sábado, junio 06, 2020

REPENSAR LA ARGENTINA


El actual tiempo de repliegue y silencio, debería ser propicio para volver a imaginar la Argentina que deseamos. Atrapados en las construcciones ideológicas del pasado—ya sean liberales, radicales, peronistas o de izquierda—los dirigentes políticos continúan fallando al no poder  imaginar una Argentina en la que la mayoría de las tradiciones políticas queden por fin integradas en una única identidad colectiva.
 Sin embargo, no hay que ser pesimistas: cada vez más se ha ido produciendo una integración de hecho, aunque nunca explicitada por un dirigente, como un proceso en marcha que aún debe culminar.
En este sentido, hay que hacer notar que el último presidente, Mauricio Macri, estuvo muy cerca de completar el proceso. Si no se hubiera resistido hasta el último momento a incorporar peronistas a su movimiento, además de ganar las elecciones, se hubiera llevado los lauros de ser el primer dirigente integral argentino, después de Menem y de veinte años de angustia económica. Veinte años sin un destino claro que se hubieran evitado si Menem no hubiese lamentablemente abortado el proceso, por no querer dejar un sucesor. Ese lugar hoy vacante del dirigente nacional que se anime a construir el gran paraguas político que albergue todas las tradiciones argentinas, podría muy bien ocuparlo el actual presidente, aprovechando la simpatía que ha sabido ganarse en la mayoría de la población, por su gestión paternalista de la pandemia.
En principio, el hoy gris Presidente Fernández  es alguien que generacionalmente ha aceptado las tradicionales banderas radicales del republicanismo, además de las obvias tradicionales banderas peronistas por ser él mismo peronista,  e incluso algunas de las banderas progresistas de la izquierda—por gravitación generacional y por su aún no renegada alianza con el kirchnerismo—y sólo le faltaría hacer públicamente suya la tradición liberal. Públicamente,  ya que privadamente, su paso político por el gobierno de Menem  primero y, más aún, su paso por el partido de Domingo Cavallo aliado a Gustavo Béliz después, brindan  una certeza de su familiaridad con los presupuestos liberales en la economía. Como esto es algo que aún al peronismo le falta la valentía de aceptar masivamente y de hacer suyos los instrumentos liberales para poder cumplir mejor con los propios objetivos, por ejemplo, crear mucho más trabajo y riqueza y nuevos modos de progreso sindical, nadie más indicado que un peronista conocedor del tema para alzar otra vez esta revolucionaria bandera de reforma integral de la economía. Y, de paso, salir de la grisura, para tomar un color propio.

Así es que, junto con las fantasías rusas de que la Argentina sea una nueva playa en Latinoamérica al estilo cubano, o las fantasías chino-kirchneristas de la gran granja china destruyendo a la “oligarquía estanciera” comprando sus tierras y adueñándose de puertos y vías fluviales, o las más modestas fantasías estatistas y europeístas remanentes en un peronismo no actualizado, se levanta una posibilidad más realista, a la que incluso la ex presidenta Cristina Kirchner, si viese muy trabada su fantasía china y en un brote de sensatez y autoprotección judicial, podría adherir.

Esta posibilidad no es otra que la ya probada unión del liberalismo económico tradicional  y el liberalismo político radical con el peronismo modernizado, en una unión y acuerdo político que, sin eliminar las procedencias de origen, convergiese en una idea amplia de nación con espacio para todas sus viejas tradiciones. ¿Existe acaso lo opuesto, el espacio para seguir negando hoy lo que ya es historia y sigue firmemente encarnado en un sector u otro de la comunidad? La guerra civil se acabó y no la terminó la victoria de un bando sobre el otro, sino un virus letal al que no le costó el menor trabajo unir a los dos para el bien de la Nación.

El problema básico de la Argentina desde el advenimiento del radicalismo primero y el peronismo después, ha sido el de no poder integrar la tradición liberal que hizo grande a la Argentina, con la tradición federal anterior que aseguró sus fronteras y su condición de Nación, y así continuar con la persistente división, oponiendo siempre la necesidad de crecimiento y expansión en el mundo, a la necesidad de progreso de los trabajadores y desposeídos, cuando en realidad, la Argentina no puede prescindir de satisfacer ambas necesidades al mismo tiempo.

Es la hora de que los dirigentes más inteligentes sepan hacer suyas todas las tradiciones y combinarlas del modo más adecuado para asegurar, otra vez, la grandeza de la Nación—la Argentina es siempre, inevitable y potencialmente, una gran Nación, ya lo fue y, para ser ella misma, debe volver a serlo en toda su dimensión—y la felicidad de su pueblo. La frase es peronista, pero define muy bien cuál es la meta, la única meta a la que puede aspirar un dirigente digno de ese nombre y capaz de hacer honor a todos los dirigentes que hicieron antes que él, una Argentina grande y un pueblo feliz.

Y para los argentinos de a pie, ¿no es mejor ser los orgullosos dueños de un conjunto de ricas y variadas tradiciones, que los huraños y rencorosos soldados de sólo una de ellas?