(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
Una minoría de argentinos apoya al actual Gobierno Nacional por diferentes motivos que van desde una adhesión ideologista, aunque no siempre convencida, a una dependencia económica por puestos, subsidios u otros beneficios directos no determinados del éxito de la gestión. Una gran mayoría quisiera sustituirlo lo antes posible o, por lo menos, limitarlo en sus mayores desmanes, por ejemplo, la pésima gestión económica, la peligrosa e irracional política exterior, y la falta de una política de seguridad.
Este conflicto entre argentinos debería trasladarse a un conflicto político claro entre el Gobierno y la oposición, y la oposición, por contener en sí a la mayoría de argentinos debería llevar las de ganar. A muy corto plazo, con una exitosa gestión ante la justicia para la remoción de todos los funcionarios inhabilitados por delitos y cuestionamientos diversos; a mediano plazo, con una recuperación de ambas cámaras del Poder Legislativo para la oposición; al largo plazo de las elecciones presidenciales de 2015, con la cancelación de todo proyecto reeleccionista y la conquista del gobierno para el candidato de la oposición más votado. Sin embargo, mientras el actual Gobierno usa todo el arsenal del Estado para mantener su poder—incluyendo el control de jueces clave, la billetera centralizada para agotar a los gobernadores, y todo el aparato mediático comprado por sus socios y mantenido con la publicidad estatal—la oposición no termina de hacer pie en su centro natural de poder.
No se trata de que la oposición esté dividida sino que sus diversos fragmentos carecen de una correcta visión de sí mismos dentro del espacio político. Sin un profundo ejercicio de imaginación llevado a cabo por cada argentino opositor, no habrá cambios en la organización y orientación de la oposición y quizá todas las oportunidades de desembarazarnos de un mal gobierno se pierdan o bien se termine en una remoción inadecuada, ya una violenta e inesperada por hartazgo, ya una negociada que continúe con muchas de las lacras que se deberían remover.
El ejercicio incluye un modo diferente de contar la historia del siglo XX y el correcto lugar del peronismo en éste, y, en consecuencia, el del partido radical que vino a sustituir en una primera instancia en el favor popular, así como el lugar del partido conservador de la Argentina pro-Británica, dueño del poder hasta el advenimiento del radicalismo en 1916 y que volvería a resurgir bajo varias denominaciones hasta estos días del siglo XXI.
El modo diferente de narrar nuestra historia no pone el acento en las políticas económicas o relaciones internacionales circunstanciales de cada partido, determinadas por su tiempo histórico, sino en el tema más amplio de la revolución democrática postergada desde los días iniciales de Mayo y los inmediatos posteriores de la independencia. La historia de esta revolución tiene varios hitos, unos sentando doctrina, otros haciéndola carne en la historia. La abolición de la esclavitud, la inclusión del gauchaje como poder público por parte de Rosas, la Constitución Republicana y Federal del 53, la incorporación de los inmigrantes al poder público por parte del Partido Radical, y la definitiva democratización de la Argentina por parte del peronismo a partir de 1945 que, con la inclusión de los trabajadores y los desposeídos, terminó de completar el tablero del poder nacional.
Esta última inclusión, por el volumen de sus masas, produjo un gran cimbronazo en el tablero previo del poder. El peronismo dejó una porción muy reducida al antiguo partido liberal de la elite pro-británica y absorbió una parte de la población representada por el Partido Radical, que se quedó con las minorías blancas urbanas hasta 1972, cuando un peronismo resurgente y teñido esta vez por varios ideologismos socialistas de la época, absorbió a la parte menos republicana de la ahora poderosa clase media urbana. Esta clase media, crecida a la sombra de la asombrosa democratización llevada a cabo por el peronismo, continúa hasta nuestros días en su esfuerzo de constituirse en una auténtica elite gobernante de raíz democrática, tras la virtual destrucción por el peronismo de la obstruccionista elite “oligárquica” del pasado.
Es en esta historia que nacen muchos de los resentimientos del presente, no debidamente elaborados por unos y otros con generosidad nacional, y también muchos de los falsos mitos con los que hoy se pretende reinventar el peronismo para ponerlo al servicio de lo que siempre combatió: el dominio del poder por una oligarquía (aunque ahora la oligarquía sea de izquierda) y ese poder ahora al servicio del socialismo totalitario internacionalista, el específico enemigo del peronismo desde su comienzo.
