Sin duda, el General Perón atisbó lo que iba a suceder después de su muerte y declaró, con generosa amplitud: “Mi único heredero es el pueblo”. Un modo de decir que a quien le quepa el sayo, se lo ponga o, en términos más inequívocamente peronistas, que todos y cualquier argentino llevan el bastón de mariscal en la mochila y están autorizados a usarlo.
Cuando se reprocha a los diversos
dirigentes que condujeron o intentaron conducir el peronismo su aparente extrema
volubilidad ideológica, se evita reconocer el valor de lo que está por debajo, una
tradición y un legado bien precisos del peronismo, patrimonio y herencia de
todos los argentinos capaces de asumirlos. El peronismo no se limita a los dirigentes
que no siempre estuvieron a la altura de este legado, o peor, como en los últimos
doce años, a quienes lo distorsionaron y corrompieron. El peronismo es una
tradición histórica importante y la doctrina del peronismo un legado cultural
que sólo hace hincapié en dos temas centrales, la grandeza de la Nación y la
felicidad del pueblo, dejando librados los instrumentos a las organizaciones
libres del pueblo. Este peronismo desde
hace ya mucho más de una década ha dejado de expresarse dentro de su partido
político tradicional—el PJ, hoy secuestrado por el kirchnerismo—para diseminarse
en diferentes fragmentos electorales. El resultado de las PASO del último
domingo ha dejado en claro, sin embargo, que lejos de haber desaparecido como
tradición y legado, el peronismo en sus diferentes fragmentos explícitos ha
sido votado por más del 60% de los argentinos, sin contar el fragmento inexplícito
del peronismo interno y externo que apoya al PRO.
La realidad es que el peronismo está
huérfano de liderazgos genuinos. No se puede contar como liderazgo peronista al
8% de ese 38 % kirchnerista que se ha ganado el voto del 30% de pobres de toda
pobreza que cuentan con cualquier peronismo gobernante para echarles una mano.
Ese 8% es un 8% de altísima
inestabilidad política. Compuesto por peronistas setentistas que poco tienen
que ver con el legado institucional y filosófico del peronismo—y ahí está el
fracaso de la nación empequeñecida y el pueblo empobrecido—y una porción de seguidores sciolistas herederos
del mejor oportunismo, unos no quieren perder el inmenso poder del Estado con
su cuota de impunidad garantizada y otros creen que dominarán a un Zanini que
está sólo a un resfrío fatal de Scioli de ocupar la Presidencia. El sciolismo y
ciertos independientes parecen aún confiar en que el peso kirchnerista no
hundirá la lancha del aspirante a conductor y creen, erradamente que ese 8% tiene
al otro 30% atado cuando ese 30% sólo está atado al Estado, es decir, a
cualquier peronista que ocupe el Estado o a cualquier No Peronista que aprenda
a comportarse en ese sentido como un verdadero peronista, es decir, ayudar pero
dignificando a alta velocidad las condiciones de vida y abriendo a todos las
oportunidades. Ese porcentaje del 8% oficial es en definitiva intercambiable
con cualquier otro 8% de aquel dirigente que encuentre el discurso y el carácter
para dirigirse a ese 30% del cual todos hablan pero al cual nadie le habla. O
que, a veces, le habla sólo para herirlo en sus esperanzas y creencias en una
cierta tradición. A los extranjeros y a los liberales locales se les va mucho
la lengua en fanáticos discursos antiperonistas, tan poco productivos como los
falsos y fanáticos discursos peronistas del kirchnerismo, al cual han
alimentado y fogoneado en todos estos últimos años, haciéndole el favor de
confundir kirchnerismo con peronismo.
El peronismo de los trabajadores organizados y
de la clase media tiene sus referentes en Massa, de la Sota, Rodríguez Sáa e
incluso en el mismo Macri, quien deberá ahora salir del radicalismo en el cual
lo enredaron Michetti y Carrió y asumirse ya no como un radical o un
desarrollista sino también como uno de los portadores del famoso bastón de
mariscal. Después de todo, dirigió Boca y no River, así que algo sabe por él
mismo acerca del tema, espontánea y genuinamente, sin asesores ni interesadas
amistades facciosas.
El peronismo está huérfano y si bien
en los próximos meses todos intentarán prohijarlo y adoptarlo, sólo un
aspirante será el elegido como presidente rector y organizador de la recuperación
argentina por un pueblo que hace mucho espera que alguien le explique con
honestidad el por qué de sus dificultades y cómo solucionarlas.
Los no peronistas tienen sus propias
ilusiones y decisiones, votarán unos a Macri, otros a Stolbitzer y otros al
Frente de Izquierda. Pero es el peronismo—no el kirchnerismo, sino el peronismo—el
que decidirá el destino argentino en las próximas elecciones de octubre.