(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
Hay un hueco electoral del cual no
se habla, al cual no se explora ni en los medios ni en la opinión pública: el
de un polo de la libertad, opuesto tanto al kirchnerismo por su centralismo,
autoritarismo y falta de republicanismo e institucionalidad como al Frente
Amplio que comparte muchas de la mismas ideas socialdemócratas del
kirchnerismo. Hace falta recordar que el radicalismo, Pino Solanas y otros
fueron socios electorales del kirchnerismo en sus comienzos para advertir que
una polarización Frente Amplio-kirchnerismo va a traer pocas novedades al
escenario político. Más república tal vez,
pero la Argentina precisa una revolución en su sistema de crear y
repartir riqueza, que ninguna socialdemocracia, aún la más moderna, está en
condiciones de producir. La polarización entre kirchnerismo y todo el arco
opositor pretende resolver un problema en realidad ya resuelto de antemano, ya
que todos los opositores son republicanos e institucionalistas. La polarización
a buscar, entonces, es aquella que permita al electorado optar por un modelo de
país socialdemócrata o un modelo capitalista de avanzada, que prolongue,
corrija y supere al modelo capitalista de los años 90.
La clase política y la clase
dirigente empresarial, sindical, e intelectual argentinas corren, como es
habitual, por detrás de los acontecimientos y no prevén ni proponen nada más
allá del listado de problemas pendientes y soluciones voluntaristas a menudo
ampliamente imprecisas. Lejos de hacerse cargo de la realidad de que un país debe
ser gobernado por una élite capacitada para hacerlo, no terminan de asumir ese
rol de élite. Así, evitan la capacitación sistemática, no juntan fondos para
institutos de investigación de políticas públicas y prefieren dejar la
conducción de los temas a debatir a la opinión pública o a quien ocupa
transitoriamente la administración de Estado cómo si éste fuera el único
responsable. Rara vez avanzan al paso en que como élite deberían avanzar,
formulando una visión coherente y avanzada del país, estudiando problemas y
soluciones, y sometiendo un análisis detallado
y planes consistentes a la opinión pública. La falta de profesionalismo de los
dirigentes en el estudio de la gestión pública es lo que los ciudadanos definen,
y con razón, como una deplorable clase política, muy por debajo del nivel de
otros colectivos profesionales locales. Esta falta de profesionalismo no se
limita a la gestión sino que además se extiende a la concepción de la política
en general y a la percepción de cuales son los canales adecuados para la
representatividad de ideas e intereses de los ciudadanos, de forma de liberar
todas las energías de la comunidad en un conjunto armonioso y convenientemente
competitivo.
En estos días, cuando por la
gravedad de la situación argentina algún progreso ha debido hacerse, y los
radicales y diversas corrientes socialistas y socialdemócratas se han unido en
el Frente Amplio para competir en el aún lejanísimo 2015 contra el
kirchnerismo, las alternativas sometidas a la opinión pública por las poco
ambiciosas y aún menos esclarecidas dirigencias se limitan a dos: lograr que el
PRO de Mauricio Macri adhiera al Frente Amplio con la antigua fantasía gorila
de derrotar “para siempre” ya no al kirchnerismo sino al peronismo en su totalidad,
o, toda vez que el PRO se muestra reacio a dicha alianza, debilitar a ese dubitativo PRO dibujándolo
como el antagonista elegido y negociado del kirchnerismo y asimilándolo a éste
en lo peor de sus políticas personalistas. El mismo PRO hace poco, por el
momento, para definir sus límites, y juega a veces ideológicamente en el mismo
frente socialdemócrata, tal vez convencido de que los votantes odian el
capitalismo, el libre mercado y el rol económico reducido al mínimo posible en
el Estado.
Los argentinos de a pie no tienen
por qué estudiar por ellos mismo las soluciones a tantos problemas acumulados y,
en sus frecuentes y justificadas quejas acerca de las dirigencias políticas,
empresariales, sindicales, e intelectuales—es decir, las designadas para formular
y atender los problemas comunitarios y diseñar políticas—olvidan dar precisión
a la queja y no exigen a sus dirigentes un proyecto de país coherente. Después
del nunca bien explicado final (y mucho menos colectivamente asumido) de los
años 90, una gran parte de la opinión pública ha permanecido, en efecto, refractaria
al capitalismo globalista y por esto, la mayor parte de la dirigencia
política—salvo honrosas excepciones—ha
preferido seguir la cómoda corriente de la opinión pública en vez de someter a
ésta a un proceso de discriminación y aprendizaje.
Con estos antecedentes, es comprensible que no se
advierta la pobreza de enfrentar al kirchnerismo con una masiva coalición de
todos lo que no son ni kirchnerismo ni peronismo, transformando la próxima
elección en un apuesta entre una socialdemocracia derrotada por su falta de
institucionalidad y suficiente república,
y una socialdemocracia republicana. La pobreza conceptual de esta propuesta está
basada en el temor de no ser lo suficientemente fuertes y en la carencia de una
suficiente confianza en que, frente a una alternativa de opciones claras y
coherentes, los argentinos sabrán votar en libertad lo que les conviene. El movimiento
correcto para aniquilar para siempre tentativas totalitarias, corruptas,
retardatarias e ineficientes como el kirchnerismo, es así el de una certera
pinza con un brazo socialdemócrata—el actual Frente Amplio—y un brazo
peronista-liberal o liberal peronista, formado por el PRO y todos los
peronismos no kirchneristas ni socialdemócratas. La fantasía de que el
kirchnerismo podría a esta altura predominar en un escenario de primera vuelta
con tres formaciones es sólo eso, una fantasía. En todo caso, la elección
tendría una riqueza aún mayor que la que se percibe con las estrategias
planteadas hasta la fecha, introduciendo en la opinión pública el tema de
fondo.¿Seguirán los argentinos afirmados en su anticuada idea de un Estado
hiperactivo o decidirán dar el salto a una sociedad libre en la cual las
iniciativas privadas (en las cuales hay que incluir los nuevos, importantes
significativos roles de sindicatos y cooperativas entendidos como
organizaciones libres del pueblo) tengan el liderazgo del crecimiento? Este es
el tema que, en definitiva, permitió el asentamiento del duhaldismo primero y
el kirchnerismo después y el tema que se sigue soslayando en la discusión pública,
quizá porque tanto el duhaldismo como el kirchnerismo tuvieron demasiados cómplices
en todas las dirigencias y demasiados ciegos y golpeados en la opinión pública
como para ver la realidad con claridad.
Un polo electoral por la libertad,
opuesto a ambos polos socialdemócratas—el kirchnerista y el del Frente
Amplio—podría avanzar el pensamiento político de los argentinos a gran
velocidad y quizá evitar que en las próximas elecciones se elija otra vez
perder diez años en vez de acelerar el paso hacia la Argentina moderna que
nunca debimos perder.
Y en cuanto a la vieja fantasía de derrotar
al peronismo, ¿por qué derrotar a quien tiene el empuje y la trayectoria
política cumplida vía menemismo y cavallismo para avanzar hacia una sociedad
libre? Habría que darse cuenta, entre tantas otras actualizaciones, que muchos
de los antiguos gorilas liberales se han transformado en gorilas socialdemócratas—mirar
un poquito el diario La Nación—y que los verdaderos liberales están allí donde
nadie se atreve a descubrirlos. Donde el trabajo y el capital buscan desesperadamente
quien los represente, aunque no sepan pedirlo con todas las letras ni con el
coraje necesario.