Uno de los efectos más notables de la crisis de fines de 2001 fue la promoción de la discusión sobre la relación entre el pueblo y los políticos y, en particular, acerca del modo en que el pueblo puede participar en la construcción del Estado. Desde el desencanto con el voto como único instrumento capaz de garantizar le elección de personal idóneo para la gestión pública, hasta el agónico grito “Que se vayan todos” dirigido a políticos incapaces de liderar a un pueblo en dificultades, muchas palabras han corrido en la búsqueda de un renacimiento democrático.
Algo ha quedado en claro: el Estado no es un asunto de los políticos, sino una responsabilidad del pueblo. En primer término, ha terminado por reconocerse que es, de todos modos, el voto de cada argentino el que decide finalmente, en las internas partidarias o en las elecciones generales, quiénes son los representantes encargados de la gestión de los órganos de gobierno de la Nación, a pesar de que resulte hoy también evidente, para la gran mayoría de los argentinos, que las listas sábanas no permiten una verdadera elección, al elegir a un conjunto de candidatos y no a candidatos individuales. En segundo término, en el tránsito al deseable Estado moderno y a una adecuada legislación electoral despojada de las múltiples intervenciones y presiones de carácter feudal sobre la justicia electoral, se han revalorizado las Organizaciones no Gubernamentales o los pequeños nuevos partidos políticos, transformados hoy en los nuevos y preferidos instrumentos para fomentar la participación ciudadana y alentarla a impulsar leyes, proyectos y nuevos dirigentes.
Este tipo de actividad popular, menos efímera que el simple voto bianual, no ha resultado sin embargo suficiente para lograr que las próximas elecciones de octubre sucedan bajo un nuevo y justo régimen electoral. Las listas sábanas siguen allí, desafiando al votante y expresando la voluntad de los caciques partidarios, más que la voluntad de los afiliados e independientes. Los calendarios electorales, la organización aleatoria de internas partidarias, y la misma justicia electoral continúan también siendo manipulados en beneficio de un sector político y en detrimento de otro. Igualmente, los medios de comunicación han persistido en contribuir a la confusión general, toda vez que sirven a un interés político específico y limitan la expresión de proyectos por parte de los candidatos opositores.
¿Qué poder real le queda entonces al pueblo para decidir sobre el Gobierno? Aunque acotado, presionado y acorralado, el del hoy menospreciado voto. Es menos de lo que los argentinos nos merecemos, pero mucho más de lo que tuvimos en otros momentos de nuestra historia. Un poder pequeño pero, sin embargo, definitorio a la hora de decidir, por ejemplo, si se quiere el proyecto de país vigente o se prefiere considerar otro proyecto más sensato, moderno y eficaz para mejorar la vida de todos.
¿Cómo usar esa pequeña porción de poder en Octubre? Por medio de la intuición, de la corazonada o del más racional de los juicios, la o las papeletas elegidas van a orientar el timón del país en un sentido o en otro. La creación de una mayoría coherente con uno de los dos proyectos en ambas cámaras del Congreso, debería constituir el objetivo primario del pueblo al optar por un proyecto u otro, en una elección que más que enfrentar candidatos, enfrenta dos proyectos antagónicos de país.
La falta de confrontación de candidatos por la Presidencia, parece siempre transformar a las elecciones legislativas en un hecho menor. En esta elección, sin embargo, el Presidente Kirchner ha llamado a la población a apoyar su proyecto anticuado, continuidad del proyecto duhaldista, y con el mismo gesto, ha logrado que el proyecto moderno que desde diferentes partidos políticos se le opone, haya comenzado a tomar una forma cada vez más nítida y consistente, dispuesta a predominar en las urnas en el próximo Octubre.
En el tiempo preelectoral, antes de entrar en la campaña, los dos proyectos opuestos van a quedar iluminados frente al pueblo, que deberá elegir entonces, entre uno y otro. Es posible que el voto no logre elegir todos los candidatos que merecerían ser elegidos y que muchos inútiles obtengan poder sólo por estar colgados de una lista sábana. Pero es imposible que el pueblo se confunda en la elección de un proyecto. La opción es clara. Se elegirá el proyecto de Kirchner- Duhalde, se vote a uno o se vote a otro, o se elegirá el proyecto de la modernidad, se vote a López Murphy, a Cavallo, a Macri o a Bullrich, alternativas de un centro creativo y vigoroso, con muchos otros candidatos en las diferentes provincias. A modo de ejemplo y como irrefutable prueba de la vitalidad de este nuevo centro, se pueden observar sus dos alas capitalinas: la pintoresca derecha de Moria Casán y la inconfesada aspiración a la modernidad económica de la izquierdista Carrió, al nombrar como ladero a Enrique Olivera.
Por el proyecto anticuado o por el proyecto de la modernidad. Por uno o por otro. No hay confusión posible: en las elecciones de octubre, el Estado volverá, por un único día, a las manos del pueblo, absoluto responsable de su destino.