En este ejercicio imaginativo, reconocer esta historia como la real permite descubrir muchas de las suciedades que enturbian el actual espacio político, a saber:
1)Si se separa el peronismo esencial de sus políticas circunstanciales del primer y segundo gobierno entre 1946 y 1955 y de su tercero en 1973-76, se puede comprender con facilidad que la epopeya democratizadora del peronismo terminó en 1972, con el regreso de Perón a la Argentina y la aceptación unánime de su revolución de inclusión (con excepción de las izquierdas, incluyendo la pseudo-peronista Montoneros, que reafirmó su preferencia por una revolución socialista internacionalista asesinando a José Rucci). La pretensión de reinvención del peronismo como socialismo internacionalista por el kirchnerismo actual, además de confundir a las jóvenes generaciones acerca de lo que el peronismo representó, crea la primera suciedad importante: si el peronismo es eso en verdad, ¿quién de la mayoría de argentinos sensatos, democráticos y anti-socialismo totalitario e internacionalista querría votar a cualquiera que se diga peronista?
El regreso de la actitud anti-peronista del pasado es perceptible y el desprestigio del peronismo, considerado equivocadamente como el partido actualmente en el poder, total. Por culpa de esta confusión, el peronismo de la oposición carga con una pesada mochila que no ha sido capaz de desmontar, en tanto el espacio institucional del Partido Justicialista permanece cerrado por el kirchnerismo, con la doble llave de una Justicia Electoral a su servicio. Es imposible organizar el espacio opositor actual sin exigir un Partido Justicialista institucionalizado, con elecciones internas democráticas.
2)Entender al peronismo como una revolución terminada permite también preguntarse acerca de sus posibles políticas en las actuales circunstancias. Y aquí la segunda suciedad que se manifiesta en mucho del peronismo de oposición, aún por debajo de la asunción de su verdadero rol histórico.Terminar de comprender que el peronismo fue anti-oligárquico, anti-liberal y anti-británico para obtener el poder necesario para elevar a la enorme mayoría de sumergidos argentinos a un estatus de clase media, permitiría comprender por qué hoy, para dar las mejores chances a esa clase media que supo construir y volver a elevar a los sumergidos por la última década, el peronismo puede permitirse ser el socio espiritual e ideológico de los restos de la antigua oligarquía liberal y conservadora, pro-libre mercado y pro-Estados Unidos, entendiendo a éste como el líder del mundo libre enfrentado a los socialismos totalitarios ahora, además, terroristas. Es imposible reorganizar la oposición sin dirigentes peronistas que asuman con franqueza esta posición y lideren este proyecto de país hoy ausente en el escenario político.
3)El Partido Radical, a su vez, arrastra múltiples divisiones y no termina de ser el antagonista de un peronismo que tampoco se decide a ser protagonista con toda la fuerza de su real historia. Le cabe mal al radicalismo y a sus diversos desprendimientos, como el de Stolbizer o Carrió, o el de sus aliados, los socialistas de Binner, el estrecho rol de opositor al partido pseudo-peronista gobernante cuando debería erigirse en el gran rival del peronismo capitalista y pro-norteamericano. Y esta es la tercera suciedad en el espacio político: la confusión del peronismo de la oposición impide al radicalismo levantar sus claras banderas europeístas y socialdemócratas, y en esa confusión la Argentina pierde a su segundo gran partido. Es imposible la reorganización de la oposición sin reorganizar el otro gran partido argentino con una oferta ideológica diferente a la del peronismo real.
