El legado más grande de Perón a los
argentinos fue el de dejar a los trabajadores organizados y con sus derechos
reconocidos y aceptados y, por ese hecho revolucionario, ampliar la clase media
hasta límites desconocidos en la Latinoamérica de su tiempo. Su revolución
terminó, no con su primer gobierno, sino con su regreso pacífico y aceptado—al
igual que su revolución—por todos. Más allá de todo el resto de disquisiciones
que se puedan hacer acerca del autoritarismo de Perón (estaba haciendo una
revolución) o de su estatismo (era la moda de su tiempo) lo que quedó es eso. Y
eso es importante después que muchos de sus logros se fueron diluyendo a través
de dos fenómenos: el cambio del mundo hacia una economía globalizada y la falta
de actualización, creatividad y formación profesional de la mayoría de los
cuadros políticos, peronistas y no peronistas. La tragedia argentina no es el
peronismo sino la sucesiva oleada de peronistas en el poder poco consecuentes
con la herencia recibida.
La distinción importante para hacer
es entonces no quién es o se dice peronista (como se ha visto, cualquiera puede
decirlo y ya eso no significa absolutamente nada) sino quién hace peronismo. Es
decir, quién, como Perón, vuelve a ayudar a la clase trabajadora recordándole
su dignidad, educándola y levantándola desde allí donde administradores
ineficientes e ignorantes la dejaron caer.
Por eso, tanto este gobierno como
las numerosas fracciones aspirantes de la oposición, tienen la oportunidad de
hacer peronismo, aún si deciden llamarlo con otro nombre, y volver a dar a los
sindicatos un papel principal en el ascenso y formación de la clase
trabajadora. Un ascenso que, en la etapa global, se entrelaza obligatoriamente con
un capitalismo que los sindicatos deben aprender a aprovechar en beneficio de
sus representados y que el gobierno debe estimular para trasladar parte de la
tarea formativa y de contención a ese específico sector privado—definido en términos
capitalistas, ese es el lugar de las obras sociales de los sindicatos, por
ejemplo.
El Estado puede hacer muchas cosas,
pero la más útil de todas es posiblemente compartir su responsabilidad con la
comunidad, en especial con las asociaciones que ya están organizadas a nivel
nacional y que, como los sindicatos, tienen además recursos propios que pueden
hacer crecer con la incorporación de más trabajadores a la legalidad y/o al
mercado.
Los sindicatos tienen una enorme
tarea complementaria a realizar: contención educativa de los jóvenes que no están
en la escuela secundaria ni desean estarlo, promoviendo formación profesional
de categoría; seguros privados de salud, como ya muchos tienen y a los cuales
deberían sumarse los seguros de desempleo; programas específicos de vivienda,
matrimonio y maternidad; y muchas otras actividades organizativas que hoy dependen
de un Estado siempre mucho más lejos de los beneficiarios que los sindicatos
que contienen específicamente a los trabajadores y a aquellos que aspiran a
serlo.
Programas que comiencen a una escala
local como modelo, y luego se vayan expandiendo hasta abarcar a todos los
trabajadores activos, potenciales y a legalizar (blanquear), pueden contribuir
a una inclusión positiva y tangible, una que no pase por una asignación o
cheque mensual sino por una pequeña comunidad de referencia, contención y de
acompañamiento, en especial de los más jóvenes. Buena parte de la criminalidad
que está a cargo de jóvenes sin destino o atrapados por las drogas y/o su
comercialización, tendería a disminuir o eliminarse, aunque más no fuese por la desaparición
del anonimato. Todo joven mayor de trece años estaría obligatoriamente incluido o en la escuela correspondiente
(estatal, privada, u otra) o en los talleres sindicales de formación
profesional o, ya como trabajador, en un sindicato.
Con los adecuados recursos informáticos
y un censo exhaustivo de todos los potenciales participantes de los nuevos
programas sindicales, podremos tener en poco tiempo esa comunidad de
trabajadores realmente peronista que el kirchnerismo no supo construir,
olvidando que incluir quiere decir organizar.
Una gran oportunidad para aquellos
que sepan ver esto y que, intuitivamente, aunque no se digan peronistas, se
sientan llamados a incluir de verdad. O sea, a hacer peronismo. Y de paso,
ganar elecciones, ya que el único misterio de ese peronismo perdurable que
irrita a tantos, es el de haberse ocupado de las mayorías.