Ante la falta de plan económico de la actual administración, los veinte
años de penuria en la organización económica argentina merecen una nueva
revisión, desprejuiciada y sin el peso de las incorrectas y ya irrelevantes interpretaciones ideológicas. La
figura de Domingo Cavallo, que logró en términos prácticos el resurgimiento de
la Argentina como gran Nación en los años 90, tras la decisión del Presidente
Menem de entregarle el total manejo de la economía, no es ajena a esta
discusión entre un modelo de país u otro.
El complicado final del Gobierno de de la Rúa, en el cual Domingo Cavallo
volvió a servir como ministro de economía, y en el cual, para lograr imponer el
modelo opuesto, las fuerzas antagónicas de Duhalde y Alfonsín crearon un golpe
institucional, derrumbaron el modelo liberal e, injustamente, achacaron toda la
culpa a Domingo Cavallo y, de paso, lograron una inmediata impopularidad del
modelo liberal, llamado errónea y despectivamente “neoliberal” para que loros
propios y ajenos continuasen repitiendo el escarnio, sin la menor reflexión durante veinte años.
Pues no, la culpa de la enorme devaluación y pesificación no fueron culpa
de Cavallo, sino de Duhalde, rápidamente convertido en presidente y apoyado por
todos aquellos empresarios y provincias endeudados en dólares. La economía que
siguió, rápidamente corrupta bajo la mano de un Kirchner primero y continuada
por ósmosis, por la siguiente administración kirchnerista, sólo se sostuvo por
el extraordinario precio internacional de la producción agraria argentina y por
las reformas de infraestructura, principalmente en energía y comunicaciones,
que se habían realizado en los años 90 y que le permitieron a los deficientes
gobiernos del siglo XXI gozar de una modernización que no supieron, de todos
modos, continuar.
Entre las cosas que injustamente se le reprochan a Domingo Cavallo están:
1) El haberse fascinado con el 1 a 1 y no haber adoptado un cambio
flotante. Reproche injusto, ya que el 1 a 1 fue diseñado para estabilizar la
inflación, cosa que logró durante todo el período de Cavallo como ministro—período
que terminó en 1996, desplazado por el
mismo Menem y por otras cuestiones que las económicas—y un diseño que nunca fue
una doctrina, sino un instrumento. El mismo Cavallo se encargó varias veces de
advertir en 1998 que era el momento de pasar a una convertibilidad flotante,
pero ya no era ministro y el 1 a 1 quedó durante el resto del gobierno
menemista, no como su creativo esfuerzo para detener la inflación, sino como el
fetiche que mágicamente la impediría, mientras las provincias se endeudaban en
dólares a todo galope. Luego, durante el gobierno de de la Rúa, a pesar de las
pésimas condiciones heredadas de la última administración Menem en cuanto a la
estabilidad de la moneda, intentó ir hacia ese esquema mediante una
renegociación de la deuda. Pero, ya los endeudados pretendían la solución
drástica con una devaluación y
pesificación, y Cavallo fue nuevamente desplazado y peor aún, señalado como el responsable
de la catástrofe final que aún, en Diciembre de 2001 no había ocurrido y que
Duhalde se encargaría de precipitar en enero de 2002,
2) El corralito, en los días previos a las vacaciones y la Navidad, es la
segunda cuestión por la que muchos aún lo odian, sin reparar que no fue el
corralito la razón de su infortunio, sino el corralón posterior de Duhalde. Ni de
la Rúa ni Cavallo eran Churchill ni el pueblo argentino el pueblo inglés listo
para combatir a un enemigo perfectamente identificado—el posible colapso de la
economía si no se tomaban las duras medidas necesarias—y los malos dirigentes, incapaces a su vez de
identificar ese colapso como el enemigo de la Nación y solo atentos a sus
propias necesidades, se salieron con la suya. Hasta hoy, estos últimos siguen
sosteniendo que el 1 a 1 y el corralito de Cavallo, y por supuesto el “neoliberalismo”
que engendró a ambos, son los culpables de lo que seguimos llamando la tragedia
del 2001. Pero, la tragedia del 2001 fue en realidad la tragedia del 2002,
cuando se desposeyó a los ahorristas de sus ahorros en dólares depositados en
los bancos, pesificándolos y reduciéndolos a una cuarta parte de su valor real,
y procediendo de la misma manera con bonos, títulos y todos los contratos
firmados pactados en dólares, y, en el mismo movimiento, destruyendo toda la
seguridad jurídica de la Argentina. La realidad es que el corralito de Cavallo
fue una simple medida de bancarización obligatoria para dejar a los dólares
dentro del sistema bancario, con total disponibilidad de los mismos por medio de
operaciones bancarias, tarjetas de crédito, etc. y, justamente, evitar el
triunfo del enemigo que acechaba, es decir, la devaluación descontrolada y la
pesificación posterior. La medida de Cavallo fue necesaria pero indudablemente
impopular por la época de Navidad y vacaciones en la cual solo un pueblo bien
alertado e instruido en la realidad, hubiese aceptado la necesidad para evitar
males mayores, mientras se renegociaba la enorme deuda externa acumulada, no
por el plan “neoliberal” sino por la indisciplina de los gobiernos provinciales—en
especial, el de la Provincia de Buenos Aires de Duhalde—empeñados, por motivos
electorales en endeudarse y gastar más allá de sus posibilidades reales. El que
Duhalde perdiera frente a de la Rúa, no lo amilanó. Buscaría ser presidente del
modo que fuese y al precio que fuese. En la tragedia de 2002, Cavallo no
expresaba el bando de los malos, sino el de los buenos: el que quería un país
sin inflación, con libertad, con responsabilidad administrativa y seguridad jurídica.
