Las declaraciones y acciones del
Papa Francisco tienen alcance global. Muchas veces sorprenden y no de modo
grato, ya que parecen subrayar una cierta posición argentina en el mundo que
desde hace ya más de una década ha dejado al país sin perspectivas de
crecimiento e influencia regional. La persistencia en atacar sesgadamente el
capitalismo, los errores en política internacional en especial en Medio Oriente,
y una cierta inclinación a predicar abstractamente en favor de los pobres sin
referirse seriamente a las condiciones económicas y de corrupción que crean esa
pobreza en todas partes del mundo, son incomprensibles sin mirar más de cerca
el Jorge Bergoglio peronista. Peronista de un peronismo tradicional y ortodoxo,
el mismo peronismo que—salvo la breve experiencia peronista liberal de Menem y
Cavallo—se ha resistido a actualizar su metodología operativa para cumplir con
sus objetivos de siempre. Es ese peronismo ortodoxo y no, como algunos erradamente
sostienen, la setentista teología de la liberación, el que arando el mismo
surco que Perón dejó trazado hace más de cuarenta años, domina el pensamiento
del actual Papa.
Moderno en su momento,
desactualizado y profundamente equivocado hoy, ese peronismo ortodoxo es el que sostienen dirigentes
como Duhalde y hasta un cierto punto, también muchos de los actuales sostenedores
peronistas de los Kirchner. Un peronismo que se resiste al capitalismo, que no
lee la nueva economía mundial de los últimos veinte años, y que mucho menos está
en condiciones de prever el próximo salto de esta economía hacia una nueva era
financiera dominada por la Internet y una moneda global con nuevas relaciones entre productores,
financistas y consumidores.
Sin un equivalente intelectual de Perón adelantándose
hoy a los hechos y buscando nuevos modos para el progreso de la Nación Argentina, incluyendo una nueva metodología sindical para asegurar el bienestar y protección
de los trabajadores en la era capitalista global, los peronistas aferrados a la
tabla del pasado, con el papa Francisco entre ellos, todavía le deben al país la
honestidad de progresar intelectualmente sobre las premisas que el mismo Perón
dejara como legado.
¿Cómo crear la grandeza de la Nación
sin un fortalecimiento de los lazos con las potencias de Occidente, en
particular los Estados Unidos, dejando de lado diferencias de cultura, lenguaje
y religión que en la era de las comunicaciones globales e instantáneas poco inciden? ¿Cómo
crear la felicidad del pueblo sin una economía próspera en la cual se brinde
acceso por medio de organizaciones populares libres a nuevas condiciones de
educación y seguridad que, lejos de competir con la economía capitalista, la complementen
con eficiencia?
Estas son preguntas que el peronismo
ortodoxo retrógrado y su subproducto kirchnerista con una desviación estatista
aún más pronunciada y su inserción internacional disparatada, aún deben
contestar. Quizá entonces la renovación de pensamiento local alcance a un Papa
que, aún querido y apreciado por muchos de nosotros desde su honesta lucha
contra la desviación kirchnerista, todavía debe abandonar algunos prejuicios
del pasado para realmente servir a los pobres. Los de la Argentina y los del
mundo, a los cuales también podría ayudar un renovado pensamiento peronista acerca de cómo solucionar de verdad los problemas de marginación y pobreza.