolucionarios instrumentos y
compartirlos con aquellos líderes que muestren sintonía y afinidad con esta
continuidad del peronismo por los nuevos carriles del Siglo XXI. El peronismo
tiene tres grandes instrumentos para producir el profundo cambio que la
población reclama, tras esta década de desmanejo y corrupción kirchnerista: una
macroeconomía liberal, un federalismo sin medias tintas y una descentralización
en la administración del Estado que además use a los sindicatos como los nuevos
actores privados en defensa de los no educados, los no formados
profesionalmente y, como siempre, los trabajadores.
La macroeconomía liberal no debería ser
muy diferente de la aplicada por el Ministro Cavallo durante la década de los
90, con la misma convertibilidad pero esta vez con el mercado flotante que
Cavallo hubiera permitido de haber durado lo suficiente en su cargo, y con una
importante corrección sobre los 90: impedir por medio de una estructura fiscal
federal que las malas o corruptas administraciones provinciales pesen sobre el
presupuesto de la Nación, obligándolas a entrar en la misma norma liberal de no
déficit fiscal—ya que nadie las va a rescatar ni emitiendo ni pesificando sus
deudas- y también alentándolas a descentralizar ellas mismas, delegando en los
municipios.
Si la libre circulación de productos
tanto para la exportación-sin retenciones-como para la importación va a desalentar
algunas industrias locales no competitivas, las soluciones no estarán nunca en
manos del Estado sino en la creatividad de los empresarios para mejorar o
reconvertirse y en los nuevos instrumentos de los sindicatos para contener a
los trabajadores eventualmente desempleados y de las asociaciones profesionales
para reencauzar las pequeñas empresas. Esto último representará una mejora
importante en relación al problema más grave creado en los 90 por la abrupta
reconversión de la economía, en aquel momento sin redes de protección para los
trabajadores y/o los pequeños empresarios.
El federalismo viene siendo muy
declamado en los últimos años pero existen pocos programas serios para implementarlo,
muchos de ellos tibios por miedo a que dos siglos de centralismo no puedan
barrerse por decreto. El peronismo debe sin embargo ser absolutamente revolucionario
e intransigente en este punto y reclamar, como valientemente lo ha hecho el Dr.
de la Sota “Que sean las provincias las que recauden y aporten a la Nación”. Una
fórmula sencilla y sin confusiones, en la cual lo único que hay que pensar es
qué impuestos van ser patrimonio de la Provincia y cuales—aún si originados en
las provincias—van a permanecer en manos
de la Nación. Para la transición—quizá un plazo prudencial de 5 años en el cual
las provincias puedan no sólo recaudar sino reconvertir sus economías y atraer
inversiones para el crecimiento local—habrá que definir el rol del Banco Nación
como prestamista de primera instancia y garante de un federalismo justo y
viable. Los estados provinciales, a la vez, podrán extender el esquema federal a
sus municipios, permitiéndoles recaudar y ejercer su propia administración,
utilizando cada banco provincial como prestamista y garante. Los municipios, a
su vez, pueden descentralizar en asociaciones vecinales y permitir a estas que
avancen, autofinancien y controlen algunos servicios públicos esenciales de
agua, luz y pavimento, de forma que el progreso vecinal quede en las ágiles
manos de vecinos emprendedores, contratistas directos de las empresas
proveedoras de servicios.
Un federalismo pleno va a permitir
la mayor descentralización que la Argentina haya conocido o imaginado jamás, y
traer por fin el desarrollo integrado del total del territorio nacional y la homogeneización
de nivel de vida y recursos en el total de la población. Sin embargo, esta
descentralización sólo va a trasladar a los estados provinciales y municipales
el peso de los subsidios para mantener a los hoy millones de pobres sin educación
ni trabajo con una dudosa sobrevida sin otro futuro que la aniquilación
personal por drogas o la delincuencia. Es
aquí donde los sindicatos están llamados a hacer la más formidable tarea desde
el período 45-55. No se trata ya sólo de defender más o menos bien el salario
de los trabajadores, sino de empezar de nuevo la tarea del General Perón desde
aquella primera Secretaría del Trabajo. No sólo las reglas del juego de la
economía en la era global han cambiado sino que otra vez tenemos una masa
informe de pobres con muy pocos derechos y sin dignidad. Los sindicatos deben
hoy más que nunca verse como organizaciones libres del pueblo y no temer a las
reglas de la economía liberal sino aprender a jugar dentro de ellas en
beneficio de los trabajadores y de los excluidos del trabajo. Un modo de
contener y ordenar a los millones de pobres sin trabajo ni pertenencia es crear
escuelas técnicas en cada organización gremial donde jóvenes (o mayores desocupados
sin educación) con la escuela primaria cumplida ingresen para cursar un
secundario sintético y práctico con el aprendizaje y práctica de un oficio. El
joven, al ingresar en la escuela, está automáticamente cubierto por el mismo
plan de salud sindical. Los sindicatos están habilitados no sólo para armar estas
escuelas técnicas sino para hacerlo a nivel nacional, por su misma organización
nacional, que también los habilita para estructurar grandes servicios de salud y
también grandes aseguradoras que cubran tanto la formación post-reconversión como
los seguros de desempleo. Comprendiendo que algunas de las funciones de
emprendimiento de los sindicatos no se rigen por otras reglas que las de los
emprendimientos privados, excepto que el lucro se vuelve a reinvertir, es
posible imaginar sindicatos aprovechando al máximo el aporte obligatorio de los
trabajadores, y a éstos, cual accionistas de empresas privadas, vigilando las
inversiones y manteniendo a raya con su participación la inevitable tentación
de la corrupción.
La revolución que esta vez el
peronismo va a volver a encabezar va a dejar atrás la famosa broma de los 90
acerca de “combatir el capital” ya que no sólo se va a proteger a los
empresarios capitalistas—chicos y grandes--garantizándose el máximo de inversión
y crecimiento por medio de una economía de mercado, sino que los mismos
sindicatos, en algunos de sus más ambiciosos emprendimientos en salud y seguros,
y por qué no, vivienda, pueden llegar incluso a ser empresas que coticen en
bolsa y recauden por este medio más recursos. Los millones de ociosos excluidos
van a tener así una oportunidad legítima de progreso y en no más de un año no
debería haber varón o mujer mayor de 12 años en la Argentina que no sea
estudiante registrado (en escuelas y universidades privadas, públicas, o técnicas
sindicales), aprendiz, trabajador, o emprendedor.
Por medio de una macroeconomía
liberal, de un federalismo a ultranza a nivel nacional, provincial y municipal,
y de una descentralización que tenga en los sindicatos como los mejores agentes
de la insoslayable recuperación de la juventud sin recursos y como los más
fieles protectores de los intereses de los trabajadores, el peronismo va a
volver a ser lo que siempre fue, un movimiento revolucionario, y sus amigos y
aliados del PRO, los mejores alumnos de una historia que en setenta años supo
construir dos veces la mejor Argentina posible, y también, es cierto, perderla otras tantas por no entender la
realidad a tiempo.