En sus primeros discursos tras la victoria de Cambiemos en
las elecciones de Octubre de este año, el Presidente Macri hizo varias veces mención
a su generación como “la generación que va a cambiar la historia”, aclarando
que su generación comprende a todos los que estamos vivos en este momento,
tengamos noventa o quince años, y que acompañamos el cambio.
La curiosidad sociológica de una generación tan amplia quizá
tenga arraigo en las declaraciones simultáneas de varios de los principales
exponentes de Cambiemos, que sí conforman claramente una generación, y que hoy
tienen alrededor de 40 años, una generación más joven que el propio presidente.
Pero es también posible que, de un modo menos oportunista y más profundo, esta
apelación generacional del presidente tenga su origen en lo que se percibe hoy
de un peronismo aparentemente moribundo, con su historia épica terminada y sin
recambio generacional visible.
En este sentido, el grito generacional de Macri puede ser interpretado
como el de quien levanta una antorcha histórica y se propone continuar y
aprovechar los buenos legados del pasado, eliminando a la vez el cúmulo de
vicios y taras que, a lo largo del tiempo, se han ido enquistando en el aparato
del Estado y, por ósmosis, en la sociedad.
Mientras el Presidente Macri hace este amplio llamado
generacional y confía en su tecnología de gestión estatal para lograr el
milagro, el peronismo—lejos de revisar su historia generacional y de asegurar
su continuidad y renovación—parece sumergido en la suma de sus varias degeneraciones.
Entre estas, debemos sumar, sin agotar la lista:
1) la degeneración dirigencial del último gobierno ejercido
en nombre de un supuesto peronismo que, corrupción mediante, logró una nueva
oligarquía de ignorantes mandamás enriquecidos y un 30% de argentinos pobres,
2) la degeneración partidaria, con un partido paralizado,
sin elecciones y con dirigentes estáticos sumisos a la oligarquía gobernante,
3) la degeneración sindical, muchas veces igualmente
asociada a e imitando los nuevos modos oligárquicos del supuesto peronismo
gobernante y, finalmente,
4) la degeneración doctrinaria e ideológica, como producto
de esa misma corrupción general y de un escaso pensamiento peronista capaz de
alentar en la comunidad y al mismo tiempo, el resguardo doctrinario y la
actualización a un mundo totalmente diferente al de los años 40-50 y 72-76.
No es que el peronismo carezca hoy de posibles liderazgos—hay
muchos gobernadores y aspirantes de toda laya—sino que el conjunto de
peronistas carece de una clara idea de su historia y no entiende bien cómo
continuarla. Después de la muerte de Perón, sólo hubo confusión y nadie
sustituyó su incomparable liderazgo intelectual, claridad conceptual y
adaptación a los tiempos.
La generación preparada para tomar el relevo post-Perón, la
de los famosos niños de los años 40-50, optó, en una amplia mayoría en los años
70, por confundir el peronismo con el socialismo, marxista o democrático, poco
importa, y aún en los mejores y más nobles intentos de esta generación, como
fueron los del Frepaso en los años 90, tampoco se acertó con la continuidad de
la matriz histórica del peronismo. En el mejor de los casos, se avanzó en la
segura senda, bastante poco revolucionaria, de una social-democracia
coexistente con un capitalismo controlado.
Durante los años 90, sin embargo, alguien mayor que esa
generación, Carlos Menem, asociado al liberal Domingo Cavallo, acertó
intuitivamente en el rumbo que debía seguir el peronismo. El escaso interés de
Menem por una conducción intelectual del movimiento con la necesaria adaptación
doctrinaria a los nuevos tiempos, buscando nuevos instrumentos peronistas (como
hubieran sido los seguros de desempleo y dar un gran papel a los sindicatos en
la recapacitación y educación de los desempleados por las reformas) hace que
aún todavía hoy se dude del acierto de las medidas reorganizativas de la
economía, a cargo de Cavallo y su afinadísimo equipo de la Fundación
Mediterránea, entrenado no sólo en la actividad privada sino en el análisis de
los problemas de gestión del Estado. Esta falla de un equipo que debería haber
mezclado el peronismo con el liberalismo hasta obtener un resultado doctrinario
y pragmático a la vez, todavía no ha sido lo suficientemente reconocida como
para que se pueda hoy avanzar más allá, rescatando así los años 90—y no los presentes—como
los años que, en rigor, sí cambiaron la historia, y, por ende, reafirmaron el sostenido protagonismo
revolucionario e histórico del peronismo.