4)La nostalgia por la próspera y brillante Argentina de la elite oligárquica portuaria, liberal y pro-británica de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, esa imbatible imagen de éxito de lo que el destino argentino siguió desde entonces prometiendo sin volver a cumplir, ha puesto en escena diferentes reencarnaciones del aquel partido liberal en la economía y conservador en las costumbres. Ese tercer partido, que después del peronismo obtuvo siempre un escaso 10% de los votos, resurgió en los últimos años como partido local en la ciudad de Buenos Aires a través del PRO. Nutrido por los votos de peronistas sin partido, de los radicales más conservadores y con sueños de partido nacional, ocupa en medio de la confusión general, ya el lugar de un Partido Justicialista muletto, ya el del sustituto del radicalismo para el imaginario gorila remanente. Es de notar que esta última variante ha sido adoptada también por el oficialismo kirchnerista para transformar al PRO en su oponente favorito y disimular que su contrincante primario no es otro que el peronismo real.
Esta falta de lugar propio y de recolector de votos ajenos permitió victorias locales con más del 65% de los votos y con ellas, también, la esperanza de convertirse en el nuevo gran partido nacional. Y esta es la cuarta suciedad: el PRO se imagina como tercer partido de oposición enfrentado al pseudo-peronismo oficial y tomando erróneamente a éste a veces como el total del peronismo, sin advertir que el peronismo real aún no ha terminado de dar su batalla institucional para recuperar su partido histórico, y que una vez que esté lugar esté definido, el radicalismo, por ósmosis, se reencontrará con el suyo, y que, una vez más, el tercer partido no dejará de ser un espejismo y un fracaso. El PRO, preso de una ilusión alentada por la autodestrucción momentánea de los dos grandes partidos, no termina además de procesar su ideología: le cuesta mucho más que al peronismo expresar el ideario liberal y encontrar su lugar ideológico en la historia argentina, aparentemente posible si el peronismo real desapareciese y totalmente imposible si así fuera.
Parecido a veces a los radicales en su europeísmo y en ciertos rasgos gorilas inconscientes, los amigos del PRO no se animan a ser un Menem o un Cavallo, y patear el tablero dejando de ser un partido muletto para ser socio y parte medular de ese peronismo real marginado que hoy les lleva la delantera ideológica. Es imposible reorganizar a la oposición si el PRO no se asocia al peronismo real para desalojar al kirchnerismo del poder, sea el instrumento institucional el Partido Justicialista recuperado o un PRO agrandado a escala nacional con la ayuda del peronismo real para la circunstancia electoral.
5)La quinta y principal suciedad es atribuible a la prensa y los intelectuales y a cómo decodifican las cuatro anteriores suciedades para su posterior elaboración por los argentinos de a pie, los que no son gobernantes, ni dirigentes ni pensadores políticos. A causa de la falta de claridad acerca del devenir histórico del peronismo, se interpreta mal al gobierno presente y no se visualizan los verdaderos rostros de la oposición y de su posible organización. A veces, pantallazos fugaces de la realidad asaltan las conciencias y lo posible se ve reflejado en las columnas políticas, como destello de una oscura esperanza.
Sometida a la rutina de viejos enconos y hábitos ideológicos arraigados, la lucidez de lo nuevo no dura. Así, los argentinos, sin otra claridad que la de conocer con exactitud aquello que no les gusta, marchan solos, a la deriva política y con el único poder de la firmeza insobornable de sus sentimientos. Bien por ellos, pero no es suficiente: hace falta el coraje de pedir la urgente institucionalización del PJ—la madre del borrego—, la reorganización del radicalismo y la contundente definición ideológica del PRO para que deje de ser funcional al gobierno y se transforme en funcional para los argentinos en esa escala nacional a la que aspira.
Sin una clarificación de estas suciedades que enturbian el panorama político nacional, lo que veremos en los próximos meses es aquello a que estamos acostumbrados: la viveza, la picardía, la chicana y la mentira para ocupar lugares individuales. Las columnas políticas seguirán indagando acerca de Scioli y el kirchnerismo y si el jaque mate no está ya predestinado en el tablero, por falta de garra de los demás. Con Scioli en el poder y aunque él represente por cierto otra idea de gestión, los argentinos seguirán marchando contra la impunidad que él deberá prometer a quienes deberá el poder.
Mejorar muy de a poco, cuando no empeorar de golpe, y así eternamente, es lo que nos espera hasta que alguien pare el mundo por un instante e imagine algo diferente para esta pobre Argentina, castigada por nuestras propias emociones del pasado sin revisar.
En la oposición, comenzar a imaginar juntos ya sería un buen auspicio.