En esta Argentina de grandes sinvergüenzas
dirigiendo su destino, por suerte tenemos una importante cuota de vergüenza
nacional. Todos aquellos que tenemos contacto laboral o familiar con ciudadanos
de los países del mundo a los cuales pertenecemos por vocación, tamaño,
historia y potencial, tenemos brotes de vergüenza casi diariamente por las
cosas que el país se hace a sí mismo y a otros. Por supuesto, nosotros,
argentinos, sabemos que es el gobierno actual quien hace y deshace, pero fuera
de nuestras fronteras poco y nada saben del gobierno, el responsable es siempre
el país: Argentina no cumple, Argentina no paga, Argentina miente, Argentina
apoya a Irán, Argentina asesina, Argentina esconde los números reales de la
inflación y la economía, Argentina tiene millones de pobres y cada vez más, Argentina
trafica droga. Basta con ser argentino, entonces, para cargar con el estigma. Ese
estigma que disimulamos puertas adentro diciendo, “Ah, yo no soy así, esos son
los peronistas” o el cantito contrapuesto que echa la culpa de todos los males
a “los gorilas,” o el balanceado y cómodo “Todos los políticos son la misma
porquería. Este país no tiene remedio”.
Si nuestro problema es entonces que vivimos una crisis de
representatividad, el año electoral sería una solución. Sin embargo, día a día
intuimos que tal vez las elecciones nos deparen un nuevo disgusto y mucha más
vergüenza, porque tendremos que estar avergonzados, además, de haber creído que
las elecciones traerían un cambio.
Estamos a tiempo de echar un vistazo
sobre aquellas cosas en las que individualmente no nos fijamos demasiado en
detalle y en las cuales aceptamos la postergación, sólo porque a determinados
intereses particulares les conviene y porque las diversas campañas que éstos
lanzan nos hacen dudar sobre nuestras genuinas percepciones. Nuestro problema
no es un solo un problema de representatividad, es un problema de falta de carácter
y decisión para sostener nuestras convicciones. Por esa falta de carácter y los
consiguientes actos racionalizados y auto-justificatorios es que hoy están en
el gobierno quienes entraron por esa puerta (abierta inicialmente, desde ya,
por la falta de carácter y los actos justificatorios del peronismo tradicional
encarnado en Duhalde y sus seguidores).
Aunque hemos hecho progresos, todavía
esa actitud de falta de confianza en nosotros mismos como individuos hace que
no nos plantemos del todo aunque sumados somos esa mayoría que anhelamos
encuentre una mejor representación en el gobierno. Por esa falta de autoconfianza,
hoy tememos a una muñeca con pies de barro que nosotros (y no otros) sentamos
dos veces en la misma silla del poder, nos sometemos a quien no tiene ninguna
otra autoridad más que la que le otorgamos y vemos con desesperación cómo el país
se nos escapa a veces de las manos para caer rodando quien sabe en qué abismo
si no hacemos nada a tiempo. Para no tener vergüenza mañana hoy podemos
preguntarnos:
1)
¿Por
qué toleramos que la denuncia de Nisman no sea investigada? ¿Por qué toleramos
que las infinitas causas de corrupción contra la presidente, su familia, el
vicepresidente y varios ministros queden detenidas o dificultadas en la
Justicia? Lo peor que nos podría pasar como comunidad es un juicio político a
la Presidente, según nuestra ley máxima que es la Constitución. ¿Por qué nos
dejamos convencer de que obedecer a la Constitución es igual a ser golpistas? ¿Por
qué creemos en la insostenible frase del Papa “Hay que cuidar a la presidente”
cuando lo que hay que cuidar, y mucho, es la maltratada, abusada y violada
Argentina. ¿Por qué no nos preocupa seriamente que corruptos puedan obtener
fueros protectores en las próximas elecciones? ¿En nombre de qué valor
toleramos tanto? ¿Somos Scioli y nuestra tolerancia y sumisión nos va a premiar
convirtiéndonos en presidente? Argentina es un felpudo. No nos enojemos después
si seguimos pasando vergüenza.
2)
¿Por
qué nos resistimos a realmente entender como funciona la economía y confundimos
un poco más de libertad—por ejemplo, terminar con el cepo al dólar—con una
solución, sin preguntarnos a fondo cuánto Estado queremos y por qué, cuán
abierta queremos la economía y qué nos conviene más para crecer, por un lado, y
para simultáneamente rescatar y hacer progresar a los millones de pobres que
también nos dan vergüenza? ¿Podemos describir hoy una solución equilibrada o
seguimos convencidos de que los 90 fueron una década para olvidar, los años
2000 los de la década ganada, y sin poder contestar qué diferencia a Lavagna de
Cavallo, o a Miguel Bein de Federico Sturzenegger, sintiéndonos cómodos con
condenar la imposible economía actual y descansando en que cualquier otra será
mejor?
3)
¿Nos
hemos preguntado por qué en las últimas elecciones generales presidenciales no
hubo veedores internacionales, quedando todo el control de las elecciones en la
únicas manos del Ministerio del Interior de un gobierno que nunca quiso (ni
quiere) irse y de una justicia electoral que sigue funcionado a control remoto?
Nuestra vergüenza es
nuestra, en definitiva, y no tenemos mucho derecho a quejarnos de lo que
padecemos y menos aún de lo que padeceremos, si no tenemos el carácter de saber
qué queremos y por qué, y de no ceder un tranco a nadie, ni a un gobierno sin
otro título ni mérito que el que le dimos nosotros mismos, ni a jueces que
también pueden y van a ser enjuiciados, ni a diputados y senadores que han
dejado de representarse hasta a sí mismos (cargan con una vergüenza
suplementaria) ni a periodistas que obedecen a otro interés que la verdad. La
Argentina tiene solución. Pero sólo con argentinos mejores, más informados y más
adultos. Con argentinos que sepan ejercer su propio poder de ciudadanos
adultos. Esto es lo que nos va a permitir estar en el G20 en un pie de igualdad
con las otras naciones que no son sólo desarrolladas, sino, simplemente,
adultas.