Después de un enero relativamente calmo y la gira
presidencial por Europa, se avecina la nueva temporada política. Quejas
reprimidas, proyectos truncos, fracasos puntuales, errores tácticos y una duda
generalizada en la población acerca de la estrategia de este gobierno, irrumpirán en vendaval una vez más, con la misma intensidad o aún mayor que en
el pasado diciembre. ¿Qué se puede legítimamente reclamar a este gobierno, que
no ponga en riesgo su permanencia en el Estado por todo el tiempo que sea necesario
para completar las reformas prometidas?
En primer lugar, apoyarlo ante la carencia de una opción
alternativa pero, también, pidiéndole una muy clara explicitación de su plan.
Es obligación del gobierno elevar la cultura política tanto de la ciudadanía
como del periodismo, que aparece muchas veces tan confundido como ella.
La primera reforma inmediata a pedir, anexa al apoyo, es entonces
la de la estrategia comunicacional del gobierno que hace agua por todas partes.
Como ya se sabe, muchos de los infortunados momentos del año pasado no hubieran
tenido lugar, si la más alta conducción política tuviera mejor definido su rol como
tal. Una buena conducción política incluye, en primer lugar, el alentar la
participación ciudadana ofreciéndole ideas claras y consistentes, de modo que
todos ayuden al propósito común, excepto naturalmente, la de aquellos que
tienen otros propósitos cuyo desatino quedará aún más en evidencia cuando estén
confrontados con un plan mejor y realista. La pésima estrategia de conducción y
comunicación de este gobierno es la responsable de que una gran mayoría de
gente que los votó, en la actual confusión, hoy dude y retacee su apoyo.
El segundo pedido que podemos y debemos hacer al gobierno,
es el de mayor velocidad. Sin embargo, sin conducción ni buena comunicación, es
imposible ganar velocidad. Una vez que
la estrategia de cambio quede clara y todos puedan, a su modo, apoyarla y sostenerla,
la economía podrá cambiar a una velocidad acorde con la realidad comercial y
financiera del mundo, más liberal y menos teñida de ortodoxia peronista o prudencia radical.
Crear un mercado auténticamente libre, ordenando las cuentas del banco Central
de modo que la deuda fiscal quede definitivamente a cargo de Hacienda o abriendo
totalmente, por ejemplo, la aduana a la importación sustituyendo el cierre por
altísimos impuestos según las industrias que se quiera proteger y de
eliminación gradual relativa a la modernización y competitividad de dichas
industrias, son dos cosas que se pueden hacer en un suspiro, una vez explicadas
y consensuadas, y que alterarían inmediatamente la percepción de programa a
medias que hoy se tiene de este gobierno.
El tercer pedido, tiene que ver con lo que hoy no se discute
mucho: la política exterior. Sin embargo, en este momento de confusión en el
mundo, originado en la pésima administración estadounidense actual, tironeada entre
su voluntad de legalidad y el impulso real reprimido de volver a ocupar un
lugar consistente de liderazgo en el mundo y, muy especial, en Latinoamérica,
la Argentina tiene un rol importantísimo a jugar, si la actual conducción se
decide a revisar el interés profundo de la Nación.
En un mundo que, extraviado
en sus conclusiones, quiere volver al pasado de los nacionalismos, la Argentina
puede demostrar su voluntad de internacionalismo y globalización, ya ejercida con
suficiencia en los años 90 y gracias a la cual hoy el país es parte del G20 y,
por lo tanto, factor implícito de influencia y decisión en el rumbo global.
Lejos de presentar un intercambio entre el Mercosur y Europa
como una aspiración tendiente a fortalecer los únicos lazos que la Argentina
parece poder imaginar para sí, aquellos que la unen al viejo continente, la
Argentina debería incluir ese posible comercio en un marco global más amplio. Globales,
sí, pero principalmente tomando conciencia de que la aspiración mayor de la
Argentina debe continuar siendo la de la alianza continental, bajo la forma del
ALCA o cualquier otra que se puede crear, y que incluya a América toda, de un
polo al otro. Esta posición continentalista, asumida en su momento por ambos
Presidentes Bush hoy es firmemente combatida por el atrasado Presidente Trump y
es este mismo vacío de liderazgo, el que le permitiría a la Argentina tomar una vez más una
posición de vanguardia (¡tal como en los 90, cuya continuidad la ignorancia de Duhalde y Alfonsín destruyó
con éxito hasta el día de la fecha!).
La Argentina puede en los hechos discutir la actual cerrazón
de los Estados Unidos, aliándose con aquellas fuerzas norteamericanas que
comprenden bien el valor del libre comercio y desarrollo intensivo de América
Latina no sólo para sí misma sino para los mismos Estados Unidos, necesitados
de un mayor mercado elevado a su propia altura y posibilidad de consumo. La
Argentina puede entender y difundir la idea de que no es un muro lo que va a
detener la inmigración latinoamericana a los Estados Unidos, sino la
oportunidad de trabajo y seguridad en sus países de origen. ¿Está el actual
gobierno dispuesto a asumir esta responsabilidad de liderazgo local latinoamericano
ante el vacío norteamericano?
Se podrían pedir muchas cosas más a la gestión del Presidente Macri, pero estas se parecerían
a las que tanto el periodismo como la ciudadanía que nutre su pensamiento en éste, le piden a diario. Mayor justicia para los corruptos, menor inflación, salarios
acordes con la inflación. Vistos estos reclamos a la luz de los tres grandes
pedidos prioritarios y pendientes, antes de que estas demandas cotidianas, totalmente dependientes
de aquellos, puedan cumplirse con éxito, tal vez se entienda un poco más la necesidad de reorganizar la conducción y comunicación de este gobierno para que la Argentina
cambie, y de una buena vez, y para siempre.
Es posible que este gobierno no entienda, aunque escuche. En
ese caso, este mismo rol y accionar que esperamos hoy de él, quedará como un
traje vacío para quien se anime a vestirlo. El destino argentino es uno, y hay
que animarse a saber y comunicar, de una vez por todas, cuál es y por qué. “Serás
lo que debas ser, y si no, no serás nada”. Si no se quiere escuchar al último
General, que se escuche al primero.