Estamos nuevamente en la hora de tener que tomar importantes decisiones
para el futuro de la Argentina y nos convendría enfrentar colectivamente las
dos únicas opciones disponibles:
a) las de una sumisión a la posible ayuda rusa o china con la cesión de
importantes recursos militares estratégicos, para ir construyendo una economía
estatal de pobreza a la venezolana o a la cubana, con una comunidad
colectivamente empobrecida y con escasos derechos, o bien
b) regresar a la Argentina a su destino de potencia sudamericana, con una
economía libre y una infinita capacidad de crecimiento, de reparto y de empuje
hacia arriba de los sectores más postergados por medio de un aumento
exponencial de las inversiones y el trabajo, en total acuerdo con sindicatos
modernizados y ampliados en su incidencia y funciones.
No se trata de una opción entre
peronismo y liberalismo, como una prensa perezosa y mal entrenada para dirigir
la políticas pretende hace creer, sino de una opción entre el hundimiento de la
Argentina como Nación independiente a manos de dirigentes egoístas e
irresponsables, animados por falsas ilusiones de justicia social, muy alejadas
de las realidades de la justicia social del peronismo, por otra parte, o el
crecimiento y prosperidad en libertad y sin otros límites que el esfuerzo del
trabajo nacional. La distinción de las opciones es importante porque el
peronismo y el liberalismo están otra vez del mismo lado y opuestos al
kirchnerismo irreflexivo, aún de sus propios intereses de largo plazo, si de
verdad pretenden la promoción de los más pobres y tener medios con los cuales
ayudar de verdad a los países con los cuales simpatizan, en especial Cuba, que
adoraría tener buenas inversiones argentinas fuera del bloqueo y a la cual en
nada beneficiaría una nueva hermanita rusa o china en el continente.
En estos días, con todas las malas respuestas acerca del por qué de la
decadencia argentina agotadas y ante la inminencia del peligro de una mala
decisión, los medios han vuelto a acercarse tímidamente a Domingo Cavallo pero,
sin animarse aún a hacer propias las ideas que permitieron su enorme éxito en
los años noventa. Su plan de libertad total en la operación monetaria, con una
convertibilidad fija que más tarde debería convertirse en una convertibilidad
flotante, con un mercado libre y competitivo, con la venta de inoperantes y
deficitarias compañías estatales para asegurar una veloz inversión privada y
modernización de la infraestructura obsoleta, y con un plan orientado a las
relaciones y comercio con todos los países del mundo--no hay que olvidar el
paso previo de Domingo Cavallo como Canciller de Menem—logró un total giro del
destino argentino y lo puso otra vez en la senda del progreso y crecimiento.
¿Fue todo obra mágica de su genio personal? No: antes de siquiera pensar que
iba a ser el más importante ministro de economía de la Argentina en medio
siglo, se preocupó por preparar equipos en la Fundación Mediterránea y en el
IERAL, que le permitiesen hacer las reformas necesarias si alguna vez tuviese
la oportunidad, En los años 90, no se trataba solo del genio político de Menem
de rumbear hacia el lado correcto, ni de la inmensa creatividad económica e
inteligencia de Domingo Cavallo, sino también de un equipo perfectamente
formado y adiestrado.
¿Dónde están hoy el posible ministro de economía y su afinado equipo que puedan
servir a Alberto Fernández del mismo modo en que Cavallo sirvió a Menem? ¿Dónde
está hoy la lucidez de conducción para orientar al país hacia donde sea más
fácil obtener inversiones, crecimiento, trabajo y prosperidad? ¿Dónde la
inteligencia del periodismo como comunicador de las ideas que sirven, de modo
que el pueblo argentino pueda cotejar la información con su propia realidad y
comprender bien qué le conviene apoyar y a quién debe temer?
Esperemos que la inteligencia nacional esté despertando y despojándose de
las telarañas de prejuicios en los ojos y mire por fin hacia donde debe mirar:
hacia los que hicieron grande a la Argentina en su momento y que solo no continuaron
haciéndolo, porque, como en muchas batallas, los malos fueron más.