Las primarias del mes de agosto no
resolvieron el enigma acerca de quién será el próximo presidente pero dejaron
un claro testimonio de las preferencias políticas de la población: más de un 60
% vota al peronismo.
Si el Partido Justicialista fuera
como debe ser el albergue abierto y democrático de todos los aspirantes
peronistas a la dirigencia, las internas hubieran dejado un ganador claro para
enfrentar a las otras fuerzas no peronistas. Pero, el PJ está desde hace doce
años secuestrado y paralizado por una fracción que se dice peronista sin serlo—el
kirchnerismo—y que, por medio de ese engaño y el uso clientelar del Estado,
gana un 30% automático del electorado pobre y fiel a la simbología peronista,
aunque bajo esa cáscara los pseudo-peronistas sólo le hayan ofrecido más
denigración y pobreza. Por lo tanto, dentro del actual PJ las únicas internas—y
estas ni siquiera limpias—se dirimieron entre candidatos oficialistas. Y éste es el primer peronismo que, sin ser legítimo
ni auténtico, es un hecho real a contabilizar en la elección de octubre. Incluso
es el favorito, según muchas encuestas posiblemente interesadas. También según
algunos medios de comunicación que simulan creer que Scioli puede ser diferente
de lo que, sin embargo, ha accedido a representar, en un colmo de sacrificio
dicen algunos, o dentro de una escandalosa hipocresía, para una gran mayoría de
argentinos que no creen en esto de las buenas personas cómplices de las malas,
cuando toda inocencia se ha perdido. ¿El 30% de pobres advertirá que sólo le
espera, dentro de la mentira, más pobreza y la misma mala administración de la provincia
de Buenos Aires de los últimos ocho años? Esta es una pregunta importante para
adivinar el resultado de octubre, aunque por ahora sólo sirva para encaminar a
los dirigentes que, lúcidamente, decidan no entregar a su suerte anunciada a
ese 30% esclavo e inocente.
El segundo peronismo es el del
espacio de Sergio Massa y José Manuel de la Sota. Si de la Sota hubiera ganado
la interna de ese espacio que, en realidad, sólo sostenía económicamente a
Massa, el país tendría un genuino candidato del peronismo más moderno y liberal.
La amplia experiencia de de la Sota como gobernador hubiera instalado un
competidor de altísimo potencial frente a Macri y a Scioli. Massa, en cambio, si
bien expresa un kirchnerismo reformado y republicano, conserva aún cuotas
importantes de peronismo ortodoxo a la Duhalde, es decir, con mucha intervención
del Estado y una economía que, digitada por ortodoxos como Lavagna y Pignanelli
puede representar un respiro frente a lo actual, pero difícilmente el salto enérgico
de regreso a una economía de mercado con altas oportunidades de inversión.
Finalmente, el tercer peronismo
refugiado en un PRO que, sin reconocerlo como tal, prefirió la alianza con el
radicalismo. Este tercer peronismo va, sin embargo, a agregar el caudal de
votos del peronismo liberal de de la Sota a un conjunto que precisa mucho de
este empuje, para evitar el predominio siempre estatista del radicalismo, con
su cuota de antiliberalismo económico congénita (similar al del peronismo, por
otra parte, y compartiendo con éste los experimentos interrumpidos de la era
Menem y la era de la Rua, donde un Cavallo en común no logró dar vuelta
definitivamente las peores tendencias de la Argentina en ninguno de los dos
casos). A este peronismo que apoya lo liberal y republicano del Pro le compete
también, no sólo una tarea esclarecedora hacia el abandonado 30% de los
votantes pobres, sino intervenir en la puja interna frente al estatismo de
muchos radicales y la temible dupla Carrió y Michetti, capaz de molestar mucho
a la hora de serias definiciones liberales en el campo de la economía.
De cómo se muevan estos tres
peronismos en relación a los electorados que hoy no cuentan con un liderazgo
real y genuino, dependerán las elecciones de octubre y sus sorpresas. Provisto,
claro, que las elecciones sean limpias y sin interferencia de manos intermedias
que alteren los resultados verdaderos de las urnas. Una provisión que, dada la
experiencia tucumana, parece estar realmente más en manos de la Providencia que
de los sufridos votantes argentinos y sus fiscales. Estos últimos podrán
preveer todo, menos la última trampa pergeñada por quienes temen abandonar el
poder, en caso de no contar con los cargos para controlar su propio destino. El
pseudo-peronismo que avanzó sobre todas las formas democráticas intentará
conservar ese poder por cualquier medio,
aún aquel hoy inimaginable.