De la degeneración que siguió después de 2001 con el
gobierno de Eduardo Duhalde, un hombre desinformado y con un pensamiento
peronista congelado en los años 40, hasta llegar a la degeneración absoluta de
los años 2003 a 2015, con el bastardeo utilitario de los contenidos peronistas
por parte de lo peor de la generación setentista, el simultáneo descrédito del
único gobierno que durante los 90 arrimó al peronismo y al país a su derrotero
de éxito, y la ruina general que aún estamos padeciendo, poco queda para decir
que no se diga hoy, en todas partes y todos los días.
Es bajo el peso de toda esta historia reciente, que ha ganado
tantos y tan justos nuevos enemigos al peronismo, que se declara al peronismo terminado.
A esta historia, además, se le suma una historia de base en la cual el
peronismo ya tenía sus enemigos históricos—aquellos poco inclinados a aceptar
la promoción económica de la clase trabajadora por medio de los sindicatos y
las leyes de protección laboral y la promoción social de una masa mestiza y
poco ilustrada hasta el advenimiento de Perón. Este conjunto sentimental de
unos y otros, con las notas de frustración y fracaso predominando cuando no las
de liso y llano odio, es el que hace que, casi de modo unánime, se perciba al
peronismo como agotado, muerto, y casi enterrado.
Sin embargo, la historia del peronismo, con su etapa
institucional no cabalmente y, mucho menos, exitosamente completada y con su hoy
prorrogado mandato de defensa de los nuevos millones de pobres, no está aún
terminada.
El liderazgo histórico peronista puede asumir:
1) la extraña forma de un liderazgo extra-partidario, cómo
sería el caso de un Macri asumiendo los mandatos históricos peronistas,
2) la forma rigurosa y esforzada de un grupo reducido de
peronistas que se ocupe de explicar y promover los nuevos instrumentos
peronistas para la promoción económica, social y cultural de los trabajadores y
sus sindicatos, y predominando en una interna partidaria, o,
3) la tradicional forma movimientista, laxa y líquida que, aprovechando
errores de los adversarios y vacíos doctrinarios, vaya poco a poco
reorganizándose alrededor de un partido democratizado y comprendiendo, en la
práctica y por descarte, cómo debe ser el peronismo hoy.
Esto lleva a la pregunta de fondo: ¿cómo debe ser el
peronismo hoy? Y la respuesta breve: debe ser un peronismo amigo de las mejores
reformas liberales de este gobierno, empujando en ese mismo sentido para más
reformas tendientes a lograr la mayor libertad para la iniciativa privada, para
un menor rol del Estado en la manipulación de las reglas del mercado, y para una
mayor e intensa participación de los sindicatos que, como organizaciones libres
de los trabajadores, pueden y deben tomar a su cargo, en forma privada, todo
aquello que el Estado no puede ni debe hacer.
El pseudo-peronismo del kirchnerismo remanente y el
peronismo pseudo-ortodoxo no actualizado ni reformulado, serán enemigos o
adversarios del gobierno del Presidente Macri, o incluso socios, allí donde muchos
de los cuadros de PRO y sus socios Radicales prometan reformas
social-demócratas.
El peronismo histórico, en cambio, ese peronismo que siempre
supo estar a la vanguardia en la defensa de los trabajadores y la grandeza
nacional, es ya hoy, aunque minoritaria, desorganizada, y oscuramente, un peronismo liberal y
globalista, tan sindical como siempre, tan justo y soberano como antaño, y más
libre que nunca. Ese peronismo será el socio esclarecido de este gobierno y, si
Dios ayuda, su tábano liberal.