Más que nunca, cuando el mundo tiene puestos los ojos en la Argentina y en su cambio de paradigma económico, es necesario completar el panorama político no con la oposición extrema del kirchnerismo anti-liberal, sino con una oposición liberal clásica y sin inoportunas desviaciones ideológicas hacia la derecha. El centro liberal reasegura el camino económico elegido y es, además, condición de su mejora.
Como la próxima elección es de senadores y diputados, no
es necesario pensar en una figura presidencial que compita con el actual
presidente pero sí en una conducción simbólica del espacio del centro liberal.
Los candidatos son varios y muy valiosos, tanto liberales como radicales y
peronistas liberales. Entre ellos, descuella naturalmente Mauricio Macri, como
ex presidente, como personalidad mundial ampliamente respetada y como alguien
claramente definido en su posición liberal en la economía, la cultura y las
instituciones, y en su impecable manejo de la política internacional. Sin
necesidad de armar una nueva coalición y sin importar demasiado la actual
dimensión del PRO, Mauricio Macri puede ser el primus inter pares del espacio de centro liberal y llevar la voz
cantante de un ideario común.
Más que forjar una alianza con Milei y quedar atrapado en las malas decisiones, los discursos inadecuados que no representan el sentir de la mayoría de los argentinos y los disensos con fundamento en algunos temas económicos o de política exterior, Mauricio Macri puede servir mejor a los argentinos ayudando al gobierno desde el Congreso. Junto a otros miembros del espacio centro liberal elegidos como senadores o diputados, podrá asegurar y mejorar el rumbo económico cuando corresponda pero también funcionar como reaseguro de la continuidad de una política liberal bajo cualquier circunstancia. El espacio centro liberal potenciado es la garantía de que la Argentina mantendrá su rumbo actual, no destruyéndolo sino apuntalándolo y perfeccionándolo. Una garantía contra todo riesgo para los inversores internacionales.
La conducción simbólica del espacio de centro liberal
puede traer una bocanada de aire fresco en el ámbito de la política, recordando
a los argentinos que quienes los representan deben representarlos bien, dentro
y fuera de la Argentina. La mayoría de los dirigentes del centro liberal e
incluso, tal vez, la totalidad son consumados profesionales de la política, con
ideas liberales en todos los ámbitos y una idéntica y clásica política liberal
en la economía y las relaciones internacionales. Una política mucho más semejante a la política
profesionalizada y eficaz que conoció la Argentina de los años 90 con Menem y
Cavallo, que la expresada por el gobierno actual que se auto-adjudica erróneamente
el continuarla cuando, tras un impulso inicial, no hace más que contradecirla.
No existe una batalla cultural en el pueblo argentino que
no sea la que ya ganó el liberalismo frente al kirchnerismo. El gobierno actual
puede instalar falsas batallas para distraer o llamar la atención en las redes
y en el aburrido periodismo veraniego, pero los argentinos le responderán con
su indiferencia.
Si batalla hay, es solo por la interpretación cabal de qué significa ser liberal y cómo el liberalismo no está reñido con la justicia social, ni con el respeto institucional, ni con la libertad de la prensa y de las personas.
Tampoco está reñido con las buenas formas que muestran
que los argentinos somos un pueblo educado, atento a cómo lucimos ante el mundo pero sin dejarnos engañar por el falso brillo del sensacionalismo.
Y somos, además, simpáticos y solidarios y, espontáneamente,
más interesados en hacer amigos que enemigos.