(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
Una inmensa mayoría de argentinos manifestó un deseo de cambio, con algunas precisiones, pidiendo una justicia independiente, fuerzas de seguridad activas y competentes, transparencia en los funcionarios y actos del Estado, y una democracia basada en el diálogo y equilibrio. El 8 de Noviembre se marchó, en definitiva, para pedir el respeto a la Constitución—lo cual incluye no reformarla—y a las reglas del juego político destinadas a ordenar a un pueblo para su crecimiento armonioso y próspero. Frente a la espectacularidad de una masiva protesta sin liderazgo, en forma recurrente, se escuchó ese día y los siguientes, “No tienen un líder que los represente,” en su versión descalificadora, o bien “¡Ojalá aparezca alguien!”, como deseo ferviente de aquellos que perciben que algo falta para que el cambio por fin se produzca. Los líderes son útiles, pero no es exactamente un líder lo que falta en la Argentina desesperada por la mentira y el retroceso en todo. Hay líderes de todos los colores, cuyo discurso identifica a uno o muchos de los sectores que marcharon, e incluso, en algunos temas, a todos. No es “alguien” el destinado a llevar adelante el cambio, sino ese mismo pueblo dándose cuenta, en una nueva elevación de conciencia, de que lo falta es “algo”, y algo que está en sus manos tanto como en las manos de los dirigentes.
Cualquiera de los actuales líderes de la opinión, colocado por una varita mágica en la cúspide del Estado y con una mayoría en ambas cámaras en este mismo momento—las mismas condiciones que tiene el actual gobierno—ciertamente haría cosas diferentes y presumiblemente más acertadas, pero quizá demoraría años en lograr los resultados necesarios porque le faltaría ese “algo”. Ese “algo” es en lo que nadie piensa—ni pueblo, ni aspirantes presidenciales, y, a veces, ni siquiera el periodismo más investigador—y es la necesidad de profesionalizar al máximo la administración del Estado. Las escasas activas fundaciones privadas o partidarias dedicadas al estudio de todas y cada una de las partes del Estado y su administración (incluyendo las estructuras de los tres poderes, y todos los niveles del nacional al municipal) no tienen suficiente sostén financiero por parte de empresas y público para realizar la inmensa investigación necesaria antes de ocupar el Estado con impecable eficiencia. Es impensable entonces pensar en un verdadero cambio, después de una década de metástasis estatal y de destrucción en la conciencia pública de los paradigmas de los 90 que buscaban un Estado ágil y musculoso, relevado de todo aquello que podían hacer mejor los privados.
Ese “algo” incluye la reforma fiscal federal, que debe ser muy bien estudiada y calculada para permitir que, proveyendo a la Nación de lo necesario para sus obligaciones, la recaudación local pase a ser controlada y administrada por cada estado provincial. Hay estudios, pero nunca completados y difundidos en el público para su discusión, “algo” imperdonable, si pensamos que no habrá desarrollo o veloz arreglo de la Argentina si no se descentralizan también las soluciones.
Ese “algo” que nos falta en otros países se crea por acumulación de experiencia, modificando sobre la marcha. En la Argentina no hay acumulación, porque cada nuevo régimen desmantela el anterior, con ese modo tan antiprofesional que tienen los políticos argentinos—salvo honrosas excepciones—de dejar su huella “revolucionaria” para la posteridad, ciertamente más colorida y llamativa que el buen trabajo profesional hecho a conciencia.
Ese mismo pueblo que marchó puede hacerse a sí mismo un regalo de Navidad: ese “algo” que asegure que, cualquiera sea el “líder” que al final sea capaz de ganar las elecciones, tenga en sus manos el plan maestro de la reconstrucción de la Argentina. No las habituales palabras descriptivas, sino los números concretos de qué es lo que hay que hacer, cómo, dónde y cuando, en cada oficina del Estado.
Con ese “algo” en las manos públicas, habrá muchas menos discusiones acerca del “modelo de país” porque el mismo sentido común que ha hecho marchar a la gente, hará marchar al país.